JUAN ANTONIO MONROY
Comerciar con la miseria
(el negocio despiadado de las ONG)
Escribo un segundo artículo sobre Sri Lanka para tratar el espinoso tema de las ONG. La comunidad internacional se ha volcado en ayudas a los países afectados por el tsunami . Entre las donaciones de los Gobiernos y lo recolectado por las ONG privadas se calcula que Sri Lanka ha recibido 3.000 millones de dólares. ¿Dónde está ese dinero? ¿Cómo se distribuye? ¿Llega a las víctimas? Las dudas surgen cuando uno visita los llamados campos de acogida, donde viven 400.000 personas que lo perdieron todo y que todavía no tienen nada.
No se debe hablar de corrupción sin aportar pruebas concretas. Pero los indicios son elocuentes. El Gobierno de Sri Lanka ha denunciado abiertamente en medios de comunicación locales la falta de transparencia y la manipulación de los donativos por parte de las ONG. Aportaré datos más adelante. Ahora quiero decir que no es la primera vez que se pone en cuarentena el trabajo de las ONG y la gran diferencia, a veces abrumadora diferencia, entre lo que reciben y lo que invierten en las víctimas de las tragedias.
En un Informe Mundial sobre el Desastre publicado por Cruz Roja en junio 2001 se dice que “parte del dinero destinado a las crisis humanitarias revierte en países ricos o se pierde”. Sigue el Informe: “Una vez que la opinión pública tiene conocimiento de un desastre humanitario, los fondos llegan en masa a las organizaciones internacionales, pero ese dinero no se administra siempre de la forma más eficaz y justa”.
A lo largo de 200 páginas, Cruz Roja denuncia que en “muchos casos el destino de la ayuda corresponde más bien a intereses estratégicos que a preocupaciones humanitarias”. Cita como ejemplo lo ocurrido en las ayudas al Estado indio de Orisa tras el paso de un ciclón en 1999: “Más de una vez, la ayuda fue descargada rápida e indiscriminadamente en las zonas que más interesaban a los medios de comunicación”.
Que el dinero movilizado por las ONG ante una catástrofe “acabe, por una mala gestión, de nuevo en los países ricos es uno de los muchos ejemplos de mal funcionamiento de la ayuda humanitaria”, concluye el Informe Mundial sobre el Desastre.
Tratando concretamente de las ONG españolas, un estudio realizado en enero de 2003 por la Fundación Lealtad, que cuenta con el respaldo del Ministerio de Asuntos Sociales, acusa de que “el control en la utilización y la planificación de actividades son los principios más incumplidos por las ONG españolas”.
El informe insiste en la falta de diversificación de fondos, “así como el control en su utilización, que engloba cuestiones como el destino del dinero o la falta de una estructura financiera equilibrada”.
Entre los principios a cuyo cumplimiento están obligadas las ONG figuran la veracidad de la información que se da al público, la obligación de informar con responsabilidad y transparencia qué entidades están financiando, el destino de los fondos que reciben, desglosados por actividad y la publicación de una Memoria –al menos con periodicidad anual- dando cuenta de las labores realizadas, dónde, cuándo, y qué cantidades invertidas. Termina el estudio de la Fundación Lealtad puntualizando que las mayores partidas presupuestarias de las ONG deben destinarse “a sus objetivos sociales y no al pago de las personas que tienen empleadas”.
El mismo día que el tsunami invadió las costas del sureste asiático las ONG se movilizaron. Multiplicaron los llamamientos, los anuncios en todos los medios de comunicación disponibles, pusieron en marcha campañas a través de internet, pedían, pedían, pedían, todas comunicaban con la frialdad de los números las cuentas bancarias donde mandar el dinero. No solicitaban ayuda humana, no querían voluntarios para la escena del drama, pedían dinero, sólo dinero.
La respuesta de la sociedad fue tanta, tan generosa, que una conocida ONG, Médicos sin Fronteras , pidió a sus donantes que no enviaran más dinero. El 4 de enero 2005, el director general de Médicos sin Fronteras en Francia, Pierre Salignon, declaró a la emisora pública France Info que su organización interrumpía la colecta para las víctimas del tsunami porque “el dinero recabado en estos días es suficiente para colmar nuestras necesidades reales de atención de urgencia y a largo plazo para nuestros equipos desplazados”.
A propósito: ¿Cuánto gana un médico sin frontera o un médico del mundo en las zonas donde trabajan? Quiero decir: ¿Cuánto les pagan las ONG? ¿No saldría mucho más barato emplear a médicos locales, que no tendrían que costearse viajes caros y cuyos salarios, comparados con los de los médicos en países ricos, serían más bajos?
Volviendo a Médicos sin Fronteras , el señor Salignon dijo a través de los micrófonos que su organización había recaudado hasta el 4 de enero –solo nueve días después de la tragedia- “cinco millones de euros en Francia y 40 millones en el total de los países occidentales en los que está presente”.
Una frase del director general de Médicos sin Fronteras me parece dramática, patética. El dinero recaudado era suficiente “para colmar nuestras necesidades reales”. ¿”Nuestras necesidades”? ¿Y las de ellos? De los millones de personas desplazadas, mal alimentadas, enfermas, todavía viviendo en campos de acogida, familias destruidas, niños abandonados, pequeños empresarios arruinados, estómagos vacíos, cuerpos famélicos….¿Es esa la visión de Médicos sin Fronteras ? ¿ Cuarenta y cinco millones de euros?
¿Y dónde va a parar tanto dinero?
Cuando escribo tengo ante mi la primera página del periódico “Sunday Observer”, que se publica en inglés en Colombo. Tiene fecha del 20 de febrero de este año. En una columna editorial, el Gobierno denuncia abiertamente la corrupción económica en el seno de las ONG. Asegura que “millones de dólares recogidos en países europeos, Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda y entregados a ONG, no habían llegado a las víctimas del tsunami”. “Según se ha informado, solamente unos centenares de dólares han sido invertidos por algunas ONG”, añadía la información.
La alarma ante el engaño de algunas ONG se ha extendido de tal manera, seguía el “Sunday Observer”, “que países como Reino Unido, India, Estados Unidos y otros han introducido en su legislación severas medidas para regular las finanzas y operaciones de las ONGs”.
Me parece exagerado decir que de millones de dólares recibidos, La ONG sólo han invertido algunos centenares. Estuve atento a las reacciones de las ONG en los días siguientes, pero al menos en la prensa nadie corrigió ni desmintió las acusaciones del Gobierno. ¿El que calla otorga? No se.
Otros datos, más fiables y posibles, establecen que algunas ONG sólo invierten en ayuda social el 30 por 100 de lo que reciben . El restante 70 por 100 lo emplean en mantener funcionando la maquinaria: alquiler de oficinas, sueldos de ejecutivos y del personal que sirve, viajes, secretarias, publicidad y un largo etcétera.
¿Funcionan igual las organizaciones protestantes? No me atrevo a asegurarlo. Pero hay de todo. Y las conozco bien. Las iglesias y los individuos que contribuyen económicamente a ellas deberían practicar un seguimiento. Saber dónde va su dinero, cómo se emplea.
Si se me permite escribir en términos redundantes, a mi me da escalofríos la frialdad con la que trabajan muchas de estas organizaciones llamadas humanitarias. Lo hacen desde el despacho cómodo, utilizando el teléfono y el internet para pedir dinero y dictar órdenes. Los lugares de desastre sólo son para ellas puntos perdidos en los mapas, o titulares de prensa, o imágenes en televisión. No se desnudan, no se manchan. Mandan a éste y a aquél, pagan, gastan, utilizando siempre parte del dinero recibido para asistir a las víctimas.
No son ellos los culpables. Son quienes los sostienen. Tranquilizan su conciencia enviando un cheque a la organización de su preferencia, pero son incapaces de levantar las manos para limpiar los mocos a niños sucios y esqueléticos o para curar las heridas del cuerpo y del alma a los millones que las padecen. Hoy mismo (3 de marzo), leo en el periódico que el hambre amenaza a más de 800 millones de personas en 36 países. Y aumenta el número de niños pobres en países ricos.
Cristo no dijo “mandar vuestro dinero a las ONG”. Dijo: “Dadles vosotros de comer”. Punto.
J.A. Monroy es un escritor y conferenciante internacional
© J. A. Monroy, ProtestanteDigital.com, 2005 (España)
Comerciar con la miseria
(el negocio despiadado de las ONG)
Escribo un segundo artículo sobre Sri Lanka para tratar el espinoso tema de las ONG. La comunidad internacional se ha volcado en ayudas a los países afectados por el tsunami . Entre las donaciones de los Gobiernos y lo recolectado por las ONG privadas se calcula que Sri Lanka ha recibido 3.000 millones de dólares. ¿Dónde está ese dinero? ¿Cómo se distribuye? ¿Llega a las víctimas? Las dudas surgen cuando uno visita los llamados campos de acogida, donde viven 400.000 personas que lo perdieron todo y que todavía no tienen nada.
No se debe hablar de corrupción sin aportar pruebas concretas. Pero los indicios son elocuentes. El Gobierno de Sri Lanka ha denunciado abiertamente en medios de comunicación locales la falta de transparencia y la manipulación de los donativos por parte de las ONG. Aportaré datos más adelante. Ahora quiero decir que no es la primera vez que se pone en cuarentena el trabajo de las ONG y la gran diferencia, a veces abrumadora diferencia, entre lo que reciben y lo que invierten en las víctimas de las tragedias.
En un Informe Mundial sobre el Desastre publicado por Cruz Roja en junio 2001 se dice que “parte del dinero destinado a las crisis humanitarias revierte en países ricos o se pierde”. Sigue el Informe: “Una vez que la opinión pública tiene conocimiento de un desastre humanitario, los fondos llegan en masa a las organizaciones internacionales, pero ese dinero no se administra siempre de la forma más eficaz y justa”.
A lo largo de 200 páginas, Cruz Roja denuncia que en “muchos casos el destino de la ayuda corresponde más bien a intereses estratégicos que a preocupaciones humanitarias”. Cita como ejemplo lo ocurrido en las ayudas al Estado indio de Orisa tras el paso de un ciclón en 1999: “Más de una vez, la ayuda fue descargada rápida e indiscriminadamente en las zonas que más interesaban a los medios de comunicación”.
Que el dinero movilizado por las ONG ante una catástrofe “acabe, por una mala gestión, de nuevo en los países ricos es uno de los muchos ejemplos de mal funcionamiento de la ayuda humanitaria”, concluye el Informe Mundial sobre el Desastre.
Tratando concretamente de las ONG españolas, un estudio realizado en enero de 2003 por la Fundación Lealtad, que cuenta con el respaldo del Ministerio de Asuntos Sociales, acusa de que “el control en la utilización y la planificación de actividades son los principios más incumplidos por las ONG españolas”.
El informe insiste en la falta de diversificación de fondos, “así como el control en su utilización, que engloba cuestiones como el destino del dinero o la falta de una estructura financiera equilibrada”.
Entre los principios a cuyo cumplimiento están obligadas las ONG figuran la veracidad de la información que se da al público, la obligación de informar con responsabilidad y transparencia qué entidades están financiando, el destino de los fondos que reciben, desglosados por actividad y la publicación de una Memoria –al menos con periodicidad anual- dando cuenta de las labores realizadas, dónde, cuándo, y qué cantidades invertidas. Termina el estudio de la Fundación Lealtad puntualizando que las mayores partidas presupuestarias de las ONG deben destinarse “a sus objetivos sociales y no al pago de las personas que tienen empleadas”.
El mismo día que el tsunami invadió las costas del sureste asiático las ONG se movilizaron. Multiplicaron los llamamientos, los anuncios en todos los medios de comunicación disponibles, pusieron en marcha campañas a través de internet, pedían, pedían, pedían, todas comunicaban con la frialdad de los números las cuentas bancarias donde mandar el dinero. No solicitaban ayuda humana, no querían voluntarios para la escena del drama, pedían dinero, sólo dinero.
La respuesta de la sociedad fue tanta, tan generosa, que una conocida ONG, Médicos sin Fronteras , pidió a sus donantes que no enviaran más dinero. El 4 de enero 2005, el director general de Médicos sin Fronteras en Francia, Pierre Salignon, declaró a la emisora pública France Info que su organización interrumpía la colecta para las víctimas del tsunami porque “el dinero recabado en estos días es suficiente para colmar nuestras necesidades reales de atención de urgencia y a largo plazo para nuestros equipos desplazados”.
A propósito: ¿Cuánto gana un médico sin frontera o un médico del mundo en las zonas donde trabajan? Quiero decir: ¿Cuánto les pagan las ONG? ¿No saldría mucho más barato emplear a médicos locales, que no tendrían que costearse viajes caros y cuyos salarios, comparados con los de los médicos en países ricos, serían más bajos?
Volviendo a Médicos sin Fronteras , el señor Salignon dijo a través de los micrófonos que su organización había recaudado hasta el 4 de enero –solo nueve días después de la tragedia- “cinco millones de euros en Francia y 40 millones en el total de los países occidentales en los que está presente”.
Una frase del director general de Médicos sin Fronteras me parece dramática, patética. El dinero recaudado era suficiente “para colmar nuestras necesidades reales”. ¿”Nuestras necesidades”? ¿Y las de ellos? De los millones de personas desplazadas, mal alimentadas, enfermas, todavía viviendo en campos de acogida, familias destruidas, niños abandonados, pequeños empresarios arruinados, estómagos vacíos, cuerpos famélicos….¿Es esa la visión de Médicos sin Fronteras ? ¿ Cuarenta y cinco millones de euros?
¿Y dónde va a parar tanto dinero?
Cuando escribo tengo ante mi la primera página del periódico “Sunday Observer”, que se publica en inglés en Colombo. Tiene fecha del 20 de febrero de este año. En una columna editorial, el Gobierno denuncia abiertamente la corrupción económica en el seno de las ONG. Asegura que “millones de dólares recogidos en países europeos, Canadá, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda y entregados a ONG, no habían llegado a las víctimas del tsunami”. “Según se ha informado, solamente unos centenares de dólares han sido invertidos por algunas ONG”, añadía la información.
La alarma ante el engaño de algunas ONG se ha extendido de tal manera, seguía el “Sunday Observer”, “que países como Reino Unido, India, Estados Unidos y otros han introducido en su legislación severas medidas para regular las finanzas y operaciones de las ONGs”.
Me parece exagerado decir que de millones de dólares recibidos, La ONG sólo han invertido algunos centenares. Estuve atento a las reacciones de las ONG en los días siguientes, pero al menos en la prensa nadie corrigió ni desmintió las acusaciones del Gobierno. ¿El que calla otorga? No se.
Otros datos, más fiables y posibles, establecen que algunas ONG sólo invierten en ayuda social el 30 por 100 de lo que reciben . El restante 70 por 100 lo emplean en mantener funcionando la maquinaria: alquiler de oficinas, sueldos de ejecutivos y del personal que sirve, viajes, secretarias, publicidad y un largo etcétera.
¿Funcionan igual las organizaciones protestantes? No me atrevo a asegurarlo. Pero hay de todo. Y las conozco bien. Las iglesias y los individuos que contribuyen económicamente a ellas deberían practicar un seguimiento. Saber dónde va su dinero, cómo se emplea.
Si se me permite escribir en términos redundantes, a mi me da escalofríos la frialdad con la que trabajan muchas de estas organizaciones llamadas humanitarias. Lo hacen desde el despacho cómodo, utilizando el teléfono y el internet para pedir dinero y dictar órdenes. Los lugares de desastre sólo son para ellas puntos perdidos en los mapas, o titulares de prensa, o imágenes en televisión. No se desnudan, no se manchan. Mandan a éste y a aquél, pagan, gastan, utilizando siempre parte del dinero recibido para asistir a las víctimas.
No son ellos los culpables. Son quienes los sostienen. Tranquilizan su conciencia enviando un cheque a la organización de su preferencia, pero son incapaces de levantar las manos para limpiar los mocos a niños sucios y esqueléticos o para curar las heridas del cuerpo y del alma a los millones que las padecen. Hoy mismo (3 de marzo), leo en el periódico que el hambre amenaza a más de 800 millones de personas en 36 países. Y aumenta el número de niños pobres en países ricos.
Cristo no dijo “mandar vuestro dinero a las ONG”. Dijo: “Dadles vosotros de comer”. Punto.
J.A. Monroy es un escritor y conferenciante internacional
© J. A. Monroy, ProtestanteDigital.com, 2005 (España)