La fornicación -toda clase de sexo practicado fuera del matrimonio- es un pecado capital que supone la condenación de las almas implicadas ad perpetuam. Esto, evidentemente, se produce en el caso de los solteros, pero también en los casados excluvisamente por el juzgado. Leo en un periódico que el presidente de México, Vicente Fox, se ha casado por lo civil hace un mes, levantando las críticas y abiertas censuras del clero mexicano. Este presidente estaba casado por el rito católico -el único con valor de sacramento y por lo tanto el único matrimonio verdadero que existe a los ojos de Dios- y tras su separación, intentó conseguir la nulidad matrimonial, sin que finalmente le fuese aceptada. Pasando por alto su condición de casado, decidió olvidarse del sacramento matrimonial y arrimarse con una mujer excusandose en que unos papeles firmados por un juez le autorizaban contraer un nuevo "matrimonio". Y, como este señor, tantos millones de parejas en todo el mundo... Debo recordar que el matrimonio eclesiástico dura hasta la muerte de uno de los cónyuges o la consecución de la nulidad matrimonial. El matrimonio civil es papel mojado sin el más mínimo valor para Dios, y toda relación de este tipo entra en el apartado de los pecados mortales. Debo recordar, no obstante, que la Iglesia autoriza el matrimonio civil "para salvaguardar intereses legítimos", como puedan ser los de índole económica o de patria potestad de los hijos; pero los cónyuges deben comportarse de una forma estrictamente casta, sin llegar a consumar ese "matrimonio" solo existente sobre el papel.
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