"En el Santuario Romano del Divino Amor, meta de ininterrumpidas peregrinaciones organizadas e individuales, a última hora de la tarde, mezclado entre los demás, se acerca un penitente muy alterado y turbado. El confesor lo anima a hablar.
-Padre, no sé por donde empezar, y ni siquiera si usted me podrá absolver...Tengo un grave problema de conciencia, temo incluso provocarle incluso desconcierto y asombro...
-No se preocupe por eso, hijo mío; en el fondo, nosotros somos como los vertederos de basuras, donde se arroja de todo...Por otra parte, ¿dónde puede uno descargar su fardo de culpas sino en la confesión? Estamos aquí para eso.
-Padre, pertenezco a una secta satánica, en la que desempeño un papel importante. He arrastrado a muchos a ella...
-¿Desde hace cuantos años?
-Padre, desde hace unos diez años que entré de lleno en la actividad...
-Y ahora, ¿Por qué ha venido aquí?, usted no se está confesando; me está contando su turbación, pero eso no basta para la absolución. Hace falta una materia que lo absuelva, y la materia son los pecados cometidos...
-He llegado incluso a convencer a otras personas a asistir a misas negras y a otros ritos satánicos. Sin embargo, el otro día fuí yo el invitado a una misa negra en un lugar donde yo jamás hubiera imaginado que se pudiera celebrar semejante rito...
-¿Dónde?-Pregunta el confesor desde el otro lado de la reja.
-En el Vaticano.
-¡No es posible!, lo que usted dice parece increible...¿Está usted seguro? ¿Quienes eran los demás?
-Creame Padre, no he venido aquí para contarle embustes...Estoy trastornado. He perdido la tranquilidad. No se que me ocurre...Siempre me había burlado del histerismo de cualquier arrepentimiento religioso, y trataba de inculcar esa burla a los demás. Ahora me avergüenzo de tener que rectificar, ¡Pero no puedo seguir así, ¡siento una pena inmensa dentro de mí!(...)"
El Vaticano contra Dios, Cap. 17, pags 259-260