11S + 1 AÑO

Bart

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24 Enero 2001
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http://www.icp-e.org/voz.htm

11S + 1 AÑO
César Vidal

Hace un año, el mismo 11 de septiembre, me encontraba remontando el Nilo en territorio egipcio. Recuerdo perfectamente la confusión de la gente que narraba lo acontecido, las interpretaciones disparatadas del hecho - se atribuía a Israel porque "los árabes no somos capaces de hacer algo así" - y la insistencia en que todo era "un castigo de Allah" que "Estados Unidos se tenía bien merecido".

A un año de distancia, creo que no está de mal hacer un breve balance sobre la manera en que el 11-S ha cambiado nuestras vidas. En primer lugar, debe señalarse que, de una vez por todas, el mundo parece darse cuenta de manera global de lo que significa el terrorismo. Sólo los muy cerriles, los muy malvados o los muy estúpidos pueden pretender a estas alturas que los terroristas - sean palestinos, vascos o irlandeses - son luchadores por la libertad en lugar de asesinos sanguinarios. En ese sentido, el cerco sobre organizaciones como ETA o Yihad islámica se ha ido estrechando y tal paso sólo puede ser considerado positivamente.

En segundo lugar, el 11-S nos ha obligado a reconsiderar el papel del islam en el mundo de una manera realista. Llevados por una visión un tanto idealista, habíamos creído que determinadas creencias no tenían necesariamente porqué ser incompatibles con la democracia o las libertades. La realidad - desgraciadamente - es muy distinta y quizá como muchos conocimientos resulta dolorosa pero no por ello deja de ser necesaria.

En tercer lugar - y este es un aspecto que a diferencia de los otros seguramente no será compartido por muchos analistas - el 11-S nos ha recordado el enorme valor de lo trascendente en la vida humana. Con una claridad pocas veces igualada, el 11-S nos recuerda que la vida es efímera y que ese carácter pasajero exige un análisis, un acercamiento y un comportamiento que incluye en su radio de visión la muerte y el más allá. Por otro lado, los asesinos de las Torres gemelas actuaron movidos, entre otras razones, por consideraciones espirituales. A ellas no cabe oponer únicamente razones políticas, sociales y económicas por muy sólidas que sean. Son imperativas también las razones del Evangelio que habla de cambio de vida, de perdón, de reconciliación con Dios y con el prójimo, y de amor. Sin ellas, cualquier respuesta no pasará de ser tristemente cojitranca.



César Vidal Manzanares
es un conocido escritor, historiador y teólogo.
© C. Vidal, I+CP, 2002, Madrid, España (www.ICP-e.org)
 

http://www.libertaddigital.com/./opiniones/opi_desa_10662.html

11-S, un año después

1. El fracaso previo

Enrique de Diego


El 11 de septiembre tuvo dos prolegómenos: la conferencia de Durban organizada por la ONU, donde se estableció o reiteró la doctrina justificatoria del atentado (antisemitismo, antiamericanismo) y el atentado contra el líder de la Alianza del Norte, Masud. Sólo dos días antes, en Kwaja Bahaudin, una recóndita base de los guerrilleros afganos de la Alianza del Norte, combatientes contra la URSS y luego contra los talibán, su legendario jefe el, León del Panshir, Ahmed Shah Masud, fue asesinado por dos sicarios que se hicieron pasar por periodistas de una televisión árabe. Cuando fueron llevados a su presencia hicieron explotar un artefacto oculto en su cámara. Masud muere a los pocos días, mientras uno de sus asesinos cae en el acto y el otro es abatido cuando intentaba escapar. Los miembros de la Alianza del Norte mantuvieron en secreto su muerte unos días, para no desmoralizar a sus tropas. Fue una de las claves para conseguir parar la ofensiva talibán que se desató el 10 de septiembre.

La estrategia de Ben Laden contemplaba el control total de Afganistán antes del 11 de septiembre, de forma que los norteamericanos tuvieran que implicarse con fuerzas de tierra en el conflicto desde el primer momento. Buscaba, a rebufo de la mitificación de la lucha contra la URSS (en la que fue mucho más decisiva la actuación, precisamente, de Masud que de los terroristas internacionales de Al Qaeda). El islamismo, una religión con fuertes dosis de un totalitarismo providencialista muy simple, sacraliza la tierra. Pretendía presentar la invasión de tierra musulmana –Dar el Islam– y galvanizar a los musulmanes a favor de sus sueños califales.

Puede decirse que antes del 11 de septiembre su estrategia había fracasado, pues, para la respuesta, los Estados Unidos contaban con aliados en una guerra de liberación, frente a la guerra de invasión soñada por Ben Laden. Éste pretendía salir del atolladero en el que estaba el experimento totalitario talibán –la vuelta a la época de la Hégira de Mahoma– y del fracaso del integrismo, cuya exportación había fracasado en Bosnia, Argelia y Egipto, y sólo había conseguido avances en Sudán y Somalia. En Arabia Saudí, el objetivo último, los Saud mantenían el monopolio del integrismo wahabista, frente a su antiguo cortesano. Desde el final de los años noventa, el integrismo estaba en declive, porque, como señaló Gilles Kepel, la orgía de violencia había escandalizado, primero, y atemorizado, después, a las clases medias piadosas y a los grupos de comerciantes de los bazares, sin dar ninguna respuesta a los auténticos problemas de atraso de las sociedades musulmanas.

En términos estratégicos, el 11 de septiembre partía de un fracaso previo. De ahí, al margen de la terrible tragedia, la escenificación surrealista. En un momento dado, con el presidente Bush dando vueltas por el aire con el Air Force One y el vicepresidente Cheney, puesto a buen recaudo, parecía que la serie de atentados tenían alguna lógica bélica, como si de inmediato fuera a producirse una invasión o una toma del poder. Pero se trataba simplemente de acumular cadáveres. En conjunto, para los objetivos conseguidos, la tragedia fue un despilfarro de vidas humanas. ¡Un gran sacrificio a Tanatos sin toma del poder, ni tan siquiera tentativa! Una tormenta de suicidios. El integrismo islámico se mostraba en su plena naturaleza de secta milenarista. Era la terrible escenificación de su nihilismo y de su fracaso.

La idea del suicidio en la civilización occidental –la llamaremos así, por ahora, mientras encontramos un nombre más definitorio– es un gesto de cobardía, una nihilista evasión de la realidad, la consumación de un fracaso. En el integrismo islámico, por el contrario, puede representar el grado más alto de perfección espiritual cuando forma parte de la jihad, la guerra santa para inflingir el mayor dolor posible al enemigo. “Recuerda la batalla del profeta contra los infieles, mientas construía el estado islámico”, dice la nota manuscrita leída en la vigilia de su holocausto por Muhamad Atta. El sahid o mártir se purifica por el asesinato, espera sin juicio previo, venerado por sus afines, la resurrección al final de los tiempos en el lujurioso jardín de las delicias de Alá, ¿el misericordioso?, ¿el clemente?.

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http://www.libertaddigital.com/./opiniones/opi_desa_10659.html

Crónicas cosmopolita

Torres gemelas y odios parejos

Carlos Semprún Maura


Este 11 de Septiembre en Nueva York, y otros lugares, se conmemorarán con flores y llantos, los atentados del año pasado y en muchos más se celebrarán, como se celebraron con alegría hace un año, y no sólo en las ciudades árabes y en las calles palestinas, sino también en Europa y en los propios States (Sontag, Chomski, y un triste y larguísimo etcétera.) En su último y, como siempre, inteligente libro, sobre La obsesión antiamericana –recién publicado en París por Plon– Jean François Revel recuerda que en la sede del Frente Nacional de Le Pen, se brindó con champán esa “derrota” del Gran Satanás, se brindó asimismo en la sede de los señoritos de ATTAC, en la redacción de El País, y en todos los lugares de culto musulmán, en todos los locales de la progresía mundial, incluyendo a las Brigadas Rojas italianas “reconstruidas”, que han vuelto a matar, y se solidarizan con el terrorismo islámico. Yo también deposito simbólicas flores en las tumbas de las víctimas inocentes, yo también, como Oriana Fallaci, me indigno y admiro el pueblo neoyorquino, todos a una, afroamericanos, irlandeses, chinos, judíos, musulmanes, protestantes, católicos y ateos, alzando el puño y gritando: “¡USA! ¡USA! ¡USA!”.

Son imágenes que no se olvidan, pero, abandonando por ahora, la emoción y la rabia, diré algo de política, esa cosa fría, cínica, a menudo injusta y hasta mortal, y, sin embargo, imprescindible. Confieso que el magnífico libro de Jean-François Revel ha consolidado mis propias opiniones, porque hace tiempo que me indigna el antiyanquismo sectario de las clases dirigentes europeas y de su prensa, como me irrita la popular imitación paleta de lo peor que producen los USA.

Después de la sorpresa producida por esos terribles atentados que vimos en directo por televisión y de los lamentos, tan hipócritas como “diplomáticos” –los asesinos, mafiosos, religiosos, revolucionarios, también van a los entierros y lloran con las viudas–; la reacción, tanto política como popular, puede resumirse en pocas frases: “Los USA se lo merecen, y cosas peores”. “¿Qué va a hacer ahora ese canalla de Bush? ¡Seguro que intentará meternos en un lío!” “No hay que confundir el terrorismo, con la mayoría de los musulmanes, tan civilizados y pacíficos”. “El terrorismo es la única arma de los pobres, y su desesperación se justifica por los siglos de injusticias y explotación”. Miserable filosofía del miedo. Apenas iniciadas las operaciones militares en Afganistán, el tono se endurece, y los USA, una vez más, se convierten en agresores de una guerra imperialista. Toda la prensa, toda –El País, El Mundo, ABC, para citar sólo a la española, salvo nosotros–, insistió en las víctimas inocentes de los bárbaros bombardeos yanquis. Los gobiernos europeos, salvo la honrosa excepción del británico, y de Toni Blair, personalmente, si fingieron participar en la gran coalición antitalibán y anti Ben Laden, en realidad, no hicieron nada, o sólo boicotear las operaciones cuanto pudieron.

Lo mismo ocurrió durante la Guerra del Golfo. En pocas semanas, los USA se convirtieron en el país agresor, e Irak en un pobre país del Tercer Mundo, luchando por su independencia. Se “olvidó” la agresión contra Irán, la masacre de kurdos, la conquista de Kuwait, los preparativos de armas de destrucción masiva, y, sobre todo se olvidó qué dictadura sangrienta domina ese país, explota y mata de hambre a sus ciudadanos. (Los logros y errores de la política norteamericana contra Irak, personificados por los Bush, padre e hijo, se merecen capítulo aparte). Los pocos críticos del fanatismo antiamericano recuerdan su intervención tan fundamental en las dos Guerra mundiales, pero, curiosamente, casi ninguno se refiere a otras guerras, más importantes para la democracia que la Primera Mundial –ya que la Alemania y el Imperio austro-húngaro de 1914 no pueden decentemente ser comparadas con la Alemania nazi.

Me refiero a las guerras de Corea y del Vietnam, las cuales fueron, pese a todo, un freno al entonces triunfante expansionismo del totalitarismo comunista. Existen varias facetas de este odio a Estados Unidos, y diferentes motivaciones. A vuelapluma daré tres: el nacionalismo en Europa, que intenta convertirse en nacionalismo europeo, la socialburocracia, ampliamente dominada por la ideología comunista, o sus residuos, y, claro, el potente integrismo islámico, en sus diferentes manifestaciones, del terrorismo más bestial, a la propagación de una fe absolutista, que ningunea y desprecia a la mujer, pero también a los trabajadores y a todos los individuos como tales. Estas tres corrientes reaccionarias, casi nada tienen en común, salvo su odio a los Estados Unidos.

Los islamistas consideran a los USA y a su satánica avanzadilla en “tierra santa”, Israel, como los infieles más peligrosos, pero evidentemente no los únicos, también Europa, África y otras regiones del mundo, han sufrido, sufren, y sufrirán atentados islamistas. La izquierda socialburócrata, odia a los USA como fortaleza capitalista y liberal, y se considera huérfana de la URSS, de la China “de” Mao, y del tercermundismo revolucionario, Pese a que, entre los primeros críticos del totalitarismo comunista, algunos fueran considerados de izquierda, como Ciliga, Orwell, etc, a quienes se cita, se edita y se entierra, con o sin flores, para seguir considerando como modelos, “senderos luminosos” a lo peor: Marx, Lenin, y sus diversas heces: Castro, Guevara, o Althusser, y en Barcelona, Gramsci, etc. Mao y Stalin están algo pasados de moda por ahora.

La acomplejada Europa, sus clases dirigentes, como sectores de su opinión pública, parecen considerar que “la criada les salió respondona”, o más intolerable aún, que las ex colonias, se conviertan en potencias “colonizadoras”. Pero, al criticar el “aislacionismo”, o el “unilateralismo” de los USA, cuando no, a veces contradictoriamente, su prepotencia imperialista, los europeos se olvidan de que la culpa es esencialmente suya, que Europa es culpable de las dos tremendas Guerras Mundiales, y cuna de los dos monstruosos totalitarismo del siglo XX, el nazi, y el comunista, y si hoy, pese a sus esfuerzos y a sus declaraciones, no llegan a unirse, la culpa hay que buscarla en sus errores, y no en Washington. Personalmente, yo diría que menos mal si no logran crear una defensa y una política internacional comunes, porque siendo como son las cosas en Europa, su primera acción podría ser, hoy por hoy, el bombardeo de Israel y el fusilamiento, de Sharon, por ejemplo.

Una política europea razonable, a la vez que progresista, debería ser la defensa de la democracia y de la economía de mercado en todo el mundo y, para usar la terminología satánica, la mundialización realmente liberal. Por esa vía, hoy por hoy vedada por los propios europeos, resulta evidente que los Estados Unidos, con todos sus defectos, también nosotros tenemos los nuestros, serían no sólo los más potentes sino nuestros mejores aliados. Hay que saber lo que se quiere, si se pretende que Europa vuelva a dominar el mundo, como lo soñó Napoleón, así como Hitler y algunos más, con las consiguientes catástrofes; o si Europa va a participar en el triunfo de la libertad en el mundo, luchando realmente contra sus enemigos del interior, los extremismos anticapitalistas y terroristas, y del exterior, esencialmente el terrorismo islámico, y todos sus aliados, que son muchos, porque los petrodólares seducen.

De todas formas habría contradicciones y conflictos, entre los Estados Unidos de Europa y los Estados Unidos de América, pero empeñados en una tarea común, las opiniones europeas tendrían mucho más peso en los USA, como las de Washington en Europa, muchísimo más que hoy, cuando fingiendo ser aliados, los gobiernos europeos intentan sabotear las iniciativas norteamericanas, incluso las buenas. Y hablando de lo mismo, pero en otro aspecto, si la UE cesara de subvencionar al terrorismo palestino, a través de El Fatah, por ejemplo, tendría infinitamente más peso para ayudar a restablecer la paz en Oriente Medio. En este sentido el Premio Príncipe de Asturias a E. Said constituye una nueva provocación antiisraelí, y una muy extraña manera de conmemorar las víctimas del 11 de Septiembre. No, yo no les perdono, porque saben lo que hacen.



 
http://www.libertaddigital.com/php3...num_edi_on=923&cpn=10661&tipo=3&seccion=MUN_D

Guerra contra Irak

Europa, como vergüenza

Enrique de Diego

Podría hablarse de la decadencia de Occidente, si no estuviera Estados Unidos, que mantiene un alto nivel de vitalidad y de sentido de la autodefensa –acicateado por el 11 de septiembre–, con la relación preferencial con Inglaterra. Nada nuevo bajo el sol desde la Segunda Guerra Mundial.

El resto de las sociedades abiertas parecen vivir en un sistema cuyos principios se denigran de continuo como pensamiento único, sin que ni tan siquiera sus gobernantes, y quizás sus sociedades, estén dispuestos a defender sus valores y su modelo de vida. Eso explica que quien intente despertar a las sociedades sea de inmediato diabolizado, como ha sucedido con Oriana Fallacci. No se ha asumido, por la senectud enervante y acoquinada de esta Europa decadente, que juega con la ficción de su propia inexistencia, que el ataque del 11 de septiembre no fue contra Occidente y no sólo contra Estados Unidos. Cuando Condoleezza Rice, consejera de Bush, dice que hay una solidaridad que surgió “desde la certeza de que lo mismo podía haberle sucedido a Londres, París o Berlín”. Confunde, desgraciadamente, los deseos con la realidad.

Si fuera por los gobernantes europeos, los países terroristas se armarían con ingenios nucleares y biológicos, y considerarían que se debe hacer algo cuando fuera irredemediable. Incluso es legítimo suponer que los europeos, en el fondo aspiran a que el objetivo único del terrorismo internacional sean los Estados Unidos. ¿No apunta a eso el curioso argumento español de que somos frontera con el Islam? Se ha delegado la defensa en Estados Unidos –el intervencionismo europeo se mete en todo, pero renquea y cede en sus funciones básicas– pero, al tiempo, se intenta mantener una política autónoma, que es, en el fondo y en la forma, una neutralidad suicida, un pacifismo entreguista. La diplomacia con el último refugio de los estúpidos y los cobardes.

La necesidad de desmantelar la tiranía de Hussein no es de ahora. Es una asignatura pendiente desde la inacabada guerra del golfo. Europa es un cadáver perfumado. La ONU, un antro de corrupción para intentar acabar con el capitalismo, que es quien la financia. Sólo los Estados Unidos están dispuestos a pagar un precio por la libertad de todos. Por eso se les denigra.

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11-S, un año después

3. El intento de suicidio intelectual de Occidente

Enrique de Diego


Es el suicidio, una idea tan alejada del sentido humanitario de Occidente, lo que convierte el 11 de septiembre en una fecha negra, en un cúmulo de atentados letales. Pero no sólo el suicidio de los terroristas. Su terrible éxito fue sólo posible en combinación con otro suicidio, o al menos su intento: el intento de suicidio de Occidente, perpetrado por sus élites intelectuales atrincheradas tras una fachada de progresismo. Porque el 11 de septiembre es también el efecto perverso de un error intelectual: la incapacidad para discernir, impuesta desde las cátedras de lo políticamente correcto. No se podía decir, por ejemplo, que el Islam legitima y promueve la violencia. Por todas partes, se ha ido creando el mito del pecado original de Occidente. Según el cual, incluso los suicidas son el fruto maduro de una desesperación, motivada por una injusticia atávica de la que Occidente es culpable. Un residuo, una inmundicia de un marxismo de desideratum. Ese odio a Occidente de intelectuales y periodistas que no soportan el éxito de la libertad. Una neurosis que, contra la lógica, no decreció sino que aumentó tras la caída del Muro de Berlín en 1989, y en la que militan desde Greenpeace hasta las ONG subvencionadas. Ser antioccidental ha sido –y es– la moda occidental por excelencia. Los telediarios están llenos cada día de esa ideología suicida de buen tono.

De hecho, el terrorismo suicida no era desconocido. Se llama el modelo tamil. Poca gente, incluso entre los especialistas, sabe que el movimiento de los Tigres tamiles, luchando por la independencia de Sri Lanka, es la organización más eficaz y más peligrosa del mundo. Lo que convierte en imbatible a ese movimiento, representante étnico del 10 por ciento de la población, es la educación suicida que los dirigentes imprimen a sus militantes. Cada uno de ellos debe matarse con una ampolla de cianuro si es detenido. Los más motivados son destinados a los atentados suicidas. Sobre 300 atentados, menos de diez fracasos. Entre las víctimas, Rajiv Ghandi, primer ministro indio –asesinado por un tamil que se hizo explotar abrazado tras ofrecerle un ramo de flores–, un presidente de Sri Lanka, generales, gobernadores, o las instalaciones del estado mayor de las fuerzas armadas contra las que combaten.

El terrorismo suicida no tiene demasiados partidarios entre los movimientos insurreccionales: kurdos del PKK, palestinos de Hamas y la Jihad Islámica, palestinos y libaneses de Hezbolá y los “yihadistas”, internacionalistas de Osama ben Laden. Un lejano precedente de éste último en 1030, Hasan Sabbah, fundador de la secta de los “hasaniyun” (los asesinos, los partidarios de Hasan), con su fortaleza en Alamut, norte de Persia.

Pero es una nueva etapa distinta a cuando en 1968 hace su aparición el terrorismo contemporáneo con el secuestro de un avión de la compañía El Al por el Frente de Liberación de Palestina, ni cuando estados como Irak, Libia y Siria lo usan como política de chantaje diplomático. Es una nueva etapa de macroterrorismo. En 1983, en Beirut, dos camiones suicidas matan a 241 marines y a 53 paracaidistas franceses de las fuerzas de interposición de la ONU. Poco después, los soldados occidentales abandonaron el Líbano. En los años siguientes el ejemplo cunde: los atentados contra Israel o en los territorios ocupados pasan a ser suicidas.

En 1997, islamitas argelinos secuestran un avión que piensan estrellar contra la Torre Eiffel. En tránsito en Marsella para repostar es asaltado por fuerzas especiales. Ninguno de los miembros del comando se entrega, todos se suicidan o son abatidos. Ese mismo año, un avión de la compañía de bandera egipcia se precipita al mar. El piloto se encomienda a Alá antes de entrar en picado.

En el fondo, Osama ben Laden no había hecho otra cosa que avisar. En Somalia. En el citado atentado de Beirut. En Yemen, contra el USS Cole. Incluso no era la primera vez que el integrismo atentaba contra las Torres Gemelas. En el anterior atentado, los terroristas estuvieron previamente en manos de la Policía, pero fueron puestos en libertad. El imán que los impulsaba estaba perseguido en Egipto por terrorista, pero gozaba en Estados Unidos del respeto a la libertad religiosa, aunque su prédica era exterminar a los occidentales. ¿O no fue Francia el exilio dorado de Jomeini?. No ver se había convertido en el aspecto característico de Occidente. ¿Cómo puede ver quien, según nuestros intelectuales y periodistas, es culpable de todos los males del planeta? Según Kavafis, no había bárbaros, pero en verdad los bárbaros se entrenaban en las academias de pilotos occidentales y trazaban planes de destrucción en sus escuelas de Ingeniería.


 


http://www.libertaddigital.com/./opiniones/opi_desa_10694.html

11-S

4. El antioccidentalismo, pensamiento único

Enrique de Diego


¿Cómo no recordar que, tras el 11 de septiembre, la inmensa mayoría de los artículos, de los análisis fueron, ¡contra Estados Unidos!? Occidente, esa idea sencilla y a la vez compleja, del hombre autónomo con derechos inalienables, es siempre contestada. ¿Desde dónde? Con pertinaz insistencia, desde su interior. En su propio ámbito surgen de continuo propuestas de desarme ideológico. Ese instinto de suicidio es constante, prolongado en el tiempo, asumido por sus supuestas élites intelectuales como una segunda naturaleza. ¡No se abandona una ilusión, menos aún una fobia! El capitalismo es el enemigo. Sobre tal cuestión ni se puede ni se debe ceder, ni bajar la guardia. Ben Laden es un heredero de este talibanismo antioccidental. Antes de los talibanes, contemporáneos suyos...hubo y hay otros muchos...en Occidente. No son originales.

El antioccidentalismo es la norma de los docentes occidentales. La marea nunca remite, se retroalimenta. Como en la vida, no hubo fracaso, sino experiencia, pues las ideas no se experimentaron con suficiente pureza, no se puso la necesaria determinación, se trastocaron los principios. No falló la idea sino la praxis, incluso cuando aquella se pretendiera emanación científica de ésta.

La postmodernidad es paradigmática del instinto suicida de Occidente. Fracasado el marxismo con sus dogmas historicistas y sus verdades absolutas, la noción de verdad queda proscrita, con ella son declaradas antigüallas las nociones de bien y de mal, incluso la misma estética pues todo vale igual, la bota de un artesano que un drama de Shakespeare. Derrumbados los juicios morales totalitarios, todo criterio ético es una impostura. ¿Todos? No, menos la condena por sistema del capitalismo, aburrido en cualquier caso al lado de las alegrías totalitarias.

Los valores occidentales no fueron reafirmados tras la caída del Muro, sino cuestionados por sistema. Se ha hecho crecer el resentimiento y la conspiración contra ellos, hasta poner en duda la existencia de la civilización occidental, considerada como amalgama de groseros pecados pretéritos para anestesiarla y sepultarla bajo un abrumador complejo de culpa. De esa manera, el atentado contra las Torres Gemelas llega a ser entendible, no disculpable, aunque la inteligibilidad no se aleja de la justificación. ¡Los integristas son, a la postre, meras víctimas ejecutando un castigo merecido! “Los extremistas –dijo el escritor Javier Ortiz– no son la causa, sino el efecto de una situación marcada por gravísimas frustraciones, injusticias y desequilibrios, a bastantes de los cuales –dicho sea nada de paso– vienen contribuyendo los gobernantes norteamericanos desde hace décadas”. “Motivos les hemos dado para su nefasta cruzada”, concluyó Javier Reverte.

La mañana del 11 de septiembre había pensamientos casi tan sombríos como los de los suicidas ¡en la Universidad de Nueva York!. Esa mañana Eduardo Subirats “pensaba en las agresivas decisiones globales adoptadas en la breve historia de la Administración Bush. La negativa a reconocer las catastróficas consecuencias del calentamiento global y los millones de vidas humanas que a corto y medio plazo serán afectadas por la destrucción ambiental en vastas extensiones del planeta; el proyecto de desarrollo de nuevas tecnologías de guerra nuclear en las estrellas, mediáticamente empaquetado como estrategia de defensa antibalística; la voluntad de romper acuerdos de desarme global y de renovar las amenazas de holocausto nuclear; el acoso militar y la criminalización mediática de las manifestaciones pacificistas y ecologistas de Seattle a Génova; el rechazo tajante de las resoluciones de Durban contra el colonialismo y la esclavitud, la militarización de los conflictos étnicos y económicos a escala global, la intolerancia religiosa y las agresiones ecológicas y sociales del capital corporativo en el Tercer Mundo”. La retahíla parece un ejercicio de oposiciones a ideólogo de Ben Laden. El enemigo no era el terrorismo sino los Estados Unidos y Bush, ¡para un profesor de la Universidad de Nueva York escribiendo bajo la impresión del atentado! “La atrocidad del ataque terrorista a Manhattan me despertó de mis cuitas”. Los interrogantes del docente, con toda lógica, son una atormentada exhibición de complejo de culpa: “¿Por qué nosotros? ¿Lo merecía Nueva York? ¿Es culpable EEUU? ¿Quiénes somos? ¿Y quiénes son nuestros enemigos?”.

Mientras, por miles, por millones arriesgan su vida ¡para llegar a Occidente, para recalar en sus costas, como si fuera el paraíso! Huyen de Cuba, de los países del Este, de las naciones latinoamericanas, del Magreb, de Afganistán, de los países árabes sin excepción. ¡De los fracasos económicos de utopías, socialismos, colectivismos, estatismos! ¡De todo cuanto ofrecen los antioccidentales como solución! Occidente es el punto de llegada, no de partida. Pero se ha trastocado tanto el sentido común que la culpa –siempre ese concepto moral invadiéndolo todo– no recae sobre las tiranías fracasadas sino sobre las democracias triunfantes y acogedoras. ¡De la pobreza de los pueblos tiene la culpa Occidente! ¿Por qué? ¿En que extraño esoterismo se basa tal estupidez? El talibanismo antioccidental, anticapitalista es irreductible al desaliento. La fórmula es bien sencilla; pues el capitalismo es el mal, es culpable de todo cuanto de malo sucede en el mundo.

El pensamiento único es el antioccidentalismo.

 


http://www.libertaddigital.com/./opiniones/opi_desa_10689.html

11-S

The rising

Lucrecio


Springsteen en el tocadiscos, you’re missing, ya no estás, y cada cosa sigue en su sitio, aunque no haya torres gemelas y el dolor sólo ocupe su espacio, aunque más de tres mil personas sean nada en el rigor matemático de un nihilismo infinitamente más depurado que aquel que asolara a Rusia en los inicios del siglo XX, aunque todo persevere en gestos, liturgias, cotidianos rituales de pervivencia. You’re missing, ya no estás, y un bellísimo disco que nos devuelve al Boss de la gran época: el de mediados los ochenta.

No hubo retórica, no hubo lamentos en el Nueva York del 11 de septiembre, nada de esos alaridos con los que gustan adornar la tragedia tradiciones religiosas y culturales que detesto. Que detesto en lo estético, más aún en lo moral. No, lo estoy escribiendo mal: lo estético, lo de verdad estético, es, en sí, lo ético, lo universalmente ético. Y el alarido y el espectáculo de las rituales plañideras trueca en calderilla la tragedia, la envilece. Enfatizar la muerte es obsceno. E inmoral. La muerte es el absoluto. Y, del dolor que ella pone en los que quedan, sólo un silencio absoluto podría dar medida.

Que detesto, pues. En lo estético: lo moral.

Pero lo obsceno está ahí, es casi norma en este bárbaro mundo que nos cayó en cuenta. Recuerdo, hace meses, las imágenes. Entierro de un joven palestino en Cisjordania. Alaridos desgarrados, océano de lágrimas, hombres que se tiran de los cabellos y claman venganza, cohorte de mujeres enlutadas que aúllan como fieras heridas. Sobrecogedor. De pronto, un avión israelí pasa. Pánico. Los que portan el ataúd lo dejan caer al suelo, se desperdiga, de inmediato, el séquito, el cadáver se levanta de su caja y sale corriendo como una centella. Teatro. En su forma histriónica esta vez. Otras, el cadáver es real. Seguro. Pero el teatro es el mismo. Y la obscenidad, y la esencial inmoralidad, idénticas.

No me conmueven los gritos en los entierros. Me avergüenzan. Sentí siempre su mentiroso ruido como un insulto hacia el que ya no existe. La verdad debe decirse en voz muy baja; como el dolor; el dolor nunca miente. Pocas cosas detesto más que a sujetos lo bastante atrofiados moralmente como para necesitar hacer de su dolor escena y apropiarse así del cataclismo que, en su forma infinita, es sólo del que muere. Y casi ninguna admiro más que la severa invisibilidad de aquel que sobrevive al ser amado. Porque, “como el amor, debe el dolor ser mudo”, en fórmula lúcida de Luis Cernuda. Y escucho, ahora, a Bruce Springsteen: la evocación contenida de esa ausencia que ninguna queja borra. Y sé que no existe otra cosa digna que hacer frente a la muerte: sobria belleza, que no la borra ni la enmascara. Ni la consuela, tampoco: no hay consuelo para eso.

Belleza elíptica. Imperativo moral, aún más que estético. Todo está dicho en John Keats, hace dos siglos: Beauty is truth. Truth beauty (“Belleza es verdad. Verdad, belleza” ). Eso, o bien, el vocerío: la indecencia. Lo que es siempre mentira.

 

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Está serie de artículos que he puesto sirvan de recuerdo y homenaje a las víctimas del 11 S, y a todas las victimas del mundo a causa del terrorismo y de los totalitarismos.

Hoy 11S, tengámoslos en nuestra memoria.

Valoremos y demos gracias a Dios por la libertad que disfrutamos.

En Su Amor



Bart