http://www.tiempodehablar.org/index...baal-el-progre&catid=16:qsal-y-luzq&Itemid=80
Baal el progre
Raquel Berrocal
Miércoles, 04 de Marzo de 2009
De vez en cuando uno se tropieza con una de esas personas poseedoras de una visión tan clara de la realidad que deslumbra por acertada y evidente, hasta el punto de suscitar la pregunta: “¿Y cómo no me habré dado cuenta antes?”.* El pastor John Mabray es una de esas personas, y los miembros de la iglesia presbiteriana de Lynchburg (Virginia) tuvieron recientemente el privilegio de disfrutar de su clarividencia en un sermón que relacionaba el antiguo culto a Baal, el dios cananeo de la fertilidad y del sol, centro de la idolatría pagana en los pueblos vecinos del Israel del Antiguo Testamento, con sus descendientes postmodernos.
Como bien explicaba el buen reverendo, los elementos básicos del culto a Baal no sólo no han desaparecido tras varios milenios, sino que gozan de una salud espléndida y se extienden vertiginosamente a lo largo y ancho de nuestra Europa post-cristiana del siglo XXI. Estos tres elementos básicos eran:
1 El sacrificio de niños.
2 La inmoralidad sexual (tanto heterosexual como homosexual) y
3. El panteísmo natural.
Las ceremonias rituales mezclaban las tres cosas en una orgía bisexual de cuyas consecuencias no deseadas podrían librarse sin problemas en otra ceremonia futura similar, para invocar la prosperidad y convencer a Baal de que concediera la lluvia y la fertilidad de la “madre tierra”.
Hoy Baal ha pasado por el estilista, que lo ha dejado hecho un pincel de Dolce y Gabana, y ha pulido su lenguaje para adaptarse a las últimas tendencias. Su club de fans no menciona el sacrificio infantil, pero habla de “salud reproductiva” y “libertad de elección” para referirse al aborto (elemento nº 1). La Biblia, ese libro subversivo y políticamente incorrectísimo que llama a las cosas por su nombre, no entiende de eufemismos y ya contemplaba el asunto desde otra óptica: “Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán, y la tierra fue contaminada con su sangre” (Salmo 106:37,38).
Para que lo entiendan incluso quienes han cursado la ESO: cuando dicen IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) se refieren al troceamiento de un bebé en el vientre de su madre o bien a la inyección venenosa que se le administra para poder arrojarlo después al cubo de la basura. Cuando hablan de “una prestación sanitaria de calidad” se refieren a que la sangre del niño inocente que se asesina no salpique a la mujer que decidió negarle su derecho a respirar: que el procedimiento sea higiénico y aséptico. Cuando la ministra de Igualdad califica semejante atrocidad como la propuesta “más avanzada y progresista de Europa”, está explicando lo que significa “avance” y “progreso” para estos adoradores de Baal, aproximadamente lo mismo que otros antes que ella calificaron como “solución final”, es decir, “el genocidio silencioso”: 50 millones de ciudadanos menos en Estados Unidos. Un millón de españoles menos desde su legalización.
Curiosamente, los adoradores postmodernos de Baal que justifican a los “médicos” propietarios de centros de muerte donde la policía ha encontrado máquinas trituradoras, gustan de echarse a la calle para defender el derecho a la vida de psicópatas, terroristas y asesinos en serie y despellejar a los partidarios de la cadena perpetua o de la pena capital, normalmente víctimas de estos individuos.
Además, como apunta Matt Barber, columnista de World Net Daily, “la promoción, práctica y celebración de la inmoralidad y la promiscuidad tanto heterosexual como homosexual (elemento nº 2) ha pasado por un cuidadoso proceso de maquillaje a manos del feminismo radical, el activismo por los “derechos homosexuales” y la “educación sexual” en las escuelas. La adoración panteísta de la Madre Tierra (elemento nº 3) se ha sustituido – sólo el nombre– por el “ecologismo radical”.
Parece, pues, que como dijo el sabio Salomón, no hay nada nuevo bajo el sol. Los cananeos de hace 4.000 años suscribirían, sin duda, todos y cada uno de los puntos de la “visión progresista” que impone su pensamiento único obligatorio en nuestras sociedades contemporáneas: ideología de género, cultura de la muerte, desestabilización del matrimonio y la familia, derechos pro-homosexuales, ingeniería social desde la escuela, ecologismos radicales, fomento de la promiscuidad y la irresponsabilidad, hedonismo materialista, etc.
El pueblo de Israel que llegó a la Tierra Prometida y se encontró por primera vez con los bárbaros adoradores de Baal era un pueblo que había visto las plagas de Egipto en su niñez, había sobrevivido 40 años en el desierto y cruzado el Jordán en seco. Era la misma gente que había visto caer las murallas de Jericó y había jurado servir al Dios de Moisés y Josué. Aquellos hombres y mujeres se mantuvieron al margen de las atroces prácticas paganas de los pueblos vecinos, como el Señor les había advertido.
Pero tras aquella generación “se levantó después de ellos otra generación que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel […]. Y* los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y sirvieron a los baales. Dejaron al Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron […]. Y dejaron al Señor y adoraron a Baal y a Astarot” (Jueces 2:10-13).* De todo lo cual, los creyentes de estos oscuros tiempos podemos aprender bastantes cosas. La primera de ellas, bien conocida, es que “nuestro Dios tiene hijos, pero no tiene nietos”. Es decir, que uno sólo puede llevarle la contraria a Baal y a los miembros y miembras de su culto −que dicho sea de paso están por todas partes repitiendo machaconamente su credo día y noche, en la televisión, el cine, las escuelas, las calles y los mercados−, si tiene presente en su propia memoria al Dios de la Historia, o sea, al que nos sacó de nuestro Egipto cuando no éramos pueblo, para convertirnos en un pueblo distinto a todos los demás.
Los adoradores de Baal que nos rodean hoy no toleran bien que nadie les lleve la contraria. Si no pueden contigo, esperarán a la siguiente generación e intentarán por todos los medios que tus hijos se mueran por entrar en su club de fans. Sin embargo se quedan atónitos cuando alguien osa cuestionar las teorías evolucionistas, mencionar la posibilidad de un diseño inteligente del universo, colocar un cartel pro-vida, educar a sus propios hijos sin delegar en el adoctrinamiento público, afirmar la existencia de verdades que no son relativas, sostener un matrimonio duradero o dedicar el domingo a Dios en vez de a las actividades de prestigio: el fútbol, las excursiones campestres, el desfile del carnaval o el regocijo por la última encíclica del actor Sean Penn sobre los sagrados mártires gays y su excelso ejemplo de heroicidad.
Juan Manuel de Prada escribía hace poco sobre lo arriesgada y rebelde que resulta una vida verdaderamente virtuosa en un entorno tan hostil, afirmando que “en una época como la nuestra, el ejercicio de la virtud se ha convertido en una pringadez o marcianada””. Pringados o marcianos. Eso somos –o debiéramos ser− los cristianos. Seres de otro mundo. Gente que está de paso. Gente rescatada de la esclavitud. Gente que no sirve a Baal. Gente que conoce a su Dios.
Que vivamos como lo que somos.
Fuente: http://www.tiempodehablar.org
:baby:
Baal el progre
Raquel Berrocal
Miércoles, 04 de Marzo de 2009
De vez en cuando uno se tropieza con una de esas personas poseedoras de una visión tan clara de la realidad que deslumbra por acertada y evidente, hasta el punto de suscitar la pregunta: “¿Y cómo no me habré dado cuenta antes?”.* El pastor John Mabray es una de esas personas, y los miembros de la iglesia presbiteriana de Lynchburg (Virginia) tuvieron recientemente el privilegio de disfrutar de su clarividencia en un sermón que relacionaba el antiguo culto a Baal, el dios cananeo de la fertilidad y del sol, centro de la idolatría pagana en los pueblos vecinos del Israel del Antiguo Testamento, con sus descendientes postmodernos.
Como bien explicaba el buen reverendo, los elementos básicos del culto a Baal no sólo no han desaparecido tras varios milenios, sino que gozan de una salud espléndida y se extienden vertiginosamente a lo largo y ancho de nuestra Europa post-cristiana del siglo XXI. Estos tres elementos básicos eran:
1 El sacrificio de niños.
2 La inmoralidad sexual (tanto heterosexual como homosexual) y
3. El panteísmo natural.
Las ceremonias rituales mezclaban las tres cosas en una orgía bisexual de cuyas consecuencias no deseadas podrían librarse sin problemas en otra ceremonia futura similar, para invocar la prosperidad y convencer a Baal de que concediera la lluvia y la fertilidad de la “madre tierra”.
Hoy Baal ha pasado por el estilista, que lo ha dejado hecho un pincel de Dolce y Gabana, y ha pulido su lenguaje para adaptarse a las últimas tendencias. Su club de fans no menciona el sacrificio infantil, pero habla de “salud reproductiva” y “libertad de elección” para referirse al aborto (elemento nº 1). La Biblia, ese libro subversivo y políticamente incorrectísimo que llama a las cosas por su nombre, no entiende de eufemismos y ya contemplaba el asunto desde otra óptica: “Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán, y la tierra fue contaminada con su sangre” (Salmo 106:37,38).
Para que lo entiendan incluso quienes han cursado la ESO: cuando dicen IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo) se refieren al troceamiento de un bebé en el vientre de su madre o bien a la inyección venenosa que se le administra para poder arrojarlo después al cubo de la basura. Cuando hablan de “una prestación sanitaria de calidad” se refieren a que la sangre del niño inocente que se asesina no salpique a la mujer que decidió negarle su derecho a respirar: que el procedimiento sea higiénico y aséptico. Cuando la ministra de Igualdad califica semejante atrocidad como la propuesta “más avanzada y progresista de Europa”, está explicando lo que significa “avance” y “progreso” para estos adoradores de Baal, aproximadamente lo mismo que otros antes que ella calificaron como “solución final”, es decir, “el genocidio silencioso”: 50 millones de ciudadanos menos en Estados Unidos. Un millón de españoles menos desde su legalización.
Curiosamente, los adoradores postmodernos de Baal que justifican a los “médicos” propietarios de centros de muerte donde la policía ha encontrado máquinas trituradoras, gustan de echarse a la calle para defender el derecho a la vida de psicópatas, terroristas y asesinos en serie y despellejar a los partidarios de la cadena perpetua o de la pena capital, normalmente víctimas de estos individuos.
Además, como apunta Matt Barber, columnista de World Net Daily, “la promoción, práctica y celebración de la inmoralidad y la promiscuidad tanto heterosexual como homosexual (elemento nº 2) ha pasado por un cuidadoso proceso de maquillaje a manos del feminismo radical, el activismo por los “derechos homosexuales” y la “educación sexual” en las escuelas. La adoración panteísta de la Madre Tierra (elemento nº 3) se ha sustituido – sólo el nombre– por el “ecologismo radical”.
Parece, pues, que como dijo el sabio Salomón, no hay nada nuevo bajo el sol. Los cananeos de hace 4.000 años suscribirían, sin duda, todos y cada uno de los puntos de la “visión progresista” que impone su pensamiento único obligatorio en nuestras sociedades contemporáneas: ideología de género, cultura de la muerte, desestabilización del matrimonio y la familia, derechos pro-homosexuales, ingeniería social desde la escuela, ecologismos radicales, fomento de la promiscuidad y la irresponsabilidad, hedonismo materialista, etc.
El pueblo de Israel que llegó a la Tierra Prometida y se encontró por primera vez con los bárbaros adoradores de Baal era un pueblo que había visto las plagas de Egipto en su niñez, había sobrevivido 40 años en el desierto y cruzado el Jordán en seco. Era la misma gente que había visto caer las murallas de Jericó y había jurado servir al Dios de Moisés y Josué. Aquellos hombres y mujeres se mantuvieron al margen de las atroces prácticas paganas de los pueblos vecinos, como el Señor les había advertido.
Pero tras aquella generación “se levantó después de ellos otra generación que no conocía al Señor, ni la obra que Él había hecho por Israel […]. Y* los hijos de Israel hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y sirvieron a los baales. Dejaron al Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron […]. Y dejaron al Señor y adoraron a Baal y a Astarot” (Jueces 2:10-13).* De todo lo cual, los creyentes de estos oscuros tiempos podemos aprender bastantes cosas. La primera de ellas, bien conocida, es que “nuestro Dios tiene hijos, pero no tiene nietos”. Es decir, que uno sólo puede llevarle la contraria a Baal y a los miembros y miembras de su culto −que dicho sea de paso están por todas partes repitiendo machaconamente su credo día y noche, en la televisión, el cine, las escuelas, las calles y los mercados−, si tiene presente en su propia memoria al Dios de la Historia, o sea, al que nos sacó de nuestro Egipto cuando no éramos pueblo, para convertirnos en un pueblo distinto a todos los demás.
Los adoradores de Baal que nos rodean hoy no toleran bien que nadie les lleve la contraria. Si no pueden contigo, esperarán a la siguiente generación e intentarán por todos los medios que tus hijos se mueran por entrar en su club de fans. Sin embargo se quedan atónitos cuando alguien osa cuestionar las teorías evolucionistas, mencionar la posibilidad de un diseño inteligente del universo, colocar un cartel pro-vida, educar a sus propios hijos sin delegar en el adoctrinamiento público, afirmar la existencia de verdades que no son relativas, sostener un matrimonio duradero o dedicar el domingo a Dios en vez de a las actividades de prestigio: el fútbol, las excursiones campestres, el desfile del carnaval o el regocijo por la última encíclica del actor Sean Penn sobre los sagrados mártires gays y su excelso ejemplo de heroicidad.
Juan Manuel de Prada escribía hace poco sobre lo arriesgada y rebelde que resulta una vida verdaderamente virtuosa en un entorno tan hostil, afirmando que “en una época como la nuestra, el ejercicio de la virtud se ha convertido en una pringadez o marcianada””. Pringados o marcianos. Eso somos –o debiéramos ser− los cristianos. Seres de otro mundo. Gente que está de paso. Gente rescatada de la esclavitud. Gente que no sirve a Baal. Gente que conoce a su Dios.
Que vivamos como lo que somos.
Fuente: http://www.tiempodehablar.org
:baby: