Estimado Antonio (Usoz) y demás foristas:
Siento haber dejada "colgada" la respuesta pero mis ocupaciones me impedían elaborarla.
Retomo el tema iniciado en
http://www.forocristiano.com/Forum12/HTML/002412.html
(Usoz escribió)
Comentario:
Pero más allá de estos dichos (escriturales), miremos a la misma tradición, enseñanza y fe de la Iglesia Católica desde el principio, que el Señor dio, los Apóstoles predicaron y los Padres guardaron. Sobre esto está fundada la Iglesia, y el que apostatara de eso no sería cristiano, y no debería ser llamado más así. San Atanasio, Ad Serapion 1:28 (A.D. 360)
(Jetonius) Es una pena que no continuase la cita, pues a continuación el pequeño gran Atanasio explicita a qué se refiere con esta alusión que, a primera vista, pareciera abarcar todo el paquete abrazado por Trento catorce siglos más tarde.
“Hay una Trinidad, santa y perfecta, reconocida como Dios, en Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nada tiene de ajeno o externo mezclada en ella, ni compuesta de un formador y un originado, sino enteramente creativa y formadora ... y así se predica en la Iglesia un Dios, “quien es sobre todos, y a por todos, y en todos [Efesios 4:6; Cf. 1 Cor 15:28; Col 3:11]...” Y porque esta es la fe de la Iglesia, que ellos de alguna manera entiendan que el Señor envió a los Apóstoles y les mandó hacer de esta el cimiento de la Iglesia, cuando dijo: «Id e instruid a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»[Mateo 28:19]”
Es decir que el obispo de Alejandría no se refiere a enseñanzas apostólicas extraescriturales, sino al modo en que la Iglesia universal rectamente comprendía las Escrituras. Una enseñanza similar puede hallarse en la Tercera Epístola Festal (Pascua de 331).
(Usoz)
Querido Jetonius:
1. Me consta efectivamente su interés por los escritores cristianos primitivos. E insisto en que confío (más bien, deseo) en que sus aportaciones patrísticas nos animen a todos a leer -o a leer más- a los Padres de la Iglesia.
2. No discuto que en lo que Vd. califica como “romanismo” y a lo que yo, por razones que supongo comprenderá, prefiero referirme como catolicismo, la supremacía de la Escritura sea “oficialmente compartida con la tradición apostólica”. Según el Concilio Vaticano II, que Vd. cita, “ambas han de ser recibidas y veneradas con igual sentimiento de piedad y con la misma reverencia” (Dei Verbum, 9), si bien “la predicación apostólica se expresa de modo especial en los libros inspirados” (Dei Verbum, 8).
(Jetonius) El problema es que en tanto que Roma ha definido a su modo el canon de los libros inspirados, de modo que todos, católicos y no católicos, puedan saber a qué se refiere cuando alude a ellos, la extensión y contenido de lo que debe entenderse por tradición apostólica no ha sido objeto de tan necesaria delimitación, lo cual es en el mejor caso una grave negligencia y en el peor una táctica de conveniencia que permite el recurso a la supuesta tradición apostólica toa vez que quiera defenderse una doctrina carente de adecuado apoyo escritural.
(Usoz)
Obviamente no comparto sus afirmaciones de que “la autoridad suprema de la Biblia en la Iglesia de Roma es letra muerta” ni la de que “si las Escrituras apoyan sus enseñanzas, perfecto; de lo contrario, tanto peor para ellas”. Es más, se trata de manifestaciones que, en su generalidad, no aconsejan ni merecen refutación.
(Jetonius)
No esperaba que compartiese semejante opinión. Es posible que no aconsejen refutación. Que no la merezcan es harina de otro costal. Para evitar ser demasiado vago me referí a un caso específico y concreto, el dogma de la Inmaculada Concepción, en el cual se dejó de lado tanto el testimonio de la Escritura como el de la tradición de los primeros siglos del cristianismo. Sin embargo, usted declinó tratar este caso por apartarse del tema. De modo que si es muy general, no merece refutación, y si es específico no contribuye a la claridad del debate...
(Usoz)
3. Creo que no hay ningún inconveniente en referirse a la tradición apostólica como tradición cristiana. He podido comprobar el uso de tal expresión en teólogos católicos, junto con otras análogas (sagrada tradición, tradición eclesiástica, …).
(Jetonius)
El hecho de que algunos, o muchos, teólogos católicos empleen laxamente los términos simplemente añade imprecisión a la confusión ya creada por la apelación a la difusa tradición apostólica. Hay que añadir que otros teólogos, como por ejemplo nada menos que Roberto Bellarmino, distinguen entre la tradición propiamente apostólica y las tradiciones eclesiales.
Por lo demás, supongo que los católicos deben prestar atención al Magisterio ordinario de su propia iglesia. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica es bastante claro al hablar de las fuentes de revelación en la línea establecida por el Concilio Vaticano II:
“Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella ...” (# 78)
“Tradición apostólica y tradiciones eclesiásticas
La Tradición de la que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo...
Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.” (# 83).
(Usoz)
Como J. Collantes, S.I., expone, en su obra La Fe de la Iglesia Católica,
Comentario:
La Iglesia primitiva vivió la realidad de la Tradición antes de que se formulara la doctrina. Los Padres apostólicos conocen y citan la mayor parte de los escritos que constituyen el canon del Nuevo Testamento; pero también conocen otras tradiciones orales o escritas que contienen dichos o hechos de Cristo y de los apóstoles. Las enseñanzas de Cristo (revelación) transmitidas por los apóstoles son la norma suprema de la fe de la Iglesia. Sin embargo, las formulaciones de esa fe, aun contenidas en los escritos apostólicos, no son la instancia última, si se las aísla del contexto de la tradición viva de la Iglesia, en el que han sido escritas. Porque toda formulación escrita es susceptible de diversas interpretaciones. Por eso, el cristiano que quiere conocer el sentido verdadero de los dichos y hechos del Señor, ha de recurrir a la doctrina transmitida desde el principio en la predicación de la Iglesia. La carta de San Policarpo es muy significativa: “Cualquiera que interprete las palabras del Señor en el sentido de sus deseos perversos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás. Despidamos las vanidades de los gentiles y de los falsos doctores para volver de nuevo a la doctrina que nos han enseñado” (Flp 7, 1.2).
(Jetonius)
El párrafo que cita es representativo de la confusión involuntaria o deliberada que los teólogos y apologistas católicos generan en torno de la tradición. Primero menciona que los Padres antiguos conocieron, además de lo que está escrito en el Nuevo Testamento, “otras tradiciones orales o escritas que contienen dichos o hechos de Cristo y de los apóstoles”. Luego plantea el problema de la interpretación de la revelación escrita y la importancia que le cabe al magisterio o cuerpo docente de la Iglesia en su interpretación, la cual constituye a su vez una tradición. Habría que ser muy necio o muy ignorante para rechazar el papel legítimo de la iglesia y su tradición interpretativa en la comprensión de las Escrituras. En su libro Tradition Old and New (Paternoster Press, 1970, p. 172-173) dice F.F. Bruce:
“La Tradición, entonces, es definida en términos de historia –historia sagrada, de hecho, pero no por ello menos real: real historia interpretada como el vehículo de la revelación salvadora de Dios a su pueblo. La historia es despreciada hoy en aquellos círculos donde se acostumbra a pensar en el ‘pasado muerto’ como en una muela de molino que rodea el cuello del presente vivo, e impide el progreso a un futuro radiante ... Pero el pasado no está muerto: es parte de la continua vida de la humanidad ... ha tenido un papel irrevocable en producir el presente tal como es, de modo que el presente es ininteligible separado del entendimiento del pasado... Y, para el cristiano, la historia es la arena del testimonio del Espíritu, por cuya presencia vital el acto de Dios, hecho una vez y para siempre, retiene su dinamismo de generación en generación y es efectivo en la vida humana hoy.
La historia de los comienzos cristianos adquiere inevitablemente una nueva significación a medida que es vuelta a aplicar y reinterpretada en la experiencia de las sucesivas generaciones que la reciben como su herencia. Así permanece potente y relevante. Pero es necesario que la historia tal como es recibida sea comparada de tiempo en tiempo con la historia wie es eingentlich gewesen (como realmente ocurrió) o ambas se separarán irreconciliablemente.
No debemos temer la apelación a la historia, aunque nuestra apelación sea despreciada como irrelevante o condenada como ilegítima. En Inglaterra, hace un siglo tuvimos al Cardenal Manning denuciándola como traición y herejía – traición, porque rechaza la voz viva de la Iglesia de hoy, y herejía porque niega que tal voz sea divina. Que así sea: cuando la voz viva de la Iglesia choca con la historia, ésta tiende a ser victoriosa a la larga.”
Podría añadir citas de otros conocidos autores protestantes, como Calvino o Hodge; pero creo que la anterior es representativa. El punto es que el protestantismo histórico no desconoce un papel legítimo y necesario del magisterio de la Iglesia y de la tradición. Pero esta última no es la Tradición a la que se refiere Trento, ambos Concilios Vaticanos y el Catecismo de la Iglesia Católica como fuente de revelación.
La cita de Policarpo es muy apropiado para reafirmar lo antedicho. Cito de la edición de Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos (4ª Ed. Madrid: BAC, 1979, 7:1-2, p. 666-667; cursivas en el original. Las palabras entre corchetes fueron omitidas de la traducción por Ruiz Bueno, seguramente por un desliz, pues están en el texto griego que reproduce):
“Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en la carne, es un Anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, [y dice que no hay resurrección ni juicio], ese tal es primogénito de Satanás.”
Policarpo sigue diciendo: Por lo tanto, dando de mano a la vanidad del vulgo y a las falsas enseñanzas, volvámonos a la palabra que nos fue transmitida desde el principio, viviendo sobriamente para entregarnos a nuestras oraciones, siendo constantes en los ayunos, suplicando con ruegos al Dios omnipotente que no nos lleve a la tentación, como dijo el Señor: Porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.”
Policarpo, obispo de Esmirna y mártir (69? – 155?) fue según se dice discípulo del Apóstol Juan. Sin embargo, nada se encuentra en su Epístola que pueda corresponder a tradiciones doctrinales ausentes de los escritos del Nuevo Testamento. Por el contrario, en la Epístola relativamente breve hay no menos de cuarenta citas del Nuevo Testamento. Todo lo que Policarpo enseña lo sustenta con las Escrituras, y no introduce ninguna tradición apostólica extrabíblica. Más aún, en esta carta que fue dirigida a la Iglesia de Filipos, Policarpo reconoce la diferencia entre sus propias enseñanzas y la de los Apóstoles, alude sucesivamente a la tradición apostólica oral y a la escrita, y significativamente refiere a sus destinatarios a esta última:
“Todo esto, hermanos, que os escribo sobre la justicia, no lo hago por propio impulso, sino porque vosotros antes me incitásteis a ello. Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis edificaros en orden a la fe que os ha sido dada.” (3:1-2, p. 663; negritas añadidas).
(Usoz)
Me parece que sus consideraciones sobre la Inmaculada Concepción se alejan en exceso del tema que nos ocupa, que es el de la “autoridad suprema de las Escrituras en los Padres primitivos”. Espero que entienda Vd. que deje su discusión para otro momento, puesto que introducirla aquí no redundaría, en mi opinión, en la claridad del debate.
(Jetonius) Ya comentado más arriba.
(Usoz)
Conozco la obra de Salmon. De hecho, dispongo de un ejemplar de la edición de la CLIE en mi biblioteca. Tal vez le interese esta crítica de un autor católico, que puede encontrar Vd. en la red, aunque no completa: http://hometown.aol.com/philvaz/articles/num11.htm
Repare en cómo demuestra, entre otros errores y confusiones:
“ (1) where Salmon badly misrepresents Cardinal Newman (the brilliant 19th century convert from Anglicanism) on the First Vatican Council and papal infallibility;
(2) where Salmon misrepresents Newman on the Immaculate Conception of Mary;
(3) Salmon's misunderstanding of Catholic theology on infallibility;
(4) Salmon's misuse of the Church Fathers on the Rule of Faith and "Bible reading";
(5) Salmon's misrepresentation of Cardinal Manning on "appeal to antiquity";
(6) Salmon's misunderstanding of the nature of the Church;
(7) Salmon's confusion of "certainty" with infallibility;
(8) Salmon's misreporting of the history of Vatican Council I”.
(Jetonius)
Conozco esa crítica, y es en mi opinión un paradigma de lo mismo que el autor acusa a Salmon de hacer, esto es, de “crear un ambiente” adverso a su oponente. Es cierto que Salmon puede haber cometido algunos errores; pero no creo que ninguno de ellos prive al libro de su esencial fuerza y poder de análisis. Las bizantinas y sofistas argumentaciones del abad Butler exigirían otro libro para ser cabalmente refutadas, pero lo veo poco productivo porque apenas arañan la superficie del caso que Salmon presenta contra la doctrina de la infalibilidad. La parte más jocosa es la dedicada al Concilio Vaticano I, y al respecto sugeriría la lectura del libro de August Bernhard Hasler (1937-1980) ¿Cómo llegó el papa a ser infalible? Fuerza y debilidad de un dogma (Barcelona: Planeta, 1980). En cuanto al resto, a mi entender es más práctico recomendar a los foristas que lean tanto el libro de Salmon como la crítica de Butler, y que saquen sus propias conclusiones.
(Usoz)
4. Le agradezco sinceramente que, al menos, reconozca que “no cabe duda de que la Iglesia de Roma recurre con muchísimo gusto a las Escrituras en todas aquellas doctrinas en donde la prueba bíblica es sólida o al menos puede construirse un caso plausible”.
(Jetonius)
No hay nada que agradecer. Es simplemente la verdad.
(Usoz)
5. Me dice:
Comentario de Jetonius:
Desde luego, ninguna declaración oficial del Magisterio afirma que les esté permitido decir lo que le plazca, o que haya inventado cosas bajo el nombre de la tradición apostólica. Sin embargo, esto es precisamente lo que ha hecho una y otra vez. Tal el caso de la inmaculada concepción, del culto a las imágenes, de la confesión auricular, de la validez de la comunión en una especie, del purgatorio, de la infalibilidad pontificia... Por lo demás, la declaración de Jerónimo en el sentido de que es una arrogancia criminal el añadir a las Escrituras se aplica de maravillas a la doctrina de una segunda fuente de revelación paralela a la Biblia.
Limitándome a lo único que Vd. concreta, esto es, a que “la declaración de Jerónimo en el sentido de que es una arrogancia criminal el añadir a las Escrituras se aplica de maravillas a la doctrina de una segunda fuente de revelación paralela a la Biblia”, debo insistir en cuál era el auténtico pensamiento de San Jerónimo, valiéndome de las siguientes citas:
Comentario:
Y no les dejes adularse a sí mismos pensando que tienen la autoridad de la Escritura para sus afirmaciones, puesto que el mismo diablo ha citado textos de la Escritura, y la esencia de las Escrituras no es la letra, sino el significado. De otro modo, si seguimos la letra, nosotros también podemos urdir un nuevo dogma y afirmar que las personas que llevan zapatos y tienen dos abrigos no deben ser recibidas en la Iglesia. Diálogo contra los Luciferinos, 28.
(Jetonius)
En lo que a mí concierne, no tengo objeción a lo dicho por “Ortodoxo” en este diálogo. Ante todo hay que saber de quiénes está hablando Jerónimo. En el párrafo previo él dice: “Puedo pasarme el día hablando al mismo efecto, y secar todas las fuentes de argumento con el único sol de la Iglesia. Pero como ya hemos tenido una larga discusión y la prolongada controversia ha desgastado la atención de nuestra audiencia, te diré mi opinión brevemente y sin reserva. Debemos permanecer en la Iglesia que fue fundada por los Apóstoles y continúa hasta hoy. Si alguna vez oyes de cualesquiera que son llamados cristianos tomando su nombre no del Señor Jesucristo, sino de algún otro, como por ejemplo marcionitas, valentinianos, Hombres de la montaña o de la planicie [¿circunceliones = donatistas extremos?], puedes estar seguro que no tienes ahí la Iglesia de Cristo, sino la sinagoga del Anticristo. Pues el hecho de que surgieron después de la fundación de la Iglesia es prueba de que son aquellos cuya venida anunció el Apóstol. Y no les dejes adularse, etc...”
Jerónimo afirma el hecho de que las Escrituras deben ser rectamente interpretadas y reivindica la autoridad interpretativa de la Iglesia universal.
Estos ejemplos han sido meramente tocados por mí (los límites de una carta impiden su trato más prolijo) para convencerte de que en las Sagradas Escrituras no puedes hacer ningún progreso sino tienes una guía para mostrarte el camino. A Paulino, Epístola 53
(Jetonius)
¿Ha leído usted esta carta completa? Le pregunto porque toda ella es una larga exhortación a estudiar seria y diligentemente las Escrituras. Fue escrita a Paulino, obispo de Nola (negritas añadidas):
“Una verdadera intimidad cementada por Cristo mismo no es una que dependa de consideraciones materiales, o de la presencia de las personas, o de una insincera y exagerada adulación; sino una como la nuestra, traída por un común temor de Dios y un estudio conjunto de las Escrituras divinas.”
Jerónimo luego da ejemplos históricos de hombres que viajaron mucho para conocer cara a cara a personas que conocían por los libros. A continuación da el ejemplo de Pablo, y agrega “Las palabras habladas poseen un indefinible poder oculto, y la enseñanza que pasó directamente de la boca del orador a los oídos de los discípulos es más impresionante que cualquier otra.”
Sin embargo, continúa diciendo:
“No aduzco estos ejemplos porque tenga nada en mí de lo cual puedas o vayas a aprender una lección, sino para mostrarte que tu celo y diligencia por aprender –aunque no puedas confiar en mi ayuda- son en sí mismos dignos de alabanza. Una mente dispuesta a aprender merece recomendación aunque no tenga maestro. Lo que es importante para mí no es lo que encuentres sino lo que buscas encontrar ...”
Da luego el ejemplo de Pablo aprendiendo a los pies de Gamaliel, y prosigue: “Le escribe a Timoteo quien había sido instruido en los escritos santos desde niño, exhortándolo a estudiarlos diligentemente y a no descuidar el don que le había sido dado con la imposición de las manos del presbiterio. A Tito le manda que entre otras virtudes del obispo (que describe brevemente) debe ser cuidadoso en buscar un conocimiento de las escrituras: Un obispo, dice él, debe aferrarse a ‘la palabra fiel como ha sido enseñado, para que sea capaz por sana doctrina tanto de exhortar como de convencer a los opositores’. De hecho, la falta de educación en un clérigo le impide hacer bien a nadie sino a sí mismo, y tanto como la virtud de su vida puede construir la Iglesia de Cristo, él hace un daño igualmente grande al fracasar en resistir a quienes tratan de derrumbarla.”
A continuación aduce ejemplos con textos bíblicos (Hageo 2:11; Deut 32:7; Salmos 119:54; 1:2; Daniel 12:3) y dice: “Puedes ver, entonces, cuán grande es la diferencia entre la recta ignorancia y la rectitud instruida... ¿Por qué es el apóstol Pablo llamado un vaso escogido? Seguramente porque él es un depósito de la Ley y de las Santas Escrituras. La educada enseñanza de nuestro Señor ensordece a los fariseos con sorpresa, y se llenan de asombro de hallar que Pedro y Juan conocen la Ley aunque no han aprendido letras. Pues a éstos el Espíritu Santo les sugería inmediatamente lo que viene a otros por estudio y meditación diarios; y, como está escrito, ‘fueron enseñados por Dios’...”
Jerónimo plantea a continuación, al tratar de Pedro y Juan, el contraste entre la sabiduría del mundo y la que proviene de Dios, citando Juan 1:1; 1 Corintios 1:19; 1: 21; 2:6,7; 1:24. Afirma que la sabiduría de Dios es Cristo, y explica brevemente cómo el Señor estaba oculto en un misterio y fue anunciado en la Ley y los profetas (cita las Escrituras pertinentes). Entonces trae a colación el texto de Apocalipsis que habla del Libro sellado con siete sellos (5:1), y trae a cuento Isaías 29:11. Dice Jerónimo: “Cuántos hay hoy quienes se imginan instruidos, y sin embargo las escrituras son para ellos un libro sellado, y uno que no pueden abrir salvo a través de Aquél que tiene la llave de David, ‘el que abre y ningún hombre cierra; y cierra, y ningún hombre abre’. Entonces pone el ejemplo del ministro etíope de Hechos 8, de quien dice “Para hacer una digresión por un momento hacia mí mismo, no soy más santo ni más diligente que este eunuco, quien vino desde Etiopía, esto es de los confines del mundo, al Templo, dejando tras de sí el palacio de la reina, y era un amante tan grande de la Ley y del conocimiento divino, que leía las sagradas escrituras aún en su carroza. Empero aunque tenía el libro en su mano y llevaba a su mente las palabras del Señor, e incluso las tenía en su lengua y las profería con sus labios, él todavía no conocía a Aquel a quien –sin saberlo- adoraba en el libro. Entonces vino Felipe y le mostró a Jesús, quien estaba oculto detrás de la letra. ¡Maravillosa excelencia del maestro! En la misma hora el eunuco creyó y fue bautizado; se tornó uno de los fieles y un santo. No era ya un alumno sino un maestro; y halló más en la fuente de la Iglesia allí en el desierto de lo que jamás lo había hecho en el engalanado templo de la sinagoga.”
Acto seguido viene el párrafo que usted cita:
“Estos ejemplos han sido apenas tocados por mí (los límites de una carta impiden un tratamiento más extenso de ellos) para convencerte de queen las sagradas escrituras no puedes progresar a menos que tengas un (o una) guía para mostrarte el camino.”
Jerónimo nota que los diversos oficios y profesiones requieren un aprendizaje adecuado, y se queja: “El arte de interpretar las Escrituras es el único en el cual todos los hombres en todas partes afirman ser maestros.” Prosigue Jerónimo quejándose de que cualquier hijo de vecino se cree capaz de interpretar las Escrituras, se sonroja de que algunos digan que las mujeres pueden enseñarle a los varones, y critica muy especialmente a quienes tienen conocimiento de los autores paganos. Dice de éstos:
“No se dignan a notar lo que los Profetas y Apóstoles han querido decir, sino que adaptan los pasajes en conflicto para que adecuarlos al significado que quieren darle como si fuera una gran forma de enseñar –y no más bien la más defectuosa de todas- la de tergiversar las opiniones de un autor y forzar las escrituras para que a regañadientes cumplan la voluntad de ellos.”
Luego Jerónimo se embarca en una reseña de la Biblia, tras de la cual nuevamente alienta a Paulino:
“Te ruego, mi querido hermano, que vivas entre estos libros, que medites sobre ellos, que no conozcas nada más, que no busques nada más. ¿No te parece semejante vida un adelanto del cielo aquí en la tierra? Que la simplicidad de la escritura o la pobreza de su vocabulario no te ofendan; pues estas son debidas ora a las fallas de los traductores o bien a un propósito deliberado: pues en esta forma es más adecuada para la instrucción de la congregación iletrada, ya que la persona educada puede adoptar un significado y la inculta otro, de la misma frase. No soy tan insensible o tan adelantado como para profesar que yo mismo lo sé, o que puedo cosechar en la tierra el fruto que tiene su raíz en el cielo, aunque confieso que me gustaría. Me pongo delante del hombre que se sienta ocioso y, si bien no afirmo ser un maestro, me declaro un compañero de estudio. ‘Todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a aquel que llama se le abrirá’ [Mateo 7:8]. Aprendamos sobre la tierra aquel conocimiento que continuará con nosotros en el cielo. Te recibiré con los brazos abiertos y –si puedo presumir y hablar neciamente como Atenágoras- me esforzaré por aprender contigo lo que sea que desees estudiar.”
En resumen, toda la carta, incluida la advertencia, es una exhortación a estudiar seriemente las Escrituras. No dice absolutamente nada similar acerca de supuestas tradiciones apostólicas.
(Usoz)
6. Comenta Vd. seguidamente la cita de San Gregorio de Nisa que dice:
“… debemos guardar para siempre, firme e inalterada la tradición que recibimos por sucesión de los padres…” (Que no hay tres Dioses).
Para mí es muy clara. Y el contexto, que Vd. ha transcrito, también:
“Por otra parte, aun si nuestro razonamiento no estuviese a la altura del problema, debemos guardar para siempre, firme e inamovible, la tradición que recibimos por sucesión de los padres, y buscar del Señor la razón que es la abogada de nuestra fe: y si ésta fuese hallada por cualquiera de aquellos dotados con gracia, debemos agradecer a Aquel que otorgó la gracia; pero de lo contrario, sostendremos de todos modos, en aquellos puntos que han sido determinados, nuestra fe inmutablemente”.
Para mí es de meridiana evidencia que lo que el Niseno afirma es que “debemos guardar para siempre, firme e inamovible, la tradición que recibimos por sucesión de los padres”, y esto incluso “si nuestro razonamiento no estuviese a la altura del problema”. Guardar esa tradición y “buscar del Señor la razón que es la abogada de nuestra fe”. “Si ésta fuese hallada por cualquiera de aquellos dotados con gracia, debemos agradecer a Aquel que otorgó la gracia; pero de lo contrario, sostendremos de todos modos, en aquellos puntos que han sido determinados, nuestra fe inmutablemente”, determinados, para mí no hay ninguna duda, por “la tradición que recibimos por sucesión de los padres”.
Aprecio el esfuerzo que hace seguidamente, pero se me antoja innecesario, y no sólo por lo expuesto, sino porque, insisto, el sentir de Gregorio Niseno es claro, como se deduce, además, de las siguientes citas:
Comentario:
E incluso si ésos hubieran sido los nombres más apropiados, la Verdad Misma no habría estado perdida para descubrirlos, ni tampoco esos hombres en quienes sucesivamente delegó la predicación del misterio, fueran de los primeros testigos oculares y ministros de la Palabra o los que, como sucesores de éstos, llenaron el mundo entero con las doctrinas evangélicas, y de nuevo, en varios periodos después de esto, definieron en una asamblea común las ambigüedades surgidas en torno a la doctrina, cuyas tradiciones se preservan constantemente por escrito en las iglesias. Contra Eunomio, I:13.
La doctrina de la verdadera fe es clara en la primera tradición que recibimos, de acuerdo con el deseo del Señor, en el baño del nuevo nacimiento. Epístolas, 24
(Jetonius)
¡Pues desde luego que es claro! La cita que usted agrega en primer lugar lo reafirma. Gregorio sostiene que estas tradiciones “se preservan constantemente por escrito en las iglesias. Lo mismo puede decirse en cuanto a la enseñanza sobre Dios que tratábamos más arriba. Y si quedase alguna duda, cita como la “primera tradición” recibida por todos los cristianos aquella que el Señor mismo mandó en Mateo 28:16-20, es decir, escrita hacía siglos para el tiempo de Gregorio.
(Usoz)
7. En cuanto al pasaje de San Jerónimo, que, recordemos, decía:
Comentario:
“Te agradezco tu recuerdo en relación con los cánones de la Iglesia. En verdad, “a quien el Señor ama, le castiga, y azota a todo hijo que recibe”. Aún te aseguraría que no tengo mayor pretensión que la de mantener los derechos de Cristo, que guardar las líneas trazadas por los padres, y recordar siempre la fe de Roma; esa fe que es alabada por los labios de un apóstol, y que la iglesia alejandrina se precia de compartir” (A Teófilo, Epístola 63:2).
Dice Vd.:
Comentario:
No aclara mucho su alusión a Roma, pero dado que en esta ciudad corrían vientos desfavorables al origenismo (condenado por Anastasio en 400), la entiendo como una alusión a la necesidad de mantener la ortodoxia.
También yo entiendo la alusión a Roma “como una alusión a la necesidad de mantener la ortodoxia”, aunque con mayor amplitud que Vd., que es la de las propias palabras de San Jerónimo: no tengo mayor pretensión que la de mantener los derechos de Cristo, que guardar las líneas trazadas por los padres, y recordar siempre la fe de Roma; esa fe que es alabada por los labios de un apóstol, y que la iglesia alejandrina se precia de compartir.
Nota Vd.:
Comentario:
… que de hecho, Jerónimo no apela aquí a la Tradición Apostólica como fuente de revelación…
Pero fíjese en la manera en que S. Jerónimo construye su oración, estableciendo un paralelismo entre “los derechos de Cristo”, que hay que mantener, y “las líneas trazadas por los padres” y “la fe de Roma”, que hay que guardar y recordar, respectivamente.
Espero que comprenda que mi propósito en este tema no es discutir el principio protestante de “Sola Scriptura”. Tiempo habrá, Dios mediante, para ello, puesto que lo que aquí nos ocupa ahora es el escogido por Vd., que es el de la autoridad suprema de las Escrituras en los Padres.
(Jetonius)
Bien, cuando quiera podemos tratar acerca de Sola Scriptura. De hecho, no le puse tal título a esta entrada por las razones que usted demuestra entender. En cuanto a sus observaciones aquí, hay que notar en primer lugar que la exhortación de Teófilo a Jerónimo, a la cual éste responde aquí, es a guardar “los cánones de la Iglesia”. Estos cánones son las normas eclesiásticas fijadas por consenso a partir del Concilio de Nicea, a las cuales se les fueron agregando otras de los siguientes concilios ecuménicos y de algunos sínodos locales. Lo que aquí dice Jerónimo es que él está dispuesto a ajustarse a dichas normas. En modo alguno insinúa que se encuentren al mismo nivel o por encima de las Escrituras.
(Usoz)
8. Se extiende Vd. seguidamente en consideraciones en torno, no a la cita de San Agustín de Hipona escogida por mí (La Trinidad, IV, 6, 10), sino a un pasaje anterior (IV, 5, 9).
(Jetonius)
Me extendí simplemente para mostrar el contexto y los resultados frecuentemente insostenibles de la apelación a la tradición eclesiástica, aún en el siglo V.
(Usoz)
Permítame la siguiente cita, tomada de la Introducción general a las Obras de San Agustín del P. Victorino Capanaga, que deja bien claro cuál era el lugar que ocupaba la tradición en el pensamiento de San Agustín:
Comentario:
No basta la Biblia para vivir en la verdad católica, pues la regla de la fe comprende la Escritura y la autoridad de la Iglesia (De doct. christ. III 2: PL 34, 65).
"El símbolo bautismal, grande con el peso de las sentencias" (Serm. 58, 1: PL 38,393), las plegarias de los fieles, las costumbres salubérrimas de la Iglesia (De Bapt. 11 7,12: PL 43,133), las tradiciones apostólicas y universales, los estatutos de los concilios, el consentimiento común de los fieles (Ibid., VII 53, 102: PL 43,243), la enseñanza de los esclarecidos y aprobados varones de la Iglesia, como San Ambrosio, San Hilario, San Cipriano, San Juan Crisóstomo (Contra Iul. op. imp. III 10: PL 45,1251), los cuales enseñaron lo que aprendieron de la Iglesia (Ibid., I 117: PL 45,1125), y, sobre todo, la autoridad del Romano Pontífice, “ministro de la fe católica” (Ibid., VI 11: PL 45,1520) y la cátedra de San Pedro, invencible a los poderes del infierno, porque ipsa est Petra, quam non vincunt superbae inferorum portae (Psal. cont. part. Don.: PL 43,30): he aquí la escuela viva de la tradición cristiana que el teólogo ha de frecuentar.
Con el magisterio de la Iglesia y el depósito de las verdades contenidas en la Sagrada Escritura, la razón humana puede intentar cierta comprensión de los misterios. El primer grado es abrevar en las fuentes de la revelación para certificar la existencia de un artículo o verdad; el segundo aspira a penetrar en su esencia con un método racional: Crede ut intelligas (Serm. 43,9: PL 38,253). La sed de conocimiento religioso y, a la vez, la necesidad de la propaganda religiosa y defensa. de los dogmas cristianos contra los herejes mantuvieron a San Agustín en una tensión intelectual que han logrado pocos. “Permite Dios la abundancia de las herejías para que no seamos siempre unos rorros y permanezcamos en la ruda infancia: ne semper lacte nutriamur et in bruta infantia remaneamus.
(Jetonius)
Como usted habrá percibido, no es mi concepción la de rechazar toda fuente de autoridad que no sea la Biblia, sino la de subordinar toda fuente secundaria a la Biblia, depósito escrito y segurísimo de la revelación. Por cierto que Agustín lee las Escrituras a la luz de la autoridad de la Iglesia y de la tradición. Estima asimismo grandemente la autoridad de la Iglesia de Roma; cuando habla de “la sede apostólica” sin más aclaración, se refiere a esta congregación en particular (por ejemplo, Contra dos cartas de los pelagianos, II,5 [III]). Por otra parte, Roma no es sino la más sobresaliente de varias sedes apostólicas (por ejemplo, Epístola 43:7). Aún si el obispo romano apostatase, ello no dañaría fatalmente a la Iglesia universal:
“Ahora, aunque algún traditor hubo en el curso de estos siglos, por inadvertencia, que ocupó un lugar en tal orden de obispos, que alcanza desde el mismo Pedro hasta Anastasio, quien ahora ocupa aquella sede – este hecho no causaría daño a la Iglesia y a los cristianos que no tienen parte en la culpa ajena ...” (Epístola 53:3) .
Además, hay que notar que para Agustín la promesa hecha por el Señor a Pedro es comprendida como siendo el Apóstol figura de la Iglesia, y la Roca el propio Cristo (Sobre la doctrina cristiana, I,18,17; Exposiciones sobre los Salmos, 61).
Por prominente y sólida que haya sido la Iglesia de Roma en la realiidad y en la mente de Agustín, no estaba para él por encima de la autoridad de la Iglesia católica (antigua). Por ejemplo, a propósito del juicio de Roma sobre Ceciliano, cuestionado por los donatistas, escribe Agustín que se les podría decir con toda justicia: “Bien, supongamos que aquellos obispos que decidieron el caso en Roma no eran buenos jueces; aún quedaba un Concilio plenario de la Iglesia universal, ante el cual aquellos jueces mismos podrían tener que defenderse; de modo que, si fueren convictos de error, sus decisiones podrían ser revertidas”. (Epístola 43, 7 [19]; cf. (Sobre el bautismo, contra los donatistas, II,4-5).
Ahora bien, no hay que negar la importancia que la autoridad de la Iglesia y de la tradición tenían para el obispo de Hipona para sustentar la supremacía de las Escrituras en sus enseñanzas.
“La Escritura es el alma de su teología; la amó y la estudió con verdadera pasión (Conf. 11,2,2-4), revisó críticamente el texto en cuanto pudo, en particular de los Salmos (cf. Ep. 261,5); comentó muchos de sus libros /cf. p. 409ss) e ilustró la armonía de sus partes (De consensu evangelistarum, p. 412).
En todas sus controversias teológicas, San Agustín recurre a la Escritura y explora su pensamiento, ilustrando la solución que propone, ante todo, con un compendio de teología bíblica sobre la Trinidad (De Trin. 1-5), o sobre la redención y el pecado original (De pec. mer. remiss. 1,33, 33-28, 56), o sobre la necesidad de la gracia (De sp. et litt. ), o sobre la gracia y el libre albedrío (De gr. et lib. arb.), o sobre la Iglesia (De un. Eccl.).”
A. Trapè, San Agustín, en Instituto Patrístico Agustiniano: Patrología III. La edad de oro de la literatura patrística latina. Madrid: BAC, 1981, p. 508).
Un párrafo representativo de la posición de Agustín se encuentra en su escrito antipelagiano Sobre el matrimonio y la concupiscencia , 51:
“Llamar maniqueos a quienes enseñan el pecado original es acusar a Ambrosio, Cipriano y a toda la Iglesia.
¿Qué, más aún, diré de aquellos comentadores de las divinas Escrituras que han florecido en la Iglesia católica? Ellos nunca han tratado de pervertir estos testimonios hacia un sentido ajeno, porque ellos estaban firmísimamente establecidos en nuestra antiquísima y solidísima fe, y nunca fueron movidos por la novedad del error. Si yo hubiese de reunir a todos ellos , y hacer uso de su testimonio, la tarea sería probablemente demasiado larga, y probablemente parecería que hubiese otorgado menos preferencia de la que conviene a las autoridades canónicas, de las cuales uno nunca debe desviarse. Meramente mencionaré al benedictísimo Ambrosio...”
Es decir, que la autoridad de estos comentadores se deriva precisamente de su fidelidad en la exposición de las Escrituras. Por cierto que Agustín basa ciertas cosas en la tradición de la Iglesia universal, pero hay que ver cuáles. En su Epístola 54 a Januarius, dice:
“Deseo por tanto que tú, en primer lugar, te aferres a éste como al principio fundamental en la presente discusión, que nuestro Señor Jesucristo ha dispuesto para nosotros un “yugo liviano” y una “carga fácil” , como él lo declara en el Evangelio [Mateo 11:30]: de acuerdo con lo cual él ha unido a su pueblo bajo la nueva dispensación en la fraternidad por sacramentos, que son muy pocos en número, en observancia facilísimos, y en significancia excelentísimos, como el bautismo solemnizado en el nombre de la Trinidad, la comunión de su cuerpo y sangre, y otras cosas tales que se prescriben en las Sagradas Escrituras... Con respecto a aquellas otras cosas que sostenemos sobre la autoridad, no de la Escritura, sino de la tradición, y que son observadas en todo el mundo, puede entenderse que se tienen por aprobadas e instituidas ora por los Apóstoles mismos, ora por concilios plenarios, cuya autoridad en la Iglesia es utilísima; por ejemplo, la conmemoración anual, mediante solemnidades especiales, de la pasión, resurrección y ascensión del Señor, y el descenso del Espíritu Santo desde el cielo, y cualquier otra cosa que es observada por toda la Iglesia doquiera que haya sido establecida.
Hay otras cosas, sin embargo, que son diferentes en diferentes lugares y países: por ejemplo, algunos ayunan en sábado, otros no; algunos participan diariamente del cuerpo y la sangre de Cristo, otros lo reciben en días establecidos; en algunos lugares no pasa un día sin que sea ofrecido el sacrificio; en otros es sólo en sábado y en el día del Señor, o puede ser solamente en el día del Señor. Con respecto de éstas y todas las otras observancias variables que puedan encontrarse en cualquier lugar, uno está libre de cumplirlas o no según elija; y no hay mejor regla en este asunto para el cristiano sabio y serio, que conformarse a la práctica que encuentre prevalente en la Iglesia a la cual pueda llegar. Pues tal costumbre, si no es contraria a la fe ni a una sana moral, ha de ser tenida como una cosa indiferente, y debe ser observada por causa de la fraternidad con aquellos entre quienes vive.”
Hay que notar que los ejemplos más obvios de cosas fundadas en la autoridad tradicional que Agustín puede imaginar, pertenecen al campo de la liturgia, no de la doctrina.
Dejo para el final la afirmación de Capanaga “No basta la Biblia para vivir en la verdad católica, pues la regla de la fe comprende la Escritura y la autoridad de la Iglesia” basada en De doct. christ. III 2: PL 34, 65. En este tratado, “Sobre la doctrina cristiana”, Agustín dedica la introducción a justificar la necesidad de reglas hermenéuticas para la correcta interpretación de las Escrituras. Trata el tema propuesto en el Libro I , acerca de las “cosas” y continúa en el II acerca de las “señales”. En el Libro III, comienza con un resumen de lo ya expuesto:
“Capítulo 1. Sumario de los libros previos, y amplitud de lo que sigue
El hombre que teme a Dios busca diligentemente en la Sagrada Escritura un conocimiento de Su voluntad. Y cuando se ha tornado humilde a través de la piedad, de modo de carecer de amor por la contienda; cuando dotado también de un conocimiento de los lenguajes, como para no ser detenido por palabras y formas de hablar desconocidas, y con el conocimiento de ciertos objetos necesarios, de modo de no ser ignorante acerca de la fuerza y naturaleza de aquellos que son empleados figurativamente; y asistido, además, por la precisión en los textos, la cual ha sido asegurada por destreza y cuidado en el asunto de la corrección – cuando esté así preparado, permítasele proceder en el examen y la solución de las ambigüedades de la Escritura. Y para que no sea extraviado por señales ambiguas, en la medida en que pueda darle instrucción ... muéstrele a quien está en tal estado mental ... que la ambigüedad de la Escritura yace ora en las palabras propias, ora en clases metafóricas que ya he descrito en el segundo libro.
Capítulo 2 Regla para eliminar la ambigüedad mediante la atención a la puntuación
Pero cuando las palabras propias hacen ambigua a la Escritura, debemos ver en primer lugar que no haya nada erróneo en nuestra puntuación o pronunciación. Consecuentemente si, cuando se le presta atención al pasaje, pareciera ser incierta la forma en que debe ser puntuado o pronunciado, que el lector consulte la regla de fe que ha reunido de los pasajes más claros de la Escritura, y de la autoridad de la Iglesia, y de lo cual he tratado con suficiente extensión cuando estaba hablando en el primer libro acerca de las cosas. Pero si ambas lecturas, o todas ellas (si hay más de dos) dan un significado en armonía con la fe, queda consultar el contexto, tanto lo que viene antes como lo que sigue, para ver por cuál interpretación, de muchas que se ofrecen a sí mismas, se pronuncia y permite ser incorporada en sí misma en un todo.”
Cabe notar que Agustín recomienda el recurso a la regla de fe en las instancias en que existe ambigüedad en el texto, y que la primera apelación es a la armonía de la propia Escritura, y sólo en segundo lugar a la autoridad de la Iglesia. Como evangélico, nada tengo que objetar a semejante enfoque.
(Usoz)
9. Reconoce Vd. finalmente que el texto de San Juan Crisóstomo “enseña la existencia de enseñanzas apostólicas conservadas por tradición oral”. Créame, no me sería difícil traer a colación más textos del Crisóstomo que permitirían afirmar la existencia de tales enseñanzas. Habla Vd. de “inconsistencia”, que yo no aprecio, puesto que, en definitiva, lo que niega en el pasaje escogido por Vd. son “las cosas que se inventan bajo el nombre de la tradición apostólica”.
(Jetonius)
Me gustará ver los ejemplos que menciona, y en particular de qué cosas se trata.
10. Obviamente, todo lo expuesto no me permite llegar a la misma conclusión que Vd., y, salvo que Vd. entienda lo contrario, no me parece que sea éste el lugar más adecuado para dar una respuesta razonablemente “consistente” al “problema generado por el dogma católico romano” que le preocupa. No obstante, quedo a su disposición, y si Vd. así lo desea, procuraré dársela en este mismo tema abierto por Vd.
Dios le bendiga.
Suyo, en Cristo,
USOZ
><>
Sola Gratia
Solus Christus
Solum Verbum Dei
Soli Deo Gloria
------------------
“Amemos a Dios nuestro Señor y amemos a su Iglesia: a Aquél como a padre; a ésta como a madre; a Aquél como a Señor, a ésta como a su servidora... Pero fijaos que se trata de un matrimonio fundado en un gran amor. Por eso, nadie ama al uno y ofende al otro" (San Agustín).
(Jetonius)
Hermosas palabras de Aurelio Agustín. Dios le bendiga a usted también, y nos ilumine a ambos en nuestro común esfuerzo por explorar la base de nuestra fe.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
<{{{><
¡Sola Gracia,
Sola Fe,
Solo Cristo,
Sola Biblia,
Sólo a Dios la Gloria!
Siento haber dejada "colgada" la respuesta pero mis ocupaciones me impedían elaborarla.
Retomo el tema iniciado en
http://www.forocristiano.com/Forum12/HTML/002412.html
(Usoz escribió)
Comentario:
Pero más allá de estos dichos (escriturales), miremos a la misma tradición, enseñanza y fe de la Iglesia Católica desde el principio, que el Señor dio, los Apóstoles predicaron y los Padres guardaron. Sobre esto está fundada la Iglesia, y el que apostatara de eso no sería cristiano, y no debería ser llamado más así. San Atanasio, Ad Serapion 1:28 (A.D. 360)
(Jetonius) Es una pena que no continuase la cita, pues a continuación el pequeño gran Atanasio explicita a qué se refiere con esta alusión que, a primera vista, pareciera abarcar todo el paquete abrazado por Trento catorce siglos más tarde.
“Hay una Trinidad, santa y perfecta, reconocida como Dios, en Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nada tiene de ajeno o externo mezclada en ella, ni compuesta de un formador y un originado, sino enteramente creativa y formadora ... y así se predica en la Iglesia un Dios, “quien es sobre todos, y a por todos, y en todos [Efesios 4:6; Cf. 1 Cor 15:28; Col 3:11]...” Y porque esta es la fe de la Iglesia, que ellos de alguna manera entiendan que el Señor envió a los Apóstoles y les mandó hacer de esta el cimiento de la Iglesia, cuando dijo: «Id e instruid a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»[Mateo 28:19]”
Es decir que el obispo de Alejandría no se refiere a enseñanzas apostólicas extraescriturales, sino al modo en que la Iglesia universal rectamente comprendía las Escrituras. Una enseñanza similar puede hallarse en la Tercera Epístola Festal (Pascua de 331).
(Usoz)
Querido Jetonius:
1. Me consta efectivamente su interés por los escritores cristianos primitivos. E insisto en que confío (más bien, deseo) en que sus aportaciones patrísticas nos animen a todos a leer -o a leer más- a los Padres de la Iglesia.
2. No discuto que en lo que Vd. califica como “romanismo” y a lo que yo, por razones que supongo comprenderá, prefiero referirme como catolicismo, la supremacía de la Escritura sea “oficialmente compartida con la tradición apostólica”. Según el Concilio Vaticano II, que Vd. cita, “ambas han de ser recibidas y veneradas con igual sentimiento de piedad y con la misma reverencia” (Dei Verbum, 9), si bien “la predicación apostólica se expresa de modo especial en los libros inspirados” (Dei Verbum, 8).
(Jetonius) El problema es que en tanto que Roma ha definido a su modo el canon de los libros inspirados, de modo que todos, católicos y no católicos, puedan saber a qué se refiere cuando alude a ellos, la extensión y contenido de lo que debe entenderse por tradición apostólica no ha sido objeto de tan necesaria delimitación, lo cual es en el mejor caso una grave negligencia y en el peor una táctica de conveniencia que permite el recurso a la supuesta tradición apostólica toa vez que quiera defenderse una doctrina carente de adecuado apoyo escritural.
(Usoz)
Obviamente no comparto sus afirmaciones de que “la autoridad suprema de la Biblia en la Iglesia de Roma es letra muerta” ni la de que “si las Escrituras apoyan sus enseñanzas, perfecto; de lo contrario, tanto peor para ellas”. Es más, se trata de manifestaciones que, en su generalidad, no aconsejan ni merecen refutación.
(Jetonius)
No esperaba que compartiese semejante opinión. Es posible que no aconsejen refutación. Que no la merezcan es harina de otro costal. Para evitar ser demasiado vago me referí a un caso específico y concreto, el dogma de la Inmaculada Concepción, en el cual se dejó de lado tanto el testimonio de la Escritura como el de la tradición de los primeros siglos del cristianismo. Sin embargo, usted declinó tratar este caso por apartarse del tema. De modo que si es muy general, no merece refutación, y si es específico no contribuye a la claridad del debate...
(Usoz)
3. Creo que no hay ningún inconveniente en referirse a la tradición apostólica como tradición cristiana. He podido comprobar el uso de tal expresión en teólogos católicos, junto con otras análogas (sagrada tradición, tradición eclesiástica, …).
(Jetonius)
El hecho de que algunos, o muchos, teólogos católicos empleen laxamente los términos simplemente añade imprecisión a la confusión ya creada por la apelación a la difusa tradición apostólica. Hay que añadir que otros teólogos, como por ejemplo nada menos que Roberto Bellarmino, distinguen entre la tradición propiamente apostólica y las tradiciones eclesiales.
Por lo demás, supongo que los católicos deben prestar atención al Magisterio ordinario de su propia iglesia. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica es bastante claro al hablar de las fuentes de revelación en la línea establecida por el Concilio Vaticano II:
“Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella ...” (# 78)
“Tradición apostólica y tradiciones eclesiásticas
La Tradición de la que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo...
Es preciso distinguir de ella las “tradiciones” teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.” (# 83).
(Usoz)
Como J. Collantes, S.I., expone, en su obra La Fe de la Iglesia Católica,
Comentario:
La Iglesia primitiva vivió la realidad de la Tradición antes de que se formulara la doctrina. Los Padres apostólicos conocen y citan la mayor parte de los escritos que constituyen el canon del Nuevo Testamento; pero también conocen otras tradiciones orales o escritas que contienen dichos o hechos de Cristo y de los apóstoles. Las enseñanzas de Cristo (revelación) transmitidas por los apóstoles son la norma suprema de la fe de la Iglesia. Sin embargo, las formulaciones de esa fe, aun contenidas en los escritos apostólicos, no son la instancia última, si se las aísla del contexto de la tradición viva de la Iglesia, en el que han sido escritas. Porque toda formulación escrita es susceptible de diversas interpretaciones. Por eso, el cristiano que quiere conocer el sentido verdadero de los dichos y hechos del Señor, ha de recurrir a la doctrina transmitida desde el principio en la predicación de la Iglesia. La carta de San Policarpo es muy significativa: “Cualquiera que interprete las palabras del Señor en el sentido de sus deseos perversos y niega la resurrección y el juicio, ése es el primogénito de Satanás. Despidamos las vanidades de los gentiles y de los falsos doctores para volver de nuevo a la doctrina que nos han enseñado” (Flp 7, 1.2).
(Jetonius)
El párrafo que cita es representativo de la confusión involuntaria o deliberada que los teólogos y apologistas católicos generan en torno de la tradición. Primero menciona que los Padres antiguos conocieron, además de lo que está escrito en el Nuevo Testamento, “otras tradiciones orales o escritas que contienen dichos o hechos de Cristo y de los apóstoles”. Luego plantea el problema de la interpretación de la revelación escrita y la importancia que le cabe al magisterio o cuerpo docente de la Iglesia en su interpretación, la cual constituye a su vez una tradición. Habría que ser muy necio o muy ignorante para rechazar el papel legítimo de la iglesia y su tradición interpretativa en la comprensión de las Escrituras. En su libro Tradition Old and New (Paternoster Press, 1970, p. 172-173) dice F.F. Bruce:
“La Tradición, entonces, es definida en términos de historia –historia sagrada, de hecho, pero no por ello menos real: real historia interpretada como el vehículo de la revelación salvadora de Dios a su pueblo. La historia es despreciada hoy en aquellos círculos donde se acostumbra a pensar en el ‘pasado muerto’ como en una muela de molino que rodea el cuello del presente vivo, e impide el progreso a un futuro radiante ... Pero el pasado no está muerto: es parte de la continua vida de la humanidad ... ha tenido un papel irrevocable en producir el presente tal como es, de modo que el presente es ininteligible separado del entendimiento del pasado... Y, para el cristiano, la historia es la arena del testimonio del Espíritu, por cuya presencia vital el acto de Dios, hecho una vez y para siempre, retiene su dinamismo de generación en generación y es efectivo en la vida humana hoy.
La historia de los comienzos cristianos adquiere inevitablemente una nueva significación a medida que es vuelta a aplicar y reinterpretada en la experiencia de las sucesivas generaciones que la reciben como su herencia. Así permanece potente y relevante. Pero es necesario que la historia tal como es recibida sea comparada de tiempo en tiempo con la historia wie es eingentlich gewesen (como realmente ocurrió) o ambas se separarán irreconciliablemente.
No debemos temer la apelación a la historia, aunque nuestra apelación sea despreciada como irrelevante o condenada como ilegítima. En Inglaterra, hace un siglo tuvimos al Cardenal Manning denuciándola como traición y herejía – traición, porque rechaza la voz viva de la Iglesia de hoy, y herejía porque niega que tal voz sea divina. Que así sea: cuando la voz viva de la Iglesia choca con la historia, ésta tiende a ser victoriosa a la larga.”
Podría añadir citas de otros conocidos autores protestantes, como Calvino o Hodge; pero creo que la anterior es representativa. El punto es que el protestantismo histórico no desconoce un papel legítimo y necesario del magisterio de la Iglesia y de la tradición. Pero esta última no es la Tradición a la que se refiere Trento, ambos Concilios Vaticanos y el Catecismo de la Iglesia Católica como fuente de revelación.
La cita de Policarpo es muy apropiado para reafirmar lo antedicho. Cito de la edición de Daniel Ruiz Bueno, Padres Apostólicos (4ª Ed. Madrid: BAC, 1979, 7:1-2, p. 666-667; cursivas en el original. Las palabras entre corchetes fueron omitidas de la traducción por Ruiz Bueno, seguramente por un desliz, pues están en el texto griego que reproduce):
“Porque todo el que no confesare que Jesucristo ha venido en la carne, es un Anticristo, y el que no confesare el testimonio de la cruz procede del diablo, y el que torciere las sentencias del Señor en interés de sus propias concupiscencias, [y dice que no hay resurrección ni juicio], ese tal es primogénito de Satanás.”
Policarpo sigue diciendo: Por lo tanto, dando de mano a la vanidad del vulgo y a las falsas enseñanzas, volvámonos a la palabra que nos fue transmitida desde el principio, viviendo sobriamente para entregarnos a nuestras oraciones, siendo constantes en los ayunos, suplicando con ruegos al Dios omnipotente que no nos lleve a la tentación, como dijo el Señor: Porque el espíritu está pronto, pero la carne es flaca.”
Policarpo, obispo de Esmirna y mártir (69? – 155?) fue según se dice discípulo del Apóstol Juan. Sin embargo, nada se encuentra en su Epístola que pueda corresponder a tradiciones doctrinales ausentes de los escritos del Nuevo Testamento. Por el contrario, en la Epístola relativamente breve hay no menos de cuarenta citas del Nuevo Testamento. Todo lo que Policarpo enseña lo sustenta con las Escrituras, y no introduce ninguna tradición apostólica extrabíblica. Más aún, en esta carta que fue dirigida a la Iglesia de Filipos, Policarpo reconoce la diferencia entre sus propias enseñanzas y la de los Apóstoles, alude sucesivamente a la tradición apostólica oral y a la escrita, y significativamente refiere a sus destinatarios a esta última:
“Todo esto, hermanos, que os escribo sobre la justicia, no lo hago por propio impulso, sino porque vosotros antes me incitásteis a ello. Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis edificaros en orden a la fe que os ha sido dada.” (3:1-2, p. 663; negritas añadidas).
(Usoz)
Me parece que sus consideraciones sobre la Inmaculada Concepción se alejan en exceso del tema que nos ocupa, que es el de la “autoridad suprema de las Escrituras en los Padres primitivos”. Espero que entienda Vd. que deje su discusión para otro momento, puesto que introducirla aquí no redundaría, en mi opinión, en la claridad del debate.
(Jetonius) Ya comentado más arriba.
(Usoz)
Conozco la obra de Salmon. De hecho, dispongo de un ejemplar de la edición de la CLIE en mi biblioteca. Tal vez le interese esta crítica de un autor católico, que puede encontrar Vd. en la red, aunque no completa: http://hometown.aol.com/philvaz/articles/num11.htm
Repare en cómo demuestra, entre otros errores y confusiones:
“ (1) where Salmon badly misrepresents Cardinal Newman (the brilliant 19th century convert from Anglicanism) on the First Vatican Council and papal infallibility;
(2) where Salmon misrepresents Newman on the Immaculate Conception of Mary;
(3) Salmon's misunderstanding of Catholic theology on infallibility;
(4) Salmon's misuse of the Church Fathers on the Rule of Faith and "Bible reading";
(5) Salmon's misrepresentation of Cardinal Manning on "appeal to antiquity";
(6) Salmon's misunderstanding of the nature of the Church;
(7) Salmon's confusion of "certainty" with infallibility;
(8) Salmon's misreporting of the history of Vatican Council I”.
(Jetonius)
Conozco esa crítica, y es en mi opinión un paradigma de lo mismo que el autor acusa a Salmon de hacer, esto es, de “crear un ambiente” adverso a su oponente. Es cierto que Salmon puede haber cometido algunos errores; pero no creo que ninguno de ellos prive al libro de su esencial fuerza y poder de análisis. Las bizantinas y sofistas argumentaciones del abad Butler exigirían otro libro para ser cabalmente refutadas, pero lo veo poco productivo porque apenas arañan la superficie del caso que Salmon presenta contra la doctrina de la infalibilidad. La parte más jocosa es la dedicada al Concilio Vaticano I, y al respecto sugeriría la lectura del libro de August Bernhard Hasler (1937-1980) ¿Cómo llegó el papa a ser infalible? Fuerza y debilidad de un dogma (Barcelona: Planeta, 1980). En cuanto al resto, a mi entender es más práctico recomendar a los foristas que lean tanto el libro de Salmon como la crítica de Butler, y que saquen sus propias conclusiones.
(Usoz)
4. Le agradezco sinceramente que, al menos, reconozca que “no cabe duda de que la Iglesia de Roma recurre con muchísimo gusto a las Escrituras en todas aquellas doctrinas en donde la prueba bíblica es sólida o al menos puede construirse un caso plausible”.
(Jetonius)
No hay nada que agradecer. Es simplemente la verdad.
(Usoz)
5. Me dice:
Comentario de Jetonius:
Desde luego, ninguna declaración oficial del Magisterio afirma que les esté permitido decir lo que le plazca, o que haya inventado cosas bajo el nombre de la tradición apostólica. Sin embargo, esto es precisamente lo que ha hecho una y otra vez. Tal el caso de la inmaculada concepción, del culto a las imágenes, de la confesión auricular, de la validez de la comunión en una especie, del purgatorio, de la infalibilidad pontificia... Por lo demás, la declaración de Jerónimo en el sentido de que es una arrogancia criminal el añadir a las Escrituras se aplica de maravillas a la doctrina de una segunda fuente de revelación paralela a la Biblia.
Limitándome a lo único que Vd. concreta, esto es, a que “la declaración de Jerónimo en el sentido de que es una arrogancia criminal el añadir a las Escrituras se aplica de maravillas a la doctrina de una segunda fuente de revelación paralela a la Biblia”, debo insistir en cuál era el auténtico pensamiento de San Jerónimo, valiéndome de las siguientes citas:
Comentario:
Y no les dejes adularse a sí mismos pensando que tienen la autoridad de la Escritura para sus afirmaciones, puesto que el mismo diablo ha citado textos de la Escritura, y la esencia de las Escrituras no es la letra, sino el significado. De otro modo, si seguimos la letra, nosotros también podemos urdir un nuevo dogma y afirmar que las personas que llevan zapatos y tienen dos abrigos no deben ser recibidas en la Iglesia. Diálogo contra los Luciferinos, 28.
(Jetonius)
En lo que a mí concierne, no tengo objeción a lo dicho por “Ortodoxo” en este diálogo. Ante todo hay que saber de quiénes está hablando Jerónimo. En el párrafo previo él dice: “Puedo pasarme el día hablando al mismo efecto, y secar todas las fuentes de argumento con el único sol de la Iglesia. Pero como ya hemos tenido una larga discusión y la prolongada controversia ha desgastado la atención de nuestra audiencia, te diré mi opinión brevemente y sin reserva. Debemos permanecer en la Iglesia que fue fundada por los Apóstoles y continúa hasta hoy. Si alguna vez oyes de cualesquiera que son llamados cristianos tomando su nombre no del Señor Jesucristo, sino de algún otro, como por ejemplo marcionitas, valentinianos, Hombres de la montaña o de la planicie [¿circunceliones = donatistas extremos?], puedes estar seguro que no tienes ahí la Iglesia de Cristo, sino la sinagoga del Anticristo. Pues el hecho de que surgieron después de la fundación de la Iglesia es prueba de que son aquellos cuya venida anunció el Apóstol. Y no les dejes adularse, etc...”
Jerónimo afirma el hecho de que las Escrituras deben ser rectamente interpretadas y reivindica la autoridad interpretativa de la Iglesia universal.
Estos ejemplos han sido meramente tocados por mí (los límites de una carta impiden su trato más prolijo) para convencerte de que en las Sagradas Escrituras no puedes hacer ningún progreso sino tienes una guía para mostrarte el camino. A Paulino, Epístola 53
(Jetonius)
¿Ha leído usted esta carta completa? Le pregunto porque toda ella es una larga exhortación a estudiar seria y diligentemente las Escrituras. Fue escrita a Paulino, obispo de Nola (negritas añadidas):
“Una verdadera intimidad cementada por Cristo mismo no es una que dependa de consideraciones materiales, o de la presencia de las personas, o de una insincera y exagerada adulación; sino una como la nuestra, traída por un común temor de Dios y un estudio conjunto de las Escrituras divinas.”
Jerónimo luego da ejemplos históricos de hombres que viajaron mucho para conocer cara a cara a personas que conocían por los libros. A continuación da el ejemplo de Pablo, y agrega “Las palabras habladas poseen un indefinible poder oculto, y la enseñanza que pasó directamente de la boca del orador a los oídos de los discípulos es más impresionante que cualquier otra.”
Sin embargo, continúa diciendo:
“No aduzco estos ejemplos porque tenga nada en mí de lo cual puedas o vayas a aprender una lección, sino para mostrarte que tu celo y diligencia por aprender –aunque no puedas confiar en mi ayuda- son en sí mismos dignos de alabanza. Una mente dispuesta a aprender merece recomendación aunque no tenga maestro. Lo que es importante para mí no es lo que encuentres sino lo que buscas encontrar ...”
Da luego el ejemplo de Pablo aprendiendo a los pies de Gamaliel, y prosigue: “Le escribe a Timoteo quien había sido instruido en los escritos santos desde niño, exhortándolo a estudiarlos diligentemente y a no descuidar el don que le había sido dado con la imposición de las manos del presbiterio. A Tito le manda que entre otras virtudes del obispo (que describe brevemente) debe ser cuidadoso en buscar un conocimiento de las escrituras: Un obispo, dice él, debe aferrarse a ‘la palabra fiel como ha sido enseñado, para que sea capaz por sana doctrina tanto de exhortar como de convencer a los opositores’. De hecho, la falta de educación en un clérigo le impide hacer bien a nadie sino a sí mismo, y tanto como la virtud de su vida puede construir la Iglesia de Cristo, él hace un daño igualmente grande al fracasar en resistir a quienes tratan de derrumbarla.”
A continuación aduce ejemplos con textos bíblicos (Hageo 2:11; Deut 32:7; Salmos 119:54; 1:2; Daniel 12:3) y dice: “Puedes ver, entonces, cuán grande es la diferencia entre la recta ignorancia y la rectitud instruida... ¿Por qué es el apóstol Pablo llamado un vaso escogido? Seguramente porque él es un depósito de la Ley y de las Santas Escrituras. La educada enseñanza de nuestro Señor ensordece a los fariseos con sorpresa, y se llenan de asombro de hallar que Pedro y Juan conocen la Ley aunque no han aprendido letras. Pues a éstos el Espíritu Santo les sugería inmediatamente lo que viene a otros por estudio y meditación diarios; y, como está escrito, ‘fueron enseñados por Dios’...”
Jerónimo plantea a continuación, al tratar de Pedro y Juan, el contraste entre la sabiduría del mundo y la que proviene de Dios, citando Juan 1:1; 1 Corintios 1:19; 1: 21; 2:6,7; 1:24. Afirma que la sabiduría de Dios es Cristo, y explica brevemente cómo el Señor estaba oculto en un misterio y fue anunciado en la Ley y los profetas (cita las Escrituras pertinentes). Entonces trae a colación el texto de Apocalipsis que habla del Libro sellado con siete sellos (5:1), y trae a cuento Isaías 29:11. Dice Jerónimo: “Cuántos hay hoy quienes se imginan instruidos, y sin embargo las escrituras son para ellos un libro sellado, y uno que no pueden abrir salvo a través de Aquél que tiene la llave de David, ‘el que abre y ningún hombre cierra; y cierra, y ningún hombre abre’. Entonces pone el ejemplo del ministro etíope de Hechos 8, de quien dice “Para hacer una digresión por un momento hacia mí mismo, no soy más santo ni más diligente que este eunuco, quien vino desde Etiopía, esto es de los confines del mundo, al Templo, dejando tras de sí el palacio de la reina, y era un amante tan grande de la Ley y del conocimiento divino, que leía las sagradas escrituras aún en su carroza. Empero aunque tenía el libro en su mano y llevaba a su mente las palabras del Señor, e incluso las tenía en su lengua y las profería con sus labios, él todavía no conocía a Aquel a quien –sin saberlo- adoraba en el libro. Entonces vino Felipe y le mostró a Jesús, quien estaba oculto detrás de la letra. ¡Maravillosa excelencia del maestro! En la misma hora el eunuco creyó y fue bautizado; se tornó uno de los fieles y un santo. No era ya un alumno sino un maestro; y halló más en la fuente de la Iglesia allí en el desierto de lo que jamás lo había hecho en el engalanado templo de la sinagoga.”
Acto seguido viene el párrafo que usted cita:
“Estos ejemplos han sido apenas tocados por mí (los límites de una carta impiden un tratamiento más extenso de ellos) para convencerte de queen las sagradas escrituras no puedes progresar a menos que tengas un (o una) guía para mostrarte el camino.”
Jerónimo nota que los diversos oficios y profesiones requieren un aprendizaje adecuado, y se queja: “El arte de interpretar las Escrituras es el único en el cual todos los hombres en todas partes afirman ser maestros.” Prosigue Jerónimo quejándose de que cualquier hijo de vecino se cree capaz de interpretar las Escrituras, se sonroja de que algunos digan que las mujeres pueden enseñarle a los varones, y critica muy especialmente a quienes tienen conocimiento de los autores paganos. Dice de éstos:
“No se dignan a notar lo que los Profetas y Apóstoles han querido decir, sino que adaptan los pasajes en conflicto para que adecuarlos al significado que quieren darle como si fuera una gran forma de enseñar –y no más bien la más defectuosa de todas- la de tergiversar las opiniones de un autor y forzar las escrituras para que a regañadientes cumplan la voluntad de ellos.”
Luego Jerónimo se embarca en una reseña de la Biblia, tras de la cual nuevamente alienta a Paulino:
“Te ruego, mi querido hermano, que vivas entre estos libros, que medites sobre ellos, que no conozcas nada más, que no busques nada más. ¿No te parece semejante vida un adelanto del cielo aquí en la tierra? Que la simplicidad de la escritura o la pobreza de su vocabulario no te ofendan; pues estas son debidas ora a las fallas de los traductores o bien a un propósito deliberado: pues en esta forma es más adecuada para la instrucción de la congregación iletrada, ya que la persona educada puede adoptar un significado y la inculta otro, de la misma frase. No soy tan insensible o tan adelantado como para profesar que yo mismo lo sé, o que puedo cosechar en la tierra el fruto que tiene su raíz en el cielo, aunque confieso que me gustaría. Me pongo delante del hombre que se sienta ocioso y, si bien no afirmo ser un maestro, me declaro un compañero de estudio. ‘Todo el que pide, recibe; y el que busca, encuentra; y a aquel que llama se le abrirá’ [Mateo 7:8]. Aprendamos sobre la tierra aquel conocimiento que continuará con nosotros en el cielo. Te recibiré con los brazos abiertos y –si puedo presumir y hablar neciamente como Atenágoras- me esforzaré por aprender contigo lo que sea que desees estudiar.”
En resumen, toda la carta, incluida la advertencia, es una exhortación a estudiar seriemente las Escrituras. No dice absolutamente nada similar acerca de supuestas tradiciones apostólicas.
(Usoz)
6. Comenta Vd. seguidamente la cita de San Gregorio de Nisa que dice:
“… debemos guardar para siempre, firme e inalterada la tradición que recibimos por sucesión de los padres…” (Que no hay tres Dioses).
Para mí es muy clara. Y el contexto, que Vd. ha transcrito, también:
“Por otra parte, aun si nuestro razonamiento no estuviese a la altura del problema, debemos guardar para siempre, firme e inamovible, la tradición que recibimos por sucesión de los padres, y buscar del Señor la razón que es la abogada de nuestra fe: y si ésta fuese hallada por cualquiera de aquellos dotados con gracia, debemos agradecer a Aquel que otorgó la gracia; pero de lo contrario, sostendremos de todos modos, en aquellos puntos que han sido determinados, nuestra fe inmutablemente”.
Para mí es de meridiana evidencia que lo que el Niseno afirma es que “debemos guardar para siempre, firme e inamovible, la tradición que recibimos por sucesión de los padres”, y esto incluso “si nuestro razonamiento no estuviese a la altura del problema”. Guardar esa tradición y “buscar del Señor la razón que es la abogada de nuestra fe”. “Si ésta fuese hallada por cualquiera de aquellos dotados con gracia, debemos agradecer a Aquel que otorgó la gracia; pero de lo contrario, sostendremos de todos modos, en aquellos puntos que han sido determinados, nuestra fe inmutablemente”, determinados, para mí no hay ninguna duda, por “la tradición que recibimos por sucesión de los padres”.
Aprecio el esfuerzo que hace seguidamente, pero se me antoja innecesario, y no sólo por lo expuesto, sino porque, insisto, el sentir de Gregorio Niseno es claro, como se deduce, además, de las siguientes citas:
Comentario:
E incluso si ésos hubieran sido los nombres más apropiados, la Verdad Misma no habría estado perdida para descubrirlos, ni tampoco esos hombres en quienes sucesivamente delegó la predicación del misterio, fueran de los primeros testigos oculares y ministros de la Palabra o los que, como sucesores de éstos, llenaron el mundo entero con las doctrinas evangélicas, y de nuevo, en varios periodos después de esto, definieron en una asamblea común las ambigüedades surgidas en torno a la doctrina, cuyas tradiciones se preservan constantemente por escrito en las iglesias. Contra Eunomio, I:13.
La doctrina de la verdadera fe es clara en la primera tradición que recibimos, de acuerdo con el deseo del Señor, en el baño del nuevo nacimiento. Epístolas, 24
(Jetonius)
¡Pues desde luego que es claro! La cita que usted agrega en primer lugar lo reafirma. Gregorio sostiene que estas tradiciones “se preservan constantemente por escrito en las iglesias. Lo mismo puede decirse en cuanto a la enseñanza sobre Dios que tratábamos más arriba. Y si quedase alguna duda, cita como la “primera tradición” recibida por todos los cristianos aquella que el Señor mismo mandó en Mateo 28:16-20, es decir, escrita hacía siglos para el tiempo de Gregorio.
(Usoz)
7. En cuanto al pasaje de San Jerónimo, que, recordemos, decía:
Comentario:
“Te agradezco tu recuerdo en relación con los cánones de la Iglesia. En verdad, “a quien el Señor ama, le castiga, y azota a todo hijo que recibe”. Aún te aseguraría que no tengo mayor pretensión que la de mantener los derechos de Cristo, que guardar las líneas trazadas por los padres, y recordar siempre la fe de Roma; esa fe que es alabada por los labios de un apóstol, y que la iglesia alejandrina se precia de compartir” (A Teófilo, Epístola 63:2).
Dice Vd.:
Comentario:
No aclara mucho su alusión a Roma, pero dado que en esta ciudad corrían vientos desfavorables al origenismo (condenado por Anastasio en 400), la entiendo como una alusión a la necesidad de mantener la ortodoxia.
También yo entiendo la alusión a Roma “como una alusión a la necesidad de mantener la ortodoxia”, aunque con mayor amplitud que Vd., que es la de las propias palabras de San Jerónimo: no tengo mayor pretensión que la de mantener los derechos de Cristo, que guardar las líneas trazadas por los padres, y recordar siempre la fe de Roma; esa fe que es alabada por los labios de un apóstol, y que la iglesia alejandrina se precia de compartir.
Nota Vd.:
Comentario:
… que de hecho, Jerónimo no apela aquí a la Tradición Apostólica como fuente de revelación…
Pero fíjese en la manera en que S. Jerónimo construye su oración, estableciendo un paralelismo entre “los derechos de Cristo”, que hay que mantener, y “las líneas trazadas por los padres” y “la fe de Roma”, que hay que guardar y recordar, respectivamente.
Espero que comprenda que mi propósito en este tema no es discutir el principio protestante de “Sola Scriptura”. Tiempo habrá, Dios mediante, para ello, puesto que lo que aquí nos ocupa ahora es el escogido por Vd., que es el de la autoridad suprema de las Escrituras en los Padres.
(Jetonius)
Bien, cuando quiera podemos tratar acerca de Sola Scriptura. De hecho, no le puse tal título a esta entrada por las razones que usted demuestra entender. En cuanto a sus observaciones aquí, hay que notar en primer lugar que la exhortación de Teófilo a Jerónimo, a la cual éste responde aquí, es a guardar “los cánones de la Iglesia”. Estos cánones son las normas eclesiásticas fijadas por consenso a partir del Concilio de Nicea, a las cuales se les fueron agregando otras de los siguientes concilios ecuménicos y de algunos sínodos locales. Lo que aquí dice Jerónimo es que él está dispuesto a ajustarse a dichas normas. En modo alguno insinúa que se encuentren al mismo nivel o por encima de las Escrituras.
(Usoz)
8. Se extiende Vd. seguidamente en consideraciones en torno, no a la cita de San Agustín de Hipona escogida por mí (La Trinidad, IV, 6, 10), sino a un pasaje anterior (IV, 5, 9).
(Jetonius)
Me extendí simplemente para mostrar el contexto y los resultados frecuentemente insostenibles de la apelación a la tradición eclesiástica, aún en el siglo V.
(Usoz)
Permítame la siguiente cita, tomada de la Introducción general a las Obras de San Agustín del P. Victorino Capanaga, que deja bien claro cuál era el lugar que ocupaba la tradición en el pensamiento de San Agustín:
Comentario:
No basta la Biblia para vivir en la verdad católica, pues la regla de la fe comprende la Escritura y la autoridad de la Iglesia (De doct. christ. III 2: PL 34, 65).
"El símbolo bautismal, grande con el peso de las sentencias" (Serm. 58, 1: PL 38,393), las plegarias de los fieles, las costumbres salubérrimas de la Iglesia (De Bapt. 11 7,12: PL 43,133), las tradiciones apostólicas y universales, los estatutos de los concilios, el consentimiento común de los fieles (Ibid., VII 53, 102: PL 43,243), la enseñanza de los esclarecidos y aprobados varones de la Iglesia, como San Ambrosio, San Hilario, San Cipriano, San Juan Crisóstomo (Contra Iul. op. imp. III 10: PL 45,1251), los cuales enseñaron lo que aprendieron de la Iglesia (Ibid., I 117: PL 45,1125), y, sobre todo, la autoridad del Romano Pontífice, “ministro de la fe católica” (Ibid., VI 11: PL 45,1520) y la cátedra de San Pedro, invencible a los poderes del infierno, porque ipsa est Petra, quam non vincunt superbae inferorum portae (Psal. cont. part. Don.: PL 43,30): he aquí la escuela viva de la tradición cristiana que el teólogo ha de frecuentar.
Con el magisterio de la Iglesia y el depósito de las verdades contenidas en la Sagrada Escritura, la razón humana puede intentar cierta comprensión de los misterios. El primer grado es abrevar en las fuentes de la revelación para certificar la existencia de un artículo o verdad; el segundo aspira a penetrar en su esencia con un método racional: Crede ut intelligas (Serm. 43,9: PL 38,253). La sed de conocimiento religioso y, a la vez, la necesidad de la propaganda religiosa y defensa. de los dogmas cristianos contra los herejes mantuvieron a San Agustín en una tensión intelectual que han logrado pocos. “Permite Dios la abundancia de las herejías para que no seamos siempre unos rorros y permanezcamos en la ruda infancia: ne semper lacte nutriamur et in bruta infantia remaneamus.
(Jetonius)
Como usted habrá percibido, no es mi concepción la de rechazar toda fuente de autoridad que no sea la Biblia, sino la de subordinar toda fuente secundaria a la Biblia, depósito escrito y segurísimo de la revelación. Por cierto que Agustín lee las Escrituras a la luz de la autoridad de la Iglesia y de la tradición. Estima asimismo grandemente la autoridad de la Iglesia de Roma; cuando habla de “la sede apostólica” sin más aclaración, se refiere a esta congregación en particular (por ejemplo, Contra dos cartas de los pelagianos, II,5 [III]). Por otra parte, Roma no es sino la más sobresaliente de varias sedes apostólicas (por ejemplo, Epístola 43:7). Aún si el obispo romano apostatase, ello no dañaría fatalmente a la Iglesia universal:
“Ahora, aunque algún traditor hubo en el curso de estos siglos, por inadvertencia, que ocupó un lugar en tal orden de obispos, que alcanza desde el mismo Pedro hasta Anastasio, quien ahora ocupa aquella sede – este hecho no causaría daño a la Iglesia y a los cristianos que no tienen parte en la culpa ajena ...” (Epístola 53:3) .
Además, hay que notar que para Agustín la promesa hecha por el Señor a Pedro es comprendida como siendo el Apóstol figura de la Iglesia, y la Roca el propio Cristo (Sobre la doctrina cristiana, I,18,17; Exposiciones sobre los Salmos, 61).
Por prominente y sólida que haya sido la Iglesia de Roma en la realiidad y en la mente de Agustín, no estaba para él por encima de la autoridad de la Iglesia católica (antigua). Por ejemplo, a propósito del juicio de Roma sobre Ceciliano, cuestionado por los donatistas, escribe Agustín que se les podría decir con toda justicia: “Bien, supongamos que aquellos obispos que decidieron el caso en Roma no eran buenos jueces; aún quedaba un Concilio plenario de la Iglesia universal, ante el cual aquellos jueces mismos podrían tener que defenderse; de modo que, si fueren convictos de error, sus decisiones podrían ser revertidas”. (Epístola 43, 7 [19]; cf. (Sobre el bautismo, contra los donatistas, II,4-5).
Ahora bien, no hay que negar la importancia que la autoridad de la Iglesia y de la tradición tenían para el obispo de Hipona para sustentar la supremacía de las Escrituras en sus enseñanzas.
“La Escritura es el alma de su teología; la amó y la estudió con verdadera pasión (Conf. 11,2,2-4), revisó críticamente el texto en cuanto pudo, en particular de los Salmos (cf. Ep. 261,5); comentó muchos de sus libros /cf. p. 409ss) e ilustró la armonía de sus partes (De consensu evangelistarum, p. 412).
En todas sus controversias teológicas, San Agustín recurre a la Escritura y explora su pensamiento, ilustrando la solución que propone, ante todo, con un compendio de teología bíblica sobre la Trinidad (De Trin. 1-5), o sobre la redención y el pecado original (De pec. mer. remiss. 1,33, 33-28, 56), o sobre la necesidad de la gracia (De sp. et litt. ), o sobre la gracia y el libre albedrío (De gr. et lib. arb.), o sobre la Iglesia (De un. Eccl.).”
A. Trapè, San Agustín, en Instituto Patrístico Agustiniano: Patrología III. La edad de oro de la literatura patrística latina. Madrid: BAC, 1981, p. 508).
Un párrafo representativo de la posición de Agustín se encuentra en su escrito antipelagiano Sobre el matrimonio y la concupiscencia , 51:
“Llamar maniqueos a quienes enseñan el pecado original es acusar a Ambrosio, Cipriano y a toda la Iglesia.
¿Qué, más aún, diré de aquellos comentadores de las divinas Escrituras que han florecido en la Iglesia católica? Ellos nunca han tratado de pervertir estos testimonios hacia un sentido ajeno, porque ellos estaban firmísimamente establecidos en nuestra antiquísima y solidísima fe, y nunca fueron movidos por la novedad del error. Si yo hubiese de reunir a todos ellos , y hacer uso de su testimonio, la tarea sería probablemente demasiado larga, y probablemente parecería que hubiese otorgado menos preferencia de la que conviene a las autoridades canónicas, de las cuales uno nunca debe desviarse. Meramente mencionaré al benedictísimo Ambrosio...”
Es decir, que la autoridad de estos comentadores se deriva precisamente de su fidelidad en la exposición de las Escrituras. Por cierto que Agustín basa ciertas cosas en la tradición de la Iglesia universal, pero hay que ver cuáles. En su Epístola 54 a Januarius, dice:
“Deseo por tanto que tú, en primer lugar, te aferres a éste como al principio fundamental en la presente discusión, que nuestro Señor Jesucristo ha dispuesto para nosotros un “yugo liviano” y una “carga fácil” , como él lo declara en el Evangelio [Mateo 11:30]: de acuerdo con lo cual él ha unido a su pueblo bajo la nueva dispensación en la fraternidad por sacramentos, que son muy pocos en número, en observancia facilísimos, y en significancia excelentísimos, como el bautismo solemnizado en el nombre de la Trinidad, la comunión de su cuerpo y sangre, y otras cosas tales que se prescriben en las Sagradas Escrituras... Con respecto a aquellas otras cosas que sostenemos sobre la autoridad, no de la Escritura, sino de la tradición, y que son observadas en todo el mundo, puede entenderse que se tienen por aprobadas e instituidas ora por los Apóstoles mismos, ora por concilios plenarios, cuya autoridad en la Iglesia es utilísima; por ejemplo, la conmemoración anual, mediante solemnidades especiales, de la pasión, resurrección y ascensión del Señor, y el descenso del Espíritu Santo desde el cielo, y cualquier otra cosa que es observada por toda la Iglesia doquiera que haya sido establecida.
Hay otras cosas, sin embargo, que son diferentes en diferentes lugares y países: por ejemplo, algunos ayunan en sábado, otros no; algunos participan diariamente del cuerpo y la sangre de Cristo, otros lo reciben en días establecidos; en algunos lugares no pasa un día sin que sea ofrecido el sacrificio; en otros es sólo en sábado y en el día del Señor, o puede ser solamente en el día del Señor. Con respecto de éstas y todas las otras observancias variables que puedan encontrarse en cualquier lugar, uno está libre de cumplirlas o no según elija; y no hay mejor regla en este asunto para el cristiano sabio y serio, que conformarse a la práctica que encuentre prevalente en la Iglesia a la cual pueda llegar. Pues tal costumbre, si no es contraria a la fe ni a una sana moral, ha de ser tenida como una cosa indiferente, y debe ser observada por causa de la fraternidad con aquellos entre quienes vive.”
Hay que notar que los ejemplos más obvios de cosas fundadas en la autoridad tradicional que Agustín puede imaginar, pertenecen al campo de la liturgia, no de la doctrina.
Dejo para el final la afirmación de Capanaga “No basta la Biblia para vivir en la verdad católica, pues la regla de la fe comprende la Escritura y la autoridad de la Iglesia” basada en De doct. christ. III 2: PL 34, 65. En este tratado, “Sobre la doctrina cristiana”, Agustín dedica la introducción a justificar la necesidad de reglas hermenéuticas para la correcta interpretación de las Escrituras. Trata el tema propuesto en el Libro I , acerca de las “cosas” y continúa en el II acerca de las “señales”. En el Libro III, comienza con un resumen de lo ya expuesto:
“Capítulo 1. Sumario de los libros previos, y amplitud de lo que sigue
El hombre que teme a Dios busca diligentemente en la Sagrada Escritura un conocimiento de Su voluntad. Y cuando se ha tornado humilde a través de la piedad, de modo de carecer de amor por la contienda; cuando dotado también de un conocimiento de los lenguajes, como para no ser detenido por palabras y formas de hablar desconocidas, y con el conocimiento de ciertos objetos necesarios, de modo de no ser ignorante acerca de la fuerza y naturaleza de aquellos que son empleados figurativamente; y asistido, además, por la precisión en los textos, la cual ha sido asegurada por destreza y cuidado en el asunto de la corrección – cuando esté así preparado, permítasele proceder en el examen y la solución de las ambigüedades de la Escritura. Y para que no sea extraviado por señales ambiguas, en la medida en que pueda darle instrucción ... muéstrele a quien está en tal estado mental ... que la ambigüedad de la Escritura yace ora en las palabras propias, ora en clases metafóricas que ya he descrito en el segundo libro.
Capítulo 2 Regla para eliminar la ambigüedad mediante la atención a la puntuación
Pero cuando las palabras propias hacen ambigua a la Escritura, debemos ver en primer lugar que no haya nada erróneo en nuestra puntuación o pronunciación. Consecuentemente si, cuando se le presta atención al pasaje, pareciera ser incierta la forma en que debe ser puntuado o pronunciado, que el lector consulte la regla de fe que ha reunido de los pasajes más claros de la Escritura, y de la autoridad de la Iglesia, y de lo cual he tratado con suficiente extensión cuando estaba hablando en el primer libro acerca de las cosas. Pero si ambas lecturas, o todas ellas (si hay más de dos) dan un significado en armonía con la fe, queda consultar el contexto, tanto lo que viene antes como lo que sigue, para ver por cuál interpretación, de muchas que se ofrecen a sí mismas, se pronuncia y permite ser incorporada en sí misma en un todo.”
Cabe notar que Agustín recomienda el recurso a la regla de fe en las instancias en que existe ambigüedad en el texto, y que la primera apelación es a la armonía de la propia Escritura, y sólo en segundo lugar a la autoridad de la Iglesia. Como evangélico, nada tengo que objetar a semejante enfoque.
(Usoz)
9. Reconoce Vd. finalmente que el texto de San Juan Crisóstomo “enseña la existencia de enseñanzas apostólicas conservadas por tradición oral”. Créame, no me sería difícil traer a colación más textos del Crisóstomo que permitirían afirmar la existencia de tales enseñanzas. Habla Vd. de “inconsistencia”, que yo no aprecio, puesto que, en definitiva, lo que niega en el pasaje escogido por Vd. son “las cosas que se inventan bajo el nombre de la tradición apostólica”.
(Jetonius)
Me gustará ver los ejemplos que menciona, y en particular de qué cosas se trata.
10. Obviamente, todo lo expuesto no me permite llegar a la misma conclusión que Vd., y, salvo que Vd. entienda lo contrario, no me parece que sea éste el lugar más adecuado para dar una respuesta razonablemente “consistente” al “problema generado por el dogma católico romano” que le preocupa. No obstante, quedo a su disposición, y si Vd. así lo desea, procuraré dársela en este mismo tema abierto por Vd.
Dios le bendiga.
Suyo, en Cristo,
USOZ
><>
Sola Gratia
Solus Christus
Solum Verbum Dei
Soli Deo Gloria
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“Amemos a Dios nuestro Señor y amemos a su Iglesia: a Aquél como a padre; a ésta como a madre; a Aquél como a Señor, a ésta como a su servidora... Pero fijaos que se trata de un matrimonio fundado en un gran amor. Por eso, nadie ama al uno y ofende al otro" (San Agustín).
(Jetonius)
Hermosas palabras de Aurelio Agustín. Dios le bendiga a usted también, y nos ilumine a ambos en nuestro común esfuerzo por explorar la base de nuestra fe.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
<{{{><
¡Sola Gracia,
Sola Fe,
Solo Cristo,
Sola Biblia,
Sólo a Dios la Gloria!