Cuanto más de cerca lo miramos, más exaltada vemos la altura de esta confesión. Pensamos en ella como un avance de Pedro sobre el pasado; pensamos en ella en su contraste recordado con el último reto de los fariseos, y el que tan pronto cayera en el peligro de su levadura. Y pensamos en ella, también, en la distancia casi inconmensurable desde la opinión apreciativa de los mejor dispuestos entre la gente. En las palabras de esta confesión Pedro había alcanzado conscientemente el terreno firme del reconocimiento mesiánico. Todo lo demás queda implicado en esto y se seguiría de esto. Es la primera confesión real de la Iglesia. Podemos entender que siguiera a la oración a solas de Cristo (Lucas 9:18); apenas podemos dudarlo, por esta misma revelación por parte del Padre, que El gozosamente reconoció después en las palabras de Pedro.
La respuesta del Salvador sólo la registra Mateo. Su omisión por Marcos podría explicarse a base de que Pedro mismo era el que daba la información. Pero su ausencia en Marcos y también en el Evangelio de Lucas8 demuestra (como hace notar Beza) que nunca podía haber habido intención de que fuera el fundamento de una
doctrina tan importante como la de la supremacía permanente de Pedro. Pero incluso si fuera así, no podría seguirse que esta supremacía pasaría a los sucesores de Pedro, ni que el Papa de Roma fuera el sucesor de Pedro; ni hay evidencia sólida aun de que Pedro fuera nunca el obispo de Roma. Las inferencias dogmáticas de cierta interpretación de las palabras de Cristo a Pedro son, pues, totalmente insostenibles, y podemos, sin temor a parcialidad, examinar su contenido. Toda la forma aquí es- hebraísta. El «Bienaventurado eres» es en espíritu. y forma judaico; la designación «Simon bar Jona» demuestra que el Señor hablaba en arameo. Realmente un Mesías judío respondiendo, en la hora de su reconocimiento mesiánico, en griego a un judío que le confesaba sería por completo incongruente. Finalmente, la expresión «carne y sangre», como contrastada con Dios, no sólo ocurre en el Apócrifo de estricta paternidad judaica, «La Sabiduría del Hijo de Sirac» (Ecclesiásticus xiv. 18; xvii. 31) y en las cartas de Pablo (l.a Corintios 15:50; Gálatas 1: 16; Efesios 6: 12), sino en casi innumerables pasajes de escritos judaicos, denotando al hombre en contraste con Dios; mientras que la revelación de una verdad así por «el Padre que está en los cielos» representa no sólo la enseñanza del Antiguo Testamento y del Nuevo, sino que va revestida del lenguaje familiar a los oídos judíos
No menos judías en su forma son las palabras siguientes de Cristo: «Tú eres Pedro {Petros}, y sobre esta roca {Petra} edificaré mi Iglesia.» Notamos en el original el cambio del masculino, «Pedro» (Petros), al femenino, «Petra» «<Roca»), lo cual se ve que es más significativo, porque Petros es usado en griego para «piedra», y también para «roca», mientras que Petra siempre es «roca». El cambio de género, pues, ha de tener un objetivo definido, que a continuación explicaremos con más detalle. Entretanto, recordemos que, cuando Pedro fue primero a Cristo, el Señor le había dicho: «Tú serás llamado Cefas, que es, interpretándolo, Pedro» (Petros, una piedra, o bien una roca) (Juan 1 :42); la palabra aramea Kepha significa, como Pedro, tanto «piedra» como «roca». Pero tanto el griego Petros como Petra han pasado al lenguaje rabínico (como ya hemos indicado). Así, el nombre Pedro, o, mejor, Petros, es judío, y ocurre, por ejemplo, como el del padre de un cierto rabino (José bar Petros) (Pesiqta, ed. Buber, p. 158 a, línea 8 desde la base). Cuando el Señor dio a Simón, el nombre Cefas, proféticamente es posible que con este término El diera sólo una interpretación profética a lo que había sido su nombre previo de Pedro Esto parece más probable, puesto que, como hemos visto previamente, la práctica en Galilea era tener dos nombres (ver caps. XV y XVII sobre Mateo-Leví), especialmente cuando el nombre estrictamente judío, como Simón, no tenía equivalente entre los gentiles. De nuevo, el nombre griego Petra -Roca- «<sobre esta Petra [Roca] edificaré mi Iglesia») era usado en el mismo sentido en el lenguaje rabínico. Ocurre dos veces en un pasaje, lo cual ilustra tan plenamente el uso judaico, no sólo de la palabra, sino de toda la figura, que merece un lugar aquí. En conformidad con las ideas judaicas, el mundo no pudo haber sido creado, a menos que descansara, por así decido, sobre algún fundamento sólido de piedad y aceptación de la Ley de Dios; en otras palabras, requería un fundamento moral, antes de recibido físico. El Rabinismo, aquí, contrasta el mundo gentil con Israel. Según el comentario, es como si un rey fuera a edificar una ciudad. Se prueba un sitio y otro para dar con un fundamento, pero al cavar siempre encuentran agua. Al fin dan con una Roca (Petra). Así, cuando Dios iba a edificar su mundo, no podía levantado sobre la generación de Enoc, ni la del, diluvio, que llevaron la destrucción al mundo, sino que «cuando El contempló que Abraham se levantaría en el futuro, -dijo: He aquí he hallado una Roca (Petra) para edificado, y fundar al mundo», de donde Abraham es llamado una Roca (Tsur), como se dice (Isaías 51:1): «Mirad a la piedra de donde fuisteis cortados» (Yalkut sobre Números 23:9, vol. i., p. 243, b, 6 últimas líneas, y e, primeras tres líneas). El paralelo entre Abraham y Pedro podría llevarse más adelante. Si del hecho de haber entendido mal la promesa del Señor a Pedro la leyenda cristiana posterior ha presentado al apóstol como sentado a la puerta del cielo, la leyenda judía presenta a Abraham sentado a la puerta de la Gehena, a fin -de impedir que todo aquel que tiene el sello de la circuncisión caiga en el abismo (Erub 19 a; Ber. R. 48).11 Para completar este bosquejo, en la curiosa leyenda judaica sobre el apóstol Pedro, que se presenta en el Apéndice de este libro (n.o XVIII), el apóstol Pedro siempre es designado como Simon Kepha , habiendo, sin embargo, cierta reminiscencia de significado adherida a su nombre en la afirmación que se hace de que después de su muerte edificaron una iglesia y una torre, y la llamaron Pedro, que es el nombre usado para piedra, porque él estuvo sobre una piedra hasta su muerte.
Pero volvamos atrás. Creyendo que Jesús habló a Pedro en aramaico, podemos entender que las palabras Petros y Petra fueran usadas a propósito por Cristo para indicar la diferencia que su uso escogido sugeriría. Quizá podría ser expresado en esta paráfrasis algo torpe: «Tú eres Pedro (Petros) -una piedra o roca- y sobre esta Petra -la roca, lo petrino- fundaré mi Iglesia.» Si, por tanto, no queremos limitar enteramente la referencia a las palabras de la confesión de Pedro, podríamos ciertamente aplicadas a lo que había de petrino en Pedro: la fe dada por el cielo que se manifestó en su confesión.13 Y podemos entender más aún el que, tal como los contemporáneos de Cristo pueden haber considerado el mundo como edificago sobre la roca del fiel Abraham, también Cristo prometiera que El edificaría su Iglesia sobre lo petrino en Pedro: sobre su fe y confesión. Y tampoco el término «Iglesia» debía sonar extraño a los oídos judíos. La misma palabra griega como el equivalente de la hebrea Qahal, «convocación», «los llamados», ocurre en la traducción Septuaginta del Antiguo Testamento y en el «Libro de la Sabiduría del Hijo de Sirac» (Ecclesiásticus xxiv. 2), Y era, al parecer, de uso familiar en aquel tiempo (comp. Hechos 7:38, y aun Mateo 18:17). En el uso hebreo se refería a Israel, no en su unidad nacional, sino religiosa. Tal como se emplea aquí, transmitiría la profecía de que sus discípulos en el futuro se congregarían en una unidad religiosa; que esta unidad religiosa o «Iglesia» sería un edificio en que Cristo era el Constructor, y que sería fundada sobre lo «petrino» de la fe y confesión enseñada por el cielo; y que esta unidad religiosa, esta Iglesia, no iba a ser algo ordenado para el tiempo, como una escuela de pensamiento, sino que duraría más allá de la muerte y el estado desencarnado: que, tanto por lo que se refería a Cristo como a su Iglesia, <das puertas del Hades» 15 no prevalecerían contra ella.
Si consideramos a «la Iglesia» como fundada sobre «petrino» no vemos una variación, sino que lleva más adelante a la misma metáfora: el que Cristo prometió darle al que había hablado como representante de los apóstoles «<1os mayordomos de los misterios de Dios») <das llaves del Reino de los Cielos». Porque así como la unidad religiosa de los discípulos, o sea, la Iglesia, representaba «el gobierno regio del cielo», así también, figurativamente, la entrada por las puertas de este edificio, la sumisión al gobierno de Dios, a este Reino del cual Cristo era el Rey. Y recordamos que, de modo especial, esta promesa le fue cumplida a Pedro. Tal como había sido el primero en la confesión de la Iglesia, también lo fue en el privilegio de abrir las puertas hasta ahora cerradas a los gentiles, cuando Dios le escogió para que, por su boca, los gentiles oyeran por primera vez las palabras del Evangelio (Hechos 15:7) y por orden suya fueran bautizados (Hechos 10:48).
Si hasta aquí ha aparecido que lo que Cristo dijo a Pedro, aunque trascendiendo infinitamente las ideas judaicas, era, con todo, en su expresión y aun molde del pensamiento, algo que podía ser del todo inteligible a las mentes judías, es más, que les era familiar y, como por pasos bien marcados, habían podido ir ascendiendo al Santuario más elevado, las palabras difíciles con que nuestro Señor conduyó deben ser leídas bajo la misma luz. Porque, sin duda, al interpretar este dicho de Cristo a Pedro, nuestra primera pregunta ha de ser: ¿qué es lo que transmitiría a la persona a la cual se dirigía la promesa? Y aquí recordamos que no hay otros términos de uso más constante en la Ley del Canon Rabínico que estos «atar» y «soltar». Las palabras son una traducción literal de los equivalentes hebreos Asar , que significa «atar» en el sentido de prohibir, y Hittir , que significa «soltar» en el sentido de permitir. Para este último sentido se usaba también el término Shera o Sheri .
. Pero esta expresión, tanto en dicción targúmica como talmúdica, no es meramente el equivalente de permitir, sino que pasa al de remitir o perdonar. Por otra parte, «atar» y «soltar» se refieren simplemente a cosas o actos que, «se permiten» o se prohíben, declarándolos legítimos o ilegítimos. Este era uno de los poderes reclamados por los rabinos. Por lo que se refiere a sus leyes (no decisiones referentes a cosas o actos), era un principio que mientras en las Escrituras había algunas que ataban y algunas que soltaban, todas las leyes de los rabinos se referían a «atar» (Jer. Ber. 3 b; JeL Meg. 71 a; JeL Sanh. 30 a). Si esto, pues, representaba el aspecto o poder legislativo, otra pretensión de los rabinos era el declarar «libres», o bien «debidos», esto es, «culpables» (Patur o Chayyabh), lo cual expresaba su pretensión al poder judicial. Por medio de los primeros «ataban» o «soltaban» actos o cosas; por lo segundo eran «remitidos» o «retenidos», declarando a una persona libre de castigo o sometida a él, a la compensación o al sacrificio. Estos dos poderes -el legislativo y el judicial-, que pertenecían al oficio rabínico, Cristo ahora los transfiere, no ya en su pretensión, sino en su realidad, a sus apóstoles: el primero, aquí, a Pedro como representante de ellos; el segundo, después de su resurrección, a la Iglesia (Juan 20:23).
Sobre el segundo de estos poderes no vamos a hablar ahora. El de «atar» y «soltar» incluía todas las funciones legislativas de la nueva Iglesia. Y era una realidad. Según el modo de ver de los rabinos, el cielo era como la tierra, y las cuestiones eran discutidas y resueltas por un Sanedrín celestial. Ahora bien, por lo que se refería a algunos de sus decretos terrenales, acostumbraban a decir que «el Sanedrín de arriba» había confirmado lo que había hecho «el Sanedrín de abajo». Pero las palabras de Cristo, como evitaban el necio engreimiento de sus contemporáneos, no dejaron duda alguna, sino que transmitían la seguridad de que gracias a la guía del Espíritu Santo todo lo que ataran o soltaran en la tierra sería atado o soltado en el cielo.