¿ESTAN OBSOLETOS LOS MANDAMIENTOS?
COMO ENTENDEMOS EL CUARTO MANDAMIENTO.
HONRARAS A TU PADRE Y A TU MADRE
Me viene a la memoria aquella hermosa lección que nos regaló Javier, en una charla a la que asistí para ampliar conocimientos sobre el Nuevo Testamento.
Recuerdo que debido al reciente fallecimiento de sus padres en un accidente de tráfico que puso fin a una vida llena de ilusiones y proyectos inacabados, decidió centrarla hablando sobre el cuarto Mandamiento. Tal vez como un homenaje póstumo a la reciente pérdida de sus seres queridos.
Ahogando su pena, el joven teólogo, nos comentaba que ahora más que nunca se acordaba y pensaba en ellos. Se lamentaba con la tristeza natural del momento emocional, de no haber tenido el tiempo suficiente, dado su juventud, para demostrarles todo el amor que sentía hacia ellos.
Se consideraba un hijo muy mimado por Dios ya que le concedió el haber nacido en el entorno de una familia de creyentes.
Mis padres nos relataba Javier, eran pobres muy pobres, pero inmensamente felices. Por ello su muerte me produce una gran serenidad cuando entiendo que morir es empezar a vivir para de este modo encontrarse con el Padre recordando las palabras del mismo Jesús “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi no morirá para siempre”.
Por lo tanto estoy convencido de que mis padres en la Vida Eterna seguirán siendo tremendamente felices.
Por todo ello, este cuarto Mandamiento fundamentalmente nos obliga honrar a los padres por el simple hecho de que Dios así lo manda y además porque son dignos merecedores de ello. Y para ese fin nos recordó diversos pasajes de la Biblia.
El Eclesiástico libro hebreo escrito dos siglos antes de Cristo y traducido al griego por un hijo del judío Sirá nos dice: “Honrarás y servirás a tu padre y a tu madre que te dieron la vida, teniendo en cuenta que la gloria de un hombre nace de la fama de su padre y es una deshonra para los hijos, despreciar a su madre. Por ello, quien injuría a Dios es el que abandona a su padre. Y es maldito del Señor quien ofende a su madre”.
De igual forma Marcos (7, 10-13) nos advierte que no hemos de actuar como los fariseos cuando tratan de tentar a Jesús afirmando que un hombre puede decirle a su padre o a su madre “No puedo ayudarte porque todo lo que tengo lo consagré a Dios”.
Hipócrita postura la de los fariseos que intentan anular un mandado de Dios al imponer una tradición que por buena que sea, es cosa de hombres que son incapaces de creer y de amar, aludiendo un fé auténtica.
Lo importante nos decía Javier para intentar cumplir con este cuarto Mandamiento, sería recordar a San Agustín cuando comentaba que a los padres habría que darles “amor, sin medida”. Obediencia total y sin límites con una fuerte dosis de comprensión y ternura.
Y por otra parte este Mandamiento también nos invita a recorrer el último tramo de su existencia llevándolos de la mano, cuanto menos, en memoria de aquellos cuidados que en nuestra niñez ellos nos prodigaban.
Finalmente Javier el joven teólogo nos regaló una frase que en cierto modo resumía el espíritu de este cuarto Mandamiento:
“Si sabes amar y respetar a tus padres, no necesitarás creer en Dios, LO VERAS.
COMO ENTENDEMOS EL CUARTO MANDAMIENTO.
HONRARAS A TU PADRE Y A TU MADRE
Me viene a la memoria aquella hermosa lección que nos regaló Javier, en una charla a la que asistí para ampliar conocimientos sobre el Nuevo Testamento.
Recuerdo que debido al reciente fallecimiento de sus padres en un accidente de tráfico que puso fin a una vida llena de ilusiones y proyectos inacabados, decidió centrarla hablando sobre el cuarto Mandamiento. Tal vez como un homenaje póstumo a la reciente pérdida de sus seres queridos.
Ahogando su pena, el joven teólogo, nos comentaba que ahora más que nunca se acordaba y pensaba en ellos. Se lamentaba con la tristeza natural del momento emocional, de no haber tenido el tiempo suficiente, dado su juventud, para demostrarles todo el amor que sentía hacia ellos.
Se consideraba un hijo muy mimado por Dios ya que le concedió el haber nacido en el entorno de una familia de creyentes.
Mis padres nos relataba Javier, eran pobres muy pobres, pero inmensamente felices. Por ello su muerte me produce una gran serenidad cuando entiendo que morir es empezar a vivir para de este modo encontrarse con el Padre recordando las palabras del mismo Jesús “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi no morirá para siempre”.
Por lo tanto estoy convencido de que mis padres en la Vida Eterna seguirán siendo tremendamente felices.
Por todo ello, este cuarto Mandamiento fundamentalmente nos obliga honrar a los padres por el simple hecho de que Dios así lo manda y además porque son dignos merecedores de ello. Y para ese fin nos recordó diversos pasajes de la Biblia.
El Eclesiástico libro hebreo escrito dos siglos antes de Cristo y traducido al griego por un hijo del judío Sirá nos dice: “Honrarás y servirás a tu padre y a tu madre que te dieron la vida, teniendo en cuenta que la gloria de un hombre nace de la fama de su padre y es una deshonra para los hijos, despreciar a su madre. Por ello, quien injuría a Dios es el que abandona a su padre. Y es maldito del Señor quien ofende a su madre”.
De igual forma Marcos (7, 10-13) nos advierte que no hemos de actuar como los fariseos cuando tratan de tentar a Jesús afirmando que un hombre puede decirle a su padre o a su madre “No puedo ayudarte porque todo lo que tengo lo consagré a Dios”.
Hipócrita postura la de los fariseos que intentan anular un mandado de Dios al imponer una tradición que por buena que sea, es cosa de hombres que son incapaces de creer y de amar, aludiendo un fé auténtica.
Lo importante nos decía Javier para intentar cumplir con este cuarto Mandamiento, sería recordar a San Agustín cuando comentaba que a los padres habría que darles “amor, sin medida”. Obediencia total y sin límites con una fuerte dosis de comprensión y ternura.
Y por otra parte este Mandamiento también nos invita a recorrer el último tramo de su existencia llevándolos de la mano, cuanto menos, en memoria de aquellos cuidados que en nuestra niñez ellos nos prodigaban.
Finalmente Javier el joven teólogo nos regaló una frase que en cierto modo resumía el espíritu de este cuarto Mandamiento:
“Si sabes amar y respetar a tus padres, no necesitarás creer en Dios, LO VERAS.