CARTA A LOS ROMANOS CAPÍTULO VI
"Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?" (vs. 2,3).
El apóstol Pablo, en este capítulo, nos enfrenta a nuestra propia vida y a nuestra propia fe. Nos hace reflexionar profundamente sobre la contradicción que se puede dar en nuestra vida cristiana, en la que nos podemos presentar como hombres espirituales y sin embargo vivir como hombres naturales. Esto sería tanto como querer demostrar que la muerte de Cristo fue inútil, y al mismo tiempo hacernos voceros de esa muerte para perdón de los pecados de todo hombre. Pero no nos debe sorprender esta advertencia del apóstol, porque esa actitud ha sido, a pesar de todo, una constante en la vida del cristianismo. Y hoy también nos podemos ver en ese mismo dilema vital. Por una parte, anunciamos que hemos muerto en Cristo al pecado, y por otra, nuestra vida es una esclava del pecado. Y para atemperar ese dilema nos inventamos multitud de fórmulas religiosas con las cuales queremos tapar esa evidente contradicción, como Adán intentó cubrir con las hojas de higuera, la evidencia de su ruptura con su Hacedor. Por eso, al contemplar la vida litúrgica o cultual de una iglesia, muchas veces nos demuestra más lo que les falta (vida en Cristo) que lo que tienen (mucha religiosidad). Pura hojarasca con la que se quiere ocultar esa gran contradicción entre lo que se dice creer y lo que se vive.
Pablo no quiere que esa dualidad reine en nuestras vidas, por eso, con toda claridad, nos coloca ante el espejo de nuestra vida diaria. Ahí nos veremos a nosotros mismos, si hemos muerto con Cristo y vivimos en Él, o si como hombres naturales vivimos en nosotros mismos, esclavos de nuestro pecado. Uno no puede aceptar la muerte de Cristo por el pecado, y con su vida personal contradecir ese testimonio. En esta cuestión el apóstol no admite ninguna dualidad: si has muerto en Cristo al pecado, en manera alguna puedes vivir en el pecado. Y no se trata de disciplinar tu cuerpo y controlarlo para no pecar. Es algo mucho más profundo y radical: debes morir al pecado, y eso sólo es posible en Cristo. La muerte de Cristo en la cruz es la causa y la garantía de la muerte del pecado en nosotros. El lugar de nuestra conversión está en el Gólgota y también la hora de la muerte de Cristo, es también la hora de nuestra conversión. Fuera de ese lugar y de esa hora, no hay ningún otro lugar ni ninguna otra hora para la muerte del pecado, y de nuestra propia muerte al pecado.
"Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado" (v.6).
Tal vez todos sepamos que Cristo ha sido crucificado, pero lo que ya no tenemos tan claro es, "que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él".
Y por eso nuestras propias costumbres nos delatan. Si no, mira la cruz que cuelga de tu cuello, ¿quién está en ella, Cristo o tú? ¿No tendrías que estar tú también?
Pero Cristo no fue a la cruz para que nos hiciésemos un amuleto, sino para que nosotros mismos por la fe nos supiésemos crucificados con Él. Por eso es una tremenda equivocación hacer de la cruz un objeto de culto. Así se cambia el verdadero sentido de la cruz de Cristo. Porque el viejo hombre tiene que estar en esa cruz con Cristo, nunca adorando esa cruz. Cristo no subió a esa cruz para que le adorasen en ella, sino para que el viejo hombre muriese en ella; y así "el cuerpo del pecado sea destruido"; y esa es la única manera de que no sirvamos más al pecado.
Qué gran error es, que el viejo hombre (el hombre natural) pretenda justificarse ante Dios con sus propias liturgias, sus procesiones, sus penitencias o sus buenas obras, pues todo eso es pecado ante Dios. Porque ese viejo hombre sólo es justificado del pecado si ha muerto con Cristo por medio de la fe. "Porque el que ha muerto ( que ha sido crucificado con Cristo), ha sido justificado del pecado" (v.7).
Todo esto lo resume Pablo de una manera magistral en su carta a los Gálatas de esta forma: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal. 2:20).
Si de verdad, mientras viva en este cuerpo, creo que Jesús me amó y se entregó por mí a la muerte de cruz, esa cruz es mi cruz ante los ojos del Padre, y ya no puedo vivir más mi vida de hombre carnal sino que vive Cristo en mí. Lo único que tengo que hacer, durante todos los días que el Señor me dé para vivir en este cuerpo, es vivirlos en la fe del Hijo de Dios. Así siempre vivirá Cristo en mí.
Y tampoco necesito que el Hijo de Dios, día tras día repita su muerte, aunque sea de una forma incruenta, como se dice de la misa. No.
"Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive" (v. 10).
La carta a los Hebreos repite una y otra vez este mismo hecho de que "Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos"... "Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado"... "Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" ... "Por su propia sangre entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Hebr. 9:12,26,28; 10:10).
Todos estos textos nos muestran que solamente Cristo murió para quitar el pecado de nosotros, y que solamente lo hizo una sola vez, para santificarnos por Su Santo Espíritu. Tengamos, pues, esa esperanza cierta en la salvación que Dios nos ha dado por medio de nuestro Señor Jesucristo, "quien murió por nosotros para que ya sea que velemos o que durmamos, vivamos juntamente con Él" (1 Tes. 5:10).
Al sabernos crucificados con Cristo por medio de la fe podemos decir también: "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos" (Rom. 14:8).
Hay también cristianos que se sienten muertos al pecado, porque su vida es una continua lucha por no participar en los vicios del hombre del mundo. Se han trazado una pauta de conducta que es una pesada losa que les aprisiona dentro de la tumba de su autojustificación. Pero todo esto también es un triste error, porque la Palabra de Dios nos dice que "nos consideremos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (v.11). Es incomprensible que los que viven para Dios en Cristo Jesús, puedan jamás sentir la más mínima nostalgia o envidia de aquellos que viven para sí, y por ello están muertos en su propio pecado. Por eso resulta bastante incoherente que la gente diga que ser cristiano, hoy, es un poco aburrido. Pero todavía es mucho más absurdo que ese pensamiento anide en la mente de muchos que se confiesan cristianos. Lo único que podemos decirles a esas gentes, es que en ellos aún no ha resplandecido la Luz de la vida de Cristo. "Porque en Cristo está la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres" (Jn.1:4). Y fuera de Cristo sólo hay muerte y tinieblas para el hombre.
"Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (v.23).
El hombre en su ignorancia confía más en lo que él mismo puede ganar que en lo que Dios, en su gracia infinita, le puede dar como regalo. Y sólo así se puede comprender que el hombre por sí mismo prefiera cobrar la soldada del pecado, que aceptar el regalo de Dios en Cristo.
La soldada que el pecado paga a sus siervos es la muerte. En el idioma griego a la palabra soldada (paga) le da un carácter despectivo, porque era la paga que recibían los soldados por sus servicios y siempre era una miseria. Por eso Pablo la utiliza aquí para mostrarnos la miseria de salario que el pecado paga a sus siervos.
Por otra parte nos muestra la magnificencia del regalo de Dios a los que creen en Cristo Jesús. Ese regalo, ese don, esa dádiva es vida eterna. Pero tengamos muy en cuenta que no es una paga o un salario, sino un regalo de Dios en Cristo Jesús.
El pecado paga miserablemente con la muerte a los que le sirven. Dios regala espléndidamente vida eterna a los que aceptan a Su Hijo como su perfecto Salvador. Qué ciego se está cuando uno desprecia el regalo de Dios, que es vida eterna, y acepta el miserable salario del pecado que es la muerte. Y sin embargo, Jesús mismo nos dice que son muchos los que transitan esa ancha senda que lleva a la muerte, y pocos los que transitan por el angosto camino que lleva a la vida (Mt. 7:13).
Fco. Rodríguez
http://www.epos.nl/ecr/171/chapter_7.htm
"Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?" (vs. 2,3).
El apóstol Pablo, en este capítulo, nos enfrenta a nuestra propia vida y a nuestra propia fe. Nos hace reflexionar profundamente sobre la contradicción que se puede dar en nuestra vida cristiana, en la que nos podemos presentar como hombres espirituales y sin embargo vivir como hombres naturales. Esto sería tanto como querer demostrar que la muerte de Cristo fue inútil, y al mismo tiempo hacernos voceros de esa muerte para perdón de los pecados de todo hombre. Pero no nos debe sorprender esta advertencia del apóstol, porque esa actitud ha sido, a pesar de todo, una constante en la vida del cristianismo. Y hoy también nos podemos ver en ese mismo dilema vital. Por una parte, anunciamos que hemos muerto en Cristo al pecado, y por otra, nuestra vida es una esclava del pecado. Y para atemperar ese dilema nos inventamos multitud de fórmulas religiosas con las cuales queremos tapar esa evidente contradicción, como Adán intentó cubrir con las hojas de higuera, la evidencia de su ruptura con su Hacedor. Por eso, al contemplar la vida litúrgica o cultual de una iglesia, muchas veces nos demuestra más lo que les falta (vida en Cristo) que lo que tienen (mucha religiosidad). Pura hojarasca con la que se quiere ocultar esa gran contradicción entre lo que se dice creer y lo que se vive.
Pablo no quiere que esa dualidad reine en nuestras vidas, por eso, con toda claridad, nos coloca ante el espejo de nuestra vida diaria. Ahí nos veremos a nosotros mismos, si hemos muerto con Cristo y vivimos en Él, o si como hombres naturales vivimos en nosotros mismos, esclavos de nuestro pecado. Uno no puede aceptar la muerte de Cristo por el pecado, y con su vida personal contradecir ese testimonio. En esta cuestión el apóstol no admite ninguna dualidad: si has muerto en Cristo al pecado, en manera alguna puedes vivir en el pecado. Y no se trata de disciplinar tu cuerpo y controlarlo para no pecar. Es algo mucho más profundo y radical: debes morir al pecado, y eso sólo es posible en Cristo. La muerte de Cristo en la cruz es la causa y la garantía de la muerte del pecado en nosotros. El lugar de nuestra conversión está en el Gólgota y también la hora de la muerte de Cristo, es también la hora de nuestra conversión. Fuera de ese lugar y de esa hora, no hay ningún otro lugar ni ninguna otra hora para la muerte del pecado, y de nuestra propia muerte al pecado.
"Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Cristo, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado" (v.6).
Tal vez todos sepamos que Cristo ha sido crucificado, pero lo que ya no tenemos tan claro es, "que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él".
Y por eso nuestras propias costumbres nos delatan. Si no, mira la cruz que cuelga de tu cuello, ¿quién está en ella, Cristo o tú? ¿No tendrías que estar tú también?
Pero Cristo no fue a la cruz para que nos hiciésemos un amuleto, sino para que nosotros mismos por la fe nos supiésemos crucificados con Él. Por eso es una tremenda equivocación hacer de la cruz un objeto de culto. Así se cambia el verdadero sentido de la cruz de Cristo. Porque el viejo hombre tiene que estar en esa cruz con Cristo, nunca adorando esa cruz. Cristo no subió a esa cruz para que le adorasen en ella, sino para que el viejo hombre muriese en ella; y así "el cuerpo del pecado sea destruido"; y esa es la única manera de que no sirvamos más al pecado.
Qué gran error es, que el viejo hombre (el hombre natural) pretenda justificarse ante Dios con sus propias liturgias, sus procesiones, sus penitencias o sus buenas obras, pues todo eso es pecado ante Dios. Porque ese viejo hombre sólo es justificado del pecado si ha muerto con Cristo por medio de la fe. "Porque el que ha muerto ( que ha sido crucificado con Cristo), ha sido justificado del pecado" (v.7).
Todo esto lo resume Pablo de una manera magistral en su carta a los Gálatas de esta forma: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a Sí mismo por mí" (Gal. 2:20).
Si de verdad, mientras viva en este cuerpo, creo que Jesús me amó y se entregó por mí a la muerte de cruz, esa cruz es mi cruz ante los ojos del Padre, y ya no puedo vivir más mi vida de hombre carnal sino que vive Cristo en mí. Lo único que tengo que hacer, durante todos los días que el Señor me dé para vivir en este cuerpo, es vivirlos en la fe del Hijo de Dios. Así siempre vivirá Cristo en mí.
Y tampoco necesito que el Hijo de Dios, día tras día repita su muerte, aunque sea de una forma incruenta, como se dice de la misa. No.
"Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas; mas en cuanto vive, para Dios vive" (v. 10).
La carta a los Hebreos repite una y otra vez este mismo hecho de que "Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos"... "Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de Sí mismo para quitar de en medio el pecado"... "Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre" ... "Por su propia sangre entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención" (Hebr. 9:12,26,28; 10:10).
Todos estos textos nos muestran que solamente Cristo murió para quitar el pecado de nosotros, y que solamente lo hizo una sola vez, para santificarnos por Su Santo Espíritu. Tengamos, pues, esa esperanza cierta en la salvación que Dios nos ha dado por medio de nuestro Señor Jesucristo, "quien murió por nosotros para que ya sea que velemos o que durmamos, vivamos juntamente con Él" (1 Tes. 5:10).
Al sabernos crucificados con Cristo por medio de la fe podemos decir también: "Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos" (Rom. 14:8).
Hay también cristianos que se sienten muertos al pecado, porque su vida es una continua lucha por no participar en los vicios del hombre del mundo. Se han trazado una pauta de conducta que es una pesada losa que les aprisiona dentro de la tumba de su autojustificación. Pero todo esto también es un triste error, porque la Palabra de Dios nos dice que "nos consideremos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro" (v.11). Es incomprensible que los que viven para Dios en Cristo Jesús, puedan jamás sentir la más mínima nostalgia o envidia de aquellos que viven para sí, y por ello están muertos en su propio pecado. Por eso resulta bastante incoherente que la gente diga que ser cristiano, hoy, es un poco aburrido. Pero todavía es mucho más absurdo que ese pensamiento anide en la mente de muchos que se confiesan cristianos. Lo único que podemos decirles a esas gentes, es que en ellos aún no ha resplandecido la Luz de la vida de Cristo. "Porque en Cristo está la Vida, y la Vida es la Luz de los hombres" (Jn.1:4). Y fuera de Cristo sólo hay muerte y tinieblas para el hombre.
"Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (v.23).
El hombre en su ignorancia confía más en lo que él mismo puede ganar que en lo que Dios, en su gracia infinita, le puede dar como regalo. Y sólo así se puede comprender que el hombre por sí mismo prefiera cobrar la soldada del pecado, que aceptar el regalo de Dios en Cristo.
La soldada que el pecado paga a sus siervos es la muerte. En el idioma griego a la palabra soldada (paga) le da un carácter despectivo, porque era la paga que recibían los soldados por sus servicios y siempre era una miseria. Por eso Pablo la utiliza aquí para mostrarnos la miseria de salario que el pecado paga a sus siervos.
Por otra parte nos muestra la magnificencia del regalo de Dios a los que creen en Cristo Jesús. Ese regalo, ese don, esa dádiva es vida eterna. Pero tengamos muy en cuenta que no es una paga o un salario, sino un regalo de Dios en Cristo Jesús.
El pecado paga miserablemente con la muerte a los que le sirven. Dios regala espléndidamente vida eterna a los que aceptan a Su Hijo como su perfecto Salvador. Qué ciego se está cuando uno desprecia el regalo de Dios, que es vida eterna, y acepta el miserable salario del pecado que es la muerte. Y sin embargo, Jesús mismo nos dice que son muchos los que transitan esa ancha senda que lleva a la muerte, y pocos los que transitan por el angosto camino que lleva a la vida (Mt. 7:13).
Fco. Rodríguez
http://www.epos.nl/ecr/171/chapter_7.htm