A Sindone y Laurisilvo:
Gracias
Sindone, estoy convencido que mucha de la culpa de que San Agustín acabara siendo cristiano la tuvo las oraciones de su madre, que fue una gran mujer de Dios. Mi madre, sin llegar a la altura de esa gran mujer, también tiene culpa de que mi vida no acabara en la basura de la Nueva Era y el exoterismo, ya que desde pequeño tuvo mucho cuidado en educarme en la fe cristiana, para lo cual contó con todo el apoyo de mi padre. Cuando yo me hice evangélico, mi madre no lo entendió. Pensaba que estaba rechazando toda la fe que ella y mi padre me habían inculcado. Además, mi falta de tacto a la hora de plantearla lo que yo creía errores de la Iglesia católica, hizo que nos separaramos mucho. Poco antes de morir, ella me vio ya en el camino de vuelta a nuestra Iglesia. Todavía me acuerdo de su sonrisa cuando la dije que quería ser ortodoxo. Ella había llegado a aceptar el que yo fuera protestante pero siempre me decía que lo que yo hacía dentro del protestantismo lo podía hacer mejor dentro de la I. Católica. Aunque no llegó a ver en vida mi vuelta definitiva a casa, lo cierto es que estoy convencido que allá donde esté habrá sonreído con más fuerza al "enterarse" de lo ocurrido. No poca "culpa" de que yo esté ahora donde estoy la tiene ella.
Laurisilvo, ciertamente la variedad es una riqueza. De hecho, yo reconozco que hay muchas cosas del protestantismo que han marcado positivamente mi forma de entender la fe. Eso es así en el caso de las influencias menonitas (y anabaptistas en general) y cuáqueras que tanto marcaron mis últimos años como evangélico. De la Ortodoxia sigo aprendiendo cosas. Opino que ella es el gran tesoro por descubrir para el cristianismo occidental y es mi deseo que cuanto antes lo descubramos en todo su explendor, mucho mejor. Y de nuestra Iglesia, me sorprende la enorme capacidad de inculturación que tiene donde quiera que esté. Eso le ha creado problemas no pocas veces, pero en el fondo ha sido muy positivo el que hayamos podido incorporar toda esa riqueza espiritual a nuestra fe. Juan Pablo II es quizás el mejor ejemplo de lo que estoy diciendo. Nadie ha viajado tanto como él y nadie ha sido capaz de trasmitir un mensaje evangélico claro y diáfano a tantas civilizaciones distintas.
Dios nos bendiga a todos