Re: Coherencia cristiana
Paz de Dios Demócrito
Demócrito:
Yo creo que con el tiempo cambiará la teología sobre el infierno como castigo eterno. Veo el purgatorio como una mera hipótesis teológica que apunta hacia ese cambio, pero no encuentro razones para que el infierno no pueda ser un lugar de purificación en lugar de un castigo eterno, lo que nos llevaría no a un Dios justo, sino a un Dios vengativo, pues la justicia jamás puede ser desproporcionada y el hombre, como ser limitado, no puede merecer una pena ilimitada. Eso supondría que la muerte equivale a una especie de congelación espiritual, un punto a partir del cual no se puede uno ni arrepentir ni crecer en el conocimiento y el amor a Dios.
No creo que cambie porque es Dogma de Fe. Además que Jesús fue muy explícito:
Mateo 5:22 Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le
llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego.
Mateo 5:29 Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Mateo 10:28 «Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna.
Mateo 23:33 «¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?
Dios no es un Dios injusto o vengativo. Se anonadó y tomó carne humana para salvarnos, fue vilmente atormentado y crucificado. Todo lo hizo por nosotros. El que se condena, lo hace haciendo uso de su libertad. Dios no envia al infierno a nadie. Tenemos delante de nosotros el bien y el mal, cada cual elige. Dios no cesa de enviar su gracia a los pecadores, algunos la rechazan hasta el último minuto de su vida, y esos son los que se condenan, pero yo creo que son muy pocos. La teología dogmática distingue diversos tipos de penas. La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa. Distingue entre la pena de daño y la pena de sentido. La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor 6, 9: «¿ No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc 13, 27; 14, 24; Ap 22, 15; (San Agustín, Enchir, 112).
La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.
Asi es. Una persona que tiene una vida de pecado y no se arrepiente, después de muerto ya no hay tiempo para arrepentirse. Por eso tanto San Juan Bautista como el Señor Jesús predicaban "Arrepentíos".
Tomado de Manual de Teología Dogmática
por Ludwig Ott
I. La Realidad del infierno
Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno (de fe).
El infierno es un lugar y estado de eterna desdicha en que se hallan las almas de los réprobos. La existencia del infierno fue impugnada por diversas sectas, que suponían la total aniquilación de los impíos después de su muerte o del juicio universal. También la negaron todos los adversarios de la inmortalidad personal (materialismo).
El símbolo Quicumque confiesa: «Y los que (obraron) mal irán al fuego eterno»; Dz 40. El Papa Benedicto XII declaró en su constitución dogmática Benedictus Deus: «Según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentadas con suplicios infernales»; Dz 531 ; cf. Dz 429, 464, 693, 835, 840.
El Antiguo Testamento no habla con claridad sobre el castigo de los impíos, sino en sus libros más recientes. Según Dan 12, 2, los impíos resucitarán para «eterna vergüenza y oprobio». Según Judith 16, 20s, el Señor, el Omnipotente, tomará venganza de los enemigos de Israel y los afligirá en el día del juicio: «El Señor omnipotente los castigará en el día del juicio, dando al fuego y a los gusanos sus carnes, para que se abrasen y lo sientan para siempre»; cf. Is 66, 24. Según Sap 4, 19, los impíos «serán entre los muertos en el oprobio sempiterno», «serán sumergidos en el dolor y perecerá su memoria»cf. 3, 10; 6, 5 ss.
Jesús amenaza a los pecadores con el castigo del infierno. Le llama gehenna (Mt 5, 29 s; 10, 28; 23, 15 y 33; Mc 9, 43, 45 y 47), gehenna de fuego (Mt 5, 22; 18, 9), gehenna donde el gusano no muere ni el fuego se extingue (Mc 9, 46 s), fuego eterno (Mt 25, 41), fuego inextinguible (Mt 3, 12; Mc 9, 42), horno de fuego (Mt 13,42 y 50), suplicio eterno (Mt 25, 46). Allí hay tinieblas (Mt 8, 12; 22, 13; 25, 30), aullidos y rechinar de dientes (Mt 13, 42 y 50;24, 51 ; Lc 13, 28).
San Pablo da el siguiente testimonio: «Esos [los que no conocen a Dios ni obedecen el Evangelio] serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder» (2 Tes 1, 9; cf. Rom 2, 6-9; Heb 10, 26-31). Según Ap 21, 8, los impíos «tendrán su parte en el estanque que arde con fuego y azufre»; allí serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20, 10; cf. 2 Pe 2, 6; 7).
Los padres dan testimonio unánime de la realidad del infierno.
Según SAN IGNACIO DE ANTIOQUIA, todo aquel que «por su pésima doctrina corrompiere la fe de Dios por la cual fue crucificado Jesucristo, irá al fuego inextinguible, él y los que le escuchan» (Ef 16, 2).
SAN JUSTINO funda el castigo del infierno en la idea de la justicia divina, la cual no deja impune a los transgresores de la ley (Apol. II 9); cf. Apol. I 8, 4; 21, 6; 28, 1; Martyrium Po1ycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. iv, 28, 2.
II. Naturaleza del suplicio del infierno
La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno: la pena de daño (suplicio de privación) y la pena de sentido (suplicio para los sentidos). La primera corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el pecado mortal; la otra, a la conversión desordenada a la criatura.
La pena de daño, que constituye propiamente la esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios; cf. Mt 25, 41 : «¡Apartaos de mí, malditos!»; Mt 25, 12: «No os conozco»; 1 Cor 6, 9: «¿ No sabéis que los injustos no poseerán el reino de Dios?»; Lc 13, 27; 14, 24; Ap 22, 15; (San Agustín, Enchir, 112).
La pena de sentido consiste en los tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva del infierno). La Sagrada Escritura habla con frecuencia del fuego del infierno, al que son arrojados los condenados; designa al infierno como un lugar donde reinan los alaridos y el crujir de dientes... imagen del dolor y la desesperación.
El fuego del infierno fue entendido en sentido metafórico por algunos padres (como Orígenes y San Gregorio Niseno) y algunos teólogos posteriores, los cuales interpretaban la expresión «fuego» como imagen de los dolores puramente espirituales, -sobre todo, del remordimiento de la conciencia- que experimentan los condenados. El magisterio de la Iglesia no ha condenado esta sentencia, pero la mayor parte de los padres, los escolásticos y casi todos los teólogos modernos suponen la existencia de un fuego físico o agente de orden material, aunque insisten en que su naturaleza es distinta de la del fuego actual.
La acción del fuego físico sobre seres puramente espirituales la explica SANTO TOMÁS -siguiendo el ejemplo de San Agustín y San Gregorio Magno - como sujeción de los espíritus al fuego material, que es instrumento de la justicia divina. Los espíritus quedan sujetos de esta manera a la materia, no disponiendo de libre movimiento; Suppl. 70, 3.
III. Propiedades del infierno
A. Eternidad
Las penas del infierno duran toda la eternidad (de fe).
El Concilio IV de Letrán (1215) declaró: «Aquellos [los réprobos] recibirán con el diablo suplicio eterno» Dz 429; cf. Dz 40, 835, 840.
La Sagrada Escritura pone a menudo de relieve la eterna duración de las penas del infierno, pues nos habla de «eterna vergüenza y confusión» (Dan 12, 2; cf. Sap. 4, 19), de «fuego eterno> (Judith 16, 21; Mt 18, 8; 25, 41

, de «suplicio eterno» (Mt 25, 46), de «ruina eterna» (2 Tes 1, 9). El epíteto «eterno» no puede entenderse en el sentido de una duración muy prolongada, pero a fin de cuentas limitada. Así lo prueban los lugares paralelos en que se habla de «fuego inextinguible» (Mt: 3, 12; Mc 9, 42) o de la «gehenna, donde el gusano no muere ni el fuego se extingue» (Mc 9,46 s), e igualmente lo evidencia la antítesis «suplicio eterno - vida eterna» en Mt 25, 46. Según Ap 14, 11 (19, 3), «el humo de su tormento [de los condenados] subirá por los siglos de los siglos», es decir, sin fin; (cf. Ap 20, 10).
La «restauración de todas las cosas», de la que se nos habla en Hechos 3, 21, no se refiere a la suerte de los condenados, sino a la renovación del mundo que tendrá lugar con la segunda venida de Cristo.
Los padres, antes de Orígenes, testimoniaron con unanimidad la eterna duración de las penas del infierno: cf. San Ignacio de Antioquía, Eph. 16, 2, San Justino, Apol. 1 28, 1 ; Martyrium Polycarpi 2, 3; 11, 2; San Ireneo, Adv. Haer. IV 28, 2; Tertuliano, De poenit. 12.
La negación de Orígenes tuvo su punto de partida en la doctrina platónica de que el fin de todo castigo es la enmienda del castigado. SAN AGUSTíN sale en defensa de la infinita duración de las penas del infierno, contra los origenistas y los «misericordiosos» que en atención a la misericordia divina enseñaban la restauración de los cristianos fallecidos en pecado mortal; cf. De civ. Dei xxi 23; Ad Orosium 6, 7; Enchir. 112.
La verdad revelada nos obliga a suponer que la voluntad de los condenados está obstinada inconmovíblemente en el mal y que por eso es incapaz de verdadera penitencia. Tal obstinación se explica por rehusar Dios, a los condenados, toda gracia para convertirse.
B. Desigualdad
La cuantía de la pena de cada uno de los condenados es diversa según el diverso grado de su culpa (de sentido común).
Los concilios de Lyón y Florencia declararon que las almas de los condenados son afligidas con penas desiguales, Dz 464, 693. Probablemente esto no se refiere únicamente a la diferencia específica entre el castigo del solo pecado original y el castigo por pecados personales, sino que también quiere darnos a entender la diferencia gradual que hay entre los castigos que se dan por los distintos pecados personales.
Jesús amenaza a los habitantes de Corozaín y Betsaida asegurando, que por su impenitencia, han de tener un castigo mucho más severo que los habitantes de Tiro y Sidón; Mt 11, 22. Los escribas tendrán un juicio más severo; Lc 20, 47.
SAN AGUSTÍN nos enseña: «La desdicha será más soportable a unos condenados que a otros» (Enchir. III). La justicia exige que la magnitud del castigo corresponda a la gravedad de la culpa.
Católica:
Lee teología católica. Te puede ayudar a encontrar la respuesta.
Demócrito:
Del mismo modo que el Papa actual lee teología protestante y ha aprendido mucho de ella (por ejemplo, de Karl Barth), yo nunca he dejado de leer a autores católicos y te puedo decir que más de uno está de acuerdo con mi punto de vista sin haber sido suspendido a divinis ni excomulgado. Joseph Ratzinger explica muy bien en su "Introducción al cristianismo" cómo las primitivas herejías sobre la Trinidad tenían su parte de verdad y bien comprendidas han ayudado a elaborar la actual doctrina trinitaria.
Hubo un tiempo en el que utilizar el concepto de "persona" (prosopon) con respecto a las tres personas de la Trinidad se consideraba herético; del mismo modo que también se consideraba herético "homousios" (de una sola esencia con el Padre). Hoy, sin embargo, ambos conceptos están completamente integrados en la definición de la Trinidad, aunque ésta siga siendo un misterio inabarcable para la inteligencia humana.
Otro ejemplo, referido a la investigación bíblica, es la prohibición del magisterio católico de admitir dos fuentes para los evangelios sinópticos: Marcos y Q. Muchos biblistas católicos, ante la imposibilidad de seguir investigando y publicando sus conclusiones sin que recayera sobre ellos una condena canónica con la correspondiente pérdida de su puesto de trabajo, abandonaron la investigación. Hoy el magisterio católico admite la evidencia científica de que Marcos y Q son las dos fuentes principales de los evangelios sinópticos. Pero para llegar a aceptar lo que ya era una evidencia entre los protestantes, se quedaron en el camino excelentes biblistas católicos que ya no quisieron volver a saber nada de su anterior trabajo de investigación bíblica.
La teología no es una ciencia congelada, progresa en el entendimiento de la Verdad revelada, pero no hay que confundir "cambio" con "progreso". Progreso es que algo avanza en sí misma, cambio es que algo se transforma en otra cosa. San Vincent de Lerins, Padre de la Iglesia, nos advierte sobre esto. Otra cosa, solo la condena del Magisterio como herético es lo que vale.
Sobre Marcos y Q no se nada asi que no puedo opinar sobre esto.
Como último ejemplo, te cito las palabras de Juan Pablo II sobre el infierno: "Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de Dios, manantial de vida y alegría." Fíjate el cambio que supone esta nueva visión con respecto a las escalofriantes representaciones medievales de un infierno concebido como un lugar de castigo físico donde se ponían en práctica las más refinadas y terribles torturas.
No me parece un cambio en la teología del infierno. El peor castigo del infierno es la no-visión de Dios, Juan Pablo II ha querido explicar la pena de daño. Qué peor castigo que no tener la esperanza de ver a Dios.
Te recomiendo leer a Santo Tomás de Aquino:
http://www.hjg.com.ar/sumat/
Un abrazo y que Dios te bendiga