SE PROPONE OTRA CONTROVERSIA: SI LA IGLESIA ES SIEMPRE VISIBLE, O SI PUEDE ERRAR Y FALLAR.
Hemos explicado ya qué es la Iglesia; ahora debemos decir cómo es. La disensión entre nosotros y los herejes consiste en tres cosas. En primer lugar, en efecto, ellos sostienen que la verdadera Iglesia es invisible, y sólo por Dios conocida. Sobre este punto, hay que tener en cuenta lo que dijo Federico Estáfilo en el párrafo tercero de la primera "Apología": que los luteranos, al principio, creyeron invisible a la Iglesia; pero que después, al ver absurdo lo que de ello se seguía, en una deliberación secreta establecieron que la Iglesia tenía que recibir el nombre de visible. Así, pues, todos comenzaron a enseñar que la Iglesia era visible; pero de tal modo que fuera visible sólo de nombre, e invisible de hecho.
Y, en primer lugar, Lutero en el libro "Sobre el siervo albedrío", cuando Erasmo le objeta que no es creíble que Dios hubiera abandonado durante tanto tiempo a la Iglesia, contestó que Dios jamás había abandonado a la Iglesia, pero que la Iglesia de Cristo no era aquello a lo que el vulgo llama Iglesia, esto es, el Papa, los obispos, los clérigos, los monjes, y la restante multitud de los católicos, sino que la Iglesia eran unos pocos piadosos, a los cuales Dios conserva como reliquias; y que en el mundo había ocurrido siempre que la verdadera Iglesia no era aquello a lo que se llamaba Iglesia, sino unos pocos piadosos. Y en el libro "Contra Catarino" dice que la Iglesia es espiritual, y sólo por la fe perceptible. En el párrafo primero del libro "Sobre la anulación de la misa privada", así habla el mismo Lutero: "¿Quién nos mostrará la Iglesia, oculta como está en el Espíritu, y siendo sólo un objeto de fe; tal y como está escrito: creo en la Iglesia santa?".
Ya las "Centurias de Magdeburgo" definen la Iglesia como una reunión visible; no obstante, más abajo, distinguen dos Iglesias, y siguen diciendo que la verdadera Iglesia es una comunidad muy pequeña -la falsa, en cambio, es numerosísima-, porque a la verdadera pertenecen sólo los que entran por la puerta estrecha, esto es, los verdaderos piadosos, y que por ello esta Iglesia es invisible; y dicen también que en tiempos de Cristo fueron de la verdadera Iglesia los pastores, los magos, Zacarías, Simeón, María y Ana, pero no así los pontífices y los sacerdotes, porque aquéllos eran piadosos y éstos impíos.
Felipe Melanchton, en "Los lugares comunes", cuando habla de la Iglesia, repite a menudo que es visible; no obstante, dice que en las controversias hay que seguir la palabra de Dios según la confesión de la Iglesia verdadera; pero añade que esta Iglesia verdadera no son los pontífices y los sacerdotes, ni la mayor parte del concilio, sino algunos iluminados piadosos y elegidos por Dios; y allí mismo dice que en tiempos de Elías la verdadera Iglesia eran Elías, Eliseo y otros pocos solidarios con ellos, pero no así la restante multitud de los judíos, y que en tiempos de Cristo la Iglesia eran Zacarías, Simeón, María y los pastores, porque eran piadosos.
Brenz, en la "Confesión de Wittenberg", en el capítulo dedicado a los concilios, dice que la Iglesia de Dios tiene una promesa, pero que no es necesario ser fiel al juicio de los concilios, porque allí pocos son los elegidos, y porque a menudo la mayor parte se impone a la mejor. Y en los "Prolegómenos" dice: "Observa que establece (Pedro de Soto) una Iglesia visible, y manifiesta a los sentidos corporales. Habrá que borrar, pues, el artículo del Símbolo Apostólico donde leemos: "Creo en una santa Iglesia católica", y reformularlo del siguiente modo: "Veo y siento una santa Iglesia católica". Asimismo, Calvino, en la "Institución", dice: "Las Letras Sagradas hablan de la Iglesia de dos maneras: a veces, en efecto, cuando nombran a la Iglesia, entienden una cosa que en realidad está en presencia de Dios, etc.". Y, más abajo, al hablar de la Iglesia, dice: "A nosotros nos es necesario creer que la Iglesia es invisible y conspicua sólo ante los ojos de Dios". Y, todavía, dice: "En este caso, para concebir de este modo la unidad de la Iglesia, no precisamos verla con los ojos o palparla con las manos".
En segundo lugar enseñan que la Iglesia visible a veces se equivoca en la fe y en las costumbres de un modo tal que falla profundamente. Así, Calvino, en el prefacio a la "Institución", dice: "Pero se alejan no poco de la verdad al no reconocer la Iglesia si no la ven con ojos mortales". Y más abajo dice: "Se estremecen si no pueden señalar siempre a la Iglesia con el dedo". Y más abajo, todavía: "Es mucho mejor que permitamos a Dios -ya que sólo Él sabe quiénes son los suyos- privar a la vista de los hombres de un conocimiento exterior de su Iglesia".
En tercer lugar enseñan que la Iglesia verdadera, esto es, la invisible, no puede fallar ni errar en aquellas cosas que se refieren necesariamente a la salvación, pero que no obstante puede errar en otras. Así lo afirma Calvino en la "Institución". Nosotros sostenemos lo contrario, y lo confirmaremos con sus propios argumentos.
LA IGLESIA ES VISIBLE.
En primer lugar, pues, que la verdadera Iglesia es visible se prueba por todas las Escrituras, dondequiera que se halle el nombre de Iglesia: en efecto, siempre se significa una congregación visible con el nombre de Iglesia; y Calvino no pudo aducir ni un solo pasaje, ni lo adujo, en que este nombre fuera aplicado a una congregación invisible. Ciertamente, cuando el libro de los Números dice: "¿Por qué habéis traído la Iglesia de Yahveh a este desierto?" (Nm. 20, 4), se llama Iglesia a aquel conocidísimo pueblo de Israel, que había salido de Egipto. También el libro de Samuel habla manifiestamente de la Iglesia, cuando dice: "Se volvió el rey y bendijo a toda la Iglesia de Israel mientras que toda la Iglesia de Israel estaba en pie" (1Re 8, 14), y el evangelio dice: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt. 16, 18). En el nombre de piedra, tanto si se entiende Cristo como la confesión de la fe -como quieren los herejes- como si se entiende Pedro -como creemos nosotros-, siempre el fundamento de la Iglesia es algo sensible, como se ve, y por esto la misma Iglesia es sensible, o visible; porque a pesar de que ahora no vemos ni a Cristo ni a Pedro, no obstante por aquel entonces uno y otro estaban expuestos a los sentidos corporales para ser vistos; y, ahora, uno y otro son vistos, no en ellos mismos, sino en el vicario o sucesor suyo; igualmente, el reino de Nápoles no es invisible porque el rey esté ausente, ya que el rey es visible en su virrey. También el texto de Mateo: "Díselo a la Iglesia, y si hasta a la Iglesia desoye..." (Mt. 18, 17) etc.
Ciertamente, si la Iglesia fuese invisible, no podría seguirse aquello consignado en los Hechos de los Apóstoles: "Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios" (Hch. 20, 28). ¿De qué modo habrían podido pastorear una Iglesia que no conocían? Y todavía: "Despedidos, pues, por la Iglesia, atravesaron la Fenicia". Y allí mismo: "Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia" (Hch. 15, 5). Y más abajo: "Pablo desembarcó en Cesarea y subió a saludar a la Iglesia" (Hech. 18, 22). ¿Cómo concuerdan estas palabras con una Iglesia invisible? En sus cartas dice Pablo haber perseguido a la Iglesia de Dios, y se sabe a quiénes perseguía por los Hechos de los Apóstoles. Finalmente: "Te escribo estas cosas para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo" (1Tm 3, 14-15).
En segundo lugar, se prueba por otras Escrituras, donde la Iglesia no es mencionada, pero no obstante se hace una clara descripción de la misma. Así, el Salmo 18 dice: "En el sol ha puesto su tabernáculo" (Sl. 18, 16); comentándolo San Agustín en el "Comentario sobre la epístola de Juan" dice: "Puso de manifiesto su Iglesia, para que, así como el sol no puede ocultarse en modo alguno, así tampoco la Iglesia no pudiera permanecer oculta". Igualmente en Isaías, Daniel y Miqueas, la Iglesia es comparada a un monte grande y vistoso, que no puede esconderse de ningún modo, según la conocida exposición de Jerónimo sobre estos pasajes, y de Agustín en el "Comentario sobre la epístola de Juan". Asimismo en Mateo: "No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" (Mt. 5, 14). Agustín, en el libro "Sobre la unidad de la Iglesia", habla largamente de la Iglesia. Finalmente, las parábolas evangélicas de la era, la red, el redil, las bodas, etc., muestran todas ellas que la Iglesia verdadera, que es el reino de los cielos, es visible.
Se prueba en tercer lugar por el mismo origen y progreso de la Iglesia; pues, aunque omitan el estado del Antiguo Testamento, en el que la Iglesia era hasta tal punto visible que en la misma carne mostraba el signo visible de la circuncisión, en el Nuevo Testamento, sin duda, la Iglesia cristiana estaba toda al principio en los apóstoles y en los discípulos de Cristo, los cuales eran hasta tal punto visibles que sobre ellos descendió visiblemente el Espíritu Santo el día del Pentecostés. Después a estos se añadieron visiblemente en un día hasta tres mil hombres, y después hasta cinco mil, por la confesión de la fe y el bautismo, como se muestra en el libro de los Hechos, y a partir de entonces siempre han sido considerados de la Iglesia de Cristo todos aquellos y sólo aquellos que se unieron a los primeros por el bautismo y la confesión de la fe, y no se apartaron de ellos por la herejía o el cisma, o no fueron expulsados por la excomunión.
En cuarto lugar, se prueba por la razón misma de la Iglesia. En efecto, la Iglesia es una sociedad, no de ángeles, ni de almas, sino de hombres. Pero sólo puede hablarse de sociedad de hombres si esta está formada por signos externos y visibles; pues no hay sociedad si no se reconocen aquellos de la que se llaman socios, y los hombres no pueden reconocerse si los vínculos de la sociedad no son externos y visibles. Y esto se confirma por la costumbre de todas las sociedades humanas; pues los hombres no son inscritos en la milicia, en la ciudad, en el reino, y en otras cosas semejantes de otro modo que mediante signos visibles. De aquí que Agustín, en el libro "Contra Fausto", diga: "Los hombres no pueden reunirse en el nombre -verdadero o falso- de ninguna religión si no se unen en algún consorcio de señales o de sacramentos visibles".
En quinto lugar, en tiempos de Cristo, como quieren Felipe [Melanchton] y el Ilírico [Matías Flacio], la Iglesia sólo estaba en Zacarías, Simeón, Ana, María y otros pocos piadosos, pero no así en los pontífices y en el resto de la multitud de los judíos. Pero consta que Zacarías, Simeón, y los otros, tenían comunión con los pontífices en el templo, en los sacrificios, etc. Ya que que Zacarías ofrecía sacrificios en el mismo templo. Ana no se apartaba de aquel templo. El mismo Cristo enviaba a los leprosos a los sacerdotes y les decía: "Haced lo que os dicen". Así, pues, u obraban mal comulgando con una falsa Iglesia, u obran mal los luteranos al no comulgar con nosotros y al no obedecer al Pontífice.
En sexto lugar, se prueba por la necesidad; ya que estamos obligados bajo peligro de muerte eterna a unirnos a la verdadera Iglesia, y a perseverar en ella, esto es, a obedecer a su cabeza y a comulgar con el resto de los miembros, según es manifiesto por Cipriano en su libro "Sobre la simplicidad de los prelados", Jerónimo en la "Carta a Damas sobre el nombre de la hipóstasis", y Agustín en el libro "Sobre el bautismo". Pero algo así no puede hacerse si la Iglesia es invisible.
En séptimo lugar, por lo que se ha dicho más arriba: si, en efecto, la Iglesia es una congregación de hombres que usan los mismos sacramentos y que profesan la fe de Cristo, bajo la guía de unos pastores legítimos, tal y como antes fue probado, se sigue necesariamente que es visible.
Finalmente, por los testimonios de los antiguos; Orígenes, en la homilía treinta "Sobre Mateo", dice: "La Iglesia está llena de fulgor, desde Oriente hasta Occidente, etc."; Cipriano, en el libro "Sobre la unidad de la Iglesia", dice: "La Iglesia envuelta por la luz de Dios, esparce sus rayos por toda la tierra, etc."; Crisóstomo, comentando a Isaías, dice: "Es más fácil que el sol se extinga antes que la Iglesia se oscurezca"; Agustín, en el libro "Contra la carta de Parmeniano", dice: "No hay ninguna seguridad de unidad sino en la Iglesia anunciada por las promesas de Dios, a la cual, como ha sido dicho, situada en la cima de un monte, no es posible esconder". En el "Comentario sobre la Carta de Juan": "¿Señalaremos tal vez a la Iglesia con el dedo, hermanos? ¿No es manifiesta?" Y más abajo: "¿Qué otro nombre he de darles más que el de ciegos, a los que no ven un monte tan grande y a los que ante de una lámpara puesta en un candelabro cierran los ojos?".
Hemos explicado ya qué es la Iglesia; ahora debemos decir cómo es. La disensión entre nosotros y los herejes consiste en tres cosas. En primer lugar, en efecto, ellos sostienen que la verdadera Iglesia es invisible, y sólo por Dios conocida. Sobre este punto, hay que tener en cuenta lo que dijo Federico Estáfilo en el párrafo tercero de la primera "Apología": que los luteranos, al principio, creyeron invisible a la Iglesia; pero que después, al ver absurdo lo que de ello se seguía, en una deliberación secreta establecieron que la Iglesia tenía que recibir el nombre de visible. Así, pues, todos comenzaron a enseñar que la Iglesia era visible; pero de tal modo que fuera visible sólo de nombre, e invisible de hecho.
Y, en primer lugar, Lutero en el libro "Sobre el siervo albedrío", cuando Erasmo le objeta que no es creíble que Dios hubiera abandonado durante tanto tiempo a la Iglesia, contestó que Dios jamás había abandonado a la Iglesia, pero que la Iglesia de Cristo no era aquello a lo que el vulgo llama Iglesia, esto es, el Papa, los obispos, los clérigos, los monjes, y la restante multitud de los católicos, sino que la Iglesia eran unos pocos piadosos, a los cuales Dios conserva como reliquias; y que en el mundo había ocurrido siempre que la verdadera Iglesia no era aquello a lo que se llamaba Iglesia, sino unos pocos piadosos. Y en el libro "Contra Catarino" dice que la Iglesia es espiritual, y sólo por la fe perceptible. En el párrafo primero del libro "Sobre la anulación de la misa privada", así habla el mismo Lutero: "¿Quién nos mostrará la Iglesia, oculta como está en el Espíritu, y siendo sólo un objeto de fe; tal y como está escrito: creo en la Iglesia santa?".
Ya las "Centurias de Magdeburgo" definen la Iglesia como una reunión visible; no obstante, más abajo, distinguen dos Iglesias, y siguen diciendo que la verdadera Iglesia es una comunidad muy pequeña -la falsa, en cambio, es numerosísima-, porque a la verdadera pertenecen sólo los que entran por la puerta estrecha, esto es, los verdaderos piadosos, y que por ello esta Iglesia es invisible; y dicen también que en tiempos de Cristo fueron de la verdadera Iglesia los pastores, los magos, Zacarías, Simeón, María y Ana, pero no así los pontífices y los sacerdotes, porque aquéllos eran piadosos y éstos impíos.
Felipe Melanchton, en "Los lugares comunes", cuando habla de la Iglesia, repite a menudo que es visible; no obstante, dice que en las controversias hay que seguir la palabra de Dios según la confesión de la Iglesia verdadera; pero añade que esta Iglesia verdadera no son los pontífices y los sacerdotes, ni la mayor parte del concilio, sino algunos iluminados piadosos y elegidos por Dios; y allí mismo dice que en tiempos de Elías la verdadera Iglesia eran Elías, Eliseo y otros pocos solidarios con ellos, pero no así la restante multitud de los judíos, y que en tiempos de Cristo la Iglesia eran Zacarías, Simeón, María y los pastores, porque eran piadosos.
Brenz, en la "Confesión de Wittenberg", en el capítulo dedicado a los concilios, dice que la Iglesia de Dios tiene una promesa, pero que no es necesario ser fiel al juicio de los concilios, porque allí pocos son los elegidos, y porque a menudo la mayor parte se impone a la mejor. Y en los "Prolegómenos" dice: "Observa que establece (Pedro de Soto) una Iglesia visible, y manifiesta a los sentidos corporales. Habrá que borrar, pues, el artículo del Símbolo Apostólico donde leemos: "Creo en una santa Iglesia católica", y reformularlo del siguiente modo: "Veo y siento una santa Iglesia católica". Asimismo, Calvino, en la "Institución", dice: "Las Letras Sagradas hablan de la Iglesia de dos maneras: a veces, en efecto, cuando nombran a la Iglesia, entienden una cosa que en realidad está en presencia de Dios, etc.". Y, más abajo, al hablar de la Iglesia, dice: "A nosotros nos es necesario creer que la Iglesia es invisible y conspicua sólo ante los ojos de Dios". Y, todavía, dice: "En este caso, para concebir de este modo la unidad de la Iglesia, no precisamos verla con los ojos o palparla con las manos".
En segundo lugar enseñan que la Iglesia visible a veces se equivoca en la fe y en las costumbres de un modo tal que falla profundamente. Así, Calvino, en el prefacio a la "Institución", dice: "Pero se alejan no poco de la verdad al no reconocer la Iglesia si no la ven con ojos mortales". Y más abajo dice: "Se estremecen si no pueden señalar siempre a la Iglesia con el dedo". Y más abajo, todavía: "Es mucho mejor que permitamos a Dios -ya que sólo Él sabe quiénes son los suyos- privar a la vista de los hombres de un conocimiento exterior de su Iglesia".
En tercer lugar enseñan que la Iglesia verdadera, esto es, la invisible, no puede fallar ni errar en aquellas cosas que se refieren necesariamente a la salvación, pero que no obstante puede errar en otras. Así lo afirma Calvino en la "Institución". Nosotros sostenemos lo contrario, y lo confirmaremos con sus propios argumentos.
LA IGLESIA ES VISIBLE.
En primer lugar, pues, que la verdadera Iglesia es visible se prueba por todas las Escrituras, dondequiera que se halle el nombre de Iglesia: en efecto, siempre se significa una congregación visible con el nombre de Iglesia; y Calvino no pudo aducir ni un solo pasaje, ni lo adujo, en que este nombre fuera aplicado a una congregación invisible. Ciertamente, cuando el libro de los Números dice: "¿Por qué habéis traído la Iglesia de Yahveh a este desierto?" (Nm. 20, 4), se llama Iglesia a aquel conocidísimo pueblo de Israel, que había salido de Egipto. También el libro de Samuel habla manifiestamente de la Iglesia, cuando dice: "Se volvió el rey y bendijo a toda la Iglesia de Israel mientras que toda la Iglesia de Israel estaba en pie" (1Re 8, 14), y el evangelio dice: "Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt. 16, 18). En el nombre de piedra, tanto si se entiende Cristo como la confesión de la fe -como quieren los herejes- como si se entiende Pedro -como creemos nosotros-, siempre el fundamento de la Iglesia es algo sensible, como se ve, y por esto la misma Iglesia es sensible, o visible; porque a pesar de que ahora no vemos ni a Cristo ni a Pedro, no obstante por aquel entonces uno y otro estaban expuestos a los sentidos corporales para ser vistos; y, ahora, uno y otro son vistos, no en ellos mismos, sino en el vicario o sucesor suyo; igualmente, el reino de Nápoles no es invisible porque el rey esté ausente, ya que el rey es visible en su virrey. También el texto de Mateo: "Díselo a la Iglesia, y si hasta a la Iglesia desoye..." (Mt. 18, 17) etc.
Ciertamente, si la Iglesia fuese invisible, no podría seguirse aquello consignado en los Hechos de los Apóstoles: "Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios" (Hch. 20, 28). ¿De qué modo habrían podido pastorear una Iglesia que no conocían? Y todavía: "Despedidos, pues, por la Iglesia, atravesaron la Fenicia". Y allí mismo: "Llegados a Jerusalén, fueron recibidos por la Iglesia" (Hch. 15, 5). Y más abajo: "Pablo desembarcó en Cesarea y subió a saludar a la Iglesia" (Hech. 18, 22). ¿Cómo concuerdan estas palabras con una Iglesia invisible? En sus cartas dice Pablo haber perseguido a la Iglesia de Dios, y se sabe a quiénes perseguía por los Hechos de los Apóstoles. Finalmente: "Te escribo estas cosas para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo" (1Tm 3, 14-15).
En segundo lugar, se prueba por otras Escrituras, donde la Iglesia no es mencionada, pero no obstante se hace una clara descripción de la misma. Así, el Salmo 18 dice: "En el sol ha puesto su tabernáculo" (Sl. 18, 16); comentándolo San Agustín en el "Comentario sobre la epístola de Juan" dice: "Puso de manifiesto su Iglesia, para que, así como el sol no puede ocultarse en modo alguno, así tampoco la Iglesia no pudiera permanecer oculta". Igualmente en Isaías, Daniel y Miqueas, la Iglesia es comparada a un monte grande y vistoso, que no puede esconderse de ningún modo, según la conocida exposición de Jerónimo sobre estos pasajes, y de Agustín en el "Comentario sobre la epístola de Juan". Asimismo en Mateo: "No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte" (Mt. 5, 14). Agustín, en el libro "Sobre la unidad de la Iglesia", habla largamente de la Iglesia. Finalmente, las parábolas evangélicas de la era, la red, el redil, las bodas, etc., muestran todas ellas que la Iglesia verdadera, que es el reino de los cielos, es visible.
Se prueba en tercer lugar por el mismo origen y progreso de la Iglesia; pues, aunque omitan el estado del Antiguo Testamento, en el que la Iglesia era hasta tal punto visible que en la misma carne mostraba el signo visible de la circuncisión, en el Nuevo Testamento, sin duda, la Iglesia cristiana estaba toda al principio en los apóstoles y en los discípulos de Cristo, los cuales eran hasta tal punto visibles que sobre ellos descendió visiblemente el Espíritu Santo el día del Pentecostés. Después a estos se añadieron visiblemente en un día hasta tres mil hombres, y después hasta cinco mil, por la confesión de la fe y el bautismo, como se muestra en el libro de los Hechos, y a partir de entonces siempre han sido considerados de la Iglesia de Cristo todos aquellos y sólo aquellos que se unieron a los primeros por el bautismo y la confesión de la fe, y no se apartaron de ellos por la herejía o el cisma, o no fueron expulsados por la excomunión.
En cuarto lugar, se prueba por la razón misma de la Iglesia. En efecto, la Iglesia es una sociedad, no de ángeles, ni de almas, sino de hombres. Pero sólo puede hablarse de sociedad de hombres si esta está formada por signos externos y visibles; pues no hay sociedad si no se reconocen aquellos de la que se llaman socios, y los hombres no pueden reconocerse si los vínculos de la sociedad no son externos y visibles. Y esto se confirma por la costumbre de todas las sociedades humanas; pues los hombres no son inscritos en la milicia, en la ciudad, en el reino, y en otras cosas semejantes de otro modo que mediante signos visibles. De aquí que Agustín, en el libro "Contra Fausto", diga: "Los hombres no pueden reunirse en el nombre -verdadero o falso- de ninguna religión si no se unen en algún consorcio de señales o de sacramentos visibles".
En quinto lugar, en tiempos de Cristo, como quieren Felipe [Melanchton] y el Ilírico [Matías Flacio], la Iglesia sólo estaba en Zacarías, Simeón, Ana, María y otros pocos piadosos, pero no así en los pontífices y en el resto de la multitud de los judíos. Pero consta que Zacarías, Simeón, y los otros, tenían comunión con los pontífices en el templo, en los sacrificios, etc. Ya que que Zacarías ofrecía sacrificios en el mismo templo. Ana no se apartaba de aquel templo. El mismo Cristo enviaba a los leprosos a los sacerdotes y les decía: "Haced lo que os dicen". Así, pues, u obraban mal comulgando con una falsa Iglesia, u obran mal los luteranos al no comulgar con nosotros y al no obedecer al Pontífice.
En sexto lugar, se prueba por la necesidad; ya que estamos obligados bajo peligro de muerte eterna a unirnos a la verdadera Iglesia, y a perseverar en ella, esto es, a obedecer a su cabeza y a comulgar con el resto de los miembros, según es manifiesto por Cipriano en su libro "Sobre la simplicidad de los prelados", Jerónimo en la "Carta a Damas sobre el nombre de la hipóstasis", y Agustín en el libro "Sobre el bautismo". Pero algo así no puede hacerse si la Iglesia es invisible.
En séptimo lugar, por lo que se ha dicho más arriba: si, en efecto, la Iglesia es una congregación de hombres que usan los mismos sacramentos y que profesan la fe de Cristo, bajo la guía de unos pastores legítimos, tal y como antes fue probado, se sigue necesariamente que es visible.
Finalmente, por los testimonios de los antiguos; Orígenes, en la homilía treinta "Sobre Mateo", dice: "La Iglesia está llena de fulgor, desde Oriente hasta Occidente, etc."; Cipriano, en el libro "Sobre la unidad de la Iglesia", dice: "La Iglesia envuelta por la luz de Dios, esparce sus rayos por toda la tierra, etc."; Crisóstomo, comentando a Isaías, dice: "Es más fácil que el sol se extinga antes que la Iglesia se oscurezca"; Agustín, en el libro "Contra la carta de Parmeniano", dice: "No hay ninguna seguridad de unidad sino en la Iglesia anunciada por las promesas de Dios, a la cual, como ha sido dicho, situada en la cima de un monte, no es posible esconder". En el "Comentario sobre la Carta de Juan": "¿Señalaremos tal vez a la Iglesia con el dedo, hermanos? ¿No es manifiesta?" Y más abajo: "¿Qué otro nombre he de darles más que el de ciegos, a los que no ven un monte tan grande y a los que ante de una lámpara puesta en un candelabro cierran los ojos?".