¿Alguna vez te has detenido a pensar si lo que ves con tus propios ojos es toda la verdad? Tomás, uno de los discípulos de Jesús, vivió esa experiencia de manera muy profunda. Cuando Jesús murió en la cruz, Tomás estaba destrozado y desconcertado. Sin embargo, cuando escuchó que Jesús había resucitado, su incredulidad lo llevó a decir: «Si no veo la marca de los clavos en sus manos y no pongo mi dedo en la herida, no creeré» (Juan 20:25).

Esta reacción humana revela una realidad común: muchas veces nos aferramos sólo a lo que podemos ver y tocar, a lo que nuestra mente racional acepta como verdad. Pero en el momento en que Jesús se manifestó ante Tomás, lo llamó a dejar de lado esa incredulidad y lo invitó a ser un hombre de fe (Juan 20:27). La fe no es creer en lo que vemos, sino confiar en lo que Dios ha prometido, incluso si aún no lo hemos experimentado.
Jesús ya había anunciado que después de ser puesto a muerte, resucitaría al tercer día (Marcos 9:31). Sin embargo, Tomás no pudo aceptar esa verdad porque estaba limitado por lo visible. Del mismo modo, nosotros enfrentamos situaciones donde la realidad parece contradecir la promesa de Dios, y la duda puede surgir.
Pero la Escritura nos enseña que la verdadera realidad no está en lo que percibimos, sino en la fe que se sostiene firme en la palabra de Dios: «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1). Dios es fiel y cumple siempre lo que promete (1 Tesalonicenses 5:24).
La invitación es a fortalecer tu fe y reconocer que la verdadera realidad viene de creer en la promesa de un Dios que nunca falla.
Entonces, la pregunta es: ¿Vas a vivir limitado por lo que tus ojos perciben o te atreverás a confiar en la fidelidad de Dios, aunque no puedas verlo aún?

Esta reacción humana revela una realidad común: muchas veces nos aferramos sólo a lo que podemos ver y tocar, a lo que nuestra mente racional acepta como verdad. Pero en el momento en que Jesús se manifestó ante Tomás, lo llamó a dejar de lado esa incredulidad y lo invitó a ser un hombre de fe (Juan 20:27). La fe no es creer en lo que vemos, sino confiar en lo que Dios ha prometido, incluso si aún no lo hemos experimentado.
Jesús ya había anunciado que después de ser puesto a muerte, resucitaría al tercer día (Marcos 9:31). Sin embargo, Tomás no pudo aceptar esa verdad porque estaba limitado por lo visible. Del mismo modo, nosotros enfrentamos situaciones donde la realidad parece contradecir la promesa de Dios, y la duda puede surgir.
Pero la Escritura nos enseña que la verdadera realidad no está en lo que percibimos, sino en la fe que se sostiene firme en la palabra de Dios: «La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve» (Hebreos 11:1). Dios es fiel y cumple siempre lo que promete (1 Tesalonicenses 5:24).
La invitación es a fortalecer tu fe y reconocer que la verdadera realidad viene de creer en la promesa de un Dios que nunca falla.
Entonces, la pregunta es: ¿Vas a vivir limitado por lo que tus ojos perciben o te atreverás a confiar en la fidelidad de Dios, aunque no puedas verlo aún?