CARTA AL HOMBRE Y A LA MUJER.
Sobre el tiempo del engaño y la llamada al corazón despierto
Desde los caminos casi solitarios por los que aún transita el alma que busca lo verdadero y lo auténtico, nace una certeza que no puedo sino compartir: el gran engaño que envuelve a la humanidad no es nuevo. Es tan antiguo como el hombre mismo. Se ha repetido una y otra vez, siempre a manos de quienes negaron —y siguen negando— al Creador, fuente de toda existencia.
Vivimos en una época en la que lo falso se reviste de apariencia luminosa. Desde la pasada pandemia, muchos corazones percibieron un salto cualitativo en la degradación de la condición humana: una impostura global que hiere al intelecto sano y al alma sensible. Pero esta mentira no comenzó ayer; lleva siglos gestándose en cada rincón de la vida, en cada relación, en cada estructura que el hombre erige sin memoria de su Señor.
Sin embargo, nada escapa al designio del Creador de todos los mundos, de lo visible y de lo invisible. Esta confrontación entre quienes creen y quienes niegan no es un accidente de la historia: forma parte del tejido mismo de la Creación. Así fue revelado a Moisés en la Torá, a Jesús en el Evangelio, y a Muhammad en el Corán —la paz sea sobre todos ellos—, así como a los mensajeros anteriores. Todos trajeron el mismo mensaje esencial: recordar lo que el ser humano tiende a olvidar.
A lo largo del tiempo, esos mensajes sagrados han sido alterados, mezclados, adaptados a intereses humanos. El olvido nos hace asociar al Creador con Sus criaturas, adorar lo creado en lugar de Aquel que da el ser. Pero hemos sido diseñados para adorar, y la gran pregunta de toda vida es precisamente a quién o a qué dirigimos esa adoración.
El espíritu de la mentira se manifiesta también en la manipulación de las revelaciones, en la sustitución de lo divino por lo utilitario. Así se deformó el mensaje de Moisés, convirtiendo la Torá en letra sin espíritu, o lo que es lo mismo, se cambió por el llamado talmud; y se desfiguró el Evangelio, confundiendo al Mensajero con el mismo Dios que lo envió. Son consecuencias inevitables del olvido y de la fascinación por esta vida pasajera.
El último mensaje, el descendido a Muhammad —la paz sea con él—, fue preservado en su pureza gracias a la determinación viva de quienes lo memorizaron y lo memorizan; y lo aprenden de corazón. Ninguna pluma humana ha podido alterarlo. Y sin embargo, incluso allí, la práctica y el ejemplo fueron también objeto de tergiversación.
Hoy, el mundo entero vive bajo el dominio de un mismo poder: la usura, que somete, divide y oscurece. En nombre de la riqueza y del progreso, se ha traicionado el legado de los profetas y se ha entregado la humanidad a una servidumbre más sutil, pero más profunda que cualquier otra anterior.
Y, sin embargo, el Mensajero de Dios nos advirtió:
> “Los hijos de Israel se dividieron en setenta sectas; los cristianos, en setenta y una; y los musulmanes, en setenta y dos. Solo una de ellas permanecerá en el camino recto: la de los pobres, hasta el final de los tiempos.”
Por eso, no busques la verdad donde todos miran, pues lo que allí brilla suele ser reflejo de una mentira.
El propósito de estas palabras no es otro que despertar la reflexión, tocar la mente de quienes aún conservan algo de claridad en sus pensamientos y pureza en su corazón. No son discursos políticos ni consignas: son un recordatorio, una llamada al alma.
Puede que muchos respondan con silencio, como ha sucedido siempre. Pero el deber de quien ve es seguir llamando, aun cuando sus golpes suenen sobre granito.
El decreto, al fin y al cabo, pertenece solo al Uno, sin asociado.
Busquen la verdad sin temor. Indaguen con sinceridad. No hay atajo más directo hacia lo real que volver el rostro hacia Dios y Su mensaje.
Y creedme: quien de verdad busca, encontrará.
Creedme de verdad; es ir directo al grano. Un saludo.
P.d: en mi caso particular, me llegó de la manera más inverosímil. Desde un férreo ateísmo provocado por la renuncia de cuanto heredé de la transmisión paterna.
Sobre el tiempo del engaño y la llamada al corazón despierto
Desde los caminos casi solitarios por los que aún transita el alma que busca lo verdadero y lo auténtico, nace una certeza que no puedo sino compartir: el gran engaño que envuelve a la humanidad no es nuevo. Es tan antiguo como el hombre mismo. Se ha repetido una y otra vez, siempre a manos de quienes negaron —y siguen negando— al Creador, fuente de toda existencia.
Vivimos en una época en la que lo falso se reviste de apariencia luminosa. Desde la pasada pandemia, muchos corazones percibieron un salto cualitativo en la degradación de la condición humana: una impostura global que hiere al intelecto sano y al alma sensible. Pero esta mentira no comenzó ayer; lleva siglos gestándose en cada rincón de la vida, en cada relación, en cada estructura que el hombre erige sin memoria de su Señor.
Sin embargo, nada escapa al designio del Creador de todos los mundos, de lo visible y de lo invisible. Esta confrontación entre quienes creen y quienes niegan no es un accidente de la historia: forma parte del tejido mismo de la Creación. Así fue revelado a Moisés en la Torá, a Jesús en el Evangelio, y a Muhammad en el Corán —la paz sea sobre todos ellos—, así como a los mensajeros anteriores. Todos trajeron el mismo mensaje esencial: recordar lo que el ser humano tiende a olvidar.
A lo largo del tiempo, esos mensajes sagrados han sido alterados, mezclados, adaptados a intereses humanos. El olvido nos hace asociar al Creador con Sus criaturas, adorar lo creado en lugar de Aquel que da el ser. Pero hemos sido diseñados para adorar, y la gran pregunta de toda vida es precisamente a quién o a qué dirigimos esa adoración.
El espíritu de la mentira se manifiesta también en la manipulación de las revelaciones, en la sustitución de lo divino por lo utilitario. Así se deformó el mensaje de Moisés, convirtiendo la Torá en letra sin espíritu, o lo que es lo mismo, se cambió por el llamado talmud; y se desfiguró el Evangelio, confundiendo al Mensajero con el mismo Dios que lo envió. Son consecuencias inevitables del olvido y de la fascinación por esta vida pasajera.
El último mensaje, el descendido a Muhammad —la paz sea con él—, fue preservado en su pureza gracias a la determinación viva de quienes lo memorizaron y lo memorizan; y lo aprenden de corazón. Ninguna pluma humana ha podido alterarlo. Y sin embargo, incluso allí, la práctica y el ejemplo fueron también objeto de tergiversación.
Hoy, el mundo entero vive bajo el dominio de un mismo poder: la usura, que somete, divide y oscurece. En nombre de la riqueza y del progreso, se ha traicionado el legado de los profetas y se ha entregado la humanidad a una servidumbre más sutil, pero más profunda que cualquier otra anterior.
Y, sin embargo, el Mensajero de Dios nos advirtió:
> “Los hijos de Israel se dividieron en setenta sectas; los cristianos, en setenta y una; y los musulmanes, en setenta y dos. Solo una de ellas permanecerá en el camino recto: la de los pobres, hasta el final de los tiempos.”
Por eso, no busques la verdad donde todos miran, pues lo que allí brilla suele ser reflejo de una mentira.
El propósito de estas palabras no es otro que despertar la reflexión, tocar la mente de quienes aún conservan algo de claridad en sus pensamientos y pureza en su corazón. No son discursos políticos ni consignas: son un recordatorio, una llamada al alma.
Puede que muchos respondan con silencio, como ha sucedido siempre. Pero el deber de quien ve es seguir llamando, aun cuando sus golpes suenen sobre granito.
El decreto, al fin y al cabo, pertenece solo al Uno, sin asociado.
Busquen la verdad sin temor. Indaguen con sinceridad. No hay atajo más directo hacia lo real que volver el rostro hacia Dios y Su mensaje.
Y creedme: quien de verdad busca, encontrará.
Creedme de verdad; es ir directo al grano. Un saludo.
P.d: en mi caso particular, me llegó de la manera más inverosímil. Desde un férreo ateísmo provocado por la renuncia de cuanto heredé de la transmisión paterna.