CÓMO RECUPERAR EL VERDADERO EVANGELICALISMO
A lo largo de todo esto mi suposición ha sido que la fe evangélica en Cristo está de acuerdo con la enseñanza de las Escrituras. En una palabra, es ortodoxa. En este capítulo final trataré de mostrar por qué la religión evangélica, bíblica, histórica y verdadera es fiel a los principios de las Escrituras y, como resultado, por qué los evangélicos, como protestantes confesionales, todavía deben mantenerse fuera de la Iglesia de Roma.
Si hemos de permanecer fieles a las Escrituras y al Señor Jesucristo, debemos contender «ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3). Si no vamos a estar firmes donde la iglesia antes estuvo firme valientemente, y si no vamos a defender adecuadamente la fe, finalmente traicionaremos nuestro tesoro más grande: la autoridad de la Palabra de Dios. No estoy sugiriendo que lo haríamos intencionalmente. Pero si no hablamos con la voz más clara posible donde la fe está sufriendo ataques, vamos a huir de la batalla y finalmente vamos a perder el patrimonio que nos han legado los fieles maestros del pasado.
Si perdemos nuestro dominio de las Escrituras, también perderemos nuestro dominio del evangelio. El mensaje del evangelio es nuestro poder. Nos define como los que afirmamos el evangelio mismo. Esto significa que creemos que la gente puede estar bien con Dios mediante Cristo solamente, por la gracia solamente, mediante la fe solamente. Si no logramos comprender y enseñar estas verdades reformacionales, corremos el riesgo de perder más de lo que cualquiera de nosotros se imagina.
Estos grandes principios estaban en el centro del debate de la Reforma en el siglo XVI, y todavía deben estar en el centro de la fe y práctica evangélica consecuente. Deben recuperarse una vez más, y no sólo por los eruditos. Un ejército de creyentes necesita escudriñar las Escrituras de nuevo y entender que estas son grandiosas verdades bíblicas. Son dignas de defenderse. Son dignas de enseñarse a nuestros hijos. La desunidad y confusión actuales sólo revelan nuestra gran pérdida. Nos hemos alejado mucho de la verdad, y como resultado estamos navegando en aguas inciertas y difíciles.
CUATRO SOLAS QUE SE DISTINGUEN
Como lo vimos en el capítulo 3, la Reforma Protestante de hace casi quinientos años fue fundamentalmente sobre teología. No fue sólo un movimiento para limpiar a la iglesia de prácticas abusivas como la venta de indulgencias. Tampoco fue sobre afirmaciones del poder espiritual relacionadas con las reliquias y visitas a santuarios. En este capítulo queremos entender cuáles eran los principales intereses teológicos de los reformistas y por qué insistieron en que estos intereses encuadraban claramente sus posiciones teológicas.
Debido a que el latín todavía era el idioma académico del siglo XVI, los argumentos de los reformistas a menudo estaban encuadrados en ese antiguo idioma. Por eso uno oye lemas insólitos como sola gratia y sola FIDE. Exactamente, ¿cuáles eran las cuatro solas, y qué quiere decir cada una de ellas?
1. Sola gratia. Esta expresión se refiere a gracia solamente, o, literalmente, solamente por gracia. Dicho simplemente, la actividad salvífica de Dios está fuera del pecador humano. Se enfoca en la persona de Jesucristo, y el único fundamento de su obra salvífica es la gracia. La gracia más nada salva al pecador. La gracia que salva es dada solamente debido a la iniciativa tomada por Dios, puesto que las personas no tienen nada que pudiera hacer que Dios salve a rebeldes indignos.
2. Solus Christus. La obra y muerte de Cristo a nuestro favor es la única base de nuestra aceptación y continua comunión con Dios. Aun nuestra relación con Dios debe centrarse en Cristo. El ministerio del Espíritu Santo es principalmente glorificar a Cristo y hacerlo conocer. Cristo es el principio y fin de la fe cristiana y la experiencia cristiana.
3. Sola fide. El don de fe y arrepentimiento que el Espíritu Santo otorga al pecador viene mediante el oír un mensaje evangélico histórico y objetivo que se recibe mediante la fe solamente. Esto significa que la vida y muerte de Cristo como nuestro substituto es imputada a nosotros como justificación para que tengamos vida eterna. El pecador justificado recibe el Espíritu Santo mediante la fe en el evangelio, y el justificado se gloría sólo en la cruz de Cristo, haciendo que la acción salvífica de Dios en Cristo sea la afirmación central de su testimonio cristiano. Se cuidará de obedecer a Dios y agradarle en todas las cosas reveladas en las Escrituras mediante el continuo arrepentimiento. Pero su gloria nunca será en los débiles esfuerzos de su propia vida ni en la presencia del Espíritu dentro de él. El Espíritu que mora en él lo guiará a que mire hacia afuera, a Cristo, en todas las cosas.
4. Sola Scriptura. La Biblia y sólo la Biblia es la regla (canon) infalible del cristiano. Ella solamente es suficiente para establecer al creyente en la verdad, y ella solamente determinará lo que debe creer como verdad y lo que debe rechazar. Es eficaz para lograr la obra del Espíritu en guiamos a toda justicia. Su mensaje central, es decir, la salvación en Cristo, es claro para todos los que quieran verlo cuando se acercan a ella en fe. Ningún credo, concilio, o líderes humanos pueden actuar adecuadamente en asuntos de fe y práctica excepto que lo hacen bajo la autoridad final de las Escrituras escritas.
Estos, en forma simple, son los cuatro pilares teológicos de la Reforma Protestante. Mucho puede decirse y debería decirse, pero que el lector entienda que es por estas grandes verdades que actualmente contendemos cuando insistimos en la simple lealtad a la Palabra de Dios.
GRACIA SOLAMENTE
Martín Lutero no descubrió de nuevo la teología de la gracia. Lo que descubrió fueron los textos de Pablo con respecto al verdadero significado de ellos. Y los teólogos protestantes desde Lutero no han fabricado un «hombre de paja» con el fin de continuar el debate. El entendimiento apropiado de la gracia finalmente está en el corazón de todo error teológico con respecto a la naturaleza de la salvación. O tenemos una religión que salva solamente en base a la gracia de Dios, o tenemos una religión en la que compartimos en esa salvación. Nuestra parte podrá parecer extremadamente pequeña. Hasta puede ser que nuestra decisión o nuestra voluntad humana hizo una diferencia real. Al final, cualquier sistema de doctrina que atribuye cualquier cosa a los seres humanos en cuanto a la salvación desafía la soberanía de la libre gracia de Dios.
Los teólogos medievales escribieron y hablaron con frecuencia de la gracia. Lo que la gracia significaba para ellos era esto: La gracia era algo que Dios ponía dentro de un ser humano a fin de que pudiera cooperar con Dios, recibiendo así la ayuda divina que necesitaba para ser justificado ante un Dios santo. Aun Agustín, el más grande teólogo de la gracia en la iglesia primitiva, estaba equivocado en este punto crucial, pensando de la gracia como algo que Dios ponía dentro del ser humano.
Como monje agustino bueno y candente, Lutero anhelaba ser aceptable y agradable a Dios. Este problema no era simplemente una conciencia que ha trabajado demasiado. Fervientemente creía que Dios era radicalmente santo. Creía que la ley de Dios era perfecta. Creía que le habían dado gracia en su bautismo y que continuamente le daban gracia en los sacramentos. Hasta creía que debía confiar en Cristo como su Salvador. El problema era simple: Siendo un buen teólogo medieval, creía que si podía aprehender suficiente de la gracia interior del Espíritu en su propia alma, finalmente se volvería justo ante Dios. Pero cuanto más se miraba interiormente, tanto más veía tinieblas y pecado. Se sintió devastado. Todo lo que podía esperar era el juicio de Dios, que con todo derecho lo arrojaría a la perdición.
Los lectores modernos a menudo encuentran que el alma afligida de Lutero es algo perturbador. Simplemente no estamos apercibidos de cuán lejos hemos caído de la ley de Dios. Se nos hace pensar que Dios nos debe algo puesto que en realidad no somos tan malos. Si Dios nos pudiera dar un poquito de ayuda, nosotros podríamos cooperar, y entonces todo estaría bien. Lutero entendía mejor las cosas. Conocía el corazón humano.
Al leer la carta de Pablo a los romanos descubrió que la gracia hace que el pecador esté bien con Dios. Esta gracia era totalmente diferente al de una dotación interior. Pablo declara que los pecadores son «justificados gratuitamente por su gracia» (3:24) y añade: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (v. 28). Más adelante, dice: «mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (4:5).
Donde Pablo dice en Romanos 3:24 que somos «justificados gratuitamente», algunas versiones dicen: «justificados como un regalo». La palabra «regalo» aquí simplemente significa «sin causa». Dios acepta al pecador totalmente aparte de cualquier cosa dentro de él. La gracia justificadora es la actitud de misericordia y favor de Dios hacia los pecadores perdidos, indignos y rebeldes. La gracia no ha de encontrarse en el corazón de una persona. Está en el corazón de Dios solamente. Aun cuando los verdaderos creyentes reflejan gracia en sus acciones, lo hacen solamente como resultado de esta gracia que está en el corazón de Dios. Esta es la perspectiva de la gracia solamente.
Este es un aspecto que lo distingue a Lutero como el padre del movimiento reformista. Los reformistas que precedieron a Lutero, como Wycliff y Hus, vieron muchas verdades con claridad pero todavía les faltaba esta perspectiva: Gracia significa ser totalmente aceptado por Dios a pesar de ser totalmente inaceptable.
Pero, ¿no significa esto que podemos pecar con descaro y sin consecuencia? Así es precisamente cómo reaccionaron los oponentes de Lutero a su forma de declarar esta gran verdad. Y esta es precisamente la forma en que los críticos de Pablo le respondieron cuando la declaró de esta forma a los romanos. Después de presentar la doctrina de la gracia a lo largo de varios capítulos, Pablo dice: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?» (Romanos 6: 1 ). Su respuesta es una simple construcción griega que literalmente dice: «EN NINGUNA MANERA».
Cuando entendamos de la gracia en forma apropiada, esto suscitará la misma pregunta en nosotros. De lo contrario, todavía no hemos entendido ni predicado la gracia en forma bíblica.
CRISTO SOLAMENTE
Los reformistas se preocupaban de que la gracia podía usarse como una excusa para el pecado. La idea de que la gracia brota de una clase de un Dios benigno y tranquilo que pasa por alto las imperfecciones y fracasos con dulce benevolencia, era desconocida a los teólogos de la reforma. Por ejemplo, para Lutero Dios era un Ser majestuoso que odiaba el pecado y era terrible en santidad. Podía echar el cuerpo y el alma en el infierno. Por lo tanto, la gracia no era un acto en el que Dios pasaba por alto el pecado y no hacía caso respondiendo a una simple bondad de su parte. Lutero escribió:
Si este punto de vista fuera cierto, todo el Nuevo Testamento sería realmente vano y fútil, y Cristo habría obrado en forma necia e inútilmente al sufrir por el pecado. Dios mismo habría practicado malabarismo y farsa sin necesidad alguna, porque bien podría haber perdonado y no imputado pecados sin el sufrimiento de Cristo.
Aunque de pura gracia Dios no nos imputa nuestros pecados, sin embargo no quiso hacer esto hasta que se hubo hecho satisfacción completa y amplia de su ley y su justicia.... Dios ordenó para nosotros, en nuestro lugar, a Uno que tomó sobre sí mismo todo el castigo que nosotros merecíamos y cumplió la ley por nosotros; por lo tanto él previno el juicio de Dios sobre nosotros y calmó su ira. La gracia …... fue comprada con un tesoro incalculable e infinito: el Hijo de Dios mismo. Por lo tanto, es ...... imposible obtener gracia excepto mediante Él solamente (Plass, 2:709).
Como el apóstol escribiera: «Pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» Juan 1 :17). Pablo establece esta verdad ante nosotros cuando dice que somos justificados, no sólo por su gracia, sino «en su sangre» (Romanos 5:9).
Uno de los principales puntos de vista que pueden establecerse acerca de la vida y muerte de Cristo como la sola base para nuestra salvación, es que dicho punto de vista toma en serio la ley y la justicia de Dios. Nadie podría ser justificado a menos que la ley se cumpliera a la perfección. La muerte de Cristo sostuvo la inviolabilidad de la ley. Magnificó plenamente la justicia de Dios. La ley debía respetarse para que nosotros fuésemos salvados justamente. Cristo la respetó plenamente y pagó totalmente por todo lo que ella demanda de los que la violan. Cristo redime sólo mediante la fe en sí mismo.
Es precisamente aquí que la peligrosa tendencia al antinomianismo («contra la ley») puede controlarse adecuadamente en la experiencia de los verdaderos creyentes. Hemos acudido a Cristo solamente. En Él somos redimidos, y por Él somos mantenidos en la gracia por el Espíritu Santo. La fe no se inclina hacia el pecado como una forma de vida precisamente porque Cristo se ha vuelto nuestra vida.
FE SOLAMENTE
A pesar de que la justificación y la reconciliación son solamente por gracia exclusivamente y mediante Cristo solamente, no todos los pecadores son justificados y redimidos. Sólo los que toman seriamente las advertencias del Salvador y acuden a El serán salvos.
Lutero afirmó bien esto cuando escribió: «Aunque la obra de redención misma se ha realizado, todavía no puede ayudar y beneficiar a un hombre a menos que crea en ella y experimente su poder salvífico en su corazón» (Plass, 2:706). Si «el hombre es justificado por fe» (Romanos 3:28), dos cosas muy importantes deben notarse acerca de la fe que lleva al pecador creyente a la Gracia.
Primero, la fe no es magia. No hay virtud salvífica en la fe misma. La fe no hace que uno tenga una relación correcta con Dios sino que recibe el don que hace que las cosas estén bien con Dios. No hace que la gracia se origine y exista, se hace consciente (por el Espíritu Santo) de algo que ya está allí. Como lo dijo alguien, es como si abriéramos los ojos para ver el sol que siempre estaba allí antes de que lo viéramos. El abrir nuestros ojos no hace que el sol brille. Creer no lo hace a uno un cristiano como por magia.
Segundo, la fe no es un atributo del corazón humano natural. Es un don que Dios nos da. Nos da este don mediante la predicación del evangelio y por la obra del Espíritu Santo.
Debemos entender lo que la fe es si es que hemos de comprender este principio fundamental. Según la Biblia, la fe es un sustantivo que corresponde al verbo «creer». La fe es el término bíblico que se usa consecuentemente para explicar la relación a la que el evangelio llama a la gente: una relación pactante de confianza en Dios mediante Cristo. La fe involucra la creencia correcta acerca de Dios. Por lo tanto, la ortodoxia es una parte de la verdadera fe (véanse Gálatas 1:8,9; 2 Tesalonicenses 2:13; TIto 1:1; y 1 Pedro 1:22).
Además, la fe descansa en el testimonio divino. El teólogo James J. Packer escribió: «La Biblia ve las convicciones de la fe como certezas y las ecualiza con conocimiento (1 Juan 3:2; 5:18,20, etc.), no porque ellas surjan de una experiencia mística que supuestamente se autentifica a sí misma, sino porque descansa en el testimonio de un Dios que "no miente"» (TIto 1:2) y, por lo tanto, es totalmente digno de confianza» (Harrison, 209). Pero la fe que realmente descansa en Cristo solamente y la gracia de Dios solamente es un don sobrenatural. El pecado y Satanás nos han cegado. No podemos «ver» a menos que Dios nos dé luz (Juan 3:3; 1 Corintios 2:14; 2 Corintios 4:4; Efesios 4:18), y no podemos «venir» a confiar en Cristo hasta que el Espíritu Santo haya obrado dentro de nosotros, / dándonos la vista así como el deseo y la voluntad de venir a El.
Debemos afirmar simplemente que la fe no es lo que salva. En la actualidad hay muchísimos evangélicos que en forma descuidada o necia no comprenden este punto cuando dicen: «¡Usted se salva por fe!» Es importantísimo que declaremos esto como lo dice Pablo: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios...» (Efesios 2:8). Sírvase notar cuidadosamente las preposiciones: «por» gracia y «por medio» de la fe.
La fe es descansar, confiar, aferrarse y esperar. Es aceptar las promesas de Dios por lo que realmente significan. Con respecto a la justificación es aceptar la declaración de Dios en sentido literal: «...mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Romanos 4:5). La fe actual en Cristo asegura la actual «vida eterna» en plena comunión con Dios el Padre mediante Cristo solamente (Juan 5:24; 17:3).
Esta doctrina de la justificación mediante la fe es una ofensa a muchos. Perturba a los orgullosos. Desafía directamente a la persona «buena, limpia, justa» que apoya fielmente a la iglesia. Ofende a la persona que considera que su experiencia de Dios es adecuada para la salvación. Molesta a la gente victoriosa que a menudo habla de sus éxtasis del Espíritu y visiones de lo sobrenatural. Pero a todos los que han luchado poderosamente con la ley de Dios y su carácter santo, y han visto su propia injusticia, esta es la única esperanza que tienen: un Dios misericordioso, bueno, benigno, que les otorga justificación solamente en base a la fe. Esto se basa en la justicia de Cristo solamente por gracia solamente. ¡Aleluya! ¡Qué Salvador extraordinario!
ESCRITURA SOLAMENTE
La seguridad de que Dios ha hablado en el pasado y de que todavía hablaba mediante las Escrituras le dio a los reformistas protestantes un coraje increíble para hacer frente a los graves errores que vieron en la iglesia medieval. Como lo dijo Lutero casi al final de su vida, al referirse a la Reforma: «¡ La Palabra lo hizo todo! »
El grito de batalla de la reforma era «¡La Escritura solamente!» Esta verdad plasmó toda la causa de la Reforma. Sostuvo la recuperación, e impulsó hacia adelante toda entrada de luz divina que traía avivamiento. Ella hará lo mismo en su vida y las vidas de la hermandad de su 'iglesia si se recupera realmente el mismo principio en la actualidad.
¿Qué fue lo que hizo a este principio tan poderoso, y exactamente qué se quiere decir con «Escritura solamente» ? La Iglesia Católica Romana había creído, aún en la víspera de la Reforma, en una Biblia infalible. Aceptaba los mismos textos que los reformistas, al menos hasta después de la Reforma (los libros apócrifos se añadieron después que comenzó la Reforma). ¿Qué era nuevo acerca de la «Escritura solamente» de los reformistas?
El nuevo elemento que los reformistas trajeron a la iglesia de su época era la convicción de que la Escritura se interpreta y puede interpretarse a sí misma a los fieles desde su interior: la Escritura es su propio intérprete. El cristiano no necesita de papas ni concilios que le expliquen lo que las Escrituras realmente significan. Las Escrituras tienen dentro de sí misma su propia autoridad que la autentifica. Además, las Escrituras realmente están por encima de los pronunciamientos papales o conciliares, mostrándoles que son inexactos cuando están en contra de la Palabra escrita. Las Escrituras era la única fuente y el único juez de lo que la iglesia había dicho y debe decir en cualquier época. Si queremos hablar con la autoridad del Señor, debemos hablar según las Escrituras.
En el siglo XVI la autoridad de las Escrituras se había debilitado prácticamente en numerosas maneras. Habían exaltado las tradiciones humanas, y la idea era de que las verdades de la Escritura eran comunicadas a la gente común por la mediación de los papas, los concilios y los sacerdotes. Al declarar sus grandes principios, los reformistas estaban exponiendo la idea de que Dios habla a su pueblo directa, final, y eficazmente y con autoridad mediante su Palabra escrita.
Demasiadas evangélicos acuden a lo que dice su maestro favorito o al libro más popular que un amigo les ha dado. No escudriñan las Escrituras como los creyentes de Berea en los días del Nuevo Testamento. Nosotros hasta añadimos nuestro conjunto especial de reglas y rituales culturales y religiosas, incluyendo una lista que está hecha a medida para cada zona especial del país. Lo que necesitamos es una gran recuperación de Escritura solamente.
¿Quisieron decir, los reformistas del siglo XVI, que la Biblia era la única autoridad de ellos? Absolutamente no. Apelaron a la historia, la ciencia, la lógica, los padres de la iglesia, los concilios, los credos, las confesiones y los estudios cuidadosos del griego y el hebreo. Pero lo que quisieron decir era que hay sólo una autoridad fundamental y final: la Biblia solamente.
Cuando la iglesia primitiva convocó su primer concilio para decidir sobre asuntos que amenazaban su propia unidad, no apeló a la autoridad humana. No apeló a Roma, ni a uno de los apóstoles, ni a ningún tribunal humano superior. La apelación en Hechos 15 fue a «las palabras de los profetas» que se dice que «concuerdan» respecto a que Dios ha aceptado a los gentiles en una iglesia visible sobre el mismo fundamento de la gracia como a los judíos (vv. 12 al 18).
Treinta y tres veces los escritores del Nuevo Testamento dicen: «como está escrito». En Romanos 1:17 encontramos una ilustración muy importante respecto a la doctrina de la justificación por la fe solamente, donde leemos: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Romanos 1: 1 7). Aquí Pablo fundamenta su doctrina de la justificación por la fe en las palabras del profeta Habacuc. En otras palabras, la fe solamente se fundamenta en la Escritura solamente. En su carta a los romanos, Pablo apela con frecuencia a la autoridad de las Escrituras (véanse 4:3; 10:11).
Una frase particularmente común que indica el mismo principio se encuentra en Lucas 24:44,47, donde leemos que se escribe acerca de Cristo «en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (v. 44). Cuando Jesús comenzó a enseñar a sus discípulos acerca de todo lo que Él era y todo lo que había hecho para la redención de ellos, «entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras» (v. 45). Y en el versículo 46 les dice: «Así está escrito...». Si leemos el Nuevo Testamento para tratar de encontrar algún pasaje donde Jesús o los apóstoles apelan a la tradición ,los credos, los concilios, o la autoridad eclesial, lo buscaremos en vano. En realidad, las Escrituras condenan varias veces esa clase de apelamiento (véanse Isaías 29:13; Mateo 15:1,9; y Colosenses 2:8).
En el siglo XVI, la autoridad de las Escrituras se había debilitado por exaltar las tradiciones humanas a un nivel por encima de la Palabra de Dios. El mismo problema existe en miríadas de formas en la escena de la iglesia actual. El principio formativo del movimiento reformista, y la diferencia principal que obviamente existe todavía entre evangélicos y católicos en la actualidad, es la Escritura solamente. Esto es verdad porque las Escrituras por sí solas, y las Escrituras solamente, hablan directamente con autoridad y poder al pueblo de Dios. Por eso es que, si el lector es protestante o católico, cristiano o no cristiano, el Espíritu de Dios habla poderosamente a su vida cuando lee la Palabra de Dios en fe, la estudia con un grupo de estudio bíblico en su casa, o escucha que la predican con efectividad.
Un famoso pastor del siglo pasado, cuando le preguntaron si debía defender la Biblia, dijo: «¿Defender la Biblia? Pero, si la Biblia es un león. Preferiría soltada, porque puede defenderse por sí sola!» Las Escrituras solamente todavía nos dicen hoy: «i Suelten al león! Es la verdadera autoridad, y será el instrumento que el Espíritu Santo usará para traer a la gente al conocimiento de la verdadera fe y práctica en la santidad».
Del libro: “Un escrutinio de Roma”. John H. Armstrong. Ed Portavoz. Pgs. 125 a 134
A lo largo de todo esto mi suposición ha sido que la fe evangélica en Cristo está de acuerdo con la enseñanza de las Escrituras. En una palabra, es ortodoxa. En este capítulo final trataré de mostrar por qué la religión evangélica, bíblica, histórica y verdadera es fiel a los principios de las Escrituras y, como resultado, por qué los evangélicos, como protestantes confesionales, todavía deben mantenerse fuera de la Iglesia de Roma.
Si hemos de permanecer fieles a las Escrituras y al Señor Jesucristo, debemos contender «ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos» (Judas 3). Si no vamos a estar firmes donde la iglesia antes estuvo firme valientemente, y si no vamos a defender adecuadamente la fe, finalmente traicionaremos nuestro tesoro más grande: la autoridad de la Palabra de Dios. No estoy sugiriendo que lo haríamos intencionalmente. Pero si no hablamos con la voz más clara posible donde la fe está sufriendo ataques, vamos a huir de la batalla y finalmente vamos a perder el patrimonio que nos han legado los fieles maestros del pasado.
Si perdemos nuestro dominio de las Escrituras, también perderemos nuestro dominio del evangelio. El mensaje del evangelio es nuestro poder. Nos define como los que afirmamos el evangelio mismo. Esto significa que creemos que la gente puede estar bien con Dios mediante Cristo solamente, por la gracia solamente, mediante la fe solamente. Si no logramos comprender y enseñar estas verdades reformacionales, corremos el riesgo de perder más de lo que cualquiera de nosotros se imagina.
Estos grandes principios estaban en el centro del debate de la Reforma en el siglo XVI, y todavía deben estar en el centro de la fe y práctica evangélica consecuente. Deben recuperarse una vez más, y no sólo por los eruditos. Un ejército de creyentes necesita escudriñar las Escrituras de nuevo y entender que estas son grandiosas verdades bíblicas. Son dignas de defenderse. Son dignas de enseñarse a nuestros hijos. La desunidad y confusión actuales sólo revelan nuestra gran pérdida. Nos hemos alejado mucho de la verdad, y como resultado estamos navegando en aguas inciertas y difíciles.
CUATRO SOLAS QUE SE DISTINGUEN
Como lo vimos en el capítulo 3, la Reforma Protestante de hace casi quinientos años fue fundamentalmente sobre teología. No fue sólo un movimiento para limpiar a la iglesia de prácticas abusivas como la venta de indulgencias. Tampoco fue sobre afirmaciones del poder espiritual relacionadas con las reliquias y visitas a santuarios. En este capítulo queremos entender cuáles eran los principales intereses teológicos de los reformistas y por qué insistieron en que estos intereses encuadraban claramente sus posiciones teológicas.
Debido a que el latín todavía era el idioma académico del siglo XVI, los argumentos de los reformistas a menudo estaban encuadrados en ese antiguo idioma. Por eso uno oye lemas insólitos como sola gratia y sola FIDE. Exactamente, ¿cuáles eran las cuatro solas, y qué quiere decir cada una de ellas?
1. Sola gratia. Esta expresión se refiere a gracia solamente, o, literalmente, solamente por gracia. Dicho simplemente, la actividad salvífica de Dios está fuera del pecador humano. Se enfoca en la persona de Jesucristo, y el único fundamento de su obra salvífica es la gracia. La gracia más nada salva al pecador. La gracia que salva es dada solamente debido a la iniciativa tomada por Dios, puesto que las personas no tienen nada que pudiera hacer que Dios salve a rebeldes indignos.
2. Solus Christus. La obra y muerte de Cristo a nuestro favor es la única base de nuestra aceptación y continua comunión con Dios. Aun nuestra relación con Dios debe centrarse en Cristo. El ministerio del Espíritu Santo es principalmente glorificar a Cristo y hacerlo conocer. Cristo es el principio y fin de la fe cristiana y la experiencia cristiana.
3. Sola fide. El don de fe y arrepentimiento que el Espíritu Santo otorga al pecador viene mediante el oír un mensaje evangélico histórico y objetivo que se recibe mediante la fe solamente. Esto significa que la vida y muerte de Cristo como nuestro substituto es imputada a nosotros como justificación para que tengamos vida eterna. El pecador justificado recibe el Espíritu Santo mediante la fe en el evangelio, y el justificado se gloría sólo en la cruz de Cristo, haciendo que la acción salvífica de Dios en Cristo sea la afirmación central de su testimonio cristiano. Se cuidará de obedecer a Dios y agradarle en todas las cosas reveladas en las Escrituras mediante el continuo arrepentimiento. Pero su gloria nunca será en los débiles esfuerzos de su propia vida ni en la presencia del Espíritu dentro de él. El Espíritu que mora en él lo guiará a que mire hacia afuera, a Cristo, en todas las cosas.
4. Sola Scriptura. La Biblia y sólo la Biblia es la regla (canon) infalible del cristiano. Ella solamente es suficiente para establecer al creyente en la verdad, y ella solamente determinará lo que debe creer como verdad y lo que debe rechazar. Es eficaz para lograr la obra del Espíritu en guiamos a toda justicia. Su mensaje central, es decir, la salvación en Cristo, es claro para todos los que quieran verlo cuando se acercan a ella en fe. Ningún credo, concilio, o líderes humanos pueden actuar adecuadamente en asuntos de fe y práctica excepto que lo hacen bajo la autoridad final de las Escrituras escritas.
Estos, en forma simple, son los cuatro pilares teológicos de la Reforma Protestante. Mucho puede decirse y debería decirse, pero que el lector entienda que es por estas grandes verdades que actualmente contendemos cuando insistimos en la simple lealtad a la Palabra de Dios.
GRACIA SOLAMENTE
Martín Lutero no descubrió de nuevo la teología de la gracia. Lo que descubrió fueron los textos de Pablo con respecto al verdadero significado de ellos. Y los teólogos protestantes desde Lutero no han fabricado un «hombre de paja» con el fin de continuar el debate. El entendimiento apropiado de la gracia finalmente está en el corazón de todo error teológico con respecto a la naturaleza de la salvación. O tenemos una religión que salva solamente en base a la gracia de Dios, o tenemos una religión en la que compartimos en esa salvación. Nuestra parte podrá parecer extremadamente pequeña. Hasta puede ser que nuestra decisión o nuestra voluntad humana hizo una diferencia real. Al final, cualquier sistema de doctrina que atribuye cualquier cosa a los seres humanos en cuanto a la salvación desafía la soberanía de la libre gracia de Dios.
Los teólogos medievales escribieron y hablaron con frecuencia de la gracia. Lo que la gracia significaba para ellos era esto: La gracia era algo que Dios ponía dentro de un ser humano a fin de que pudiera cooperar con Dios, recibiendo así la ayuda divina que necesitaba para ser justificado ante un Dios santo. Aun Agustín, el más grande teólogo de la gracia en la iglesia primitiva, estaba equivocado en este punto crucial, pensando de la gracia como algo que Dios ponía dentro del ser humano.
Como monje agustino bueno y candente, Lutero anhelaba ser aceptable y agradable a Dios. Este problema no era simplemente una conciencia que ha trabajado demasiado. Fervientemente creía que Dios era radicalmente santo. Creía que la ley de Dios era perfecta. Creía que le habían dado gracia en su bautismo y que continuamente le daban gracia en los sacramentos. Hasta creía que debía confiar en Cristo como su Salvador. El problema era simple: Siendo un buen teólogo medieval, creía que si podía aprehender suficiente de la gracia interior del Espíritu en su propia alma, finalmente se volvería justo ante Dios. Pero cuanto más se miraba interiormente, tanto más veía tinieblas y pecado. Se sintió devastado. Todo lo que podía esperar era el juicio de Dios, que con todo derecho lo arrojaría a la perdición.
Los lectores modernos a menudo encuentran que el alma afligida de Lutero es algo perturbador. Simplemente no estamos apercibidos de cuán lejos hemos caído de la ley de Dios. Se nos hace pensar que Dios nos debe algo puesto que en realidad no somos tan malos. Si Dios nos pudiera dar un poquito de ayuda, nosotros podríamos cooperar, y entonces todo estaría bien. Lutero entendía mejor las cosas. Conocía el corazón humano.
Al leer la carta de Pablo a los romanos descubrió que la gracia hace que el pecador esté bien con Dios. Esta gracia era totalmente diferente al de una dotación interior. Pablo declara que los pecadores son «justificados gratuitamente por su gracia» (3:24) y añade: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley» (v. 28). Más adelante, dice: «mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (4:5).
Donde Pablo dice en Romanos 3:24 que somos «justificados gratuitamente», algunas versiones dicen: «justificados como un regalo». La palabra «regalo» aquí simplemente significa «sin causa». Dios acepta al pecador totalmente aparte de cualquier cosa dentro de él. La gracia justificadora es la actitud de misericordia y favor de Dios hacia los pecadores perdidos, indignos y rebeldes. La gracia no ha de encontrarse en el corazón de una persona. Está en el corazón de Dios solamente. Aun cuando los verdaderos creyentes reflejan gracia en sus acciones, lo hacen solamente como resultado de esta gracia que está en el corazón de Dios. Esta es la perspectiva de la gracia solamente.
Este es un aspecto que lo distingue a Lutero como el padre del movimiento reformista. Los reformistas que precedieron a Lutero, como Wycliff y Hus, vieron muchas verdades con claridad pero todavía les faltaba esta perspectiva: Gracia significa ser totalmente aceptado por Dios a pesar de ser totalmente inaceptable.
Pero, ¿no significa esto que podemos pecar con descaro y sin consecuencia? Así es precisamente cómo reaccionaron los oponentes de Lutero a su forma de declarar esta gran verdad. Y esta es precisamente la forma en que los críticos de Pablo le respondieron cuando la declaró de esta forma a los romanos. Después de presentar la doctrina de la gracia a lo largo de varios capítulos, Pablo dice: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?» (Romanos 6: 1 ). Su respuesta es una simple construcción griega que literalmente dice: «EN NINGUNA MANERA».
Cuando entendamos de la gracia en forma apropiada, esto suscitará la misma pregunta en nosotros. De lo contrario, todavía no hemos entendido ni predicado la gracia en forma bíblica.
CRISTO SOLAMENTE
Los reformistas se preocupaban de que la gracia podía usarse como una excusa para el pecado. La idea de que la gracia brota de una clase de un Dios benigno y tranquilo que pasa por alto las imperfecciones y fracasos con dulce benevolencia, era desconocida a los teólogos de la reforma. Por ejemplo, para Lutero Dios era un Ser majestuoso que odiaba el pecado y era terrible en santidad. Podía echar el cuerpo y el alma en el infierno. Por lo tanto, la gracia no era un acto en el que Dios pasaba por alto el pecado y no hacía caso respondiendo a una simple bondad de su parte. Lutero escribió:
Si este punto de vista fuera cierto, todo el Nuevo Testamento sería realmente vano y fútil, y Cristo habría obrado en forma necia e inútilmente al sufrir por el pecado. Dios mismo habría practicado malabarismo y farsa sin necesidad alguna, porque bien podría haber perdonado y no imputado pecados sin el sufrimiento de Cristo.
Aunque de pura gracia Dios no nos imputa nuestros pecados, sin embargo no quiso hacer esto hasta que se hubo hecho satisfacción completa y amplia de su ley y su justicia.... Dios ordenó para nosotros, en nuestro lugar, a Uno que tomó sobre sí mismo todo el castigo que nosotros merecíamos y cumplió la ley por nosotros; por lo tanto él previno el juicio de Dios sobre nosotros y calmó su ira. La gracia …... fue comprada con un tesoro incalculable e infinito: el Hijo de Dios mismo. Por lo tanto, es ...... imposible obtener gracia excepto mediante Él solamente (Plass, 2:709).
Como el apóstol escribiera: «Pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» Juan 1 :17). Pablo establece esta verdad ante nosotros cuando dice que somos justificados, no sólo por su gracia, sino «en su sangre» (Romanos 5:9).
Uno de los principales puntos de vista que pueden establecerse acerca de la vida y muerte de Cristo como la sola base para nuestra salvación, es que dicho punto de vista toma en serio la ley y la justicia de Dios. Nadie podría ser justificado a menos que la ley se cumpliera a la perfección. La muerte de Cristo sostuvo la inviolabilidad de la ley. Magnificó plenamente la justicia de Dios. La ley debía respetarse para que nosotros fuésemos salvados justamente. Cristo la respetó plenamente y pagó totalmente por todo lo que ella demanda de los que la violan. Cristo redime sólo mediante la fe en sí mismo.
Es precisamente aquí que la peligrosa tendencia al antinomianismo («contra la ley») puede controlarse adecuadamente en la experiencia de los verdaderos creyentes. Hemos acudido a Cristo solamente. En Él somos redimidos, y por Él somos mantenidos en la gracia por el Espíritu Santo. La fe no se inclina hacia el pecado como una forma de vida precisamente porque Cristo se ha vuelto nuestra vida.
FE SOLAMENTE
A pesar de que la justificación y la reconciliación son solamente por gracia exclusivamente y mediante Cristo solamente, no todos los pecadores son justificados y redimidos. Sólo los que toman seriamente las advertencias del Salvador y acuden a El serán salvos.
Lutero afirmó bien esto cuando escribió: «Aunque la obra de redención misma se ha realizado, todavía no puede ayudar y beneficiar a un hombre a menos que crea en ella y experimente su poder salvífico en su corazón» (Plass, 2:706). Si «el hombre es justificado por fe» (Romanos 3:28), dos cosas muy importantes deben notarse acerca de la fe que lleva al pecador creyente a la Gracia.
Primero, la fe no es magia. No hay virtud salvífica en la fe misma. La fe no hace que uno tenga una relación correcta con Dios sino que recibe el don que hace que las cosas estén bien con Dios. No hace que la gracia se origine y exista, se hace consciente (por el Espíritu Santo) de algo que ya está allí. Como lo dijo alguien, es como si abriéramos los ojos para ver el sol que siempre estaba allí antes de que lo viéramos. El abrir nuestros ojos no hace que el sol brille. Creer no lo hace a uno un cristiano como por magia.
Segundo, la fe no es un atributo del corazón humano natural. Es un don que Dios nos da. Nos da este don mediante la predicación del evangelio y por la obra del Espíritu Santo.
Debemos entender lo que la fe es si es que hemos de comprender este principio fundamental. Según la Biblia, la fe es un sustantivo que corresponde al verbo «creer». La fe es el término bíblico que se usa consecuentemente para explicar la relación a la que el evangelio llama a la gente: una relación pactante de confianza en Dios mediante Cristo. La fe involucra la creencia correcta acerca de Dios. Por lo tanto, la ortodoxia es una parte de la verdadera fe (véanse Gálatas 1:8,9; 2 Tesalonicenses 2:13; TIto 1:1; y 1 Pedro 1:22).
Además, la fe descansa en el testimonio divino. El teólogo James J. Packer escribió: «La Biblia ve las convicciones de la fe como certezas y las ecualiza con conocimiento (1 Juan 3:2; 5:18,20, etc.), no porque ellas surjan de una experiencia mística que supuestamente se autentifica a sí misma, sino porque descansa en el testimonio de un Dios que "no miente"» (TIto 1:2) y, por lo tanto, es totalmente digno de confianza» (Harrison, 209). Pero la fe que realmente descansa en Cristo solamente y la gracia de Dios solamente es un don sobrenatural. El pecado y Satanás nos han cegado. No podemos «ver» a menos que Dios nos dé luz (Juan 3:3; 1 Corintios 2:14; 2 Corintios 4:4; Efesios 4:18), y no podemos «venir» a confiar en Cristo hasta que el Espíritu Santo haya obrado dentro de nosotros, / dándonos la vista así como el deseo y la voluntad de venir a El.
Debemos afirmar simplemente que la fe no es lo que salva. En la actualidad hay muchísimos evangélicos que en forma descuidada o necia no comprenden este punto cuando dicen: «¡Usted se salva por fe!» Es importantísimo que declaremos esto como lo dice Pablo: «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios...» (Efesios 2:8). Sírvase notar cuidadosamente las preposiciones: «por» gracia y «por medio» de la fe.
La fe es descansar, confiar, aferrarse y esperar. Es aceptar las promesas de Dios por lo que realmente significan. Con respecto a la justificación es aceptar la declaración de Dios en sentido literal: «...mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia» (Romanos 4:5). La fe actual en Cristo asegura la actual «vida eterna» en plena comunión con Dios el Padre mediante Cristo solamente (Juan 5:24; 17:3).
Esta doctrina de la justificación mediante la fe es una ofensa a muchos. Perturba a los orgullosos. Desafía directamente a la persona «buena, limpia, justa» que apoya fielmente a la iglesia. Ofende a la persona que considera que su experiencia de Dios es adecuada para la salvación. Molesta a la gente victoriosa que a menudo habla de sus éxtasis del Espíritu y visiones de lo sobrenatural. Pero a todos los que han luchado poderosamente con la ley de Dios y su carácter santo, y han visto su propia injusticia, esta es la única esperanza que tienen: un Dios misericordioso, bueno, benigno, que les otorga justificación solamente en base a la fe. Esto se basa en la justicia de Cristo solamente por gracia solamente. ¡Aleluya! ¡Qué Salvador extraordinario!
ESCRITURA SOLAMENTE
La seguridad de que Dios ha hablado en el pasado y de que todavía hablaba mediante las Escrituras le dio a los reformistas protestantes un coraje increíble para hacer frente a los graves errores que vieron en la iglesia medieval. Como lo dijo Lutero casi al final de su vida, al referirse a la Reforma: «¡ La Palabra lo hizo todo! »
El grito de batalla de la reforma era «¡La Escritura solamente!» Esta verdad plasmó toda la causa de la Reforma. Sostuvo la recuperación, e impulsó hacia adelante toda entrada de luz divina que traía avivamiento. Ella hará lo mismo en su vida y las vidas de la hermandad de su 'iglesia si se recupera realmente el mismo principio en la actualidad.
¿Qué fue lo que hizo a este principio tan poderoso, y exactamente qué se quiere decir con «Escritura solamente» ? La Iglesia Católica Romana había creído, aún en la víspera de la Reforma, en una Biblia infalible. Aceptaba los mismos textos que los reformistas, al menos hasta después de la Reforma (los libros apócrifos se añadieron después que comenzó la Reforma). ¿Qué era nuevo acerca de la «Escritura solamente» de los reformistas?
El nuevo elemento que los reformistas trajeron a la iglesia de su época era la convicción de que la Escritura se interpreta y puede interpretarse a sí misma a los fieles desde su interior: la Escritura es su propio intérprete. El cristiano no necesita de papas ni concilios que le expliquen lo que las Escrituras realmente significan. Las Escrituras tienen dentro de sí misma su propia autoridad que la autentifica. Además, las Escrituras realmente están por encima de los pronunciamientos papales o conciliares, mostrándoles que son inexactos cuando están en contra de la Palabra escrita. Las Escrituras era la única fuente y el único juez de lo que la iglesia había dicho y debe decir en cualquier época. Si queremos hablar con la autoridad del Señor, debemos hablar según las Escrituras.
En el siglo XVI la autoridad de las Escrituras se había debilitado prácticamente en numerosas maneras. Habían exaltado las tradiciones humanas, y la idea era de que las verdades de la Escritura eran comunicadas a la gente común por la mediación de los papas, los concilios y los sacerdotes. Al declarar sus grandes principios, los reformistas estaban exponiendo la idea de que Dios habla a su pueblo directa, final, y eficazmente y con autoridad mediante su Palabra escrita.
Demasiadas evangélicos acuden a lo que dice su maestro favorito o al libro más popular que un amigo les ha dado. No escudriñan las Escrituras como los creyentes de Berea en los días del Nuevo Testamento. Nosotros hasta añadimos nuestro conjunto especial de reglas y rituales culturales y religiosas, incluyendo una lista que está hecha a medida para cada zona especial del país. Lo que necesitamos es una gran recuperación de Escritura solamente.
¿Quisieron decir, los reformistas del siglo XVI, que la Biblia era la única autoridad de ellos? Absolutamente no. Apelaron a la historia, la ciencia, la lógica, los padres de la iglesia, los concilios, los credos, las confesiones y los estudios cuidadosos del griego y el hebreo. Pero lo que quisieron decir era que hay sólo una autoridad fundamental y final: la Biblia solamente.
Cuando la iglesia primitiva convocó su primer concilio para decidir sobre asuntos que amenazaban su propia unidad, no apeló a la autoridad humana. No apeló a Roma, ni a uno de los apóstoles, ni a ningún tribunal humano superior. La apelación en Hechos 15 fue a «las palabras de los profetas» que se dice que «concuerdan» respecto a que Dios ha aceptado a los gentiles en una iglesia visible sobre el mismo fundamento de la gracia como a los judíos (vv. 12 al 18).
Treinta y tres veces los escritores del Nuevo Testamento dicen: «como está escrito». En Romanos 1:17 encontramos una ilustración muy importante respecto a la doctrina de la justificación por la fe solamente, donde leemos: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá» (Romanos 1: 1 7). Aquí Pablo fundamenta su doctrina de la justificación por la fe en las palabras del profeta Habacuc. En otras palabras, la fe solamente se fundamenta en la Escritura solamente. En su carta a los romanos, Pablo apela con frecuencia a la autoridad de las Escrituras (véanse 4:3; 10:11).
Una frase particularmente común que indica el mismo principio se encuentra en Lucas 24:44,47, donde leemos que se escribe acerca de Cristo «en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (v. 44). Cuando Jesús comenzó a enseñar a sus discípulos acerca de todo lo que Él era y todo lo que había hecho para la redención de ellos, «entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras» (v. 45). Y en el versículo 46 les dice: «Así está escrito...». Si leemos el Nuevo Testamento para tratar de encontrar algún pasaje donde Jesús o los apóstoles apelan a la tradición ,los credos, los concilios, o la autoridad eclesial, lo buscaremos en vano. En realidad, las Escrituras condenan varias veces esa clase de apelamiento (véanse Isaías 29:13; Mateo 15:1,9; y Colosenses 2:8).
En el siglo XVI, la autoridad de las Escrituras se había debilitado por exaltar las tradiciones humanas a un nivel por encima de la Palabra de Dios. El mismo problema existe en miríadas de formas en la escena de la iglesia actual. El principio formativo del movimiento reformista, y la diferencia principal que obviamente existe todavía entre evangélicos y católicos en la actualidad, es la Escritura solamente. Esto es verdad porque las Escrituras por sí solas, y las Escrituras solamente, hablan directamente con autoridad y poder al pueblo de Dios. Por eso es que, si el lector es protestante o católico, cristiano o no cristiano, el Espíritu de Dios habla poderosamente a su vida cuando lee la Palabra de Dios en fe, la estudia con un grupo de estudio bíblico en su casa, o escucha que la predican con efectividad.
Un famoso pastor del siglo pasado, cuando le preguntaron si debía defender la Biblia, dijo: «¿Defender la Biblia? Pero, si la Biblia es un león. Preferiría soltada, porque puede defenderse por sí sola!» Las Escrituras solamente todavía nos dicen hoy: «i Suelten al león! Es la verdadera autoridad, y será el instrumento que el Espíritu Santo usará para traer a la gente al conocimiento de la verdadera fe y práctica en la santidad».
Del libro: “Un escrutinio de Roma”. John H. Armstrong. Ed Portavoz. Pgs. 125 a 134