Padres por excelencia
Cuando miramos la grave situación de la iglesia en Corinto: división, inmadurez, impurezas, peleas entre hermanos, sensualidad, idolatría, incredulidad y otros muchos problemas, no es demasiado atrevido afirmar que estaba cubierta de heridas espirituales. Hay muchas familias que experimentan una situación semejante. Hermanos que no se hablan entre ellos, hijos que viven una eterna adolescencia, que se rehúsan madurar y dejar las cosas de niños, hijos que viven una vida impura y sensual, que non respetan ni su propio cuerpo, hijos que se dicen palabras amargas entre sí, hijos, que en vez de amar al Señor, aman otras cosas: la moda, a alguien famoso, los amigos, el mundo… y, lo más lamentable, ¡hijos que dudan de la existencia de Dios!
¿Qué hacer? ¡Responder con dureza? ¿Prohibir que salgan de casa o que reciban visita de amigos? ¿Sentarlos en el sofá y “sermonearlos”? ¿No dar importancia a la condición de ellos? ¿Perder las esperanzas? ¿Abandonar el hogar?
Basado en la actitud de padre que el apóstol Pablo tomó con relación a los hijos espirituales de la iglesia en Corinto, podemos extraer algunos principios que pueden ser aplicados a los hogares y a las familia que están bajo esa “granizada” de problemas.
La primera actitud del “padre” de tales “hijos problemáticos” citados en I Corintios, fue dirigirse a ellos basado en lo que eran y no en lo que aparentaban ser (1:2). Sin importar el comportamiento o condición actual de los hijos, el padre debe siempre reafirmar que ellos pertenecen al Señor, que antes de que todas las cosas fueran creadas, Dios ya los había separado para Él. Los vecinos, los “amigos” y algunos parientes pueden decir que ellos son esto o aquello, y que son un caso sin solución. Pero, usted padre, debe decirles: “Vosotros sois muy especiales para Dios, a quien doy gracias siempre por vosotros” (1:4).
La segunda actitud fue llevarlos a invocar el nombre del Señor. Parecía que Pablo estaba diciendo: “Cuando ustedes salgan por esa ciudad llena de impurezas, con tantos atractivos y llena de pecados, invoquen al señor, griten por su salvación. Ustedes necesitan ser salvos de todas las cosas negativas que los rodean. Experimenten tener comunión con el Señor”.
Padres, enseñen a sus hijos a invocar el nombre del Señor. Sean también los primeros en invocar ese nombre. No podemos olvidar el gran peligro al que nuestros hijos están expuestos en la ciudad donde viven; en la que existen muchas cosas que pueden distraerlos de la meta que es la santificación. Al levantarse por la mañana, invoque: “¡Oh Señor Jesús!”; en ese momento usted es introducido en la agradable y salvadora comunión del Hijo, Jesucristo. Cuando invocan el nombre del Señor, los padres reciben una porción de la gracia que les confiere para poder continuar educando a los hijos, a pesar de cualquier situación.
Cuando tenemos comunión con Dios, aprendemos a tener comunión con los hijos. Si a Dios mismo le agrada la comunión, ¿qué podemos decir de nuestros tan carentes de ella? Pablo evitó avergonzar a sus hijos espirituales, con palabras duras y negativas. El prefirió que su ejemplo de padre amoroso y abnegado hablase a sus corazones (4:14). Pablo evitó ser solamente un instructor de los hijos, diciéndoles meramente que hacer. En situaciones complicadas, la instrucción, además de no producir efectos, avergüenza y endurece aún más la posición negativa. Nuestros hijos pueden recibir instrucción de profesores, sicólogos, parientes y amigos, de cómo hacer las cosas; sin embargo, cuando los problemas caen en forma de cascada sobre ellos, todos huyen, todos los abandonan y consideran la situación irreparable. Los hijos necesitan sentir que los padres no son como ese grupo de personas; en verdad son quienes verdaderamente los aman, y que por causa de ellos son capaces de insistir, de buscar el dialogo, de esperarlos, aún cuando ellos sean pródigos; los padres son capaces de gastar horas y horas orando por ellos.
Padres, declaremos lo que nuestros hijos son para nosotros y para Dios, debemos agradecer al Creador por la vida de ellos y, llevarlos a invocar el nombre del Señor para Él revelar las grandes influencias negativas que los cercan, y amarlos incondicionalmente; son la únicas cosas que pueden penetrar en el corazón de los hijos que pasan por dificultades criticas. En los momentos de crisis, los consejeros generalmente huyen; pero, los padres atraen los hijos con amor.
¡Jesús es el Señor!
Artículo publicado por:
Periódico “Árbol de la Vida” de Editora Árbore da Vida.
Cuando miramos la grave situación de la iglesia en Corinto: división, inmadurez, impurezas, peleas entre hermanos, sensualidad, idolatría, incredulidad y otros muchos problemas, no es demasiado atrevido afirmar que estaba cubierta de heridas espirituales. Hay muchas familias que experimentan una situación semejante. Hermanos que no se hablan entre ellos, hijos que viven una eterna adolescencia, que se rehúsan madurar y dejar las cosas de niños, hijos que viven una vida impura y sensual, que non respetan ni su propio cuerpo, hijos que se dicen palabras amargas entre sí, hijos, que en vez de amar al Señor, aman otras cosas: la moda, a alguien famoso, los amigos, el mundo… y, lo más lamentable, ¡hijos que dudan de la existencia de Dios!
¿Qué hacer? ¡Responder con dureza? ¿Prohibir que salgan de casa o que reciban visita de amigos? ¿Sentarlos en el sofá y “sermonearlos”? ¿No dar importancia a la condición de ellos? ¿Perder las esperanzas? ¿Abandonar el hogar?
Basado en la actitud de padre que el apóstol Pablo tomó con relación a los hijos espirituales de la iglesia en Corinto, podemos extraer algunos principios que pueden ser aplicados a los hogares y a las familia que están bajo esa “granizada” de problemas.
La primera actitud del “padre” de tales “hijos problemáticos” citados en I Corintios, fue dirigirse a ellos basado en lo que eran y no en lo que aparentaban ser (1:2). Sin importar el comportamiento o condición actual de los hijos, el padre debe siempre reafirmar que ellos pertenecen al Señor, que antes de que todas las cosas fueran creadas, Dios ya los había separado para Él. Los vecinos, los “amigos” y algunos parientes pueden decir que ellos son esto o aquello, y que son un caso sin solución. Pero, usted padre, debe decirles: “Vosotros sois muy especiales para Dios, a quien doy gracias siempre por vosotros” (1:4).
La segunda actitud fue llevarlos a invocar el nombre del Señor. Parecía que Pablo estaba diciendo: “Cuando ustedes salgan por esa ciudad llena de impurezas, con tantos atractivos y llena de pecados, invoquen al señor, griten por su salvación. Ustedes necesitan ser salvos de todas las cosas negativas que los rodean. Experimenten tener comunión con el Señor”.
Padres, enseñen a sus hijos a invocar el nombre del Señor. Sean también los primeros en invocar ese nombre. No podemos olvidar el gran peligro al que nuestros hijos están expuestos en la ciudad donde viven; en la que existen muchas cosas que pueden distraerlos de la meta que es la santificación. Al levantarse por la mañana, invoque: “¡Oh Señor Jesús!”; en ese momento usted es introducido en la agradable y salvadora comunión del Hijo, Jesucristo. Cuando invocan el nombre del Señor, los padres reciben una porción de la gracia que les confiere para poder continuar educando a los hijos, a pesar de cualquier situación.
Cuando tenemos comunión con Dios, aprendemos a tener comunión con los hijos. Si a Dios mismo le agrada la comunión, ¿qué podemos decir de nuestros tan carentes de ella? Pablo evitó avergonzar a sus hijos espirituales, con palabras duras y negativas. El prefirió que su ejemplo de padre amoroso y abnegado hablase a sus corazones (4:14). Pablo evitó ser solamente un instructor de los hijos, diciéndoles meramente que hacer. En situaciones complicadas, la instrucción, además de no producir efectos, avergüenza y endurece aún más la posición negativa. Nuestros hijos pueden recibir instrucción de profesores, sicólogos, parientes y amigos, de cómo hacer las cosas; sin embargo, cuando los problemas caen en forma de cascada sobre ellos, todos huyen, todos los abandonan y consideran la situación irreparable. Los hijos necesitan sentir que los padres no son como ese grupo de personas; en verdad son quienes verdaderamente los aman, y que por causa de ellos son capaces de insistir, de buscar el dialogo, de esperarlos, aún cuando ellos sean pródigos; los padres son capaces de gastar horas y horas orando por ellos.
Padres, declaremos lo que nuestros hijos son para nosotros y para Dios, debemos agradecer al Creador por la vida de ellos y, llevarlos a invocar el nombre del Señor para Él revelar las grandes influencias negativas que los cercan, y amarlos incondicionalmente; son la únicas cosas que pueden penetrar en el corazón de los hijos que pasan por dificultades criticas. En los momentos de crisis, los consejeros generalmente huyen; pero, los padres atraen los hijos con amor.
¡Jesús es el Señor!
Artículo publicado por:
Periódico “Árbol de la Vida” de Editora Árbore da Vida.