Alimento diario semana 22 lunes

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5 Septiembre 2001
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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22--- El reino eterno
Lunes --- Leer con oración: Mt 19:28; 1 Co 6:2-3; 1 P 1:5, 7, 23; 2:2; 4:12-13
“Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P 2:2)
Crecer en la vida de Dios para entrar en el reino
El tema de esta semana es: "El Reino Eterno". Las Epístolas de Pedro nos muestran la cumbre de la revelación divina: Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios, en vida y naturaleza, pero sin la Deidad. El trabajar de Dios en nosotros a partir de nuestra regeneración es para que cada día seamos semejantes a Él. Nosotros somos personas que tienen a Dios, pues la semilla de la vida divina ya fue plantada en nosotros (1 P 1:23).
Una vez regenerados, debemos permitir que Cristo sea formado en nosotros. Como niños recién nacidos, necesitamos crecer por medio de tomar la leche espiritual no adulterada (2:2) y seguidamente necesitamos aprender a comer alimento sólido para que crezcamos de manera más rápida. Por medio de ese alimento la vida de Dios crece en nosotros, Su naturaleza divina en nosotros es cada vez más añadida, vivimos y expresamos la naturaleza divina de manera muy espontánea.
Pedro en su Primera Epístola también nos mostró de qué manera podemos crecer en la vida divina y entrar en el reino. Para entrar en el reino necesitamos de la salvación completa de Dios (1:5b), que comienza con la salvación de nuestro espíritu, la cual, por su parte, es una consecuencia del cumplimiento de la obra redentora de Cristo. Al creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre fuimos regenerados, es decir, el Espíritu mismo entró en nuestro espíritu y nos dio vida (Jn 3:6; Ef 2:5).
Sin embargo, para que la vida divina crezca en nosotros, nuestra vida del alma necesita menguar. De lo contrario, la vida de Dios no encontrará espacio para crecer en nosotros, por tanto, cuánto crecerá la vida de Dios en nosotros, dependerá de cuánto nosotros negamos la vida del alma. Según la experiencia de Pedro, rechazar la vida del alma requiere sufrimiento, y es como el oro que es refinado por el fuego (1 P 1:7). No debemos sorprendernos del fuego de prueba que nos ha sobrevenido (4:12), pues esto es como el fuego que refina el oro, las cosas naturales en nuestra alma son quemadas y la vida puede crecer en nosotros.
Cuando el Señor regrese vendrá a juzgarnos, y nosotros seremos aprobados (4:13). Delante del tribunal de Cristo recibiremos alabanza, gloria y honra. En otras palabras, el refinar del fuego hará que seamos aprobados para que entremos en la gloria, que es el reino milenario, y recibiremos honra, que es el derecho de reinar con el Señor ejerciendo Su autoridad en Su reino (1:7b).
El Señor les había dicho a los doce discípulos que un día ellos se sentarían en el trono junto a Él y juzgarían a las doce tribus de Israel (Mt 19:28). Pero hay tronos reservados para nosotros a fin de que juzguemos a los gentiles (1 Co 6:2-3; cfr. Ap 20:4). Nuestra recompensa será reinar con el Señor en el reino milenario, según lo que leímos en la Primera Epístola de Pedro.
Punto Clave: Rechazar la vida del alma.
Pregunta: ¿Por qué no debemos estar sorprendidos o extrañar el fuego de prueba que nos ha sobrevenido?
 
Alimento diario martes

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Martes --- Leer con oración: Jn 3:16; 1 P 4:8; 2 P 1:1, 3-9; 1 Jn 4:8-11, 16
“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán ociosos ni sin fruto para el pleno conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” (2 P 1:8)
No ociosos y fructíferos
La Segunda Epístola de Pedro también tiene como objetivo nuestra entrada en el gozo del reino milenario. Como vimos anteriormente, si crecemos en la vida de Dios, Su naturaleza será añadida a nosotros. Esto es equivalente al trabajar del Dios Triuno, que es el dispensar del Padre, del Hijo y del Espíritu. Consecuentemente somos liberados de la corrupción que hay en el mundo y llegamos a ser participantes de la naturaleza divina (2 P 1:3-4).
Mientras más la vida de Dios crece en nosotros, más la expresaremos. La realidad de tal hecho comienza con la fe preciosa (1:1). Necesitamos poner toda nuestra diligencia a fin de que en la fe sea desarrollada la virtud, el conocimiento, el dominio propio, la perseverancia, la piedad, el afecto fraternal y el amor (vs. 5-7). Esto no se produce de una sola vez, sino gradualmente, pues cada día la naturaleza divina es más desarrollada en nosotros. Consecuentemente, llegaremos al afecto fraternal y al más elevado nivel, que es al amor de Dios, el amor ágape.
El apóstol Juan, ya avanzado en edad, nos dijo que el amor es Dios mismo (1 Jn 4:8, 16). Dios es ágape, y ese amor es la expresión máxima de Su naturaleza. Por el hecho de que nos ama, Él nos da lo más elevado de Su naturaleza. Él nos ama con el amor más elevado, que es la expresión de Su naturaleza, el amor ágape (Jn 3:16). Por tanto, en la vida de la iglesia necesitamos amar a los hermanos con ese amor, que es la expresión más elevada de la naturaleza divina. La vida divina trajo consigo la naturaleza de Dios, que es desarrollada en las virtudes humanas elevadas, de entre las cuales incluye el amor entre los hermanos (1 Jn 4:9-11).
Además, el amor ágape trae consigo la capacidad de fructificar, según leemos: "Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo" (2 P 1:8). Fructificar es un resultado orgánico y espontáneo del crecimiento de la vida y de la naturaleza divina en nosotros. La medida que tenemos de la vida de Dios y de Su naturaleza, determina cuántos frutos tendremos. Aquel que tiene más vida da más fruto, y aquel que tiene poca vida, también da pocos frutos, pues esa vida y naturaleza son capaces de engendrar frutos. ¡Alabado sea el Señor!
Cuando la vida divina crece en nosotros, los frutos aparecen. Muchas iglesias nuevas han sido producidas, lo que es una prueba de que la vida ya está creciendo. No podemos afirmar, sin embargo, que las nuevas iglesias hayan crecido cien por ciento, pero todos nosotros estamos creciendo gradualmente en la vida de Dios, y así, Su naturaleza está siendo añadida a nosotros. No podemos calcular el nivel de la naturaleza divina en cada uno de los hermanos, pues cada uno es distinto del otro. Pero una cosa es cierta: nosotros no somos ni ociosos ni infructíferos, pues espontáneamente el fruto está siendo producido en nosotros.
Antes de que compartiéramos sobre las Epístolas de Pedro, en la región norte del estado de Minas Gerais, que comprende la región agreste, había pocas ciudades con el testimonio de la unidad de la iglesia. ¡Alabado sea el Señor! pues ahora en muchas ciudades de esa región el Espíritu levantó a un grupo de hermanos para dar testimonio de la unidad de la iglesia. Con la velocidad con que la predicación del evangelio se ha intensificado allí creemos que nuevas ciudades surgirán con el testimonio de la unidad de la iglesia. Por eso afirmamos que al haber estas cosas en nosotros y aumentando hacen que no seamos ociosos ni infructíferos.
Continuando en 2 Pedro 1:9 leemos: "Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados". Esta es la condición de alguien que no ha permitido que la vida crezca lo suficiente para que la naturaleza de Dios se manifieste. Esta última condición no debe ser nuestra realidad; sino que debemos permitir que la vida y la naturaleza de Dios crezcan en nosotros a fin de que seamos activos y fructíferos.
Punto Clave: La capacidad de fructificar está en el amor ágape.
Pregunta: ¿Cómo podemos evitar llegar a ser inactivos e infructíferos?
 
Alimento diario miercoles

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Miércoles --- Leer con oración: Gn 1:2, 26-28; 2:2; Ez 28:12-17; Ef 1:3-14
“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (2 P 1:10)
Una diligencia cada vez mayor
En 2 Pedro 1:10 leemos: "Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás". Aunque ya estemos poniendo toda diligencia, vemos en este versículo que ésta debe ser cada vez mayor, y de la misma manera, todo lo que ya fue añadido a nuestra fe necesita aumentar.
A continuación en el versículo 11 leemos: "Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo". El final de la promesa del Señor y Su propósito eterno es la entrada en el reino. Dios y Su reino están en los cielos, pero Él desea que Su reino esté en la tierra y sea manifestado aquí. Para que haya un reino es necesario que haya un pueblo, por eso Dios espera que en la tierra haya hombres levantados por Él que lleguen a ser Su pueblo. Para que Su reino sea establecido en la tierra, Dios creó todas las cosas en siete días (Gn 2:2). En el sexto día, creó a los animales y también creó al hombre para que gobernara sobre todo (1:27-28). Vemos claramente que Dios no confió Su reino a los animales.
Al leer el relato de la creación de Dios en Génesis 1 vemos los indicios de que entre los versículos 1 y 2 hubo un serio problema: la rebelión de Satanás (cfr. Ez 28:14-17), entonces hubo un juicio de Dios sobre la tierra que quedó sumergida en las aguas de muerte (Job 9:5-7). A partir de allí, Él comenzó a hacer algo nuevo (Gn 1:3). Creó al hombre con la intención de que éste tuviese dominio (gobernase) sobre todas las cosas creadas para Su reino. Aunque ya había creado a los cuadrúpedos para llenar la tierra, como no tienen espíritu, no pueden dar cumplimiento a la palabra de Dios. Por eso en el sexto día, después de haber creado a todos los animales, Él sabía que faltaba lo principal. Así que, en Génesis 1:26 leemos: "Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra". En este versículo, el pronombre usado para Dios no es en singular "yo", sino en el plural "nosotros". Dios mismo usó el pronombre en plural para Sí mismo: "Hagamos al hombre a nuestra imagen". Dios es uno, pero, el pronombre es "nosotros". Esto nos muestra que Dios es Triuno. Dios es único, pero con respecto a Su trabajar en el hombre, Él es Triuno: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu, sin embargo, no son tres dioses, sino un solo Dios.
Dios Padre nos escogió antes de la fundación del mundo, nos predestinó para la plena filiación (Ef 1:3-5). El Hijo derramó Su sangre, nos rescató e hizo que nosotros, los pecadores, fuésemos introducidos en Su reino (vs. 7-8). El Espíritu también trabaja en nosotros, nos sella y nos hace Su propiedad (vs. 13-14). Una vez que tenemos espíritu, el Espíritu de Dios puede gobernarnos y conducirnos a andar en Su camino a fin de que, en Dios, cumplamos Su propósito. La obra del Espíritu es como una obra de confirmación, cada vez que hacemos algo de acuerdo con Su voluntad, el Espíritu nos sella, es decir, confirma lo que hacemos; pero, cuando no hacemos algo de acuerdo con Su voluntad, no nos sella.
La obra del Dios Triuno, por tanto, consiste en escogernos, redimirnos y sellarnos. Todo esto llegó a ser posible por medio de la muerte y resurrección del Señor Jesús. Hoy, el Señor, como el Espíritu, trae consigo no sólo al Hijo, sino también al Padre. Este Espíritu quiere sellar nuestras acciones justas, y prepararnos para que seamos recompensados con una amplia entrada en el reino eterno de nuestro Señor. Por tanto, necesitamos correr y esforzarnos cada vez con mayor diligencia, porque haciendo estas cosas, no caeremos jamás. Si estaremos aptos o no para reinar con Jesús en el reino milenario dependerá de si fuimos o no diligentes hoy. ¡Alabado sea el Señor!
Punto Clave: El trabajar del Dios Triuno.
Pregunta: ¿Cómo se produce el sellar del Espíritu?
 
Alimento diario jueves

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Jueves --- Leer con oración: Gn 1:26-28; Mt 1:18-20, 23; Col 1:15; He 1:3
“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad” (Mt 6:9-10)
Su nombre, su reino y su voluntad
El deseo de Dios es tener un grupo de personas iguales a Él, por eso, después que recibimos Su vida por medio de la regeneración, necesitamos ser liderados por el Espíritu. Esto es posible cuando permitimos que Dios mismo, a partir de nuestro espíritu, se dispense hacia dentro de nuestra alma: mente, voluntad y emoción. De esta manera, la emoción del hombre será para contener el plan de Dios, y su voluntad, será para contener la voluntad eterna de Dios.
Cuando Dios en Génesis 1:26 dijo que creó al hombre a Su imagen y semejanza, Él se refería a la persona del Señor Jesús, pues Él es realmente la imagen exacta de Dios (Col 1:15; He 1:3). Como el hombre fue creado a la imagen de Dios, y la imagen de Dios es Cristo, el hombre fue creado a la imagen de Cristo (Gn 1:27). El hombre fue creado no sólo a la imagen de Dios interiormente, también a Su semejanza exteriormente. En el Antiguo Testamento podemos ver que el Señor Jesús, antes de Su encarnación, apareció muchas veces en forma humana (Gn 18:2a, 16a, 22; 32:24, 28-30; Jos 5:13-14). Cristo vino un día para ser hecho a la semejanza del hombre (Fil 2:6-8), para que por medio de Su muerte y resurrección, el hombre pudiese obtener la vida de Dios. Como el Espíritu Santo usó el vientre de María para engendrar al Señor, Él tenía una apariencia (Mt 1:18-20) y, por medio del cuerpo que recibió de ella, pudo tener una expresión. Ahora el Señor Jesús es un Dios corporificado, no abstracto (vs. 23). Podemos tocarlo, verlo y oírlo. ¡Alabado sea el Señor!
En Génesis 1:27 leemos: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó". Esta porción de la Biblia nos dice que el hombre y la mujer fueron creados porque recibieron la facultad de engendrar. Los dos juntos pueden engendrar, crear y multiplicar, por tanto esa determinación de Dios no se limita sólo al hecho de engendrar, sino se extiende a crear, o cuidar. La finalidad de todo esto es que Dios quiere usar al hombre y a la mujer para que llenen la tierra.
Seguidamente, en el versículo 28 leemos: "Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra". Además de la imagen y semejanza que heredamos del Señor, también nos fue dada la autoridad para gobernar sobre todas las cosas creadas, puesto que la meta es sojuzgarlas completamente. Finalmente, los reinos del mundo vendrán a ser de nuestro Señor y de Su Cristo (Ap 11:15).
Dios deja claro desde el Génesis que desea establecer Su reino en la tierra. Además de haber creado al hombre para que tuviese Su presencia, Él también lo creó para que Su reino pudiese ser establecido en la tierra. Por eso, en Mateo 6:9-10 leemos: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra". Podemos ver que Dios desea que el hombre santifique Su nombre. Cuando el hombre invoca el nombre del Señor, allí está el reino.
También podemos decir a la luz de este versículo, que el invocar el nombre del Señor antecede a la venida del reino. Una iglesia que fue levantada hace poco tiempo pueda que no entienda muchas verdades, pero ésta ciertamente puede practicar el invocar el nombre del Señor. Una vez que los santos invocan, el reino es establecido, y la voluntad del Señor es hecha como en el cielo, así también en la tierra.
Punto Clave: Establecer el reino en la tierra.
Pregunta: ¿Cuál es el encargo de la oración del Señor en Mateo 6:9-10?
 
Alimento diario viernes

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Viernes --- Leer con oración: Gn 8:20-21; 13:15-16; Mt 5-7; Jn 3:4, 6; 1 P 1:7
“Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (1 P 1:7)
Participar de la manifestación del reino de los cielos
El propósito de Dios es establecer un reino en la tierra. Sin embargo, por medio de Nimrod, poderoso cazador y héroe entre el pueblo de su época, Satanás se anticipó (Gn 10:8-10). Por medio de él fue producido en la tierra un reino que no santificaba el nombre del Señor, sino que exaltaba el nombre del hombre, representado por la torre de Babel (11:4). Por eso Dios descendió para confundir el lenguaje de toda la tierra y los esparció (v. 9).
El Señor Para no desistir de Su propósito llamó a Abraham de Ur de los caldeos, una tierra de ídolos, y lo llevó a la tierra de Canaán (11:31). El Señor le prometió esa tierra y dijo: "Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre. Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada" (13:15-16). Así nuevamente el Señor hizo mención de Su propósito al hombre, aun después de que éste fue influenciado por Satanás, pues Él quería entregarle a la descendencia de Abraham la autoridad para establecer Su reino. De esta manera, esa descendencia llegó a ser el reino de Israel, al cual Dios le dio la ley para que el pueblo la guardase. Este reino era para que la voluntad de Dios fuese realizada. Sin embargo, el hombre no quiso el reino de Dios, sino que su propio reino. Por causa de su dura cerviz, el pueblo de Israel ya no podía representar el reino de Dios.
Al inicio de los terceros dos mil años, Dios se hizo hombre y también se hizo el Espíritu para poder entrar en cada uno de nosotros. Estos son los dos mil años que estamos viviendo. El Señor Jesús ya les había dicho a los discípulos acerca de la constitución de Su reino, la cual mostraba cómo los ciudadanos del reino de los cielos vivirían (Mt 5-7). En Mateo 6, por ejemplo, el Señor anhela que el hombre invoque Su nombre, porque donde está Su nombre, allí está Su reino. De la misma manera, donde está Su reino, allí Su voluntad es hecha. Una vez más vemos el objetivo del Señor que es establecer Su reino en la tierra constituido por personas que tienen la vida de Dios.
Por medio de la experiencia de Nicodemo vemos que en el reino del hombre no hay paz. El Señor le mostró que él necesitaba entrar en el reino de Dios por medio del nuevo nacimiento. Nicodemo, entonces le preguntó: "¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?" (Jn 3:4). Pero el Señor le respondió: "Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es" (v. 6). Con esa respuesta el Señor buscó mostrar a Nicodemo que aunque fuese posible que una persona regresase al vientre materno y naciese de nuevo, lo que es nacido de la carne, carne es. Por eso es necesario nacer del Espíritu para obtener la vida divina.
La regeneración nos hizo hijos de Dios y nos hizo miembros del Cuerpo de Cristo, la iglesia, que es la realidad del reino de los cielos. No obstante, este reino vendrá en su plena manifestación después de la gran tribulación (Ap 12:10), que será el reino milenario (20:4, 6). En la vida de la iglesia estamos aprendiendo y ejercitándonos para ser ciudadanos del reino de los cielos. Nuestra meta es entrar en el reino, es decir, formar parte de su manifestación. Este es el encargo de las epístolas de Pedro: que entremos en el reino eterno (1 P 1:7; 2 P 1:11).
Aquellos que fueron regenerados llegaron a ser la iglesia, pero aún necesitan crecer en la vida de Dios para entrar en el reino milenario. La revelación de Jesucristo, mencionada por Pedro en su primera epístola, se refiere al reino del Señor, que fue obtenido por medio del someternos al trabajar del fuego. Mientras, en el versículo 1 de su segunda epístola, Pedro aún nos muestra que si las cosas mencionadas en los versículos 5-7 existen y aumentan en nosotros, nos será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Conforme a lo que vimos, para que participemos de la manifestación del reino de los cielos, la vida y la naturaleza divina necesitan aumentar en nosotros hasta saturarnos completamente. El Señor es realmente sabio pues puso a los salvos juntos como la iglesia. La palabra "iglesia", que en griego es ekklesía, es formada por dos palabras: ek que significa "fuera de" y klesía que significa "llamados". Siendo así, la es la asamblea de los que fueron llamados hacia fuera del mundo (Mt 16:18). En otras palabras, la iglesia es compuesta por personas salvas que viven juntas, disfrutando de la vida normal de la iglesia y por eso crecerán en la vida divina hasta la madurez para que en la próxima era estén en la manifestación del reino de los cielos. ¡Aleluya!
Punto Clave: La iglesia es la realidad del reino de los cielos.
Pregunta: ¿Cuál es el encargo de las epístolas de Pedro?
 
Alimento diario sabado

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Sábado --- Leer con oración: Mt 22:13; Lc 4:6; 1 P 4:13-16; Ap 11:15; 19:8
“Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 P 1:11)
La entrada en el reino eterno
El reino de los cielos es una recompensa para aquellos que buscan crecer en la vida divina. Para entrar en el reino milenario debemos permitir que Dios crezca en nosotros por medio de que negar la vida del alma, que constituye un obstáculo a nuestro crecimiento. De acuerdo con la experiencia de Pedro, ese negar se refiere a los sufrimientos por los que tenemos que pasar. Pedro era una persona muy fuerte en su ser natural, por eso el necesitó pasar por sufrimientos.
Según la experiencia de Pedro, mientras más fuertes somos en nuestro ser natural, más experiencias de quebrantamientos necesitaremos. Sin embargo, hay personas que por ser sabias ya aprendieron con sólo una lección. Para tener tal experiencia sólo nos basta someternos a la voluntad de Dios. Cuando el Señor nos diga: "No seas tan duro" o "No tengas tanta opinión", debemos responder: "Sí y amén". Aunque fallemos nuevamente, por usar nuestro ser natural, debemos recordar que el Señor ya habló con nosotros y ya trató este asunto. Así nos arrepentiremos y el Señor ya no necesitará usar los sufrimientos para corregirnos.
El Señor desea que reinemos con Él. El reino de la tierra fue corrompido por Satanás y ahora le pertenece (Lc 4:6). Por eso Dios nos dio una comisión: tomarlo nuevamente. El reino del mundo tiene que llegar a ser el reino de nuestro Señor (Ap 11:15).
El crecimiento de la vida y la naturaleza divina en nosotros nos otorga una amplia entrada en el reino eterno: "Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo" (2 P 1:11). En otras palabras, la entrada al reino es directamente proporcional a cuánto de las riquezas de Dios existen en nosotros. Mientras más ricos seamos, más calificados estaremos para heredar las riquezas de Dios, que constituye nuestra herencia. No obstante, es conveniente que recordemos que esa herencia es precedida del juicio, porque necesitamos ser aprobados para heredarla.
El apóstol Pedro nos dice que en la revelación de la gloria de Cristo debemos gozarnos con gran alegría (1 P 4:13b). Obviamente este será el resultado de alguien que sufrió por el nombre del Señor (vs. 14-16); sin embargo, si alguien sufre como ladrón, este sufrimiento será un castigo (v. 15). Cuando venga el tribunal de Cristo destinado a juzgarnos, el Señor determinará si podremos o no recibir el galardón. Recibirlo dependerá de cómo hemos vivido la vida de la iglesia y de cuáles han sido nuestras acciones.
En la vida de la iglesia, si tuviéremos acciones justas, el Espíritu vendrá a sellarnos (Ef 1:13), y entonces, la vida de Dios crecerá en nosotros. Si delante del tribunal nuestra vestidura, que representa las acciones justas practicadas por nosotros, estuviere llena del sellar del Espíritu, no habrá nada qué juzgar (Ap 19:8), por tanto estaremos calificados para entrar en el reino. Debemos empeñarnos para obtener el sellar del Espíritu en cada parte de nuestra vestidura a fin de que no seamos echados en las tinieblas de afuera, donde será el lloro y el crujir de dientes (Mt 22:13). Por eso, como ciudadanos del reino, debemos tener un vivir lleno de acciones justas. Existe un reino que nos espera y debemos prepararnos adecuadamente para que estemos aptos para entrar en él.
En el tribunal de Cristo todas las cosas serán decididas y aclaradas. No debemos juzgar antes de tiempo, pues eso le corresponde al Señor. Si alguien se rebela, habla mal de la iglesia o incluso se opone a ella, no necesitamos discutir con él, pues el tribunal será el foro adecuado para juzgar estos asuntos, en caso contrario, entraremos en la carne y también seremos reos en el tribunal. Ante todo, debemos esperar el juicio del Señor, en el cual todas las cosas serán aclaradas. Para que no seamos hallados en alguna falta delante del Señor, en Su tribunal, la mejor actitud hoy es que nos arrepintamos. En cuanto a los que critican o difaman, debemos orar para que ellos también alcancen ese arrepentimiento..
Punto Clave: Amplia entrada en el reino.
Pregunta: ¿Qué nos califica para entrar en el reino eterno?
 
Alimento diario domingo

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La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22 --- El reino eterno
Domingo --- Leer con oración: Sal 82:6; Lc 19:16-19; 1 Co 3:8, 10, 12-15; Ap 3:21
“Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ap 3:21)
Sentarse en el trono para reinar
Mientras más de la vida y de la naturaleza de Dios tengamos, más seguros estaremos en el juicio del tribunal de Cristo. El crecimiento en la vida de Dios y el desarrollo de la naturaleza de Dios en nosotros nos darán el derecho de entrar en el reino como galardón. El punto culminante de la revelación divina, de que Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser como Dios, en vida y naturaleza, pero sin la Deidad, está relacionado a cuanto de la vida y naturaleza de Dios crecieron en nosotros para que expresemos la piedad cada día. Esto nos dará derecho a una amplia entrada en el reino eterno de nuestro Señor Jesucristo.
En el reino nos sentaremos con el Señor en Su trono (Ap 3:21). Esto significa que seremos co-reyes con Cristo, gobernaremos sobre toda la tierra durante mil años. No obstante, no seremos dignos de ser adorados cuando estemos en el trono. Podremos ser honrados, pero no adorados. Por otro lado, las personas adorarán a Cristo porque Él es el rey. En el Salmo 82:6 leemos: "Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo". Este versículo deja claro que somos dioses porque somos hijos de Dios, y por tanto, tenemos Su vida y naturaleza. Los hijos del Altísimo, cuya vida divina creció en ellos, tendrán el derecho de sentarse en el trono, pues serán los vencedores.
Los vencedores que tengan un porcentaje mayor de crecimiento de vida y naturaleza de Dios trabajadas en sí, tendrán el derecho de reinar sobre una determinada extensión del reino. A pesar de ser vencedores, eso no quiere decir que tendrán el cien por ciento de la vida de Dios. Cuando el Señor venga a juzgarnos, es posible que no seamos cien por ciento iguales a Él. El juicio del tribunal de Cristo no sólo determinará si alguien podrá o no entrar en el reino milenario, sino que también determinará cual será nuestra posición en el reino, es decir, cómo cada uno será recompensado según su vivir y su propia obra (Lc 19:16-19; 1 Co 3:8, 10, 12-15). Así que, no todos tendrán la misma posición en el reino milenario. Tal vez, por falta de una pequeña porción de la vida divina, algunos no tendrán derecho a reinar sobre diez ciudades. Para facilitar nuestro entendimiento podemos ilustrarlo de la siguiente manera: uno tendrá estatus de presidente de un país; otro, el estatus de gobernador de un Estado, otro, de alcalde. Esto será de acuerdo con el grado de madurez de cada uno.
Tal vez no sea posible que todos gobiernen sobre cinco ciudades, porque algunos no estarán con el cien por ciento de la vida de Dios trabajada en ellos. No obstante, cuando el Señor regrese, si estuviéremos en ese camino, podremos ejercer autoridad y gobernar junto con Él. Mientras ese día no llega, debemos buscar el crecimiento en la vida divina. La mejor manera de que Dios crezca en nosotros es por medio de negar la vida del alma. ¡Aleluya! Cuanto más neguemos la vida del alma, más la vida y la naturaleza de Dios serán trabajadas en nosotros. Lo importante es que no perdamos de vista nuestra meta: entrar en el reino eterno de nuestro Señor.
Punto Clave: No perder de vista la entrada en el reino.
Pregunta: ¿Cuál es el camino práctico para que obtengamos una amplia entrada en el reino?
Dong Yu Lan
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