¡A los Padres! "EL Hogar - Un Oasis en el Desierto"

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5 Septiembre 2001
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EL HOGAR, UN OASIS EN EL DESIERTO

El principal ataque sufrido por la familia moderna es el de la disgregación. Lo que esta ocurriendo es una verdadera diáspora familiar. Son los padres que dejan el hogar en busca de la supervivencia: muchos son lo que salen por la mañana y vuelven solamente por la noche; las madres, amas de casa, consumen preciosas horas en la labor cíclica de limpiar. Planchar, cocinar; los hijos mayores, temerosos por el futuro que poco les garantiza una seguridad, dedican uno o dos turnos del día para estudiar, a fin de conquistar un trabajo; otros, aun, pasan el día envueltos con los deportes, artes o simplemente “zigzagueando” durante el día hasta volver a casa impulsados por el hambre; y algunos que se quedaron en casa, a la deriva en el mar de la Internet, ni percibieron que el sol ya se puso y los niños, aunque tan activos, ya se adormecen debajo de la dulce canción de cuna de la “niñera electrónica”, la televisión, que se quedo hablando sola a la espera de otro que tampoco no tiene otra opción sino la de un “regazo artificial”. ¡Tiempos difíciles!
La familia, formada por los padres y la prole, esta dejando de existir. ¿Será que los padres están desempeñando sus papeles reales? ¿Será que dejar el hogar en busca de la “caza” representada por el vestuario, alimentación, medicinas y otras cosas por el estilo, no esta tomando un tiempo mayor que el normal? ¿Y las madres que también se unen a sus maridos en esta “caza” para complementar la rienda familiar no están muy ausentes? ¿Y aquellas madres que se quedan en casa cuidando los quehaceres domésticos no acarician mas los muebles, o la mascota que mas quieren que los hijos? ¿Y los hijos, en ese ambiente indiferente y un poco a parte del calor humano, no se están quedando desprovistos del afecto?
¿Cuándo miramos este cuadro caótico de la vida moderna y sus efectos sobre la familia, surge, a veces, en las personas más sensibles, una cierta indignación? ¿Qué hacer: dejar de trabajar, dejar de limpiar los muebles, de estudiar y odiar el computador y la televisión? ¡No! Eso seria algo sin fundamento. Mientras tanto, no podemos permitir ser arrastrados por ese estilo de vida que, en cierta medida, ya convenció incluso a los conservadores de que la era ya cambio y que nada podemos hacer sino seguir la corriente y aceptar la modernidad. Necesitamos actuar con equilibrio. No podemos dejar jamás de gastar algunas horas con nuestro cónyuge e hijos. Debemos entender que, ya que somos una familia, necesitamos uno del otro más que cualquier otra persona o cosa. Además, las cosas no fueron hechas para llenar espacios afectivos de nadie. También debemos entender que no tenemos sólo necesidades físicas, pero, mucho más, tenemos hambre de afecto, cariño y amor. Es por eso que necesitamos ser equilibrados. No podemos llenar nuestras despensas con alimento o limpiar los muebles y dejar de abastecer la despensa emocional de nuestros compañeros del hogar con manifestación de afecto, preocupación y amistad. Las madres necesitan discernir la diferencia entre ser “madres de la casa” y “madres de los hijos”; en otras palabras, considerar que necesitan ser más madres de los hijos que de la casa, del jardín, del animal que más quieren.
No podemos hacer mucho para cambiar las exigencias del mundo exterior. Es muy posible que la situación avance cada vez más; a propósito, la vida moderna ya está fuera de control. Por otro lado, podemos interferir en el interior de nuestro hogar. Podemos colocar “muros altos” para que los efectos devastadores de la modernidad no corrompan más la vida intima de la familia. Inclusive, para poder ablandar el impacto que nuestro cónyuge e hijos sufren diariamente. En ese sentido, cada miembro de la familia debe cooperar. Para que el hogar se vuelva un oasis en medio de esa vida humana árida, la primera providencia es que los padres se vuelvan a Dios. Dios es equilibrado. Él reconoce los elementos de la vida humana: el trabajo, los quehaceres, domésticos y la ciencia, mas Dios es la fuente de la verdadera vida. El salmista dijo: “y Tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida” (36:8,9ª). ¿Qué tal crear momentos en casa para estar todos juntos? Padres e hijos, recostados sobre “los verdes pastos” para ser suplidos por Dios? La condición general de las personas es como las ovejas que no tienen pastor (Marcos 6:33-44). Si pasamos algunos instantes invocando el nombre del Señor: “¡Oh Señor Jesús, amén!”ciertamente Él se compadecerá de nosotros y nos pastoreará. Si desarrollamos esa práctica con los miembros de nuestra familia, tendremos la sensación, aunque afuera haya mucha agitación, que dentro de la casa, el Señor nos estará llevando a las aguas de reposo. Los padres jamás pueden perder la perspectiva de que el hogar debe ser siempre un oasis en el desierto. ¡Alabado sea el señor!.

¡Jesús es el Señor!

Artículo publicado por:
Periódico “Árbol de la Vida” de Editora Árbore da Vida.