Carta que Juan Pablo II ha enviado a los sacerdotes del mundo con motivo del Jueves S

2 Junio 2001
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Carta del Papa a los sacerdotes, Jueves Santo 2002


Queridos Sacerdotes:


1. Como es tradición, me dirijo a vosotros el día de Jueves Santo, conmovido, como si me sentara a vuestro lado en aquella mesa del Cenáculo en la que el Señor Jesús celebró con los Apóstoles la primera Eucaristía: un don para toda la Iglesia, un don que, si bien bajo el signo sacramental, lo hace presente "verdadera, real y sustancialmente" (Concilio de Trento: DS 1651) en cada uno de los Sagrarios de todo el mundo. Ante esta presencia especial, la Iglesia se postra de siempre en adoración: "Adoro te devote, latens Deitas"; de siempre se deja llevar por la elevación espiritual de los Santos y, como Esposa, se recoge en íntima efusión de fe y de amor: "Ave, verum corpus natum de Maria Virgine".

Al don de esta presencia especial, que se renueva en su supremo acto de sacrificio y lo convierte en alimento para nosotros, Jesús unió, precisamente en el Cenáculo, una tarea específica de los Apóstoles y de sus sucesores. Desde entonces, ser apóstol de Cristo, como son los Obispos y los presbíteros que participan de su misión, significa estar autorizados a actuar in persona Christi Capitis. Esto ocurre sobre todo cada vez que se celebra el banquete de sacrificio del cuerpo y la sangre del Señor. Entonces, es como si el sacerdote prestara a Cristo el rostro y la voz: "Haced esto en conmemoración mía" (Lc 22, 19).

¡Qué vocación tan maravillosa la nuestra, mis queridos Hermanos sacerdotes! Verdaderamente podemos repetir con el Salmista: "¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre" (Sal 116, 12-13).

2. Al meditar de nuevo con gozo sobre este gran don, quisiera detenerme en un aspecto de nuestra misión, sobre el cual llamé vuestra atención ya el año pasado en esta misma circunstancia. Creo que merece la pena profundizar más sobre él. Me refiero a la misión que el Señor nos ha dado de representarle, no sólo en el Sacrificio eucarístico, sino también en el sacramento de la Reconciliación.

Hay una íntima conexión entre los dos sacramentos. La Eucaristía, cumbre de la economía sacramental, es también su fuente: en cierto sentido, todos los sacramentos provienen y conducen a ella. Esto vale de modo especial para el Sacramento destinado a "mediar" el perdón de Dios, el cual acoge de nuevo entre sus brazos al pecador arrepentido. En efecto, es verdad que la Eucaristía, en cuanto representación del Sacrificio de Cristo, tiene también la misión de rescatarnos del pecado. A este propósito, el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda que "la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados" (n. 1393). Sin embargo, en la economía de gracia elegida por Cristo, esta energía purificadora, si bien obtiene directamente la purificación de los pecados veniales, sólo indirectamente incide sobre los pecados mortales, que trastornan de manera radical la relación del fiel con Dios y su comunión con la Iglesia. "La Eucaristía – dice también el Catecismo – no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en la plena comunión con la Iglesia" (n. 1395).

Reiterando esta verdad, la Iglesia no quiere ciertamente minusvalorar el papel de la Eucaristía. Lo que intenta es acoger su significado dentro de la economía sacramental en su conjunto, tal como ha sido diseñada por la sabiduría salvadora de Dios. Por lo demás, es la línea indicada perentoriamente por el Apóstol, al dirigirse así a los Corintios: "Quien coma el pan o beba la copa del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" (1 Co 11, 27-29). En la perspectiva de esta advertencia paulina se sitúa el principio según el cual "quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar" Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1385).

3. Al recordar esta verdad, siento el deseo, mis queridos Hermanos en el sacerdocio, de invitaros ardientemente, como ya lo hice el año pasado, a redescubrir personalmente y a hacer redescubrir la belleza del sacramento de la Reconciliación. Éste, por diversos motivos, pasa desde hace algunos decenios por una cierta crisis, a la que me he referido más de una vez, queriendo incluso que un Sínodo de Obispos reflexionara sobre ella y recogiendo después sus indicaciones en la Exhortación apostólica Reconciliatio et poenitentia. Por otro lado, he de recordar con profundo gozo las señales positivas que, especialmente en el Año jubilar, han puesto de manifiesto cómo este Sacramento, presentado y celebrado adecuadamente, puede ser redescubierto también por los jóvenes. Indudablemente, dicho redescubrimiento se ve favorecido por la exigencia de comunicación personal, hoy cada vez más difícil por el ritmo frenético de la sociedad tecnológica pero, precisamente por ello, sentida aún más como una necesidad vital. Es verdad que se puede atender a esta necesidad de diversas maneras. Pero, ¿cómo no reconocer que el sacramento de la Reconciliación, aunque sin confundirse con las diversas terapias de tipo psicológico, ofrece también, casi de manera desbordante, una respuesta significativa a esta exigencia? Lo hace poniendo al penitente en relación con el corazón misericordioso de Dios a través del rostro amigo de un hermano.


Sí, verdaderamente es grande la sabiduría de Dios, que con la institución de este Sacramento ha atendido también una necesidad profunda e ineludible del corazón humano. De esta sabiduría debemos ser lúcidos y afables intérpretes mediante el contacto personal que estamos llamados a establecer con muchos hermanos y hermanas en la celebración de la Penitencia. A este propósito, deseo reiterar que la celebración personal es la forma ordinaria de administrar este Sacramento, y que sólo en "casos de grave necesidad" es legítimo recurrir a la forma comunitaria con confesión y absolución colectiva. Las condiciones requeridas para esta forma de absolución son bien conocidas, recordando en todo caso que nunca se dispensa de la confesión individual sucesiva de los pecados graves, que los fieles han de comprometerse a hacer para que sea válida la absolución (cf. ibíd., 1483).

4. Redescubramos con alegría y confianza este Sacramento. Vivámoslo ante todo para nosotros mismos, como una exigencia profunda y una gracia siempre deseada, para dar renovado vigor e impulso a nuestro camino de santidad y a nuestro ministerio.

Al mismo tiempo, esforcémonos en ser auténticos ministros de la misericordia. En efecto, sabemos que en este Sacramento, como en todos los demás, a la vez que testimoniamos una gracia que viene de lo alto y obra por virtud propia, estamos llamados a ser instrumentos activos de la misma. En otras palabras – y eso nos llena de responsabilidad – Dios cuenta también con nosotros, con nuestra disponibilidad y fidelidad, para hacer prodigios en los corazones. Tal vez más que en otros, en la celebración de este Sacramento es importante que los fieles tengan una experiencia viva del rostro de Cristo Buen Pastor.

Permitidme, pues, que me detenga con vosotros sobre este tema, como asomándome a los lugares en que cada día –en las Catedrales, en las Parroquias, en los Santuarios o en otro lugar– os hacéis cargo de la administración de este Sacramento. Vienen a la mente las páginas evangélicas que nos presentan más directamente el rostro misericordioso de Dios. ¿Cómo no pensar en el encuentro conmovedor del hijo pródigo con el Padre misericordioso? ¿O en la imagen de la oveja perdida y hallada, que el Pastor toma sobre sus hombros lleno de gozo? El abrazo del Padre, la alegría del Buen Pastor, ha de encontrar un testimonio en cada uno de nosotros, queridos Hermanos, en el momento en que se nos pide ser ministros del perdón para un penitente.

Para ilustrar aún mejor algunas dimensiones específicas de este especialísimo coloquio de salvación que es la confesión sacramental, quisiera proponer hoy como "icono bíblico" el encuentro de Jesús con Zaqueo (cf. Lc 19, 1-10).En efecto, me parece que lo que ocurre entre Jesús y el "jefe de publicanos" de Jericó se asemeja a ciertos aspectos de una celebración del Sacramento de la misericordia. Siguiendo este relato breve, pero tan intenso, queremos descubrir en las actitudes y en la voz de Cristo todos aquellos matices de sabiduría humana y sobrenatural que también nosotros hemos de intentar expresar para que el Sacramento sea vivido en el mejor de los modos.

5.Como sabemos, el relato presenta el encuentro entre Jesús y Zaqueo casi como un hecho casual.

Jesús entra en Jericó y lo recorre acompañado por la muchedumbre (cf. Lc 19, 3). Zaqueo parece impulsado sólo por la curiosidad al encaramarse sobre el sicómoro. A veces, el encuentro de Dios con el hombre tiene también la apariencia de la casualidad. Pero nada es "casual" por parte de Dios. Al estar en realidades pastorales muy diversas, a veces puede desanimarnos y desmotivarnos el hecho que no sólo muchos cristianos no hagan el debido caso a la vida sacramental, sino que, a menudo, se acerquen a los Sacramentos de modo superficial. Quien tiene experiencia de confesar, de cómo se llega a este Sacramento en la vida habitual, puede quedar a veces desconcertado ante el hecho de que algunos fieles van a confesarse sin ni siquiera saber bien lo que quieren. Para algunos de ellos, la decisión de ir a confesarse puede estar determinada sólo por la necesidad de ser escuchados.Para otros, por la exigencia de recibir un consejo.Para otros, incluso, por la necesidad psicológica de librarse de la opresión del "sentido de culpa". Muchos sienten la necesidad auténtica de restablecer una relación con Dios, pero se confiesan sin tomar conciencia suficientemente de los compromisos que se derivan, o tal vez haciendo un examen de conciencia muy simple a causa de una falta de formación sobre las implicaciones de una vida moral inspirada en el Evangelio.

¿Qué confesor no ha tenido esta experiencia?

Ahora bien, éste es precisamente el caso de Zaqueo. Todo lo que le sucede es asombroso. Si en un determinado momento no se hubiera producido la "sorpresa" de la mirada de Cristo, quizás hubiera permanecido como un espectador mudo de su paso por las calles de Jericó. Jesús habría pasado al lado, pero no dentro de su vida. Él mismo no sospechaba que la curiosidad, que lo llevó a un gesto tan singular, era ya fruto de una misericordia previa, que lo atraía y pronto le transformaría en lo íntimo del corazón.

Mis queridos Sacerdotes: pensando en muchos de nuestros penitentes, releamos la estupenda indicación de Lucas sobre la actitud de Cristo: "cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa"" (Lc 19, 5).

Cada encuentro con un fiel que nos pide confesarse, aunque sea de modo un tanto superficial por no estar motivado y preparado adecuadamente, puede ser siempre, por la gracia sorprendente de Dios, aquel "lugar" cerca del sicómoro en el cual Cristo levantó los ojos hacia Zaqueo. Para nosotros es imposible valorar cuánto haya penetrado la mirada de Cristo en el alma del publicano de Jericó. Sabemos, sin embargo, que aquellos ojos son los mismos que se fijan en cada uno de nuestros penitentes. En el sacramento de la Reconciliación, nosotros somos instrumentos de un encuentro sobrenatural con sus propias leyes, que solamente debemos seguir y respetar. Para Zaqueo debió ser una experiencia sobrecogedora oír que le llamaban por su nombre. Era un nombre que, para muchos paisanos suyos, estaba cargado de desprecio. Ahora él lo oye pronunciar con un acento de ternura, que no sólo expresaba confianza sino también familiaridad y un apremiante deseo ganarse su amistad. Sí, Jesús habla a Zaqueo como a un amigo de toda la vida, tal vez olvidado, pero sin haber por ello renegado de su fidelidad, y entra así con la dulce fuerza del afecto en la vida y en la casa del amigo encontrado de nuevo: "baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa" (Lc 19, 5).

6. Impacta el tono del lenguaje en el relato de Lucas: ¡todo es tan personalizado, tan delicado, tan afectuoso! No se trata sólo de rasgos conmovedores de humanidad. Dentro de este texto hay una urgencia intrínseca, que Jesús expresa como revelación definitiva de la misericordia de Dios. Dice: "debo quedarme en tu casa" o, para traducir aún más literalmente: "es necesario para mí quedarme en tu casa" (Lc 19, 5). Siguiendo el misterioso sendero que el Padre le ha indicado, Jesús ha encontrado en su camino también a Zaqueo. Se entretiene con él como si fuera un encuentro previsto desde el principio. La casa de este pecador está a punto de convertirse, a pesar de tantas murmuraciones de la humana mezquindad, en un lugar de revelación, en el escenario de un milagro de la misericordia. Ciertamente, esto no sucederá si Zaqueo no libera su corazón de los lazos del egoísmo y de las ataduras de la injusticia cometida con el fraude. Pero la misericordia ya le ha llegado como ofrecimiento gratuito y desbordante. ¡La misericordia le ha precedido!

Esto es lo que sucede en todo encuentro sacramental. No pensemos que es el pecador, con su camino autónomo de conversión, quien se gana la misericordia. Al contrario, es la misericordia lo que le impulsa hacia el camino de la conversión. El hombre no puede nada por sí mismo. Y nada merece. La confesión, antes que un camino del hombre hacia Dios, es un visita de Dios a la casa del hombre.

Así pues, podremos encontrarnos en cada confesión ante los más diversos tipos de personas. Pero hemos de estar convencidos de una cosa: antes de nuestra invitación, e incluso antes de nuestras palabras sacramentales, los hermanos que solicitan nuestro ministerio están ya arropados por una misericordia que actúa en ellos desde dentro. Ojalá que por nuestras palabras y nuestro ánimo de pastores, siempre atentos a cada persona, capaces también de intuir sus problemas y acompañarles en el camino con delicadeza, transmitiéndoles confianza en la bondad de Dios, lleguemos a ser colaboradores de la misericordia que acoge y del amor que salva.

7. "Debo quedarme en tu casa". Intentemos penetrar más profundamente aún en estas palabras. Son una proclamación.Antes aún de indicar una decisión de Cristo, proclaman la voluntad del Padre. Jesús se presenta como quien ha recibido un mandato preciso. Él mismo tiene una "ley" que observar: la voluntad del Padre, que Él cumple con amor, hasta el punto de hacer de ello su "alimento" (cf. Jn 4, 34). Las palabras con las que Jesús se dirige a Zaqueo no son solamente un modo de establecer una relación, sino el anuncio de un designio de Dios.

El encuentro se produce en la perspectiva de la Palabra de Dios, que tiene su perfecta expresión en la Palabra y el Rostro de Cristo.Éste es también el principio necesario de todo auténtico encuentro para la celebración de la Penitencia. Qué lástima si todo se redujera a un mero proceso comunicativo humano. La atención a las leyes de la comunicación humana puede ser útil y no deben descuidarse, pero todo se ha fundar en la Palabra de Dios. Por eso el rito del Sacramento prevé que se proclame también al penitente esta Palabra.

Aunque no sea fácil ponerlo en práctica, éste es un detalle que no se ha de minusvalorar. Los confesores experimentan continuamente lo difícil que es ilustrar las exigencias de esta Palabra a quien sólo la conoce superficialmente. Es cierto que el momento en que se celebra el Sacramento no es el más apto para cubrir esta laguna. Es preciso que esto se haga, con sabiduría pastoral, en la fase de preparación anterior, ofreciendo las indicaciones fundamentales que permitan a cada uno confrontarse con la verdad del Evangelio. En todo caso, el confesor no dejará de aprovechar el encuentro sacramental para intentar que el penitente vislumbre de algún modo la condescendencia misericordiosa de Dios, que le tiende su mano no para castigarlo, sino para salvarlo.

Por lo demás, ¿cómo ocultar las dificultades objetivas que crea la cultura dominante en nuestro tiempo a este respecto? También los cristianos maduros encuentran en ella un obstáculo en su esfuerzo por sintonizar con los mandamientos de Dios y con las orientaciones expresadas por el magisterio de la Iglesia, sobre la base de los mandamientos. Éste es el caso de muchos problemas de ética sexual y familiar, de bioética, de moral profesional y social, pero también de problemas relativos a los deberes relacionados con la práctica religiosa y con la participación en la vida eclesial. Por eso se requiere una labor catequética que no puede recaer sobre el confesor en el momento de administrar el Sacramento. Esto debería intentarse más bien tomándolo como tema de profundización en la preparación a la confesión. En este sentido, pueden ser de gran ayuda las celebraciones penitenciales preparadas de manera comunitaria y que concluyen con la confesión individual.

Para perfilar bien todo esto, el "icono bíblico" de Zaqueo ofrece también una indicación importante. En el Sacramento, antes de encontrarse con "los mandamientos de Dios", se encuentra, en Jesús, con "el Dios de los mandamientos". Jesús mismo es quien se presenta a Zaqueo: "me he de quedar en tu casa". Él es el don para Zaqueo y, al mismo tiempo, la "ley de Dios" para Zaqueo. Cuando se encuentra a Jesús como un don, hasta el aspecto más exigente de la ley adquiere la "suavidad" propia de la gracia, según la dinámica sobrenatural que hizo decir a Pablo: "si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Ga 5, 18).Toda celebración de la penitencia debería suscitar en el ánimo del penitente el mismo sobresalto de alegría que las palabras de Cristo provocaron en Zaqueo, el cual "se apresuró a bajar y le recibió con alegría" (Lc19, 6).

8. La precedencia y superabundancia de la misericordia no debe hacer olvidar, sin embargo, que ésta es sólo el presupuesto de la salvación, que se consuma en la medida en que encuentra respuesta por parte del ser humano. En efecto, el perdón concedido en el sacramento de la Reconciliación no es un acto exterior, una especie de "indulto" jurídico, sino un encuentro auténtico y real del penitente con Dios, que restablece la relación de amistad quebrantada por el pecado. La "verdad" de esta relación exige que el hombre acoja el abrazo misericordioso de Dios, superando toda resistencia causada por el pecado.

Esto es lo que ocurre en Zaqueo. Al sentirse tratado como "hijo", comienza a pensar y a comportarse como un hijo, y lo demuestra redescubriendo a los hermanos. Bajo la mirada amorosa de Cristo, su corazón se abre al amor del prójimo. De una actitud cerrada, que lo había llevado a enriquecerse sin preocuparse del sufrimiento ajeno, pasa a una actitud de compartir que se expresa en una distribución real y efectiva de su patrimonio: "la mitad de los bienes" a los pobres. La injusticia cometida con el fraude contra los hermanos es reparada con una restitución cuadruplicada: "Y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo" (Lc 19, 8). Sólo llegados a este punto el amor de Dios alcanza su objetivo y se verifica la salvación: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa" (Lc 19, 9).

Este camino de la salvación, expresado de un modo tan claro en el episodio de Zaqueo, ha de ofrecernos, queridos Sacerdotes, la orientación para desempeñar con sabio equilibrio pastoral nuestra difícil tarea en el ministerio de la confesión. Éste sufre continuamente la fuerza contrastante de dos excesos: el rigorismo y el laxismo. El primero no tiene en cuenta la primera parte del episodio de Zaqueo: la misericordia previa, que impulsa a la conversión y valora también hasta los más pequeños progresos en el amor, porque el Padre quiere hacer lo imposible para salvar al hijo perdido. "Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10). El segundo exceso, el laxismo, no tiene en cuenta el hecho de que la salvación plena, la que no solamente se ofrece sino que se recibe, la que verdaderamente sana y reaviva, implica una verdadera conversión a las exigencias del amor de Dios. Si Zaqueo hubiera acogido al Señor en su casa sin llegar a una actitud de apertura al amor, a la reparación del mal cometido, a un propósito firme de vida nueva, no habría recibido en lo más profundo de su ser el perdón que el Señor le había ofrecido con tanta premura.

Hay que estar siempre atentos a mantener el justo equilibrio para no incurrir en ninguno de estos dos extremos. El rigorismo oprime y aleja. El laxismo desorienta y crea falsas ilusiones. El ministro del perdón, que encarna para el penitente el rostro del Buen Pastor, debe expresar de igual manera la misericordia previa y el perdón sanador y pacificador. Basándose en estos principios, el sacerdote está llamado a discernir, en el diálogo con el penitente, si éste está preparado para la absolución sacramental. Ciertamente, lo delicado del encuentro con las almas en un momento tan íntimo y a menudo atormentado, impone mucha discreción. Si no consta lo contrario, el sacerdote ha de suponer que, al confesar los pecados, el penitente siente verdadero dolor por ellos, con el consiguiente propósito de enmendarse. Ésta suposición tendrá un fundamento ulterior si la pastoral de la reconciliación sacramental ha sabido preparar subsidios oportunos, facilitando momentos de preparación al Sacramento que ayuden cada uno a madurar en sí una suficiente conciencia de lo que viene a pedir. No obstante, está claro que si hubiera evidencia de lo contrario, el confesor tiene el deber de decir al penitente que todavía no está preparado para la absolución. Si ésta se diera a quien declara explícitamente que no quiere enmendarse, el rito se reduciría a pura quimera, sería incluso como un acto casi mágico, capaz quizás de suscitar una apariencia de paz, pero ciertamente no la paz profunda de la conciencia, garantizada por el abrazo de Dios.

9. A la luz de lo dicho, se ve también mejor por qué el encuentro personal entre el confesor y el penitente es la forma ordinaria de la reconciliación sacramental, mientras que la modalidad de la absolución colectiva tiene un carácter excepcional. Como es sabido, la praxis de la Iglesia ha llegado gradualmente a la celebración privada de la penitencia, después de siglos en que predominó la fórmula de la penitencia pública. Este desarrollo no sólo no ha cambiado la sustancia del Sacramento –y no podía ser de otro modo– sino que ha profundizado en su expresión y en su eficacia. Todo ello no se ha verificado sin la asistencia del Espíritu, que también en esto ha desarrollado la tarea de llevar la Iglesia "hasta la verdad completa" (Jn 16, 13).

En efecto, la forma ordinaria de la Reconciliación no sólo expresa bien la verdad de la misericordia divina y el consiguiente perdón, sino que ilumina la verdad misma del hombre en uno de sus aspectos fundamentales: la originalidad de cada persona que, aun viviendo en un ambiente relacional y comunitario, jamás se deja reducir a la condición de una masa informe. Esto explica el eco profundo que suscita en el ánimo el sentirse llamar por el nombre. Saberse conocidos y acogidos como somos, con nuestras características más personales, nos hace sentirnos realmente vivos. La pastoral misma debería tener en mayor consideración este aspecto para equilibrar sabiamente los momentos comunitarios en que se destaca la comunión eclesial, y aquellos en que se atiende a las exigencias de la persona individualmente. Por lo general, las personas esperan que se las reconozca y se las siga, y precisamente a través de esta cercanía sienten más fuerte el amor de Dios.

En esta perspectiva, el sacramento de la Reconciliación se presenta como uno de los itinerarios privilegiados de esta pedagogía de la persona. En él, el Buen Pastor, mediante el rostro y la voz del sacerdote, se hace cercano a cada uno, para entablar con él un diálogo personal hecho de escucha, de consejo, de consuelo y de perdón. El amor de Dios es tal que, sin descuidar a los otros, sabe concentrarse en cada uno. Quien recibe la absolución sacramental ha de poder sentir el calor de esta solicitud personal. Tiene que experimentar la intensidad del abrazo paternal ofrecido al hijo pródigo: "Se echó a su cuello y le besó efusivamente" (Lc 15, 20). Debe poder escuchar la voz cálida de amistad que llegó al publicano Zaqueo llamándole por su nombre a una vida nueva (cf. Lc 19, 5).

10. De aquí se deriva también la necesidad de una adecuada preparación del confesor a la celebración de este Sacramento. Ésta debe desarrollarse de tal modo que haga brillar, incluso en las formas externas de la celebración, su dignidad de acto litúrgico, según las normas indicadas por el Ritual de la Penitencia. Eso no excluye la posibilidad de adaptaciones pastorales dictadas por las circunstancias donde se viera su necesidad por verdaderas exigencias de la condición del penitente, a la luz del principio clásico según el cual la salus animarum es la suprema lex de la Iglesia. Dejémonos guiar en esto por la sabiduría de los Santos. Actuemos también con valentía en proponer la confesión a los jóvenes. Estemos en medio de ellos haciéndonos sus amigos y padres, confidentes y confesores. Necesitan encontrar en nosotros las dos figuras, las dos dimensiones.

Sintamos la exigencia rigurosa de estar realmente al día en nuestra formación teológica, sobre todo teniendo en cuenta los nuevos desafíos éticos y siendo siempre fieles al discernimiento del magisterio de la Iglesia. A veces sucede que los fieles, a propósito de ciertas cuestiones éticas de actualidad, salen de la confesión con ideas bastante confusas, en parte porque tampoco encuentran en los confesores la misma línea de juicio. En realidad, quienes ejercen en nombre de Dios y de la Iglesia este delicado ministerio tienen el preciso deber de no cultivar, y menos aún manifestar en el momento de la confesión, valoraciones personales no conformes con lo que la Iglesia enseña y proclama. No se puede confundir con el amor el faltar a la verdad por un malentendido sentido de comprensión. No tenemos la facultad de expresar criterios reductivos a nuestro arbitrio, incluso con la mejor intención. Nuestro cometido es el de ser testigos de Dios, haciéndonos intérpretes de una misericordia que salva y se manifiesta también como juicio sobre el pecado de los hombres. "No todo el que me diga: "Señor, Señor", entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7, 21).

11. Queridos Sacerdotes. Sentidme particularmente cercano a vosotros mientras os reunís en torno a vuestros Obispos en este Jueves Santo del año 2002.Todos hemos vivido un renovado impulso eclesial en el alba del nuevo milenio bajo la consigna de "caminar desde Cristo" (cf. Novo millennio ineunte, 29 ss.). Fue deseo de todos que eso coincidiera con una nueva era de fraternidad y de paz para la humanidad entera. En cambio, hemos visto correr nueva sangre. Hemos sido aún testigos de guerras. Sentimos con angustia la tragedia de la división y el odio que devastan las relaciones entre los pueblos.

Además, en cuanto sacerdotes, nos sentimos en estos momentos personalmente conmovidos en lo más íntimo por los pecados de algunos hermanos nuestros que han traicionado la gracia recibida con la Ordenación, cediendo incluso a las peores manifestaciones del mysterium iniquitatis que actúa en el mundo. Se provocan así escándalos graves, que llegan a crear un clima denso de sospechas sobre todos los demás sacerdotes beneméritos, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, y a veces con caridad heroica. Mientras la Iglesia expresa su propia solicitud por las víctimas y se esfuerza por responder con justicia y verdad a cada situación penosa, todos nosotros –conscientes de la debilidad humana, pero confiando en el poder salvador de la gracia divina– estamos llamados a abrazar el mysterium Crucis y a comprometernos aún más en la búsqueda de la santidad. Hemos de orar para que Dios, en su providencia, suscite en los corazones un generoso y renovado impulso de ese ideal de total entrega a Cristo que está en la base del ministerio sacerdotal.

Es precisamente la fe en Cristo la que nos da fuerza para mirar con confianza el futuro.En efecto, sabemos que el mal está siempre en el corazón del hombre y sólo cuando el hombre se acerca a Cristo y se deja "conquistar" por Él, es capaz de irradiar paz y amor en torno a sí. Como ministros de la Eucaristía y de la Reconciliación sacramental, a nosotros nos compete de manera muy especial la tarea de difundir en el mundo esperanza, bondad y paz.

Os deseo que viváis en la paz del corazón, en profunda comunión entre vosotros, con el Obispo y con vuestras comunidades, este día santo en que recordamos, con la institución de la Eucaristía, nuestro "nacimiento" sacerdotal. Con las palabras dirigidas por Cristo a los Apóstoles en el Cenáculo después de la Resurrección, e invocando a la Virgen María, Regina Apostolorum y Regina pacis, os acojo a todos en un abrazo fraterno: Paz, paz a todos y a cada uno de vosotros. ¡Feliz Pascua
 
....segun se, el "papa" no puede estar mucho tiempo despierto, porque le toma el sueñito...no se abra dormido cuando se le la leyo el que en realidad la redacto....mmmm es mas, sospecho que son los pininos del que sera el proximo sucesor...

Pero bueno, al fin y al cabo mas de lo mismo, por los siglos hasta ahora...el vaticano ya no sabe como hacerse publicidad despues de todos los pecados hechos por sus representates sacerdotales...."el barco les esta haciendo agua"..y eso que solo es un agujerito de los muchos que deberia tener.

Luman
 
Gracias hermano por la carta del Papa.

Me encanta leer las cartas pastorales del Papa, son hermosas. Es el pastor enseñando al pueblo. Con autoridad. Con cariño. Me dan mucha alegría.

Con razón Santa Catalina de Siena decía que el Papa es "el dulce Cristo de la Tierra"


Bendiciones
 
Originalmente enviado por: Jaimito


Con razón Santa Catalina de Siena decía que el Papa es "el dulce Cristo de la Tierra"


Bendiciones [/B]



Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios. (2 Tes 2:3-4)



¡¡¡ Y luego decís que no hay idolatría, esa frase de Catalina de Siena es lo más blasfemo que he oído ultimamente, igualando al Papa con Cristo !!!


¿No os daréis cuenta de lo que estáis haciendo?


:llorando:
 
Carta de Jesucristo para todos...

Carta de Jesucristo para todos...

Mt.23:9...

Y no llameis padre vuestro a nadie en la tierra:porque uno es vuestro PADRE (TRES VECES SANTO),El que está en los cielos.

Esto va dirigido a los contemporaneos de Jesús que se sentaban en la cátedra de Moisés y promulgaban una imposible salvación por propias obras de la Ley(la cual es impotente para salvar),y se puede deducir que también va dirigido a aquellos que promulgan un "Evangelio"de obras y ceremonias(incluida la tiara de triple santidad) ineficaz para la salvación.

Cordial saludo.

PD.Este hombre hace una cosa buena y es empezar la limpieza en propia habitación,pero no será nada con la limpieza interiror que tendrá que hacer el sucesor.

PD.Con todo respeto a las personas pero no a la doctrina contraria a Cristo.
 
¿Cómo puedo llamar al esposo de mi mamá?

Mi papá se llama Alejandro.

¿Le puedo decir padre?
¿O tengo que decirle Alejandro?
 
Jaimito, que candidez, tu problema es bien serio, tal ves podrías probar con Papi, o Papito, esperare otras opciones de los que quieran ayudar.

son bienvenidas sugerencias a este problemón de jaimito.
 
sr.Jaime.

sr.Jaime.

ja,ja,ja,ja ,me rio sinceramente es usted un hombre de buen humor y eso hay que apreciarlo;pero amigo Jaime el asunto del que trata nuestro Señor es concerniente a que espiritualmente Dios ,El Altísimo es su Padre Santo,independientemente que tenga usted un padre natural.

PD.Me ha gustado mucho el chiste y le agradezco el que me haya hecho reir sin malicia.Un saludo cordial.
 
¿Y porqué a mi padre biológico le puedo decir padre y al Papa no puedo? AAHH?

La Biblia dice: a nadie llamen padre.


Y el la parábola de lázaro y el rico? Si mal no recuerdo, el rico le dice a Abraham "PADRE ABRAHAM"

Jaimito el cándido
 
Asi es amigo Jaimito (el candido). Lo cierto cierto es:

"Es el pastor enseñando al pueblo.Con autoridad. Con cariño."

"EL PASTOR POR EXELENCIA. CON LA VERDAD Y AMOR"

Dios lo bendiga y nos bendiga a nosotros tambien.

Manuel
 
Aunque me salga un poquito del tema...

Aunque me salga un poquito del tema...

Pedro identifica a jesucristo como "Piedra viva", desechada ciertamente por los hombres, más para DIos escogida y preciosa" v 4.

Tambien en Isaías 28:16 "He aqui, pongo en Sión la principal piedra del ángulo, escogida, preciosa; y el que creyere en El no será avergonzado".

Sabemos que los lideres del tiempo de Jesucristo lo rechazaron, pero a la vista de Dios, El no fue repudiado muy al contrario.

En el versículo 4 y 5 "acercandoos a El piedra viva... vosotros también como piedras vivas, sed edificados como una casa espiritual.

Para los que no le aceptan pasa a ser "piedra de tropiezo y roca que hace caer" v 8 y en Is. (.14.15. La gente tropieza sobre la piedra angular, por que tropieza en la Palabra.

Pedro también nos dice en la Palabra "más vosotros soís linaje escogido por Dios y real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios Vs. 9.

Asi como Israel habia sido el tesoro especial de Dios, la Iglesia ahora llena ese lugar en el corazon de Dios. Esa Iglesia no organizacion sino cuerpo del cual es la cabeza y los creyentes los los miembros.

Palabras de Pedro:

"Ruego a los ancianos que estan entre vosotros, yo anciano también con ellos y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy tambien participe de la gloria que esta revelada" 1 P. 2:4

Pedro declara que una roca solida existe sobre la cual debemos permanecer y es la principal piedra de angulo, JESUCRISTO.

Pablo tambien en 1 cor. 3:11 "Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto el cual es Jesucristo"

Pablo en Ef. 2:20 al 22 "Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra de ángulo, Jesucristo mismo, en quien todo el edificio bién coordinado, va creciendo, para ser un templo snto en el Señor; en quien vosotros también soís juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu".

Recormemos la Palabra que dice. "Puestos los ojos en Jesús el autor y consumador de nuetra fe...

Con amor :corazon:
 
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: "¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?"
Jesús le respondió: "No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás."
"No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!"
Jesús le respondió: "Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte."
"Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!"
Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos." El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: "No todos ustedes están limpios."
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: "¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy.
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes."
 
Hola hermanos:

A propósito del lavado de pies, les cuento que hoy Jueves, el Papa, cabeza de la Iglesia Católica, se va a arrodillar y, toalla en cintura, va a lavar y a besar los pies de un grupo de fieles dispuestos para la ocasión.

Esto se hace todos los Jueves Santo, para recordar las palabras de Jesús que ustedes han citado más arriba. El Papa hace este signo, fiel a uno de los títulos que la Iglesia asigna al Papa:

Siervo de los siervos de Dios


Bendiciones
 
Originalmente enviado por: Jaimito
Hola hermanos:

A propósito del lavado de pies, les cuento que hoy Jueves, el Papa, cabeza de la Iglesia Católica, se va a arrodillar y, toalla en cintura, va a lavar y a besar los pies de un grupo de fieles dispuestos para la ocasión.

Esto se hace todos los Jueves Santo, para recordar las palabras de Jesús que ustedes han citado más arriba. El Papa hace este signo, fiel a uno de los títulos que la Iglesia asigna al Papa:

Siervo de los siervos de Dios


Bendiciones






¿ Y solo es siervo para lavar los pies una vez al año ? :confused:


"marketing" romanista :cuadrado:
 
En 1000 dias del Ministerio de DIOS en la Tierra.

¿ Cuantas veces DIOS, lavo los pies de los Apostoles ?

Lo importante es el ejemplo como Jesus mismo explico:

"......Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes." JESUS, DIOS.

Dios nos bendiga

Manuel
 
Pero evidente, hermano!!!!!!

Si Jesús lo hizo para darnos ejemplo, no para que los cristianos nos convirtieramos en lavadores de patas....


Por Dios, si la cosa es criticar por criticar....


Viva el Papa!!!!
 
De los Estudios bíblicos de esta web

http://estudios.iglesia.net/asp/toalla.asp




¡ TOMANDO LA TOALLA ! Por David Wilkerson




En Juan 13 encontramos un famoso pasaje, en el cual Jesús tomó una toalla y una cubeta y lavó los pies de sus discípulos. Él les dijo:

"Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros" (Juan 13:14).
Algunos Cristianos devotos toman este verso literalmente. Han hecho su costumbre el tener servicios de "lavamiento de pies". Esto es de mucho mérito - no obstante, si permanece solamente como un rito, el verdadero significado del lavamiento de pies se ha perdido.
Después que Jesús lavó los pies a los discípulos, Él se puso de nuevo Su manto, se sentó y les pregunto, "¿Sabéis lo qué os he hecho?" En otras palabras: "¿Han entendido el significado espiritual del lavamiento de pies?"
Yo creo que esta pregunta del Señor es también para nosotros hoy en día. Desde luego, algo muy poderoso y profundo estaba tomando lugar; Cristo estaba enseñando a Su iglesia una de sus lecciones más importantes. Pero, ¿entendemos nosotros la profundidad de lo qué Jesús hizo al lavar los pies de los discípulos?
Jesús no estaba instituyendo una ordenanza a ser llevada a lo largo del tiempo en la iglesia, tales como la santa cena o el bautismo en agua. Si eso fuese a sí, Él lo hubiera instituido al principio del entrenamiento de los discípulos. Y Él mismo se hubiese sometido al lavamiento de pies, así como Él lo hizo con el bautismo en agua. He estudiado detenidamente mis comentarios bíblicos para ver lo que los padres de la iglesia han dicho sobre esta escena. Casi sin excepción, escribieron que su importancia es el ejemplo de la humildad de Jesús. Él tomó el lugar inferior para enseñarnos cómo ser humildes. Sin embargo, yo creo que esta interpretación pasa por alto enteramente el significado de este pasaje. Después de todo, Jesús ya había dado un ejemplo de humildad al tomar la forma humana - poniendo aparte Su gloria y viniendo a la tierra como un siervo.
¡No, este pasaje nos dice mucho más que eso! Yo creo que Jesús nos estaba dando un ejemplo del tipo de manifestación física que Él mas desea - el de "tomar la toalla"!
Hoy, cuando hablamos de manifestaciones, pensamos de personas en los servicios de la iglesia que caen al suelo. Para muchos, esa clase de manifestación parece extraña. No obstante, cuando se estudia la Palabra de Dios, se aprende que Jesús habló bastante de inusuales manifestaciones físicas.
Jesús no habló de caer al suelo. ¡Pero Él sí habló de caer al suelo y morir - para dar frutos! Él habló de la manifestación de tomar una cruz - de cortar una mano ofensora, de arrancar un ojo ofensivo, y de ir una extra milla.
Pero de todas las manifestaciones una de las más inusuales que Cristo habló es de Su llamado de tomar la toalla. A lo largo de mis años en el ministerio, muchas personas me han preguntado, "¿Por qué no nos lavamos los pies en la iglesia, como Jesús nos llamaba hacerlo? Él dijo, 'Si Yo lo hago, vosotros debéis hacerlo, también.'"
Usualmente contesto, "lo que Jesús esta hablando, es primordialmente una cosa espiritual, y no solamente física." Pero aunque yo decía esto, yo no tenía un concepto del significado espiritual del lavamiento de pies.
Nosotros escudriñamos sobre ciertas verdades en la Biblia porque no comprendemos su significado - y por muchos años hemos perdido el poder de estos pasajes. Por ejemplo, la Escritura nos dice:
"...por amor nos servimos unos a otros" (Gálatas 5:13).
Y:
"(Sujetados) los uno a los otros en el temor de Dios" (Efesios 5:21).
¿Cuántos realmente sabemos lo qué significa el servirnos unos a otros en amor? Y ¿cómo debemos de sujetarnos los unos a los otros en el temor de Dios? Es fácil comprender cómo una esposa debe de someterse a la autoridad espiritual de un esposo santificado. Y lo mismo es verdad para los hijos de someterse a los padres santificados. Pero, ¿en qué formas prácticas servimos y nos sometemos los unos a los otros en la casa de Dios?
Yo creo que si entendemos lo qué Jesús hizo cuando lavó los pies de Sus discípulos, entenderemos estos conceptos de servicio y sumisión. Usted ve, sirviendo unos a otros en amor y sometiéndonos los unos a los otros en el temor santo significa mucho más que tomar órdenes o ser responsable ante una autoridad más alta. Más bien, estas verdades gloriosas se abren únicamente dentro de un contexto de "tomar la toalla."
Recientemente mientras oraba, el Espíritu Santo me dio tres palabras para abrir mi entendimiento del significado de tomar la toalla. Las tres palabras son suciedad, consolación y unidad. Yo creo que al examinar estas palabras, el Espíritu Santo nos revelará Su verdad:


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1. ¡Comencemos Con el Tema de La Suciedad que
se le Pega al Hermano o Hermana en Cristo!


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Los discípulos eran doce hombres amados de Dios, preciosos a Sus ojos, llenos de amor por Su Hijo, de corazón puro, en completa comunión con Jesús. ¡Pero ellos tenían suciedad en sus pies!
Jesús, en esencia, estaba diciendo a estos hombres, "Sus corazones y manos están limpias, pero sus pies no lo están. Ellos han obtenido suciedad en su diario caminar conmigo. No necesitan lavar el cuerpo entero, solamente los pies."
La suciedad mencionada aquí por Jesús no tienen nada que ver con la suciedad natural. Se trata completamente acerca del pecado - nuestras fallas y fracasos, nuestro dar a las tentaciones. ¡Y no importa cuan polvorientos y sucios eran los caminos en la antigua Jerusalén, no ha habido edad más sucia como la nuestra!
Me pregunto cuántas personas que ahora mismo leen este mensaje tienen alguna suciedad pegada en ellos. Quizás esta semana pasada cayó en una tentación o fracaso a Dios en alguna forma. No es que le ha dado la espalda al Señor. Al contrario amas más al Salvador con más pasión que antes. ¡Pero cayó, y ahora está afligido, porque sus pies están sucios!
La Escritura nos dice:
"Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tu también seas tentado"(Gálatas 6:1).
La palabra Griega para falta significa aquí "caída, pecado, transgresión." Nosotros estamos para restaurar a cada Cristiano que cae en pecado, si es que hay un corazón arrepentido.
Y el lavamiento de pies, en su más profundo significado espiritual, tiene que ver con nuestra actitud acerca de la suciedad que nosotros vemos en nuestro hermano o hermana. Entonces, les pregunto: ¿Qué hacen cuando están cara a cara con alguien que ha caído en pecado o transgresión?
Lo que hagas con la suciedad de su hermano o hermana tiene que ver Con el ministerio que Jesús describe como "tomar la toalla." Está totalmente relacionado con lo que sirve a otros en el amor y con el sometimiento a otros en el temor de Dios.
¡Déjenme decirlo claramente: Los cristianos pueden ser muy crueles! De hecho, los creyentes frecuentemente son más viciosos y destructivos que los malvados en las calles. Y Jesús sabía eso. Él sabía cómo nosotros reaccionamos al ver la suciedad sobre otra persona - cómo nos ponemos en actitud de más santidad que otros, juzgando, criticando e infamando. De hecho, los Cristianos carnales se deleitan en ver la suciedad de otros. ¡Pero el divulgar la suciedad de su hermano es el pecado más sucio de todos!
En estas semanas recientes he estado tratando de alentar a un joven pastor que renunció de su iglesia después de confesar una transgresión moral. Este amado hombre ama al Señor. Tiene un buen corazón por las personas y por la Palabra de Dios. ¡Pero sus pies se ensuciaron! Él está totalmente arrepentido.
Cuando oí acerca de su caída y su renuncia, el Espíritu Santo me instruyó a ponerme inmediatamente en contacto con él. Yo sabia que este joven pastor seguía siendo un hombre bueno. No había llegado a ser malo de repente. Su corazón no estaba endurecido por su pecado.
Sus mejores amigos lo desampararon. Esos quienes proclamaban amarle ahora lo ignoran, como si tuviese una enfermedad infecciosa. Para completar, los líderes de su denominación le demandaron hacer un vídeo de su confesión - dando cada vívido detalle de su transgresión.
Llamé a este amado hermano - y tomé una toalla conmigo. Dejé un mensaje en su contestador automático, diciendo: "¡Hermano, quiero que sepas que te amo. Dios no ha terminado contigo. Si tienes un corazón arrepentido, el Señor te restaurará. Y yo voy a estar contigo!"
Amado, tomar una toalla es una actitud, un compromiso. Significa hacer todo lo que esta a nuestro alcance para limpiar la suciedad de los pies de nuestro hermano. Significa decir, "¡Yo estoy comprometido a ayudarte a limpiar la suciedad - para restaurar tu reputación, tu familia - hacer todo para mantenerte vivo en Cristo!"
Un amigo de este pastor me llamó más tarde. Él dijo, "David, no sabes lo qué tu llamada telefónica significó para mi amigo - cuan bendecido, alentado y consolado estaba. Ninguna otra persona se había acercado a él. Tus palabras le dieron nueva esperanza."
La Escritura claramente afirma que cuando un hermano o hermana ha sido tomado(a) en pecado, nosotros debemos restaurar a esa persona - servirle en amor, sometiéndonos a esa persona en el temor de Dios. No obstante, queda la pregunta, ¿cómo hacemos eso?
Nosotros estamos para tomar la toalla del perdón de Dios e ir al que está lastimado. En el amor especial de Jesús, tenemos que someter todas nuestras inclinaciones humanas de ignorarlo, juzgarlo, exponerlo, sermonearlo y de encontrar fallas en él - y en vez, debemos de comprometernos a ser su amigo. Estamos para ayudar a lavar sus pecados en compartir la corrección, sanidad, lavamiento, de la Palabra consoladora de Dios.
Esto no es pasar por alto o contemplar el pecado. Ni llamar lo malo bueno. Nosotros estamos hablando de santos caídos quienes tienen corazones arrepentidos que aún están sin esperanza. Ellos saben que han ofendido al Señor - y viven con temor, culpabilidad, y rechazo.
Es algo enteramente diferente con esos quienes han sido advertidos dos o tres veces y que aún persisten en su pecado. La Biblia dice que debemos severamente reprender a tales creyentes en público a modo de que otros teman a Dios. Frecuentemente ellos deben de ponerse fuera de comunión por una temporada, hasta que demuestren tristeza santa. Pero esos quienes reconocen su pecado - quienes lo confiesan y lo abandonan - están en necesidad de alguien que les traiga la toalla de perdón, para traerles limpieza y sanidad.
Hace algunos pocos años, un pastor asociado de una iglesia muy grande me llamó llorando. Me dijo, "Hermano David, no puedo mantener mi cabeza en alto, estoy muy quebrantado." Me describió el dolor que experimentó cuando su hija adolescente quedó embarazada fuera del matrimonio. El pastor principal de la iglesia demandó que este pastor asociado fuera ante la congregación y les dijera lo qué su hija había hecho.
Este amado hombre hizo así - y destruyó a su hija. Rompió el corazón de la familia. Pero la congregación se revolcó en todos los detalles del pecado de la pobre adolescente muchacha.
Luego, un año después, la adolescente hija del pastor principal quedó embarazada. Pero esta vez, el pastor principal hizo todo en cuanto estaba en su poder para cubrirlo.
¡Dios tenga misericordia de nosotros- porque destruimos a personas que tienen sus pies sucios! ¿Cuándo iremos a aprender de una vez por todas a tomar la toalla de misericordia - a someternos a limpiar y restaurar, en vez de tirar tierra al viento y destruir almas preciosas?

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2. ¡Esos Que Toman la Toalla Son los Verdaderos
Consoladores a Quienes el Espíritu Santo Usa!


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¿Sabe lo que es estar descalzo y tener que caminar en el lodo? La suciedad que se pega en los pies puede ser verdaderamente de mucha molestia. Se siente mucho mejor cuando los pies son lavados y limpiados.
Cuando Jesús lavó la suciedad de los pies de Sus discípulos, ellos fueron consolados. ¡Pero, espiritualmente hablando, Jesús estaba enseñando el reposo de tener las transgresiones quitadas!
En 1 Corintios 5, leemos de un hombre en la iglesia que cayó en terrible pecado de incesto. Evidentemente el hombre no se había arrepentido, y Pablo se dirigió a la iglesia para entregarlo a Satanás para muerte de la carne (eso es, la salvación de su espíritu). Pablo no estaba diciendo que el hombre estaba perdido y que iría al infierno. No - él solamente quería aislarlo de la comunión y de ser dado a los ataques de Satanás, para que él regresara a sus sentidos y fuera conducido al arrepentimiento.
Luego, en 2 Corintios 2, Pablo se dio cuenta que el mismo hombre se había arrepentido y que la iglesia lo había perdonado. Satanás lo había llevado a la desesperación, y la lujuria en su carne había sido destruida. El hombre había regresado arrepentido. Y ahora Pablo escribe a los Corintios:
"... Al contrario, vosotros mas bien debéis perdonarle y consolarle, para que no sea consumido de demasiada tristeza. Por lo cual os ruego que confirméis el amor para con él" (2ª Corintios 2:7-8).
Pablo supo que este hombre estaba absolutamente abrumado con tristeza y dolor. Los miembros de la iglesia habían visto su quebrantamiento y humildad, y se llenaron de un espíritu de perdón. Lo animaron, fueron nobles de corazón hacia él y le lavaron sus pies. Ahora él estaba limpio - y estaba siendo restaurado para el cuerpo de Jesucristo. ¡Qué escena tan maravillosa!
Hay muchos Cristianos hoy en día que están en la misma condición como este hombre, después de ser tomados por un pecado. Se dicen a sí mismos, "¡Yo he reprochado a mi Salvador. Traje vergüenza a Su nombre!" No obstante, lo qué ellos experimentan no es nada comparado a lo qué 2ª Corintios describe.
Quiero mostrarle un pasaje de un libro que recibí recientemente. Fue escrito por la hija de un pastor quien fue tomado en pecado hace varios años. Y por todos esos años la familia ha soportado un infierno de pesadillas. Escribe:
"...(La prensa) nos siguió a nuestros hogares. Recibimos llamadas telefónicas de famosos periódicos sensacionalistas y de chismografía ofreciéndonos sumas grandes de dinero por la historia. Finalmente conseguimos sacar a Papá fuera de la casa hacia un restaurante, solamente para encontrarnos como tema de conversación. Fue horrible."
"Pero el Reverendo----- nunca estaba avergonzado de identificarse con nosotros. Papá literalmente se sentaba por el teléfono a espera la llamada de ese hombre. Estaba superado con culpa y vergüenza... Papá se había hundido en depresión... Personas a quienes dio tanto de él fueron los que duramente se volvieron contra él."
"Nuevos rumores se extendían diariamente. Ministros se escribían el uno al otro, extendiendo esos rumores... Sólo unos cuantos probaron verdad mostrando amor cristiano y restauración, llamándonos y recordándonos en sus oraciones."
Yo conozco al hombre al cual esta hija describe. Es un hombre dedicado a Dios, un buen padre y un cuidadoso pastor. Su corazón todavía esta pasionalmente enamorado de Jesús. De hecho, ha sido restaurado y esta pastoreando una iglesia en crecimiento.
¿Pueden imaginarse cómo se sintió todos esos años? ¡Todo el mundo al que él ministró por años se volvió contra él - incluyendo a esos que el se ganó para Cristo! Él estaba devastado, abrumado de dolor. A un punto su hija sugirió a su esposo que sacaran el arma fuera de la casa del hombre, temiendo que en su depresión él pudiera ser superado por pensamientos de suicidio.
Este desesperado hombre solitario esperaba por el teléfono una llamada de su fiel amigo pastor. El compasivo amigo ministro fue la única persona dispuesta a traer una toalla a su amigo - un pequeño consuelo, una palabra de aliento, un momento breve de risa.
¿Puede usted culpar al pastor desalentado, en querer simplemente un poco de alivio por tantos años de dolor infligido por el pueblo de Dios y otros ministros?


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El Mundo fuera de la Iglesia Ha sido endemoniado
Con el Espíritu De Odio - Carácter Asesino, Difamación, Destrucción de Reputaciones Y Familias.


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Tan pronto un político anuncia correr a un cargo cuando la prensa lo caracteriza en habladuría, escarbando su vida pasada solamente para encontrar algo de suciedad. Y cuando le encuentran algo, lo ponen a través de los titulares, para que toda América se revuelque en tal.
¡América se ha vuelto loca con calumnias! La Televisión esta llena de programas de habladurías con chismes, exposiciones, burlas. El malvado toma sus emociones para destruir a la gente, familias, y buenas reputaciones. Y la suciedad más horrible, es lo que a la gente más le gusta.
¡Pero esta clase de cosas no toman lugar en la casa de Dios. La iglesia debe de ser diferente. Debe de ser una casa de limpieza!
Los Gentiles en Éfeso honraban al pueblo de Dios en llamarlos "Crestianos," que significa, buenos "corazones." Ellos habían visto el buen corazón de estos creyentes hacia otros.
"Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdono a vosotros en Cristo" (Efesios 4:32).
Si desea ser de buen corazón tome la toalla para restaurar a un hermano o hermana - no necesita saber los detalles de cómo esa persona se ensucio. Jesús no les pregunto a Sus discípulos, "¿Cómo es que ustedes tienen los pies tan sucios?" Él quiso solamente realizar su limpieza - en sacar la suciedad de ellos. Su amor hacia ellos era incondicional.
Asimismo, esos quienes caminan en la plenitud de Jesucristo deben también tener esta actitud de amor hacia esos con pies sucios. No estamos para pedir detalles. En vez, estamos para decir, "¡Hagamos algo sobre la suciedad!"
Pero frecuentemente, este no es el caso. Muchos Cristianos quieren saber todos los detalles sangrientos. Llegan a un creyente quien tiene los pies sucios, diciendo, "Yo quiero lavar tus pies. Pero, dime - ¿qué sucedió? ¿Cómo te ensuciaste tanto?"
Luego, a lo largo de la historia de fracaso, el curioso consolador se da cuenta, "Oh - esto es peor de lo que pensaba. Yo no puedo envolverme en esto. Yo no puedo con eso." Y después de dos minutos de detalles, él llega al fin de su diminuto perdón humano. Juzga a la persona como muy mala, más allá de la ayuda - y escoge ignorarlo. Él tira su toalla y se va por su camino.
¡Amado, no pueden lavar pies en vestiduras de juez! Tienen que quitarse su ropa de santidad - su actitud de ser mas santo que otro antes de poder hacer cualquier limpieza. Al igual que Jesús, deben de poner aparte su vestidura de afuera y ceñirse con amor. ¡Afuera con toda justificación propia - todo orgullo, todos los pensamientos del no poder ponerse tan bajo! Tienen que tener una actitud que diga, "¡No me importa lo qué hayas hecho. Si estas arrepentido y quieres escuchar la Palabra de Dios, yo seré bondadoso y de buen corazón para ti!"
Todavía se preguntan, ¿qué pasa si la persona sucia ante usted es un Judas alguien que lo ha traicionado? Mi respuesta hacia usted es, Judas estuvo en la sala con los otros discípulos, y Jesús también lavó sus pies. Cristo se rebajó para limpiar la suciedad de Judas, a pesar de que Satanás había puesto ya traición en su corazón.
Desde luego, los Judas modernos de nuestros días pueden ser salvos por la Cruz. Frecuentemente pensamos que algunos pecadores, tales como homosexuales o lesbianas, están desafortunadamente perdidos. Pensamos que ellos no pueden ser liberados. No obstante, Pablo dice de ellos:
"¿No sabéis que los injustos no heredan el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredaran el reino de Dios."
"Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios" (1 Corintios 6:9-11).
Así éramos algunos de nosotros - ¡pero nuestros pies fueron lavados por Jesús! Yo les pregunto, si Jesús esta dispuesto a justificar a todos los pecadores, ¿por qué no estamos dispuestos a lavar los pies de esos pecadores? Pablo nos dice que tenemos que ser amables y pacientes con toda las personas:
"Porque el siervo del Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del diablo, en que están cautivos a la voluntad de él" (2ª Timoteo 2:24-26).
Pablo esta diciendo, "¡Tu tienes que ser de amable corazón con todos, a estar dispuestos a lavar sus pies. Dios pueda que tenga misericordia de ellos - y librarlos de su pecado!"
Hasta ahora nuestra iglesia ha dedicado casi treinta semanas orando por un avivamiento en la Ciudad de Nueva York. No importa cuánto una iglesia ore; Dios no plantará nuevos creyentes si en ese lugar ellos tendrán que luchar entre un montón de jueces Cristianos, que solo piensan en sí mismos.
Ustedes ven, cada nuevo creyente va a ensuciarse los pies antes de ser establecido en la fe. Y él necesitará personas que estén dispuestas a ir a él rápidamente a lavarle sus pies y restaurarlo. ¡El avivamiento verdadero refleja este espíritu de bondad - un espíritu que este dispuesto a tomar la toalla para limpiar y restaurar a creyentes sucios!


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3. ¡Finalmente, Llegamos a la Palabra Unidad!


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Yo creo que cuando Jesús lavó los pies de los discípulos, Él estaba enseñando una lección profunda sobre como obtener unidad de compañerismo en el cuerpo de Cristo.
Al Jesús acercarse a Pedro para lavar sus pies, el discípulo se inclinó hacia atrás.
"...Y Pedro le dijo: Señor, ¿tu me lavas los pies?" (Juan 13:6).
Pedro le pregunta asombrado, ¡Señor, ¿tú me vas a lavar mis pies, lo aras? ¡Nunca, nunca!"
Jesús contestó,
"...Si no te lavaré, no tendrás parte conmigo" (verso 8).
Jesús estaba diciendo, en esencia, "Pedro, si lavo tus pies, tendremos terrenos preciosos para el compañerismo, una base para la verdadera unidad." Así mismo, ningún pastor puede traer unidad a una iglesia simplemente implementando programas o por su ardiente predicación. ¡No - la unidad viene del tomar la toalla!
Después que Jesús lavó los pies de Sus discípulos, Él les pregunto, "¿Comprenden ustedes lo qué Yo he hecho?" Si ellos verdaderamente hubieran entendido la importancia espiritual de lo qué Él acababa de hacer - de sacar la mancha y culpabilidad de su pecado - habría producido en ellos gratitud.
Ahora yo les pregunto: ¿Qué fue lo que Jesús hizo cuando Él le limpió? Él lavó todas sus fallas y culpabilidad - Él limpió los últimos remanentes de pecado - y le hizo completamente limpio. Él puso gratitud, agradecimiento, regocijo en su alma. Él lo llenó de amor para Él para que lo siguiera dondequiera y hiciera todo por Él. Todo lo que usted quería era tener una comunión con Él, por lo qué Él hizo por usted.
¡Amado, ese es el secreto de la unidad! Cuando usted toma la toalla de perdón a un hermano dolorido, lo abrasa y lo anima en su dolor - en el sometimiento del temor santo, lavando sus sentimientos de inutilidad, angustia y desesperación, dándole amor y cuidado.
No obstante, ¿qué es lo que ha hecho al lavar los pies de esa persona? Usted ha construido un fundamento firme para la verdadera unidad y gloriosa comunión. ¡Usted es uno por su experiencia común - que es, ser lavado por el agua de la Palabra!
¡Hablando de gratitud - ese Cristiano será su amigo por toda la vida! Él lo defenderá, lo amara, hará cualquier cosa por usted. Él le dirá, "¡Tu estuviste conmigo en mis duros momentos. Y ahora no dejaré que nadie te haga daño!"
¿Pueden imaginarse una iglesia llena de tales personas de cuidado - que rehusan escuchar una palabra de suciedad de otros; que se duelen cuando otros se duelen; que se reúnen alrededor de cada hermana o hermano desesperado, quebrantado, con una palabra de amor y esperanza? ¡Es por eso que movimos nuestro ministerio a la Ciudad de Nueva York - para levantar un remanente santo, que esté dispuesto a construir un fundamento de unidad fuerte de consoladores, - personas que lleven la toalla en sus manos!
Pueden preguntarse, "¿Pero cómo encuentro a personas cuyos pies necesitan ser lavados?" Mi respuesta es, "¡De la misma forma que usted los encontró cuando hablaba de ellos!"
Ahora, cuando escuche cualquier cosa negativa sobre alguien, solamente pregunte, "¿De quien están hablando? ¡Nombre solamente, por favor!" Luego vaya rápidamente a esa persona lastimada con su toalla de misericordia y comience a lavar sus pies! Dígale al caído, "¡Yo me preocupo por ti - quiero orar por ti - pero no necesito saber ningún detalle. Yo simplemente quiero que sepas que todavía te amo - y voy a estar a tu lado!"
Este mensaje es para mí como lo es para ustedes. Yo recientemente he llegado a este conocimiento de lo qué el lavamiento de pies realmente significa. Y, por la gracia de Dios, yo tomaré la toalla de misericordia juntamente con otros y buscaré a esos que están lastimados cuyos pies necesitan ser limpiados.
Jesús dijo,
"Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavar los pies los unos a los otros... Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis, si las hiciereis" (Juan 13:14,17).
Ahora que sabemos estas cosas, como Jesús dijo, podemos hacerlas. Yo les pregunto: ¿Están dispuestos a hacerlas? ¿Están preparados para tomar la toalla en amor?
¡Aleluya!

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Padre y padre.

Padre y padre.

sr.Jaime,si me permite la expresión PADRE TRES VECES SANTO,no se le puede conceder a Habraham ni a nadie;Habraham es padre en el sentido de patriarca ,que es distinto.

Si llamamos a Habraham ,al papa,o a perico de los palotes PADRE SANTO,señor estamos BLASFEMANDO;pues el mismo DIOS que otorga el título de patriarca en la FE a Habraham,impide y PROHIBE que el título de PADRE,se le de a nadie,sino solo a EL mismo,es distinto.

Una cosa es padre natural,otra cosa es padre en el sentido de patriarca y otra es PADRE TRES VECES SANTO,es distinto.

Tenga la amabilidad de no entremezclar el asunto con la premisa de que la enseñanza erronea que ha recibido es superior a la Verdad de Dios,y !eso no!querido amigo.

PD.Por cierto ahora en la iglesia del NT ya no hay patriarcas como en el AT;ahora EL dice que todos somos hermanos,simplemente.

A pesar de su horrible confusión le envio un cordial saludo.
 
sr Manuel Corona

sr Manuel Corona

Estimado amigo...

¿para que "recorcholis"hace falta el que fisicamente nos lavemos unos a otros los pies si hay duchas y baños?.

En el capìtulo 13 del Evangelio de Juan se tratan junto al que nos acupa otros temas que no son ajenos a este,a saber la traición de judas,el Nuevo Mandamiento y la negación de Pedro.

La actitud y aptitud de servicio del Que es DIOS hecho hombre,junto a su consejo por el posibilitado es una muestra de la Gracia de Dios en la humanidad ,pues si el hombre pecador tiende a dominar a sus semajantes ,EL aporta la liberación sobre este tema conllevandonos a una verdadera humildad.

Existen dos tipos de humildades señor Corona,una la verdadera que EL dá en secreto,y otra falsa que aunque en su exterior es practicamente igual a la otra ,solo desea el dominar a sus semejantes y cara a la galeria conseguir publicidad a través de los medios de comunicación masivos ,con un baño de humildad religiosa que no sirve ante DIOS para nada.

Este señor al que ustedes llaman papa de Roma,pertenece a la segunda clase de humildad,pues pocas cosas hace en secreto y mucho cuidado pone el y sus generales romanos en que todo el mundo se entere;!Sépalo!esto no tiene valor ante DIOS nuestro Señor.El cual dice que si queremos tener beneplácito con Su Misteriosa Obra,realicemos las gestiones en secreto y no en público pues perdemos nuestra recompensa.

Mucho cine.mucho teatro,mucha televisión, mucha pamplina y mucho "calor"del demonio".

No obstante deseo aparte de aportar mi parecer ,presentarle mis respetos.Cordial saludo.
 
Amigo Mora:

Tratemos de "ENTENDER" le recomiendo lea, si no lo ha hecho, el aporte de Maripaz (Cut&Paste):

¡ TOMANDO LA TOALLA ! Por David Wilkerson

Dios nos bendiga

Manuel