Casiodoro de Reina explicando las razones por las que incluyó el nombre de Dios (Jehová) en su traducción:
[...] habemos retenido el nombre (Jehová) no sin gravísimas causas. Primeramente porque dondequiera que se hallará en nuestra versión está en el texto hebreo, y nos pareció que no lo podíamos dejar ni mudar en otro sin infidelidad y sacrilegio singular contra la ley de Dios, en la cual se manda que no se le quite ni se le añada. Porque si en las adiciones arriba dichas no nos movió este escrúpulo, hay razón diferente: porque nuestras adiciones no se pueden decir adiciones al texto, sino declaraciones libres, que en tanto tendrán valor en cuanto son conformes al texto. Añadir a la Ley de Dios y a su palabra, se entiende cuando a los mandamientos o constituciones de Dios, los hombres temerarios añaden sus tradiciones, con que o deshacen el mandamiento de Dios o le añaden mayor dureza por superstición. Ejemplo de lo primero puede ser lo que el Señor dice en Mt 15,4: "Porque—dice—Dios dijo: Honra a tu padre etc. Y vosotros decís a vuestros padres: Cualquier don que yo ofreciere al Corbán aprovechará a ti etc." Ejemplo de lo segundo será señalar Dios en la Ley ciertas purificaciones y obligar los hombres de su pueblo a ellas por entonces e inventarse ellos con este color el no entrar en casa ni comer sin lavarse las manos etc. Como S. Marcos dice (7,4). Aquí en lo que hasta ahora se ha usado acerca de este nombre es expresamente quitar y añadir, ambas cosas en el hecho de quitar el nombre (Jehová) y poner (Señor o Dios) en su lugar, que, aunque en la substancia de la cosa que significan no haya variación, hayla en las circunstancias, en la manera y razón de significar, que no importa poco. Ansí mismo parecionos que esta mutación no se puede hacer sin contravenir el consejo de Dios, y en cierta manera quererlo enmendar, como si él hubiese mal hecho todas las veces que su Espíritu en la Escritura declaró este nombre, y hubiera de ser esotro. Y pues es cierto que no sin particular y gravísimo consejo Dios lo manifestó al mundo, y quiso que sus siervos lo conociesen e invocasen por él, temeraria cosa es dejarlo; y superstición temeraria dejarlo con pretexto de reverencia.
Y para que mejor se vea esto ansí, no será fuera de propósito mostrar de dónde ha venido esta superstición acerca de este sacro nombre. Está contado en el Levítico (24,10): que, estando el pueblo de Israel en el desierto recién sacado de Egipto, un mestizo hijo de un egipcio y de una israelita riñendo con otro del pueblo pronunció (o declaró, como dicen otros) el sacro nombre, y dijo mal a Dios, quiere decir, blasfemó de Dios por este sacro nombre, de la manera que también los impíos cristianos reniegan de él y lo botan 1 y pesetean 2 en sus cuestiones por mostrarse valientes. Por ser esta palabra tan nueva en el pueblo de Dios, el blasfemo fue puesto en prisión y desde a poco apedreado de todo el pueblo; y a esta ocasión fue puesta ley entonces por mandado de Dios que el que en el pueblo de Israel dijese mal a Dios fuese castigado, y el que pronunciase (o declarase) el sacro nombre, muriese por ello; quiere decir blasfemase con el sacro nombre, como blasfemó aquel por cuya ocasión se puso la ley. Los rabinos modernos de la palabra "pronunciar" (no entendiendo el intento de la ley) sacaron esta superstición en el pueblo: ser ilícito pronunciar o declarar el sacro nombre, no mirando que (de más de que el intento de la ley era claro por la ocasión del blasfemo) después de aquella ley lo pronunciaron Moisés, Aarón, Josué, Calef, Débora, Gedeón, Samuel, David y todos los profetas y píos reyes, y finalmente fue dulcísimo en la boca de todo el pueblo, que lo cantó en salmos y alabanzas, como parece por todo el discurso de la sacra historia. Ansí que de la superstición de los modernos rabinos salió esta ley encaminada del diablo para con pretexto de reverencia sepultar y poner en olvido en el pueblo de Dios su santo nombre, con el cual solo él quiso ser diferenciado de todos los otros falsos dioses. Ni ésta es arte nueva suya. Decimos rabinos modernos, no porque sean los de nuestro tiempo a, sino los que vinieron después de los Profetas, ignorantes de la divina ley y establecedores de nuestras tradiciones, por haber ignorado la virtud de las que Dios les dio, y aun no poco ya ignorantes de la pura y antigua lengua hebrea por el frecuente comercio de las otras naciones, aunque fueron antes del advenimiento glorioso del Señor, de los cuales parece bien haber sido los Setenta intérpretes que trasladaron primero en griego la Escritura al Rey Ptolomeo de Egipto, los cuales parecen haber dado fuerza a esta supersticiosa ley haber ellos falseado primero que nadie el sacro texto, trasladando siempre "Señor" en lugar de "Jehová" y suprimiendo del todo el sacro nombre b con pretexto a la verdad supersticioso y envidioso del bien de las gentes: de que no eran dignas de que se les comunicasen los divinos misterios. Véase ahora si es bien que esta superstición vaya adelante o que cese, habiendo Dios dado mejor entendimiento, y que el pueblo cristiano lo conozca y adore en Cristo por el mismo nombre, con el que se dio a conocer a los padres y ellos le conocieron e invocaron y por el cual prometió por sus Profetas que se daría a conocer a las gentes, para que le invocasen por él. "Este dirá—dice Isaías (44,5)—: Yo soy de Jehová; el otro se llamará del nombre de Jacob; el otro escribirá por su mano: a Jehová", etc. Podríamos aquí alguno alegar que ni Cristo ni los Apóstoles en sus escritos enmendaron este yerro etc. A esto respondemos: que ellos nunca se encargaron de hacer versiones ni de corregir las hechas; mas, atentos a mayor y más principal negocio, que era la anunciación del advenimiento del Mesías y de su reino glorioso, servíanse de la común versión, que entonces estaba en uso, que parece haber sido la de los Setenta, porque en ella tenían abasto para su principal intento. Otra obligación tiene quien hace profesión de trasladar la divina Escritura y darla en su enterez. Ni tampoco acá estamos determinados de tomar cuestión con nadie sobre este negocio, ni constreñir a ninguno a que pronuncie este nombre, si la superstición judaica le pareciere mejor que la pía libertad de los Profetas y píos del viejo Testamento: puede pasarlo cuando leyere o, en lugar de él, pronunciar "Señor", como hacen los judíos, con que nos confiese que, en trasladarlo, no habemos salido de nuestro deber; y al fin si no se peca en escribirse e imprimirse en letras hebreas, tampoco debe ser pecado escribirse en otras lenguas ni letras. La significación del nombre es muy conveniente a lo que significa, porque es tomado de la primera propiedad de Dios, que es del ser, lo cual es propio suyo; y todo lo demás que el mundo es, lo tiene mendigado de él.
(Extraído de "La Biblia del Oso", editorial Alfaguara, 2001, tomo 1º, páginas 12-15)
1 Arrojar
2 Execrar
a Este prólogo de Casiodoro de Reina se publicó por primera vez en el año 1569.
b Hoy hay pruebas fidedignas de que fueron los escribas "cristianos" y no los judíos los que eliminaron el tetragrámaton (Jehová) de la versión de los Setenta.
[...] habemos retenido el nombre (Jehová) no sin gravísimas causas. Primeramente porque dondequiera que se hallará en nuestra versión está en el texto hebreo, y nos pareció que no lo podíamos dejar ni mudar en otro sin infidelidad y sacrilegio singular contra la ley de Dios, en la cual se manda que no se le quite ni se le añada. Porque si en las adiciones arriba dichas no nos movió este escrúpulo, hay razón diferente: porque nuestras adiciones no se pueden decir adiciones al texto, sino declaraciones libres, que en tanto tendrán valor en cuanto son conformes al texto. Añadir a la Ley de Dios y a su palabra, se entiende cuando a los mandamientos o constituciones de Dios, los hombres temerarios añaden sus tradiciones, con que o deshacen el mandamiento de Dios o le añaden mayor dureza por superstición. Ejemplo de lo primero puede ser lo que el Señor dice en Mt 15,4: "Porque—dice—Dios dijo: Honra a tu padre etc. Y vosotros decís a vuestros padres: Cualquier don que yo ofreciere al Corbán aprovechará a ti etc." Ejemplo de lo segundo será señalar Dios en la Ley ciertas purificaciones y obligar los hombres de su pueblo a ellas por entonces e inventarse ellos con este color el no entrar en casa ni comer sin lavarse las manos etc. Como S. Marcos dice (7,4). Aquí en lo que hasta ahora se ha usado acerca de este nombre es expresamente quitar y añadir, ambas cosas en el hecho de quitar el nombre (Jehová) y poner (Señor o Dios) en su lugar, que, aunque en la substancia de la cosa que significan no haya variación, hayla en las circunstancias, en la manera y razón de significar, que no importa poco. Ansí mismo parecionos que esta mutación no se puede hacer sin contravenir el consejo de Dios, y en cierta manera quererlo enmendar, como si él hubiese mal hecho todas las veces que su Espíritu en la Escritura declaró este nombre, y hubiera de ser esotro. Y pues es cierto que no sin particular y gravísimo consejo Dios lo manifestó al mundo, y quiso que sus siervos lo conociesen e invocasen por él, temeraria cosa es dejarlo; y superstición temeraria dejarlo con pretexto de reverencia.
Y para que mejor se vea esto ansí, no será fuera de propósito mostrar de dónde ha venido esta superstición acerca de este sacro nombre. Está contado en el Levítico (24,10): que, estando el pueblo de Israel en el desierto recién sacado de Egipto, un mestizo hijo de un egipcio y de una israelita riñendo con otro del pueblo pronunció (o declaró, como dicen otros) el sacro nombre, y dijo mal a Dios, quiere decir, blasfemó de Dios por este sacro nombre, de la manera que también los impíos cristianos reniegan de él y lo botan 1 y pesetean 2 en sus cuestiones por mostrarse valientes. Por ser esta palabra tan nueva en el pueblo de Dios, el blasfemo fue puesto en prisión y desde a poco apedreado de todo el pueblo; y a esta ocasión fue puesta ley entonces por mandado de Dios que el que en el pueblo de Israel dijese mal a Dios fuese castigado, y el que pronunciase (o declarase) el sacro nombre, muriese por ello; quiere decir blasfemase con el sacro nombre, como blasfemó aquel por cuya ocasión se puso la ley. Los rabinos modernos de la palabra "pronunciar" (no entendiendo el intento de la ley) sacaron esta superstición en el pueblo: ser ilícito pronunciar o declarar el sacro nombre, no mirando que (de más de que el intento de la ley era claro por la ocasión del blasfemo) después de aquella ley lo pronunciaron Moisés, Aarón, Josué, Calef, Débora, Gedeón, Samuel, David y todos los profetas y píos reyes, y finalmente fue dulcísimo en la boca de todo el pueblo, que lo cantó en salmos y alabanzas, como parece por todo el discurso de la sacra historia. Ansí que de la superstición de los modernos rabinos salió esta ley encaminada del diablo para con pretexto de reverencia sepultar y poner en olvido en el pueblo de Dios su santo nombre, con el cual solo él quiso ser diferenciado de todos los otros falsos dioses. Ni ésta es arte nueva suya. Decimos rabinos modernos, no porque sean los de nuestro tiempo a, sino los que vinieron después de los Profetas, ignorantes de la divina ley y establecedores de nuestras tradiciones, por haber ignorado la virtud de las que Dios les dio, y aun no poco ya ignorantes de la pura y antigua lengua hebrea por el frecuente comercio de las otras naciones, aunque fueron antes del advenimiento glorioso del Señor, de los cuales parece bien haber sido los Setenta intérpretes que trasladaron primero en griego la Escritura al Rey Ptolomeo de Egipto, los cuales parecen haber dado fuerza a esta supersticiosa ley haber ellos falseado primero que nadie el sacro texto, trasladando siempre "Señor" en lugar de "Jehová" y suprimiendo del todo el sacro nombre b con pretexto a la verdad supersticioso y envidioso del bien de las gentes: de que no eran dignas de que se les comunicasen los divinos misterios. Véase ahora si es bien que esta superstición vaya adelante o que cese, habiendo Dios dado mejor entendimiento, y que el pueblo cristiano lo conozca y adore en Cristo por el mismo nombre, con el que se dio a conocer a los padres y ellos le conocieron e invocaron y por el cual prometió por sus Profetas que se daría a conocer a las gentes, para que le invocasen por él. "Este dirá—dice Isaías (44,5)—: Yo soy de Jehová; el otro se llamará del nombre de Jacob; el otro escribirá por su mano: a Jehová", etc. Podríamos aquí alguno alegar que ni Cristo ni los Apóstoles en sus escritos enmendaron este yerro etc. A esto respondemos: que ellos nunca se encargaron de hacer versiones ni de corregir las hechas; mas, atentos a mayor y más principal negocio, que era la anunciación del advenimiento del Mesías y de su reino glorioso, servíanse de la común versión, que entonces estaba en uso, que parece haber sido la de los Setenta, porque en ella tenían abasto para su principal intento. Otra obligación tiene quien hace profesión de trasladar la divina Escritura y darla en su enterez. Ni tampoco acá estamos determinados de tomar cuestión con nadie sobre este negocio, ni constreñir a ninguno a que pronuncie este nombre, si la superstición judaica le pareciere mejor que la pía libertad de los Profetas y píos del viejo Testamento: puede pasarlo cuando leyere o, en lugar de él, pronunciar "Señor", como hacen los judíos, con que nos confiese que, en trasladarlo, no habemos salido de nuestro deber; y al fin si no se peca en escribirse e imprimirse en letras hebreas, tampoco debe ser pecado escribirse en otras lenguas ni letras. La significación del nombre es muy conveniente a lo que significa, porque es tomado de la primera propiedad de Dios, que es del ser, lo cual es propio suyo; y todo lo demás que el mundo es, lo tiene mendigado de él.
(Extraído de "La Biblia del Oso", editorial Alfaguara, 2001, tomo 1º, páginas 12-15)
1 Arrojar
2 Execrar
a Este prólogo de Casiodoro de Reina se publicó por primera vez en el año 1569.
b Hoy hay pruebas fidedignas de que fueron los escribas "cristianos" y no los judíos los que eliminaron el tetragrámaton (Jehová) de la versión de los Setenta.