Re: catolicos: Que es el SISMA DE FOCIO?
Las relaciones con Roma
Tras la querella de las imágenes, las relaciones entre Roma y Constantinopla fueron haciéndose cada vez más tensas. Roma no necesitaba ya del apoyo del emperador de Constantinopla puesto que en Carlomagno y sus sucesores se había procurado sus propios emperadores. Además, la prolongada controversia acerca de las imágenes había convencido a los occidentales de que el cristianismo oriental estaba de tal modo supeditado a los caprichos imperiales que fácilmente podía dejarse llevar hacia la herejía. Por su parte, los orientales no gustaban del modo en que los papas comenzaban a referirse a sí mismos como si gozaran de una autoridad universal, más bien que como patriarcas de Occidente. Todas estas razones llevaron por fin al cisma entre el patriarca Focio y el papa Nicolás I. Focio le debía su posición a una revolución de palacio, cuyos jefes habían depuesto al patriarca Ignacio para colocarlo a él en su lugar. Era un hombre estudioso, devoto y sincero, pero no gozaba del apoyo del pueblo, ante cuyos ojos Ignacio era casi un mártir. Puesto que ambos partidos pedían el apoyo del Papa, Nicolás intervino en el asunto, y se declaró a favor de Ignacio, a quien consideraba injustamente depuesto. Por su parte, Focio y los suyos declararon que el Papa y todos los occidentales eran herejes, pues le habían añadido al credo la palabra Filioque. Además, era la época en que Boris, el rey de Bulgaria, se mostraba dispuesto a aceptar el cristianismo, y Focio insistía en que ese país quedaba bajo su jurisdicción, mientras el Papa lo reclamaba para sí.
Por fin el cisma fue superado. Los vientos políticos cambiaron en Constantinopla, e Ignacio fue restaurado a su sede. Algún tiempo después se llegó a un acuerdo según el cual, a la muerte del anciano Ignacio, sería Focio quien lo sucedería. De este modo, el problema quedó resuelto en Constantinopla. Pero era todavía necesario resolver la cuestión de las relaciones rotas con Roma. A la postre, se llegó a un acuerdo según el cual Roma reconocería a Focio como patriarca de Constantinopla, y este último accedería a las pretensiones romanas sobre Bulgaria. Al llegar a este acuerdo, Focio y el nuevo papa, Juan VIII, no contaban con Boris, quien a pesar de lo acordado decidió continuar sus relaciones con Constantinopla más bien que con Roma. Pero en todo caso estas negociaciones pusieron fin al cisma.
Empero las causas del conflicto eran mucho más profundas. Desde tiempos antiquísimos, las tradiciones cristianas del Oriente habían sido distintas de las del Occidente. A esto se sumaban barreras culturales y políticas. Y el papado reclamaba para sí cada vez mayores prerrogativas, contra los usos antiguos a los que el Oriente estaba acostumbrado. Por todo ello, el cisma de Focio, a pesar de haber quedado subsanado, fue el preludio de la ruptura definitiva.
Esta se produjo por motivos al parecer insignificantes. A mediados del siglo XI, el arzobispo búlgaro León de Acrida escribió una carta en la que atacaba a los cristianos latinos por utilizar pan sin levadura en la comunión, y por hacer del celibato eclesiástico una ley universal. Estas cuestiones, al parecer de importancia secundaria, pronto llevaron a una disputa tal que el papa León IX decidió enviar una embajada a Constantinopla. Desafortunadamente, el jefe de esa embajada era el cardenal Humberto, celoso reformador de la iglesia, según veremos en otro lugar de esta historia. La reforma por la cual Humberto abogaba en el occidente iba dirigida principalmente contra las violaciones del celibato eclesiástico (el “nicolaísmo”) y la compra y venta de cargos en la iglesia (la “simonía”). Por tanto, el fogoso cardenal, que para colmo de males no sabía griego, veía en las prácticas orientales los mismos enemigos contra los que luchaba en el Occidente. El matrimonio de los clérigos le parecía poco mejor que el concubinato de los nicolaítas. Y la autoridad de que los emperadores gozaban sobre la iglesia no era para él sino otra forma de simonía.
El debate se volvió cada vez más enconado. Humberto y el patriarca Miguel Cerulario intercambiaron insultos. Por fin, el 16 de julio del 1054, cuando el Patriarca se preparaba para celebrar la comunión, el Cardenal se presentó en la catedral de Santa Sofía, y sobre el altar mayor colocó un documento en el que, en nombre del Papa (que de hecho había muerto poco antes) declaraba a Miguel Cerulario hereje, rompía la comunión con él, y extendía esa excomunión a cuantos lo siguieran.
Aunque después de esa fecha hubo períodos en los que, por diversas circunstancias, las iglesias de Roma y Constantinopla volvieron a establecer la comunión entre sí, puede decirse que a partir de entonces quedó consumado el cisma que había venido preparándose por siglos.
González, J. L. (2003). Historia del cristianismo : Tomo 1 (Vol. 1, Page 337-338). Miami, Fla.: Editorial Unilit.
Que Dios les bendiga
Paz