Como lo vi lo copio y pego , por considerarlo de interès :
Chile y el factor árabe en su territorio
Autor: Lic. Dawlin A. Ureña
(El Lic. Ureña es Pastor, y miembro de la Asociación Científica
CRS - Creation Research Society)
Yo nunca supe de este factor. Quizás sí sabía, pero en el revuelo creado por la guerra y el lío en las Naciones Unidas, quizás pasé por alto el factor árabe en Chile. Ahora que con mayor frialdad y más tiempo disponible, debemos tomar tiempo para, en artículos subsecuentes analizar con mayor cuidado este importante factor: El Islám y sus resultados antisemítas en nuestra amada y presuntamente "cristiana" Latino América.
Con el siguiente artículo de este contribuidor, introduciremos el tema a Antesdelfin.com - Lic. Ureña
Cita:
Postales de la Comunidad Palestina en Chile
Autor: Jorge Zeballos Stepankovsky
En Chile, los judíos cuentan un chiste: “No es necesario hacer aliá (inmigrar a Israel), Medio Oriente vino a nosotros”. En las discotecas se puede bailar música libanesa; en las casa de comida rápida, pedir falafel y kebab en el “Beit Yala”; al prender la televisión, la telenovela popular está ambientada en Marruecos y la gente entiende ahora qué quiere decir “yala”; en la circunscripción norte de la capital, cinco de seis candidatos a diputados fueron de origen palestino; en cualquier sala de clases universitaria de más de treinta alumnos, dos o tres usan kefiot. Además, de los cinco grandes grupos económicos que manejan este Chile neoliberal, dos son palestinos. También se les encuentra entre senadores y diputados, decenas de ellos son alcaldes, y tienen presencia en los cuerpos de generales de las instituciones castrenses, las universidades, los gremios y sindicatos, las juventudes políticas, etc. Los judíos chilenos viven en un país en el cual la presencia árabe se nota y se hace notar.
Alrededor de 500 mil personas de origen árabe viven en Chile. Sirios, libaneses y especialmente palestinos, la mayoría de ellos de cuatro aldeas cristianas: Betlehem (Belén), Beit Yala, Beit Sahur y Beit Safafa (esta última se encuentra dentro de los límites de Jerusalén desde 1980). En efecto, los chilenos tienen un curioso record: la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe reside en este país, sumando aproximadamente el 5% de la población. Para un país de 13 millones de habitantes, donde viven unos 15 a 20 mil judíos (el 0.18% de la población), ésta es una proporción que envalentona a los activistas palestinos más radicales, resintiendo las tradicionales relaciones entre ambas comunidades. Con una historia similar a la de los judíos chilenos, el 81% de los palestinos llegados al país lo hizo entre 1900 y 1930. Durante los primeros años, la colonia optó por la endogamia. Al igual que para los judíos, el ambiente era hostil y en varias ocasiones ambas comunidades utilizaron los mismos inmuebles para reunirse y ayudarse. Con los años llegaron la prosperidad económica y la integración social. Tanto es así que -en 1970- el 70% de los matrimonios eran con no palestinos. En la década del ’40 se lograron los primeros cargos políticos, y ya en los ’60 familias como Yarur y Sumar pasaron a ser símbolos de industria y grandes fortunas. Pero la discriminación, al igual que con los judíos, continuaba, sobre todo en la élite. La respuesta comunitaria fue una asimilación feroz.
En los ’80 y a pesar de ser cientos de cientos de miles, la identificación con los sucesos que ocurrían en Medio Oriente era sólo emocional, sin conciencia ni educación ideológica, cuestión limitada a sólo unas pocas decenas de personas. Sintomático es que, en 1989, Walter Garib publicara El viajero de la alfombra mágica, novela que tiene como tema la historia de una familia árabe que -en su tercera generación- trata de «blanquearse», forzando a que las palestinas raíces del árbol genealógico se enterraran en Italia y no en Belén. Todo sea por entrar en sociedad.
El Proceso de Paz permitió a la comunidad palestina involucrarse y empezar a crear un imaginario cultural. Facilitó este proceso la apertura de la Oficina de Representación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Santiago, virtual embajada palestina; la presencia permanente de dos representantes del Parlamento palestino; y principalmente, la preocupación de algunos empresarios, quienes en el año 2000 constituyeron la Fundación Belén 2000 con el fin de “crear un vínculo de unidad en una comunidad dispersa”, convirtiéndose en un espacio de encuentro para la colectividad palestina residente en Chile y de entrega de soporte económico a la ANP. Cuando estalló la “Segunda Intifada” había todo un público esperando unirse a la causa palestina. La avalancha de propaganda radicalizó hasta lo exasperante a la calle palestina, y las relaciones cordiales, aunque nunca íntimas, con la comunidad judía fueron hechas añicos en pocos días.
El panorama era grotesco. No sólo la izquierda atacaba con una penosa confusión entre antiimperialismo y prejuicios antijudíos, sino que todo un abanico de organizaciones palestinas ya existentes -políticas, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP-Chile); ciudadanas, como los clubes árabes de provincia, los colegios o los clubes; y varias universitarias, como la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP-Chile)- dieron frenético impulso a un discurso virulento y -en ocasiones injurioso que iba más allá de cualquier irritación normal. En los peores momentos, los chilenos leyeron de parte de un importante académico y director del Centro de Estudios Arabes de la Universidad de Chile declaraciones como: “Si los judíos mataron a Cristo se puede esperar cualquier cosa de ellos”. Un diputado de origen palestino comenzó a investigar desde el Parlamento las actividades de los turistas israelíes en Chile, aludiendo con insidia y disimulo al ridículo “Plan Andinia”. La petitoria requería también la revisión de los planes de estudio del Instituto Hebreo capitalino, para revisar sus contenidos. La directora de origen palestino de la principal escuela de periodismo nacional se convertía, ella y la publicación que dirige, en una activista de trinchera más. Al mismo tiempo, el liderazgo joven palestino en las universidades expresaba impunemente afirmaciones como: “En Israel no hay civiles… Por tanto, las acciones militares son legítimas contra todo aquel que soporte al Estado sionista, sea dentro como fuera de sus fronteras”.
Esta “elasticidad semántica”, por señalarlo suavemente, o inexcusables excesos no fueron censurados por la sociedad chilena. Por el contrario, varias veces, los judíos apreciaron con dolor cómo cierto activismo palestino secuestraba el conflicto como su propia causa. La estrategia de la comunidad judía de Chile es “no importar el conflicto”, pero la estrategia de los palestinos es precisamente la contraria: traerlo diariamente, llenar el espacio público de forma efectista. “Shahid” (mártir), “jihad” (guerra santa) o “damir” (lucha), términos que manifiestan sentimientos primordiales exclusivos y entorpecen el diálogo, pasaron a ser corrientes en miles de chilenos. Pero lo que verdaderamente destrozó incluso los espíritus más conciliadores fue la utilización por parte del liderazgo palestino -y repetido con entusiasmo por su calle- del más terrible de los argumentos judeófobos: el revisionismo histórico o la negación del Holocausto. Este fue el punto de quiebre. Es cierto que hay una retórica islamizada, victimizada, racializada y esencialista, pero agregar a ello argumentos que nada tenían que ver con el conflicto mesooriental fue la chispa obscena que hasta el día de hoy imposibilita la reanudación de algún modo de entendimiento con la narrativa palestina chilena por parte de los judíos. El discurso deslegitimador palestino y la educación que reciben sus dirigentes jóvenes se pueden considerar como puro adoctrinamiento (rasgos que también se manifiestan en la educación judía), que puede llegar a ser “útil” o funcional a un conjunto de intereses, pero a mediano plazo pueden convertirse en dañinos o disfuncionales para el mismo grupo.
Abate ver cómo parte del discurso palestino criollo embrutece y deshumaniza su objeto, al igual que embrutece y deshumaniza a quienes lo articulan. La obsesión palestina por un “demonizado” sionismo ha dejado de lado la reflexión crítica acerca de la propia modernidad e identidad palestinas. Como fenómeno chileno, a partir de este momento representa también un problema para todos los que viven bajo el tricolor de la Bandera Nacional. La comunidad judía de Chile deberá familiarizarse con la idea de que el discurso palestino comparezca en el espacio público, cada vez con mayor presencia. Si los universitarios judíos exponen que “no estamos en contra de un Estado palestino; por el contrario, creemos en uno, y no en cualquiera, sino en uno que sea democrático y viable”, es justo exigir el mismo trato de parte de los palestinos. Sólo con respeto, justicia y el rechazo sin “peros” a toda apología de la violencia se construirá la coexistencia tanto a los pies de los nevados Andes como en las tierras bañadas por el Jordán.
Pastor Dawlin A. Ureña
Grand Rapids, Michigan, USA http://www.antesdelfin.com/
Chile y el factor árabe en su territorio
Autor: Lic. Dawlin A. Ureña
(El Lic. Ureña es Pastor, y miembro de la Asociación Científica
CRS - Creation Research Society)
Yo nunca supe de este factor. Quizás sí sabía, pero en el revuelo creado por la guerra y el lío en las Naciones Unidas, quizás pasé por alto el factor árabe en Chile. Ahora que con mayor frialdad y más tiempo disponible, debemos tomar tiempo para, en artículos subsecuentes analizar con mayor cuidado este importante factor: El Islám y sus resultados antisemítas en nuestra amada y presuntamente "cristiana" Latino América.
Con el siguiente artículo de este contribuidor, introduciremos el tema a Antesdelfin.com - Lic. Ureña
Cita:
Postales de la Comunidad Palestina en Chile
Autor: Jorge Zeballos Stepankovsky
En Chile, los judíos cuentan un chiste: “No es necesario hacer aliá (inmigrar a Israel), Medio Oriente vino a nosotros”. En las discotecas se puede bailar música libanesa; en las casa de comida rápida, pedir falafel y kebab en el “Beit Yala”; al prender la televisión, la telenovela popular está ambientada en Marruecos y la gente entiende ahora qué quiere decir “yala”; en la circunscripción norte de la capital, cinco de seis candidatos a diputados fueron de origen palestino; en cualquier sala de clases universitaria de más de treinta alumnos, dos o tres usan kefiot. Además, de los cinco grandes grupos económicos que manejan este Chile neoliberal, dos son palestinos. También se les encuentra entre senadores y diputados, decenas de ellos son alcaldes, y tienen presencia en los cuerpos de generales de las instituciones castrenses, las universidades, los gremios y sindicatos, las juventudes políticas, etc. Los judíos chilenos viven en un país en el cual la presencia árabe se nota y se hace notar.
Alrededor de 500 mil personas de origen árabe viven en Chile. Sirios, libaneses y especialmente palestinos, la mayoría de ellos de cuatro aldeas cristianas: Betlehem (Belén), Beit Yala, Beit Sahur y Beit Safafa (esta última se encuentra dentro de los límites de Jerusalén desde 1980). En efecto, los chilenos tienen un curioso record: la comunidad palestina más grande fuera del mundo árabe reside en este país, sumando aproximadamente el 5% de la población. Para un país de 13 millones de habitantes, donde viven unos 15 a 20 mil judíos (el 0.18% de la población), ésta es una proporción que envalentona a los activistas palestinos más radicales, resintiendo las tradicionales relaciones entre ambas comunidades. Con una historia similar a la de los judíos chilenos, el 81% de los palestinos llegados al país lo hizo entre 1900 y 1930. Durante los primeros años, la colonia optó por la endogamia. Al igual que para los judíos, el ambiente era hostil y en varias ocasiones ambas comunidades utilizaron los mismos inmuebles para reunirse y ayudarse. Con los años llegaron la prosperidad económica y la integración social. Tanto es así que -en 1970- el 70% de los matrimonios eran con no palestinos. En la década del ’40 se lograron los primeros cargos políticos, y ya en los ’60 familias como Yarur y Sumar pasaron a ser símbolos de industria y grandes fortunas. Pero la discriminación, al igual que con los judíos, continuaba, sobre todo en la élite. La respuesta comunitaria fue una asimilación feroz.
En los ’80 y a pesar de ser cientos de cientos de miles, la identificación con los sucesos que ocurrían en Medio Oriente era sólo emocional, sin conciencia ni educación ideológica, cuestión limitada a sólo unas pocas decenas de personas. Sintomático es que, en 1989, Walter Garib publicara El viajero de la alfombra mágica, novela que tiene como tema la historia de una familia árabe que -en su tercera generación- trata de «blanquearse», forzando a que las palestinas raíces del árbol genealógico se enterraran en Italia y no en Belén. Todo sea por entrar en sociedad.
El Proceso de Paz permitió a la comunidad palestina involucrarse y empezar a crear un imaginario cultural. Facilitó este proceso la apertura de la Oficina de Representación de la Autoridad Nacional Palestina (ANP) en Santiago, virtual embajada palestina; la presencia permanente de dos representantes del Parlamento palestino; y principalmente, la preocupación de algunos empresarios, quienes en el año 2000 constituyeron la Fundación Belén 2000 con el fin de “crear un vínculo de unidad en una comunidad dispersa”, convirtiéndose en un espacio de encuentro para la colectividad palestina residente en Chile y de entrega de soporte económico a la ANP. Cuando estalló la “Segunda Intifada” había todo un público esperando unirse a la causa palestina. La avalancha de propaganda radicalizó hasta lo exasperante a la calle palestina, y las relaciones cordiales, aunque nunca íntimas, con la comunidad judía fueron hechas añicos en pocos días.
El panorama era grotesco. No sólo la izquierda atacaba con una penosa confusión entre antiimperialismo y prejuicios antijudíos, sino que todo un abanico de organizaciones palestinas ya existentes -políticas, como el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP-Chile); ciudadanas, como los clubes árabes de provincia, los colegios o los clubes; y varias universitarias, como la Unión General de Estudiantes Palestinos (UGEP-Chile)- dieron frenético impulso a un discurso virulento y -en ocasiones injurioso que iba más allá de cualquier irritación normal. En los peores momentos, los chilenos leyeron de parte de un importante académico y director del Centro de Estudios Arabes de la Universidad de Chile declaraciones como: “Si los judíos mataron a Cristo se puede esperar cualquier cosa de ellos”. Un diputado de origen palestino comenzó a investigar desde el Parlamento las actividades de los turistas israelíes en Chile, aludiendo con insidia y disimulo al ridículo “Plan Andinia”. La petitoria requería también la revisión de los planes de estudio del Instituto Hebreo capitalino, para revisar sus contenidos. La directora de origen palestino de la principal escuela de periodismo nacional se convertía, ella y la publicación que dirige, en una activista de trinchera más. Al mismo tiempo, el liderazgo joven palestino en las universidades expresaba impunemente afirmaciones como: “En Israel no hay civiles… Por tanto, las acciones militares son legítimas contra todo aquel que soporte al Estado sionista, sea dentro como fuera de sus fronteras”.
Esta “elasticidad semántica”, por señalarlo suavemente, o inexcusables excesos no fueron censurados por la sociedad chilena. Por el contrario, varias veces, los judíos apreciaron con dolor cómo cierto activismo palestino secuestraba el conflicto como su propia causa. La estrategia de la comunidad judía de Chile es “no importar el conflicto”, pero la estrategia de los palestinos es precisamente la contraria: traerlo diariamente, llenar el espacio público de forma efectista. “Shahid” (mártir), “jihad” (guerra santa) o “damir” (lucha), términos que manifiestan sentimientos primordiales exclusivos y entorpecen el diálogo, pasaron a ser corrientes en miles de chilenos. Pero lo que verdaderamente destrozó incluso los espíritus más conciliadores fue la utilización por parte del liderazgo palestino -y repetido con entusiasmo por su calle- del más terrible de los argumentos judeófobos: el revisionismo histórico o la negación del Holocausto. Este fue el punto de quiebre. Es cierto que hay una retórica islamizada, victimizada, racializada y esencialista, pero agregar a ello argumentos que nada tenían que ver con el conflicto mesooriental fue la chispa obscena que hasta el día de hoy imposibilita la reanudación de algún modo de entendimiento con la narrativa palestina chilena por parte de los judíos. El discurso deslegitimador palestino y la educación que reciben sus dirigentes jóvenes se pueden considerar como puro adoctrinamiento (rasgos que también se manifiestan en la educación judía), que puede llegar a ser “útil” o funcional a un conjunto de intereses, pero a mediano plazo pueden convertirse en dañinos o disfuncionales para el mismo grupo.
Abate ver cómo parte del discurso palestino criollo embrutece y deshumaniza su objeto, al igual que embrutece y deshumaniza a quienes lo articulan. La obsesión palestina por un “demonizado” sionismo ha dejado de lado la reflexión crítica acerca de la propia modernidad e identidad palestinas. Como fenómeno chileno, a partir de este momento representa también un problema para todos los que viven bajo el tricolor de la Bandera Nacional. La comunidad judía de Chile deberá familiarizarse con la idea de que el discurso palestino comparezca en el espacio público, cada vez con mayor presencia. Si los universitarios judíos exponen que “no estamos en contra de un Estado palestino; por el contrario, creemos en uno, y no en cualquiera, sino en uno que sea democrático y viable”, es justo exigir el mismo trato de parte de los palestinos. Sólo con respeto, justicia y el rechazo sin “peros” a toda apología de la violencia se construirá la coexistencia tanto a los pies de los nevados Andes como en las tierras bañadas por el Jordán.
Pastor Dawlin A. Ureña
Grand Rapids, Michigan, USA http://www.antesdelfin.com/