No pocos siervos de Dios (misioneros, predicadores, evangelistas, pastores y maestros) están manifestando sus temores de que la abierta exposición de las Escrituras pueda causar división entre los miembros de sus iglesias.
Ante esta reiterada inquietud, correspondería, antes que nada, preguntarse si es que realmente la congregación está unida y en qué consiste esa unidad que se teme perder o deteriorar.
La unidad cristiana, tal como la entendemos de la Escritura, es un hecho divino y no un logro humano, por más que requiera de nuestra cooperación el mantenerla y mostrarla al mundo.
Esencialmente depende de nuestra unión con Cristo. Todos los que nos mantenemos asidos a la Cabeza (Col.2:19) estamos en perfecta unidad vital con todos los miembros del cuerpo de Cristo,en un mismo Espíritu y teniendo todos la mente de Cristo; lo que nos faculta a estar unánimes y constantes, interesándonos los unos por los otros para nuestra mutua edificación (1Co.12:25; Ro.14:19). Además: “si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros...” (1Jn.1:7). Claro está que esta perfecta unidad constantemente es afectada cuando el pecado hace presa de un miembro que no se convence del mal cometido, por lo que tampoco se arrepiente,
confiesa y aparta del pecado. Pero la eficacia de la sangre de Jesucristo está siempre disponible,así como la intercesión de nuestro Abogado ante el Padre, porque Él es la propiciación por nuestros pecados (1Jn.2:1,2).
Así como debemos procurar mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, la unidad de la fe implica desarrollo y madurez (Ef.4:3, 13) y el ministerio de la Palabra de Dios ayuda a ello. Diversidad de opiniones pueden tolerarse (Romanos 14), pero ellas no debieran jamás sobreponerse a la convicciones y principios escriturales que el Espíritu de Dios revela desde su Palabra a nuestras mentes y corazones. La actitud que en tal sentido favorece a la unidad, es la de llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2Co.10:5). El hablar conforme a las palabras de Dios (1Pe.4:11), escudriñar cada día las Escrituras para ver si estas cosas son así (Hch.17:11) y perseverar en la doctrina de los apóstoles (Hch.2:42) contendiendo ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos (Judas 3), nos lleva a recurrir de continuo a la luz de la Palabra, y a quienes no dijeren conforme a su irrecusable testimonio, es porque no le ha amanecido (Is.8:20).
Existen algunos tipos de unidad que difieren con lo que hemos visto:
a)Unidad en la ignorancia: nadie sabe nada de nada, y cualquier
intento serio de instruir a la congregación es visto como un
atentado a esa monolítica “unidad” en el no saber nada.
b)Unidad caudillesca: como un resabio del papismo, los miembros deben
vivir con un “amén” a flor de labios a cuanto digan quienes llevan
las riendas, sin desentonar jamás.
c)Unidad en la diversidad: loable en su intento de tolerancia; fatal
cuando es un aquelarre de doctrinas y creencias particulares o un sincretismo cercano a la Nueva Era.
¿Nos atreveríamos a acusar al Señor Jesús de divisionista y promotor de divisiones por lo que Él dijo en Lucas 12:49-53? ¿Haríamos lo mismo con la Palabra de Dios por lo dicho en He.4:12?
Preguntamos: ¿Es justo asustar a los hermanos con el ogro de la División siempre que se enseña lo que aún no se sabe? De otro modo ¿cómo aprenderán, crecerán y madurarán? ¿Se justifica que cunda el pánico siempre que la Biblia sea abierta por otras manos que no las propias?
Ricardo.
Ante esta reiterada inquietud, correspondería, antes que nada, preguntarse si es que realmente la congregación está unida y en qué consiste esa unidad que se teme perder o deteriorar.
La unidad cristiana, tal como la entendemos de la Escritura, es un hecho divino y no un logro humano, por más que requiera de nuestra cooperación el mantenerla y mostrarla al mundo.
Esencialmente depende de nuestra unión con Cristo. Todos los que nos mantenemos asidos a la Cabeza (Col.2:19) estamos en perfecta unidad vital con todos los miembros del cuerpo de Cristo,en un mismo Espíritu y teniendo todos la mente de Cristo; lo que nos faculta a estar unánimes y constantes, interesándonos los unos por los otros para nuestra mutua edificación (1Co.12:25; Ro.14:19). Además: “si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros...” (1Jn.1:7). Claro está que esta perfecta unidad constantemente es afectada cuando el pecado hace presa de un miembro que no se convence del mal cometido, por lo que tampoco se arrepiente,
confiesa y aparta del pecado. Pero la eficacia de la sangre de Jesucristo está siempre disponible,así como la intercesión de nuestro Abogado ante el Padre, porque Él es la propiciación por nuestros pecados (1Jn.2:1,2).
Así como debemos procurar mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, la unidad de la fe implica desarrollo y madurez (Ef.4:3, 13) y el ministerio de la Palabra de Dios ayuda a ello. Diversidad de opiniones pueden tolerarse (Romanos 14), pero ellas no debieran jamás sobreponerse a la convicciones y principios escriturales que el Espíritu de Dios revela desde su Palabra a nuestras mentes y corazones. La actitud que en tal sentido favorece a la unidad, es la de llevar “cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2Co.10:5). El hablar conforme a las palabras de Dios (1Pe.4:11), escudriñar cada día las Escrituras para ver si estas cosas son así (Hch.17:11) y perseverar en la doctrina de los apóstoles (Hch.2:42) contendiendo ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos (Judas 3), nos lleva a recurrir de continuo a la luz de la Palabra, y a quienes no dijeren conforme a su irrecusable testimonio, es porque no le ha amanecido (Is.8:20).
Existen algunos tipos de unidad que difieren con lo que hemos visto:
a)Unidad en la ignorancia: nadie sabe nada de nada, y cualquier
intento serio de instruir a la congregación es visto como un
atentado a esa monolítica “unidad” en el no saber nada.
b)Unidad caudillesca: como un resabio del papismo, los miembros deben
vivir con un “amén” a flor de labios a cuanto digan quienes llevan
las riendas, sin desentonar jamás.
c)Unidad en la diversidad: loable en su intento de tolerancia; fatal
cuando es un aquelarre de doctrinas y creencias particulares o un sincretismo cercano a la Nueva Era.
¿Nos atreveríamos a acusar al Señor Jesús de divisionista y promotor de divisiones por lo que Él dijo en Lucas 12:49-53? ¿Haríamos lo mismo con la Palabra de Dios por lo dicho en He.4:12?
Preguntamos: ¿Es justo asustar a los hermanos con el ogro de la División siempre que se enseña lo que aún no se sabe? De otro modo ¿cómo aprenderán, crecerán y madurarán? ¿Se justifica que cunda el pánico siempre que la Biblia sea abierta por otras manos que no las propias?
Ricardo.