Tomado de http://www.alcnoticias.org
Bingólatras
Por Oneide Bobsin
El hijo, la nuera y las amigas de doña Julia, se extrañaron al principio de las frecuentes idas de la señora a los locales donde se juega bingo. Dos veces por semana, la señora iba a esos lugares, a probar suerte con los cartones del juego.
El hecho de que perdiese mucho dinero no hacía desistir a doña Julia de lo que se había convertido para ella en un ritual bisemanal.
Como era viuda, una amiga se imaginó que tenía una relación sentimental. En efecto, el día en que iba al bingo, doña Julia se mostraba más animada. Se ponía su mejor ropa y se maquillaba como no lo había hecho en los últimos diez años. Daba la impresión de que el tedio y la falta de interés en la vida que había mostrado, se desvanecían en el aire.
Todo ello, era sin embargo pasajero. Después de una tarde de juego, regresaba a su casa con aire de felicidad comprada, que se hacia polvo a las pocas horas, como el humo de las dos cajetillas de cigarrillos que consumía diariamente.
Cuando sus familiares estaban cansados de aconsejarle que dejara el juego, los sorprendió con un desconcertante cambio. De un día para otro, empezó a frecuentar una de las iglesias de la prosperidad. Durante algunos meses, las personas con quienes convivía, mostraron extrañeza por esa actitud.
Nunca, doña Julia fue una concurriente asidua de la Iglesia Católica. Cuando el marido estaba vivo iban a la Iglesia en ocasiones especiales. Después que el esposo falleció, se encerro en su casa. Hizo del espacio en que vivian ella y su hijo, su mundo.
Su búsqueda de sentido y de superación del tedio produjo un cambio radical. Dos veces por semana tomaba el tren para dirigirse a otra ciudad, donde unos predicadores colectaban unas sumas fabulosas.
El señor, decían los predicadores, no quiere hijos pobres. Los hijos del señor son ricos, Jesús nunca fue pobre. Era un rey y ¿quién ha visto un rey pobre? Entonces, pecan, pues con el señor es !todo o nada!.
El señor ha prometido riquezas para sus hijos. Colóquenlo contra la pared para que cumpla.
Después de los discursos, doña Julia, con muchas otras personas, iban al altar para entregar los diezmos y otras sumas destinadas a negociar las bendiciones del señor, que mueve su corazón en proporción con la cantidad donada.
Todavía no se habían acostumbrado a las prácticas religiosas de doña Julia, cuando, inexplicablemente, dejó de acudir a la iglesia de la prosperidad y regresó a las casas del bingo.
Durante más de un año, doña Julia alternó su participación en los juegos de bingo con su asistencia a los cultos de la iglesia de la prosperidad. Aunque nunca participó simultáneamente en los dos espacios.
En vista de las indefiniciones de doña Julia, la familia le sugirió que escogiese un solo camino. Preferían la iglesia de la prosperidad, porque allí perdía mens dinero. Era un juego menos peligroso, dijo la nuera, que siempre sabía expresar mejor el ambiente de la familia y se guiaba por la ley del menor esfuerzo.
Evidentemente, su tono sarcástico no conseguia ocultar su decepción con la suegra, que había criado un hijo muy dependiente, que actuaba como si fuese una droga para su propia madre.
Encerrada en sí misma, la familia de doña Julia no lograba encontrar el camino que ha abierto Jesús y que estamos recordando en estos tiempos de pasión. Ante la gloria ofrecida por el tentador, Jesús respondió, como esta escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él servirás. (Lucas 4.5-8)
En los cartones de Jesús hay otro camino para los y las bingólatras, y para nosotros que vivimos en una sociedad toxicómana.
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Oneide Bobsin es pastor de la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana de Brasil y profesor de Ciencias de las Religiones en la Escuela Superior de Teología de Sao Leopoldo/RS/Brasil.
Bingólatras
Por Oneide Bobsin
El hijo, la nuera y las amigas de doña Julia, se extrañaron al principio de las frecuentes idas de la señora a los locales donde se juega bingo. Dos veces por semana, la señora iba a esos lugares, a probar suerte con los cartones del juego.
El hecho de que perdiese mucho dinero no hacía desistir a doña Julia de lo que se había convertido para ella en un ritual bisemanal.
Como era viuda, una amiga se imaginó que tenía una relación sentimental. En efecto, el día en que iba al bingo, doña Julia se mostraba más animada. Se ponía su mejor ropa y se maquillaba como no lo había hecho en los últimos diez años. Daba la impresión de que el tedio y la falta de interés en la vida que había mostrado, se desvanecían en el aire.
Todo ello, era sin embargo pasajero. Después de una tarde de juego, regresaba a su casa con aire de felicidad comprada, que se hacia polvo a las pocas horas, como el humo de las dos cajetillas de cigarrillos que consumía diariamente.
Cuando sus familiares estaban cansados de aconsejarle que dejara el juego, los sorprendió con un desconcertante cambio. De un día para otro, empezó a frecuentar una de las iglesias de la prosperidad. Durante algunos meses, las personas con quienes convivía, mostraron extrañeza por esa actitud.
Nunca, doña Julia fue una concurriente asidua de la Iglesia Católica. Cuando el marido estaba vivo iban a la Iglesia en ocasiones especiales. Después que el esposo falleció, se encerro en su casa. Hizo del espacio en que vivian ella y su hijo, su mundo.
Su búsqueda de sentido y de superación del tedio produjo un cambio radical. Dos veces por semana tomaba el tren para dirigirse a otra ciudad, donde unos predicadores colectaban unas sumas fabulosas.
El señor, decían los predicadores, no quiere hijos pobres. Los hijos del señor son ricos, Jesús nunca fue pobre. Era un rey y ¿quién ha visto un rey pobre? Entonces, pecan, pues con el señor es !todo o nada!.
El señor ha prometido riquezas para sus hijos. Colóquenlo contra la pared para que cumpla.
Después de los discursos, doña Julia, con muchas otras personas, iban al altar para entregar los diezmos y otras sumas destinadas a negociar las bendiciones del señor, que mueve su corazón en proporción con la cantidad donada.
Todavía no se habían acostumbrado a las prácticas religiosas de doña Julia, cuando, inexplicablemente, dejó de acudir a la iglesia de la prosperidad y regresó a las casas del bingo.
Durante más de un año, doña Julia alternó su participación en los juegos de bingo con su asistencia a los cultos de la iglesia de la prosperidad. Aunque nunca participó simultáneamente en los dos espacios.
En vista de las indefiniciones de doña Julia, la familia le sugirió que escogiese un solo camino. Preferían la iglesia de la prosperidad, porque allí perdía mens dinero. Era un juego menos peligroso, dijo la nuera, que siempre sabía expresar mejor el ambiente de la familia y se guiaba por la ley del menor esfuerzo.
Evidentemente, su tono sarcástico no conseguia ocultar su decepción con la suegra, que había criado un hijo muy dependiente, que actuaba como si fuese una droga para su propia madre.
Encerrada en sí misma, la familia de doña Julia no lograba encontrar el camino que ha abierto Jesús y que estamos recordando en estos tiempos de pasión. Ante la gloria ofrecida por el tentador, Jesús respondió, como esta escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él servirás. (Lucas 4.5-8)
En los cartones de Jesús hay otro camino para los y las bingólatras, y para nosotros que vivimos en una sociedad toxicómana.
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Oneide Bobsin es pastor de la Iglesia Evangélica de Confesión Luterana de Brasil y profesor de Ciencias de las Religiones en la Escuela Superior de Teología de Sao Leopoldo/RS/Brasil.