Causa y efecto.
Es reconocido que todo efecto tiene su causa y que, en muchas ocasiones, conociendo el efecto podemos llegar hasta la causa. Pero en el comportamiento y en el desarrollo de las personas, aprendemos que los efectos de una determinada forma de ser provienen de una causa, es decir, de una persona desarrollada de la cual brotan sin esfuerzo esos efectos de su propia causa: él mismo. Por eso, se observa determinados comportamientos éticos y morales, de paz y tranquilidad, de ausencia de odio o rencor, de paciencia y templanza, de renuncia a la sexualidad, de verdadera bondad y altruismo, etc. Y se tiende, para llegar a ser como esa persona en los que esos sentimientos y formas de actuar nacen o brotan espontáneamente, a copiarlos y a imitarlos.
Pero, ¿fingiendo o copiando los efectos de una determinada forma de ser podemos llegar a su causa? ¿Aplicando normas bien intencionadas podemos llegar a ser como el modelo que queremos imitar? NO. Es una gran falacia. Por muy bien que una persona intente imitar determinados comportamientos, esos comportamientos fingidos no llegarán NUNCA a llevarle a ser como a la persona en la que esos comportamientos nacen de forma natural. Nunca llegará a ser como la persona a la que intenta imitar.
Esto es muy importante, porque las religiones siempre han tratado de forzar determinados comportamientos para conseguir ser mejores personas, pero lo único que se consigue así es construir un vestido de buenas maneras y costumbres que no hacen cambiar la esencia misma de la persona. Como ejemplo, la religión católica da mucha importancia al sexo porque sabe que una persona desarrollada ya no siente ese deseo enfermizo ni esa compulsión hacia el sexo contrario, habiendo encontrado verdadera libertad en el mundo tan esclavo de sentimientos y pasiones en el que solemos vivir las personas. Por eso aboga por el celibato y la contención de los impulsos sexuales. Pero este refreno de esos impulsos lo único que consigue es exacerbarlos y que se conviertan en algo obsesivo y permanente en la persona, que le asalta de forma violenta ante el mínimo descuido en su autocontrol o represión impuesta de esos impulsos, pudiéndole llevar a situaciones peligrosas y violentas de difícil solución y asimilación personal. A continuación, cuando esta represión falla, surge la necesidad de tener un confesor, confesarse y tratar de quitarse de encima la sensación de derrota personal que el fallo a esta imposición artificial provoca.
La forma de actuar correcta sería ver como me comporto yo, observar los deseos, sentimientos, y pasiones que brotan de mi interior y analizarlas. Descubrir mi imperfección y compararla con la perfección de esos supuestos ascendidos y personas serenas y humildes. Ver la diferencia, pero no intentar copiarla, sino saber de esa diferencia, considerarla como un modelo y reconocer esos sentimientos que nacen en mi interior e intentar sujetarlos, sin obsesionarse. Darles de vez en cuando salida, porque si no el autocontrol se hace insoportable y esos instintos pueden con uno. Poco a poco, después de muchas tensiones y fracasos, estos instintos, pasiones y deseos se van reconociendo y encauzando, hasta llegar a la Cruz que los derrota y destruye.
La Cruz es la forma de eliminarlos.
Es reconocido que todo efecto tiene su causa y que, en muchas ocasiones, conociendo el efecto podemos llegar hasta la causa. Pero en el comportamiento y en el desarrollo de las personas, aprendemos que los efectos de una determinada forma de ser provienen de una causa, es decir, de una persona desarrollada de la cual brotan sin esfuerzo esos efectos de su propia causa: él mismo. Por eso, se observa determinados comportamientos éticos y morales, de paz y tranquilidad, de ausencia de odio o rencor, de paciencia y templanza, de renuncia a la sexualidad, de verdadera bondad y altruismo, etc. Y se tiende, para llegar a ser como esa persona en los que esos sentimientos y formas de actuar nacen o brotan espontáneamente, a copiarlos y a imitarlos.
Pero, ¿fingiendo o copiando los efectos de una determinada forma de ser podemos llegar a su causa? ¿Aplicando normas bien intencionadas podemos llegar a ser como el modelo que queremos imitar? NO. Es una gran falacia. Por muy bien que una persona intente imitar determinados comportamientos, esos comportamientos fingidos no llegarán NUNCA a llevarle a ser como a la persona en la que esos comportamientos nacen de forma natural. Nunca llegará a ser como la persona a la que intenta imitar.
Esto es muy importante, porque las religiones siempre han tratado de forzar determinados comportamientos para conseguir ser mejores personas, pero lo único que se consigue así es construir un vestido de buenas maneras y costumbres que no hacen cambiar la esencia misma de la persona. Como ejemplo, la religión católica da mucha importancia al sexo porque sabe que una persona desarrollada ya no siente ese deseo enfermizo ni esa compulsión hacia el sexo contrario, habiendo encontrado verdadera libertad en el mundo tan esclavo de sentimientos y pasiones en el que solemos vivir las personas. Por eso aboga por el celibato y la contención de los impulsos sexuales. Pero este refreno de esos impulsos lo único que consigue es exacerbarlos y que se conviertan en algo obsesivo y permanente en la persona, que le asalta de forma violenta ante el mínimo descuido en su autocontrol o represión impuesta de esos impulsos, pudiéndole llevar a situaciones peligrosas y violentas de difícil solución y asimilación personal. A continuación, cuando esta represión falla, surge la necesidad de tener un confesor, confesarse y tratar de quitarse de encima la sensación de derrota personal que el fallo a esta imposición artificial provoca.
La forma de actuar correcta sería ver como me comporto yo, observar los deseos, sentimientos, y pasiones que brotan de mi interior y analizarlas. Descubrir mi imperfección y compararla con la perfección de esos supuestos ascendidos y personas serenas y humildes. Ver la diferencia, pero no intentar copiarla, sino saber de esa diferencia, considerarla como un modelo y reconocer esos sentimientos que nacen en mi interior e intentar sujetarlos, sin obsesionarse. Darles de vez en cuando salida, porque si no el autocontrol se hace insoportable y esos instintos pueden con uno. Poco a poco, después de muchas tensiones y fracasos, estos instintos, pasiones y deseos se van reconociendo y encauzando, hasta llegar a la Cruz que los derrota y destruye.
La Cruz es la forma de eliminarlos.