Un SEMANARIO de lo propio y ajeno con algo de sal, pimienta y una pizca de curry.

IBERO

Ibero de Iberia
26 Noviembre 2005
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Iberia
Estimados lectores,

Ante la perspectiva de las tinieblas que están cubriendo el horizonte, abro un hilo para compartir lo que me vaya surgiendo y tenerlo todo condensado en un solo lugar. A partir de ahora me limitaré a escribir aquí para que los que tengan ciertas inquietudes tengan un lugar donde acudir. Hay varias razones, la principal es que estoy cansado de que el Mensaje se diluya en un río tóxico de intereses cruzados donde pocos dicen la verdad y la mayoría sólo busca ser la correa de transmisión de su religión particular. La segunda es que aquel que realmente esté interesado en el Mensaje pueda acudir a un solo lugar. Cansado del tema, me voy a proponer una especie de "blog" fuera del foro principal. Algunas cosas que leerás aquí ya las he compartido, pero habrá cosas "nuevas". Pretendo que sea "semanal", pero es posible que, en ocasiones, escriba más a menudo.

Seas quien fueres, tienes total libertad para compartir lo que aquí se escribe, siempre y cuando compartas también la fuente, es decir, debes compartir el enlace del mensaje de este hilo (los tres puntitos que aparecen arriba del mensaje). Todo lo que verás publicado aquí es inédito, sin uso alguno de la IA. En la mayoría de mensajes verás "Ibero" al final del mensaje, pues la mayoría conformará pensamientos personales. Puntualmente el texto tendrá su propio autor y, obviamente, verás su nombre escrito también al final del mensaje.

Tocaré muchísimos temas y, probablemente, ofenderé a muchos.
En todo lo que escribo, yo soy el principal alumno.
Que corra el aire.

¡Amor a todos!
Ibero
 
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EL RUGIDO DEL VIENTO

Los escoceses despreciaban a Margaret Thatcher —la despreciaban de verdad—, pero este es un asunto que palidece ante la intensidad del Síndrome Psicopático AntiTrump, cosa que se mueve en el extremo opuesto del espectro donde rige la buena conciencia.


Una vez escuché una entrevista a una mujer alemana de los años sesenta que había asistido a los mítines de Hitler. Cuando le preguntaron por qué lo idolatraba, su respuesta fue profundamente escalofriante: «Había algo en la atmósfera, y todos lo respirábamos». Es una frase que me ha acompañado todos estos años. La creo totalmente. Y ese «algo», para mí, era totalmente demoníaco.

La historia nos muestra que, en determinados momentos y lugares, una locura colectiva se apodera de la gente, una fuerza que va más allá de la razón, más allá del pensamiento individual. Es el opuesto satánico del culto armónico de los creyentes. Es el zeitgeist elevado a la enésima potencia.

Zeitgeist, palabra alemana que significa «espíritu de la época», describe el clima cultural, intelectual, ético y político imperante en una época determinada. Define la esencia de una época. Idolatrar o despreciar a una persona es dejarse arrastrar por ese espíritu. Participar en reacciones emocionales extremas es respirar esta atmósfera conscientemente. Digo "conscientemente" porque somos responsables de lo que permitimos que entre dentro de nosotros. No deja de ser una «falta de consciencia voluntaria», y no se me ocurre nada mejor para definirlo.

Los santos de Dios no deben inhalar este veneno. Hacerlo es un acto voluntario. No podemos encontrarnos en el espectro de odiar o idolatrar a un hombre. Por el contrario, debemos respirar el extraño aire del Reino de Dios, permaneciendo firmes en Su presencia, envueltos en Su atmósfera.

Mientras el mundo se precipita en espiral hacia el caos del fin de los tiempos, son los santos quienes deben permanecer como el último bastión del amor, la luz y la verdad frente a la locura total. La tormenta final ya ha tocado tierra; lo que estamos experimentando ahora sólo son los bandazos colaterales. Debemos ser hallados en el ojo de esta tormenta donde reina una paz sobrenatural, imperturbable ante el rugido de los huracanes contemporáneos.

—Frank Mceleny (traducido del inglés, recibido por email).
 
EL REINO DE LOS CIELOS (I)


El tema principal de Jesús era "El Reino de los Cielos".

El Reino era el lugar de donde extraía Su poder y donde vivía interiormente. Todo cuanto hizo y dijo fue en obediencia a este "Reino de los Cielos".

Su misión no era inventarse algo novedoso y atrayente, una novedosa filosofía que no existía para satisfacer a los intelectuales o a los ávidos de novedades, sino traer lo que YA existía y de lo que YA mucho se había hablado. ¿Qué, pues, le diferenciaba de los anteriores? La principal misión de nuestro Señor fue dar a conocer este Reino porque fue capaz de TRAERLO sobre la tierra. Las almas se salvaban porque primero "el Reino de los Cielos había venido hasta nosotros". Jesús trajo el Reino porque era el Rey de ese Reino venido en carne y hueso. Normal que Su pasión fuera el Reino. TODAS o casi todas sus parábolas versaban sobre "El Reino de los Cielos": un "Reino" en unos "Cielos". Un Reino con una Autoridad y unos Súbditos.

«El Reino de los Cielos es semejante a...»

Cuando un alma escuchaba, se arrepentía y creía, era "añadida" a este Reino. No era dejada "por ahí" para que se "apañara la vida como buenamente pudiera". Jesús abría los ojos de los ciegos, sanaba enfermos, liberaba endemoniados y ofendía a los religiosos... porque el Reino de los Cielos había "aterrizado" sobre el planeta en Su Persona en los desiertos de Israel. No era algo que hiciera "aposta". No es que viniera "a provocar". Su misión no era dar una charla, sanar a cuatro leprosos o arrebatarle a la muerte alguna que otra víctima, sino ser un canal de transmisión del "Reino de los Cielos" hasta tal punto que el Reino no sólo se "expresara" sobre la tierra sino que, literalmente, VINIERA.

Así que Jesús NO fue un pionero del Testimonio del Reino de los Cielos, pero sí lo fue de su venida. Fue el último de una larga lista de enviados por Dios para que este "Reino de los Cielos" se expresara sobre la tierra. Es verdad que podríamos decir que antes el Reino ya había "venido", pero lo había hecho a modo de una "visita temporal" en vez de una "venida categórica y final". Todo el AT es una manifestación de idas y venidas del Reino de los Cielos sobre la tierra, con mensajes y mensajeros, pero sólo con la venida del Señor es que (por fin) «el Reino está en y entre vosotros». Es un hecho que el Señor no hizo absolutamente nada que ANTES que ya no hiciera a través de sus mensajes y mensajeros. Aún su muerte fue representada millones de veces, de diferentes formas, antes de Su venida. Y es un hecho que el AT es un ANUNCIO de Su (primera) venida inminente, así como el NT es un anuncio de Su (segunda) venida inminente.

Esto no quiere decir que no hubiera novedades con Cristo. Podríamos considerar que lo más "novedoso" de Jesús fueron sus palabras. Eran palabras de sabiduría, pero con una cualidad: «nunca antes se habían escuchado con un poder tan extraordinario». Esta "forma de hablar" no se había escuchado nunca, ni siquiera de boca de los más insignes profetas de la historia del pueblo judío. Esta "novedad" era obvia: Él era el VERBO (la acción verbal de Dios Mismo) y, por tanto, era una de sus cualidades innatas: la capacidad de "hablar como ningún otro hombre ha hablado". Varias veces en los Evangelios leemos que "la muchedumbre (y los más íntimos discípulos) se ASOMBRABAN o ESPANTABAN de lo que hablaba y de cómo lo hablaba". Varias veces hizo callar (y esto es un milagro, por mucho que no nos guste reconocerlo) a los expertos en religión que venían a Él para tratar de engañarlo y tentarlo, hasta el punto que «NINGUNO SE ATREVÍA A PREGUNTARLE MÁS». De esta "novedad" del poder de Su palabra nos hablaron ya algunos mensajeros anteriores. Tan insoportable y ofensiva era esta palabra que no tuvimos más remedio que actuar así con Él:


En una jaula y con grilletes
lo llevaron al rey de Babilonia y lo enjaularon,
para que su rugido no fuera más oído en los montes de Israel.

Ez 19:9

Jesús fue la expresión vocal y gráfica, en carne y hueso, del Reino de los Cielos. No sólo lo vocalizó, sino que lo expresó como un león y lo trajo, literalmente, como un hombre lleno de humildad y mansedumbre.

¿Qué clase de Reino era este Reino?

NO era un Reino "de este mundo" porque, de lo contrario (si fuera de este mundo) «mis ángeles lucharían para imponerlo en el mundo, y tendrían mucho éxito en hacerlo porque son más fuertes que vosotros». NO. La forma en que este Reino venía sobre la tierra nos la explicó Él mismo:


Padre nuestro que estás en los Cielos,
santificado sea Tu Nombre,
venga a nosotros Tu Reino.


Amor,
Ibero
 
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EL REINO DE LOS CIELOS (II)


Padre nuestro que estás en los Cielos,
santificado sea Tu Nombre,
venga a nosotros Tu Reino.


El “Padre Nuestro” es la respuesta del Señor a la petición de sus discípulos más cercanos: “enséñanos a orar”. Jesús pasaba horas a solas orando, los discípulos lo sabían, y también contemplaban con sus ojos y escuchaban con sus oídos la sabiduría y el poder que emanaba de esas horas “a solas con el Padre”. Es como si Jesús se recargara de energía y de celo por Su Casa durante esas horas. Después de orar es como si a todos se les aclarara el horizonte y toda posible duda.

Mirad bien cómo antes de darles el “Padre Nuestro” les dijo algo muy destacable, y es que les animó a “orar ASÍ”. No les dijo “repetid esto”, sino “orad DE ESTA MANERA”… diferencia crucial.

El Padre Nuestro es un “patrón de oración”, no una oración en sí misma. Jesús no estaba pensando en rosarios porque Él mismo, en el contexto de esta enseñanza, dijo que NO se usaran vanas repeticiones ni pensáramos que Dios nos oiría repitiendo esto, costumbre que parece que ya estaba bastante extendida en aquel entonces, prueba de que el rosario no lo inventaron los católicos. Dijo, claramente, “orad ASÍ” y al mismo tiempo advirtió seriamente que no usáramos el “Padre Nuestro” como vana repetición a modo de “conjuro mágico”. Por así decirlo, nos prohibió acercarnos a esta enseñanza de esa manera.

El Padre Nuestro, por tanto, es más una ACTITUD que un chorreo de palabras que lanzar al Cielo para que alguien nos escuche desde allí arriba. La estructura, según entiendo (y no digo que no haya otras estructuras escondidas aquí) es esta. La primera frase (la que puedes leer más arriba) es el orden y el cómo. El “Reino” es lo que viene después de esta frase… “danos el pan nuestro de cada día, perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos, no nos metas en tentación más líbranos del mal”. “La venida del Reino” consiste en tres cosas básicas: COMER, PERDONAR, ESCAPAR DEL MAL. Las tres nos son dadas, y la del centro es vital porque nos hace co-protagonistas. Dios nos da comida (energía) y enseguida debemos volcar esa energía en el PERDÓN para llegar a la meta del asunto, que es obtener esa protección tan ansiada y necesaria: LIBRARNOS de la tentación y del mal.

Esto es un "modo de vida", no una "oración al uso".

Pero algunos os habréis dado cuenta de que, antes de meternos en el “fregado” del Padre Nuestro, hay ciertos antecedentes. ¿Los habéis visto? Seguro que sí. Primero hay que RECONOCER que hay un “Padre en los Cielos”. Esta parábola empieza con la obligación de reconocer al Padre Celestial. Esto, a su vez, significa que tú te RECONOCES como hijo de ese Padre porque le llamas Padre, y esto a su vez es un reconocimiento del Hijo (con mayúscula) que ese Padre ha enviado. Una vez reconocido ese “Padre nuestro” y a ese “Hijo enviado” (por cierto, enviado por el poder del Espíritu), tenemos otra palabra lapidaria y de suma importancia que nos coloca en el carril adecuado para que “venga el Reino”, que es...


“SANTIFICADO SEA TU NOMBRE...”

Amor,
Ibero
 
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EL REINO DE LOS CIELOS (III)

En esta última entrega, vamos a desentrañar totalmente la estructura que parece tener este Padre Nuestro, que sólo perfilamos parcialmente:
  • Hay una introducción donde nos presentan a un “Padre en los Cielos”.
  • Hay 3 pasos principales que propician algo “práctico” y una meta en sí misma: el Reino de los Cielos debe venir.
  • Finalmente, se presenta la practicidad de esta "venida del Reino de los Cielos" en los últimos 3 puntos.
Son 7 cuestiones, expresadas en una introducción y dos grupos de 3. Para los amantes de la numerología bíblica: siete, el número de los espíritus de Dios y de la plenitud del Plan; y tres, símbolo de la unidad y poder inefable de la Deidad, a su vez desarrollado en dos grupos distintos.

Primero, reconocemos (hay un plural) que tenemos un Padre Celestial. Esta es la introducción, el primer escalón de la escalera. Hay un grupo de personas que reconoce a un Padre Celestial. Después, hay que hacer algo con ese Nombre, que es santificarlo. Cuando “el nombre de Dios es santificado”, ya puede “venir Su Reino”, reino que consiste en “hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo”… que en la práctica consiste en lo que compartíamos someramente en el punto II de esta serie: “Alimentarnos de Él, perdonar las ofensas, ser libres del mal”. Esa es Su voluntad en los Cielos, y también en la tierra. En los Cielos también hay mal y ofensas; la rebelión angélica y otros males que allí surgieron en la figura de Satanás nos demuestran que en los Cielos no se pasan el día tocando la lira y que el mal, de hecho, tuvo su génesis allí. Mirad también cómo la meta final de la escalera es la LIBERTAD del alma. Dios quiere desesperadamente que los esclavos sean... LIBRES.

Como hemos prometido, hablemos de ese segundo escalón, este “santificado sea Tu nombre”, esta protovisión del Reino.

La pregunta aquí es el cómo. ¿Cómo se santifica el nombre de Dios? Se dice de Dios que es Santo, y se dice que Él es el que puede santificar. Así pues, ¿quién podría santificar el Nombre de Dios sino Dios Mismo? ¿De dónde podría emanar la santificación sino de Él?


…porque ahora he escogido y santificado esta Casa, para que mi Nombre esté en ella para siempre, y mis ojos y mi corazón estén allí todos los días.
(2Cr 7:16)

…CRISTO fue Hijo fiel sobre su Casa, la cual casa somos nosotros, si nos aferramos a la confianza y al orgullo de la esperanza.
(Heb 3:6)

Creo yo que el texto de Crónicas nos dice en qué consiste esa santificación del nombre del Padre Celestial. El Padre escoge y santifica una Casa para que allí repose Su nombre sin límite de tiempo. Si la Casa está santificada y el Nombre reposa allí, se entiende que este Nombre está “perpetuamente siendo santificado”, por así decirlo. Y esa Casa somos nosotros, a quienes nos llaman “el Cuerpo de Cristo” (1 Tim 3:15)… cuerpo inútil y muerto si no tiene Cabeza. Así pues, la Casa que Dios/Padre ha escogido y santificado es Cristo, cuyo Cuerpo somos nosotros. Cristo es el Sumo Sacerdote que SANTIFICA el Nombre de Dios. Él es el Altar que santifica la ofrenda, el santuario que santificó el oro (Mt 23:17-19), y nosotros estamos en Él. Sólo con alguien así de nuestro lado, alguien como Cristo santificando la Casa, es posible que el Nombre sea santificado y esté sobre Su Casa PARA SIEMPRE.

Por todo ello, el amor a Cristo, la pasión por este Nombre, es nuestra forma de que este deseo de “santificado sea Tu Nombre” venga a tener una expresión en nuestros corazones. Es una tarea sencilla, no fácil pero sí sencilla: tu tarea es enamorarte de Cristo... amarle y dejarte amar por Él.

Amor,
Ibero
 
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Respecto al Reino de los cielos

Una vez resucitado el maestro, se apareció corporalmente a sus discípulos. Lo podían tocar, palmearle la espalda y darle la diestra, podían hablar, comer y beber con él como antes de la cruz. Con la diferencia de que con su cuerpo, Jesús podía entrar y salir sin necesidad de abrir la puerta.

¡Que gran gozo tuvieron con él en esos tiempos! ¡que seminario teológico tuvieron sus discípulos, ser enseñados de primera mano de aquel que es la Verdad y la Vida para saber más con más hambre y sed de Dios! Supongo que muchas dudas se disiparon entre los discípulos.

Pero...¿Y cuál fue el tema central de ese "seminario teológico" de esos 40 días posteriores a su resurrección en que se les apareció? Les habló del reino de Dios. Hechos 1:3 ¡Que qué!


Si, no les habló de temas que preocupan hoy día a los cristianos, tales como: "el arrebatamiento" "el anticristo" "la salvación se pierde" "que si Jesús es Dios" "que la trinidad" "que si hay que bautizar a la gente en el nombre de... etc...etc...etc. Les habló del reino de Dios y suyo.

Y al final de toda esa enseñanza sobre el reino de Dios, surgió una pregunta que tal vez algunos considerarían tan ocurrente o tan tonta como para reprobar al que la hizo, pero esos hombres de Dios, como Pedro, Juan, Jacobo, y et. al. "tan indoctos y sin títulos académicos" habían sido bien instruidos por el mejor y divino de los maestros. Hicieron una pregunta crucial que como roca les pesa y les truena la mollera a todo nacionalista de su país.

Hechos 1:6 Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo: Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?

Dejemos de momento el verso 7 que le sigue con la respuesta de Jesús, Y detengámonos en un aspecto de tal pregunta. ¿el reino a Israel? ¿Pero.....? ¿Qué no va a restaurar Jesús el reino a su iglesia? ¿Es broma o tontería de los discípulos? ¿Error de traductores? Nada de eso. Jesús no les corrigió la pregunta a sus pupilos los cuales no tenían un pelo de tontos. Dios va a restaurar el reino a Israel. ¿Y quien rayos es Israel para que le restauren el reino? ¿Esa estado ateo que rechaza a Jesús?

Israel es el olivo de siempre y de todos los tiempos, aquellos que si le aman, que si le aceptaran junto con las ramas de olivo silvestre injertadas en él (todo gentil que acepta y ama a Jesús) Israel es ese Olivo de 10% de los que si le recibieron hace más de 2000 años cuando Jesús caminó en SU tierra y su gente.

Y con decir sólo 10% de los judíos les rechazo a los demás, porque poderoso es Dios para volver a injertar más de ellos, hasta el 100%. Pero si su exclusión ha sido vida y bendición nuestra. ¡Cuánto más lo será su reinserción! ¡Será vida de entre los muertos! RESURRECCIÓN de una nación que hoy está podrida, deshecha, huesos secos. Seremos uno sólo pueblo porque Israel a parte de ser ese olivo, Israel es su pueblo, es la iglesia misma. Aunque esto último te suene chocante, si no terminas del lado de Israel, quedarás fuera del reino de Dios y su justicia.
 
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EL REINO DE LOS CIELOS (IV)

En todas las entregas del Reino no pudimos extendernos en lo más interesante del Reino de los Cielos, que es su aplicación práctica en nuestras vidas, lo que podríamos denominar la practicidad del Reino en la tierra. Aunque dijimos que era la última entrega, no será así porque creo que he dejado huérfano este tema del Reino para aquellos que realmente quieran traerlo a sus vidas, entre los que me atreveré a incluirme. Haré esto en lo sucesivo, ya que no tengo nada planeado, sino que todo esto va viniendo sobre la marcha.

Dijimos que las tres últimas frases nos daban la manifestación del Reino de Dios en la tierra, tres frases sumarias de gran importancia:


El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy;
perdona nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores;
no nos metas en tentación, mas líbranos del mal.


Algún evangelio añade algo parecido a esto: “Porque si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco el Padre os perdonará vuestras ofensas”, de donde confirmamos nuestra fundada sospecha de que, en esta terna maravillosa, el PERDÓN es el trabajo a hacer… el meollo central que debe ocupar al hombre para que pueda “venir el Reino”. Como algunos habréis visto, esta terna celestial nos cuenta una larga historia, y como toda historia interesante tiene un génesis, un nudo y un desenlace.

El génesis del Reino es la comida. Hay que comer. Hay que tener energía para emprender el camino y atender a la misión. La introducción, la base del asunto del Reino. HAY QUE COMER, y no de cualquier forma ni manera, sino de DIOS. La comida que tenemos que meternos adentro para seguir el camino de esta historia es Dios Mismo. Es un pan que Dios tiene que darlo, VIENE DE DIOS MISMO. Se pide a este Dios este “pan diario”. El hombre no lo pide en la panadería, ni el panadero a los agricultores. No se trata de ir con euros o dólares a una tienda para comprar una barra de pan. Se trata de ir a Dios directamente, al Padre Celestial, para obtener la energía necesaria para meternos en faena. NO PODEMOS acometer el TRABAJO sin esta “energía celestial diaria”. Sin el DIARIO PAN DEL CIELO, no podemos perdonar.


Y no hay más pan del cielo que Cristo,
pues así se presentó a Sí Mismo.

Así que SIN CRISTO no hay perdón posible, no hay energía posible en este mundo caído que nos pueda acercar un solo centímetro al perdón. Si dejamos a Cristo fuera de nuestra vida, es IMPOSIBLE perdonar… Y lo que hace Cristo (ver segunda parte de la terna) es perdonarnos en la MISMA MEDIDA en que nosotros perdonamos a quienes nos ofenden. Lo que hace el trabajo del perdón es... PERDONARTE a ti COMO tú perdonas a los demás, de donde extraemos la ofensiva idea de que todos somos terribles ofensores de los demás. Vivir en este perdón celestial es un camino de doble dirección, donde tú perdonas como eres perdonado y serás perdonado en la misma medida que perdonas.

¡¡El perdón es el MEOLLO del “REINO de los cielos sobre la tierra”!! ¡¡El perdón!!

Una cosa tan sencilla… y tan imposible.

Naciones enteras, familias, tribus con el rencor en el corazón, rencor que propicia guerras interminables, muertos por millones y mutilados. Familias rotas, destrozadas por las ofensas… podrían sanar al momento si sólo hubiera un “poco de perdón verdadero”. Un dolor sinfín que se podría evitar fácilmente si hubiera una pizca de verdadero perdón en el corazón.

¿Por qué “de los niños es el Reino de los Cielos”? Porque ellos son incapaces de albergar rencor. Perdonan con la misma rapidez con la que vuelan las ofensas sobre sus cabezas y cuerpecitos. El niño perdona casi sin planteárselo. Es casi una cualidad suya innata. Una vez me dijo alguien lo horrible del abuso infantil, y yo le dije que a los niños no les afecta tanto porque perdonan… y que el horror llega cuando se hacen adultos, cuando procesan y mascan lo que sucedió y el rencor se acumula venciendo al perdón. Creo que me miró con cara rara, sin entender muy bien lo que le decía.

Para terminar, tenemos la consecuencia, la meta final. Alimentarnos de esta comida que es Cristo y hacer el trabajo del perdón nos permite ser LIBRES. Libres del mal y de la tentación, pues Dios no tienta ni es tentado por nadie… pero sí puede permitir que seamos tentados.

Temas para hablar en otra ocasión.


Amor,
Ibero
 
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Un monólogo acerca del reino de los cielos

El Reino de los cielos es semejante a...un momento ¿A qué es semejante? Muy sencillo, como es el rey, así es su reino. Por ejemplo: El Reino de tinieblas tiene por príncipe a aquel que rechazó la luz, lucifer y vive como todo ángel caído en prisiones de oscuridad, de maldad, jamás volverán a la luz que una vez despreciaron. Para ellos no hubo perdón, y para los mortales tampoco la habrá, para aquellos que amen y sigan el reino de las tinieblas y no se arrepientan.

En el caso del Reino de los cielos, es Jesús mismo su rey, es un reino de justicia, paz y gozo en el espíritu. ¡Ah! ¿Y sólo es eso?


Haber, entendamos bien que implica Su reino. Resumamos en una sola frase. "COMO ES EL REY ASI ES EL REINO" Y en otra frase paralela.

EL REINO ES UNA EXTENSIÓN DE LO QUE ES EL REY.

Y ¿cómo es el Rey de reyes para entender cómo es su reino?

mmmmm...para empezar...

Él es amor, es autor de la fe, él es bondad, humildad , es mansedumbre, es perdón, es misericordia, es...¡para! ¡para! !para! Ya entendí, ¡Me retiñen los oídos! ¡No aguanto!

Te entiendo, eres nuevo en el reino de los cielos.

Y es correcto a veces no entenderlo todo. Una eternidad no basta para conocer aquel ser tan bello e infinito que desde antes de nacer ya nos conocía. Y al decir infinito te digo que por mencionar que Él es amor -por citar su primer cualidad- su amor no tiene fin. No se le logra medir su anchura, su largura, ni su profundidad. Incluso excede a todo nuestro conocimiento. Es infinito en amor, en bondad, infinito en misericordia, en toda virtud que le encuentres.

-Ya te entendí.

¡Todo lo que es Dios puede verse en su reino!


¡Y su reino no tendrá fin!

Así que los que entran a su reino es porque reflejan una o hasta varias de las facetas de lo que es Dios. Aman, tienen fe, son bondadosas, son misericordiosos y perdonan, entre otras más virtudes que tiene el Rey de reyes.

Pero y ¿Por qué me encuentro gente en su reino que tiene la apariencia de piedad, pero al conocerlos mas reflejan otros intereses mezquinos, intereses entremezclados con su religiosidad?

Muy sencillo, Jesús dejó claro que en el reino de los cielos de esos ayeres cuando lo dijo, y aún HOY, y A LA FECHA, el reino es semejante ("semejante a....como a") UNA RED, Mt. 13:47 una red donde hay toda clase de peces. Una vez llena, aquí detengámonos, hay peces malos y peces buenos, pero luego la llevan a la orilla para seleccionar lo mejor. Lo demás se desecha. Así es en lo natural. Y en lo espiritual....

Dice el maestro: "Asi sera esa operación limpieza al fin del siglo" ¿Hasta cuándo?

Hasta el mero tiempo del fin y no antes vamos a sentir esa incomodidad, esa lija de esos feos peces mordelones dentro del reino, mientras no llegue el rey.


Y de paso, en ese esperar: Dios aprovecha para forjar Su carácter en nosotros, que soportemos con paciencia, para que perdonamos las ofensas, que soportemos con mansedumbre, amemos a los que no nos aman, de los enemigos que tenemos en casa de nuestro Padre.

¿Pero hasta cuando?

Pues dice Jesús en Mt. 13:49, que llegada la hora final, saldrán los ángeles y aportarán los malos de los justos. Lo mismo que que la parábola "del trigo y la cizaña", primero se saca lo que ofende en el reino para irse a las tinieblas y queda al final en su reino lo que es bueno, lo que si le agrada a Él.

¡Ah! Era esa parte que no entendía, por eso los peces gordos y feos, están tan interesados en perpetuarse, engañando con falsa doctrina sus conciencias y a otros ingenuos que les oyen diciendo: que "nadie se pierde en el reino de Dios, que la salvación no se pierde"

Cuestión de tiempo y ya veremos la "operación limpieza" en el reino de los cielos.

Habrá sorpresas en el fin del siglo, que ya está a las puertas.
 
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EN EL POZO DEL PERDÓN (I)

Siendo que lo práctico del Reino de los Cielos gira en torno al perdón, creo que resultará interesante ahondar en esta cuestión. Metámonos al pozo del perdón.

Santificaréis el año quincuagésimo (50 años) durante un año, y proclamaréis libertad en toda la tierra para los que la habitan. Será un año de jubileo para vosotros y cada uno volverá a su propiedad, y cada uno de vosotros volverá a su casa paterna porque es un año de libertad. Para vosotros será señal de PERDÓN durante un año. No sembraréis ni segaréis lo que por sí mismo brota de la tierra ni vendimiaréis lo que de ella ha sido santificado, porque es señal de perdón, cosa santa será para vosotros.
(Lev 25:8-13)

Dios ordenó a los hebreos celebrar una fiesta cada 50 años para experimentar esta cosa llamada PERDÓN, el famoso “año del jubileo”. De sus muchas fiestas, este “jubileo” era la más importante y esperada. Por su baja frecuencia, y salvo excepciones muy puntuales, los adultos sólo vivían esta ”Super-Fiesta” una vez en la vida. Pocos podrían recordar dos jubileos a lo largo de su vida y muchos ni siquiera llegaron a verlo por morir antes de que llegara la fecha señalada. Por ejemplo, si nacías el año del jubileo, no lo vivías como adulto hasta cumplir los 50 años, y nunca podrías saborear sus beneficios si morías antes de cumplir esa edad. El jubileo reiniciaba la existencia del oprimido, algo parecido a poner el marcador de la vida a cero. Los errores del pasado o lo que alguno podría llamar “mala suerte”… todo quedaba de nuevo a cero. Cada siete años las deudas quedaban canceladas, los esclavos eran liberados y el fruto del campo no debía tocarlo la mano del hombre. Pero tras consumirse 7 ciclos de 7 años venía este Jubileo, y sucedía que las tierras compradas debían devolverse al dueño original GRATIS. A todo hebreo le correspondía “por herencia histórica” un pedazo de tierra de Israel que podía vender si le iba mal en la vida, pero el año del jubileo (y sólo este año) esa tierra volvía a ser suya sin pagar nada para recuperarla.

Como este año estaba prohibido cosechar o sembrar, este “año del Jubileo” significaba confiar en la provisión del cielo para tres años al menos, pues la cosecha del año 48 tenía que servir para alimentar a la población durante tres años: el propio año 48, el 49 (el barbecho normal de cada 7 años) y el 50 (el barbecho del jubileo).

El jubileo es la enseñanza que nos define la naturaleza del perdón: era una liberación, era cosa santa, multiplicaba el descanso a la tierra y, además, restituía al dueño original lo perdido por los vientos de la vida. Esto es interesante. ¿Quién no querría todo esto sobre su cabeza?

Qué maravilla esto del perdón del Jubileo… pues recae aquí una especial simbología en la persona de Jesús. Su ministerio duró aproximadamente 3,5 años, y todo ese tiempo no faltó el pan, la liberación, la sanidad y el perdón. Jesús fue esta “Super-fiesta”, un “Super-ministerio” de abundancia donde no se podía ayunar: el Jubileo hecho carne cuya vida terminó en el máximo perdón posible.

Amor,
Ibero
 
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EN EL POZO DEL PERDÓN (II)

Los requisitos del perdón y los beneficios del perdón son dos cañones de igual potencia y alcance. ¿Te habías dado cuenta? Los requisitos son tan extraordinarios como los propios beneficios. Están al mismo nivel. Meditemos esto, porque aquí está el secreto del perdón.

Primero, este asunto parte de Dios. El perdón no es una “buena idea” de ningún “buen hombre”, sino que parte del corazón de Dios para “liberar la tierra oprimida”. Tiene que partir de Dios porque esto del perdón y del jubileo, seamos honestos, no nos gusta absolutamente nada. Claro, si eres beneficiario del perdón quizás te resulte atractivo, pero si te toca “perdonar” el asunto cambia de perspectiva… y la cosa está 50/50 porque hay un ofensor por cada ofendido. ¿Sabías que en los tiempos de Jesús ya no lo celebraban como Dios lo estableció? El Jubileo estaba en el calendario, pero en la práctica desapareció tras el exilio a Babilonia. Ya no se practicaba el perdón como Dios lo veía, nadie se atrevía “a tanto” porque el coste del perdón era demasiado alto para el perdonador. Por lo general, significaba renunciar a un “enorme esfuerzo y beneficio” y cayó en total desuso. Se impuso la naturaleza humana y el natural egoísmo.

Así que el Jubileo era un año especialmente interesante para los oprimidos… y un año especialmente horrible para los “perdonadores”. Tierras explotadas o cultivadas, quizás con edificios construidos durante lustros, quizás con hogar ya establecido allí. Una “forma de vida” a la que había que renunciar. Sin embargo, aquello que habías comprado legalmente tenía que ser devuelto al dueño original de la tierra, estuviera floreciente o no. El comprador perdía todo lo que hubiera trabajado y construido durante lustros sobre ese terreno. Los beneficiarios debían soltar la tierra, liberarla.

La enseñanza es clara: el rencor constituye una acumulación interior que esclaviza. Es una fortaleza, una ganancia, una muralla, un torreón… aunque sea legal y (lo peor de todo), aunque sea moralmente válido. El perdón nunca ha sido demasiado popular porque el rencor es moralmente válido. Tienes todo el derecho del mundo a albergar rencor ante una injusticia o una ofensa. De hecho, el rencor hace de tirita, nos ayuda a soportar el insoportable dolor de la herida. Pero este Dios dice que soltemos esa hacienda carcelaria, que “liberemos al oprimido”. El rencor proporciona consuelo, un lamerse la herida… quizás es el único harapo que cubre tu cuerpo desnudo cuando has sufrido un daño o te han quitado algo de valor.


Pero, sorprendentemente, si no sueltas eso que te cubre, el Señor te tendrá por opresor.

A mi, el pobre oprimido, me considerará opresor… ¿Cómo es esto?

Parece que, a ojos de Dios, el rencor es una especie de “lujo” que no podemos permitirnos. Es un garfio enganchado en la garganta del prójimo que me convierte en su esclavo y yo en el suyo. Es una cárcel mutua, y Dios quiere que nos libremos de ella. Hay razones para ello porque parece ser que Él se considera profundamente implicado en este tema de las ofensas.

Amor,
Ibero
 
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EN EL POZO DEL PERDÓN (III)

Como vimos en el Padre Nuestro y en la “parábola del siervo que no perdonó” (Mt 18:21 y ss.), todos hemos colmado un vaso de ofensas ante Dios… y Dios no vaciará el vaso de las ofensas si no lo hacemos con el prójimo. No sé el tuyo, pero mi vaso desborda de ofensas. En ninguna parte dice que yo pueda ofender a Dios, pero sí da a entender que mis ofensas (que en el 99% de los casos son ofensas al prójimo), Dios las toma como suyas. Recuerda, los pensamientos son gotas añadidas a este vaso de ofensas y de nada sirve que digas «yo soy bueno y no hago daño a nadie».

No, amigo.

El verdadero perdón te costará TODO porque el rencor es… inevitable y moralmente válido. Es la muestra de que estás vivo. Y aquí está el meollo de la cuestión: el verdadero perdón suelta el rencor porque te has soltado a ti mismo, a todos tus derechos, incluso los moralmente válidos… y esta renuncia viene muriendo. No hay atajos para esto, ni anchas puertas ni caminos espaciosos. El que “se niega a sí mismo”, el que “toma su propia cruz”, ese puede morir. La Cruz es el perdón. ¡La Cruz es el perdón! La Cruz es lo que nos perdonó a todos (si nos asimos de ella), pero esa Cruz me dice que tome MI cruz, que es MI dolor, que debe ser MI tumba, que propiciará MI perdón. Así que el que muere cada día (como decía Pablo de sí mismo) no tiene rencor porque el rencor “va muriendo” allá en la cruz… esa que TODOS los días hay que tomar. ¡Cada día! Así que si albergas rencor es porque estás todavía demasiado vivo, que es otra forma de decir que no quieres abrazar tu Cruz, el DOLOR lacerante de esa ofensa (u ofensas) que la vida te ha lanzado y que tiene por misión matarte.


La ofensa es un dardo dirigido a lo más tierno de tu corazón
que tiene como misión MATARTE para que puedas VIVIR
y ser libre tú y tu mundo.

Esto le sucedió a Jesús, a Esteban y a todo mártir. A las puertas de un fin inmerecido, bajo una injusticia mayúscula, todos ellos perdonaron a sus ofensores. ¿Y cómo los perdonaron?

Observa el panorama. No dijeron “OS PERDONO”. No. Hicieron a Dios el protagonista de la injusticia. La ofensa tiene como misión reconocer la soberanía de Dios. Murieron todos ellos reconociendo el Señorío del Cielo sobre el dolor. De hecho, reconociendo que el que debía perdonar era Dios. “Señor, perdónalos…" no entregaron sus vidas diciendo “yo os perdono”.

Porque ahora llegamos al final de todo el asunto. Y es que una cosa es soltar la ofensa (que es lo que Dios nos pide, NO MÁS), y otra cosa la consecuencia… La retribución por la ofensa es cosa EXCLUSIVA de Dios. Él pagará a su debido tiempo. Por eso dice “mía es la venganza”. Es decir, hay una venganza, hay una retribución, hay un pago. No se escapará absolutamente nada ni nadie. Habrá un tribunal para los creyentes y un juicio para los incrédulos, y unos libros serán abiertos y habrá un pago para unos y otros.


La OFENSA no sale “GRATIS”.

El PERDÓN, de hecho, suelta la OFENSA y la pone en manos del que se hace DUEÑO de la VENGANZA. Hay una retribución en esta propia vida. Yo he sido testigo de esto en propia carne, tanto una dirección como en otra. Ha habido retribución en mi propia vida y la ha habido en vidas ajenas. Dios retribuye ante las ofensas. Vaya que si lo hace.

Voy a salir del pozo del rencor (que también es el pozo del perdón) con una palabra final. El fin del asunto del perdón es el temor de Dios. Dios perdona para que le temamos. Dice al final del texto del Jubileo, el año del perdón…

Temerás a YHVH tu Elohim.
(Lev 25:17)

Y dice el cantor otro tanto de lo mismo:

Pero en Ti hay perdón, para que seas temido.
(Sal 130:4)

El perdón que Dios me extiende en la persona de Cristo Jesús debería hacernos temer a este Nombre más que a ninguna posible ofensa en la que este mundo pueda involucrarnos.

A meditar para otra ocasión…


Amor,
Ibero
 
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EL ARREPENTIMIENTO (I)

Dios guía al hombre al arrepentimiento (Rom 2:4) y por esto decimos que el arrepentimiento es un don de Dios y no un amuleto mágico que el cielo te tira a la cabeza. Dios te guía hasta el arrepentimiento… es un proceso. La guía de Dios conlleva una preparación que normalmente se extiende varios años; y, cuando al fin seas confrontado, tendrás que tomar una decisión como bien expresó Joel:

¡Multitudes y multitudes en el valle del Juicio! ¡Cercano está el día del Señor en el valle de la Decisión!
(Joel 3:14)

El verdadero arrepentimiento es un enfrentamiento directo con Dios, un encuentro donde hay una llamada clara y diáfana. Es la meta para la que Dios trabaja día tras día, mes tras mes, estación tras estación, en la vida de los hombres, allá en lo íntimo. No importa que el arrepentimiento llegue en los últimos minutos de tu vida mientras sufres la agonía de la muerte (como le pasó al ladrón crucificado a Su lado) o llegue en los días más tempranos de tu juventud mientras estás en una sala de cine.

El arrepentimiento hace descubrir un mundo nuevo porque, quizás por primera vez en la vida, se deja de resistir al Espíritu Santo, guardián y guía que hasta entonces nos hemos acostumbrado a rechazar. El arrepentimiento es el cimiento de la Vida con Cristo, la única y verdadera vida.


Amor,
Ibero
 
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EL ARREPENTIMIENTO (II)

Sin arrepentimiento serás devorado por la soledad porque Dios no irá contigo. Estarás verdaderamente y profundamente solo, pero, curiosamente, el arrepentimiento solo puede recibirse en la más absoluta soledad. Exige exquisita preparación e intensa individualidad, aunque lo experimentes rodeado de multitudes. Es un don de Dios, una revelación que viene del Espíritu, y sólo del Espíritu. Del Espíritu proviene la iniciativa para que te arrepientas. Él guía, Él convence, Él insta a voces (incluso con violencia)… pero no deja de ser una decisión.

¿Es difícil resistirse a este don del Amor? Es difícil, pero puedes hacerlo. Los religiosos de la época de Jesús se resistieron, aún reconociendo y acudiendo a la llamada del arrepentimiento del Espíritu Santo bajo el ministerio de Juan el Bautista. RESISTIERON…. De hecho, es extraño el hombre (o mujer) que se somete al pleno arrepentimiento. Resistimos a Dios y al «pleno arrepentimiento». Creo que una persona viviendo en pleno arrepentimiento sería lo más parecido a un «ángel andando sobre las aguas». Creo que alguno he conocido, aunque yo no sea uno de ellos.

El arrepentimiento es el mejor regalo del Cielo para ti y es infinitamente más importante y necesario que los cacareados “dones del espíritu”, sanidades o elocuencias varias. El arrepentimiento es una invitación a participar de Dios Mismo, un cimiento que cuando no es firme y constante hará que tu casa se tambalee e incluso, en ocasiones, amenace escombro y ruina. Es una decisión con mucho trabajo por detrás y por delante, decisión que debe hacerse continua. Sin duda es un shock vital, la primera epifanía, el primer contacto real con este Reino; pero también se convierte en un desafío que llama a tu puerta cada día, una decisión continuada entre servir a Dios o a los ídolos.

Por esto, inevitablemente, el arrepentimiento es como un espejo delante de ti en esa revelación tan particular, específica y escudriñadora del Espíritu Santo. Expondrá primero tus ídolos, esos de los que eres esclavo, y después te expondrá a ti, el dueño y responsable de esos ídolos.


Amor,
Ibero
 
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EL ARREPENTIMIENTO (III)

El arrepentimiento es una exigencia del Cielo, una acción imperiosa antesala de una ceremonia preciosa: hacer el amor con Dios. Es el preludio del Amor, quien solicita desnudez y limpieza. Nadie hace el amor vestido y con el cuerpo sucio… y menos aún con un Dios más limpio y transparente que el agua más pura. El arrepentimiento desnuda y limpia al alma; y, por esto, este «convencer al mundo de pecado y de juicio» es la misión principal del Espíritu Santo, que es el que limpia y desnuda. El premio es algo que nadie en su sano juicio debería querer perderse: la intimidad con el Amado donde el alma recibe Su semilla, se queda encinta y lleva fruto.

Te arrepientes para ver y oír.
Sin arrepentimiento solo hay esterilidad.

Por esto, antes del ministerio de Jesús (el Verbo de Dios, el Hablar de Dios), tenía que venir arrepentimiento al corazón del pueblo; y por esto es imposible que yo pueda entender (aún menos recibir) lo que Dios dice si antes no me he arrepentido. El mundo religioso es experto en presentar un arrepentimiento que no es arrepentimiento. Unos lo visten de esto y otros de aquello, estos dan sus razones y aquellos dan otras, este de aquí toma una forma y el otro otra… pero la religión suele ser un sustituto del arrepentimiento, ropajes inadecuados que Dios nunca aceptará. Las «iglesias» suelen estar llenas de personas sin arrepentimiento y lo que rocambolescamente algunos llaman «avivamiento» es la muestra palpable de que hay falta de... arrepentimiento.

El arrepentimiento es algo personal e intransferible entre Dios y el alma. En completa soledad, el verdadero arrepentimiento no permite intermediarios ni alcahuetas aunque el llamamiento venga a través de ellos. Dios será muy celoso de tu arrepentimiento y te pide a ti la misma actitud. Por eso nos dice: Sed celosos y arrepentíos (Apoc 3:19). Es una transacción tan personal como la del perdón. Cuando entras en este terrible pero irreemplazable lugar, todo dilema queda solventado porque tus oídos se abren y pueden oír. Una etapa termina y empieza otra, que es la conquista de tu corazón, una campaña militar gradual que se desarrollará con mayor celeridad y eficacia en tanto tengas bien firme este cimiento y reposes en él… en este «arrepentíos».

Me enseñaron que esto del arrepentimiento era «cosa de una vez en la vida», lo propio de la conversión, lo propio de «Juan el Bautista». No oí apenas voces que me instaran a otra idea. Pero la vida me mostró que es el cimiento diario de la vida y que sin arrepentimiento Dios no puede acercarse a mí. Sin arrepentimiento no sólo no podré escuchar Su voz, sino que me quedaré sin Su amor y sin Su presencia sanadora… quizás el mayor drama que pudiera acontecer a un ser humano en esta vida.

Donde hay Espíritu Santo hay profundo arrepentimiento; donde no hay Espíritu Santo suele haber bonitas excusas en forma de tratados teológicos y muy lógicas razones que esconden tumbas blanqueadas llenas de huesos muertos.


Amor,
Ibero
 
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LA FE (I)


Resulta llamativo que el título de padre de la fe no recayera sobre el propio Dios, sino que fuera éste quien escogiera que dicho título y destino apuntaran a un ganadero que vivía en el sur de la actual Turquía y que atendía por nombre Abram. Reconociéndolo Dios como el padre de nuestra fe, sería interesante conocer los detalles de la biografía de este hombre que podemos leer en los capítulos 11-25 de Génesis porque allí están los “secretos de la fe”.

La primera parte del llamado de Dios para Abram fue así:


Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre
a la tierra que te voy a mostrar.
(
Génesis 12:1)

La primera frase del llamado de “la fe” exigió de Abram dejar atrás todo cuanto constituía su identidad y su persona. Su nación (religión, cultura), su parentela (su educación y costumbres) y “la casa de su padre” (su vinculación física al encuentro entre un óvulo y un espermatozoide en las figuras paternales). Este llamado de Dios le exigió abandonar todo cuanto le ataba a una identidad terrenal y “salió” sin siquiera tener un destino concreto en un mapa.

No sabemos cuándo recibió esta palabra, pero sabemos que la obedeció a los 75 años de edad. Hace unos 3900 años un cuasi-anciano de 75 años obedeció a esta sencilla palabra que no sabemos cuánto tiempo estuvo rumiando antes de tomársela lo bastante en serio como para obedecerla. Puesto que Dios no le prohibió que tomara todo el fruto del trabajo que había acumulado en tierra de sus padres, salió Abram con 75 años de “casa de sus padres” con todas las riquezas naturales que había ganado con el sudor de su frente, un sobrino piadoso y una mujer un tanto peculiar que al parecer poseía una belleza extraordinaria que dejaba a todos boquiabiertos. Quizás como contrapeso a esta inusual hermosura, Sarai sufría una horrorosa esterilidad, como si su fulgor fuera un regalo envenenado que nunca le serviría para obtener hijos de ningún hombre.

El primer paso de su vida de fe le costó a Abram abandonar para siempre su identidad terrenal y confiar su futuro a las manos del Dios que le había llamado.

Amor,
Ibero
 

LA FE (II)


Enseguida que Abram salió de la “casa de sus padres”, llegó a la tierra prometida. No tardó apenas nada. No hubo una peregrinación de 40 años por arenas y dunas… En el caso de Abram, enfiló (o le enfilaron) directamente a su destino y, nada más llegar a la tierra prometida, el Dios que le había hablado se le apareció, lo pudo ver. A la par de la visión, sueño o aparición, unas palabras empezaron a aparecer con cuentagotas dando detalles un tanto descorazonadores:

A tu descendencia daré esta tierra.
(Gén 12:7)

Espera un momento… ¿qué has dicho? Abandonas la seguridad de tu hogar, te conviertes en un exiliado para llegar a la famosa tierra que Dios te ha prometido y, nada más llegar, Dios se te aparece para decirte que no es para ti, sino “para tu descendencia”. Esto podría ser hasta soportable cuando tienes descendencia; pero si eres mayor, no tienes descendencia y la mujer a la que amas no puede darte hijos, la cosa se vuelve un tanto peculiar.

Nada más poner su pie sobre la tierra prometida, “la fe” pidió a Abram que aceptara otras dos condiciones antes de seguir adelante: Una tierra dura y poco atractiva a los ojos de un capitalista ganadero como era él (aquello no era el vergel del Nilo precisamente) y renunciar para siempre a ser el dueño de esta dura tierra… que es como decir que te prometen una herencia pero no puedes dejar esa herencia a nadie porque, para colmo, no tienes herederos ni perspectiva de tenerlos.

Muy bien…

¿La respuesta de Abram? En vez de amargarse y mandar a Dios a paseo, un Dios que parecía estar burlándose de él y de su esposa a cada paso, decidió construir un altar e invocar el nombre de este Dios. ¿Qué nombre invocaría? ¿Cómo le llamaría cuando lo invocaba? No lo sabemos, pero invocó Su nombre.

Amor,
Ibero
 
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LA FE (III)


Por fe habitó en la tierra prometida como en tierra ajena, viviendo en tiendas […]
Hebreos 11:9-10

El “engendrador de la fe” debía ser un hombre errante, un sin-tierra, un eterno-peregrino que nunca podría poseer un solo centímetro de esa “tierra buena” que supuestamente este “Dios bueno” le había prometido. Esa tierra a la que debía “salir” y a la que “llegó”, pero que nunca fue suya en vida.

Esta peregrinación fue la clave, el cimiento de la fe de Abram donde fue probado una y otra vez, una “tierra prometida” de la que nunca fue propietario legal y sobre la que nunca pudo poner un solo ladrillo ni reclamar como suya. ¡Qué cosa tan dramática esto de la tierra prometida!… A ojos humanos, en la práctica, lo más parecido a un castigo o, mejor dicho, a una tortura silenciosa. Pero a Abram no parecía importarle… todo este tiempo montaba y desmontaba su tienda recorriendo esa tierra de aquí para allá.

Ahora llega un hambre atroz a la tierra prometida, y hasta tal punto fue dura que Abram decidió huir a Egipto, famoso por sus tierras fértiles. Antes de entrar a Egipto tuvo miedo por causa de Sarai, porque era una mujer tan guapa que temía que los egipcios lo mataran a él para quedarse con ella. Así que la hizo pasar por su hermana (una medio mentira, porque era hermanastra) y el Faraón se la llevó a su casa para cortejarla aunque nunca la tocara. Pero Dios empezó a castigar a los egipcios y los egipcios tenían la mosca detrás de la oreja y se dieron cuenta de que algo raro estaba pasando. Al enterarse de la verdad, echaron a Abram de Egipto con una mezcla de terror y cabreo. En este caso los egipcios tenían toda la razón y Dios también sabía que llevaban razón… pero eso no hizo que Dios detuviera el castigo hasta que la afrenta se enmendó. Moraleja: mejor obedecer a Dios que llevar razón.

Los errores de los famosos “padres de la fe” son proverbiales: Dios no pide hombres "perfectos", sino hombres que anhelen el camino de la perfección. A pesar del hambre, Egipto no era el destino que Dios quería para Abram. Entendió que tenía que regresar al Néguev (sur del actual Israel), el mismo lugar del que había huido. Una vez Abram regresa, ya no se hace mención de más hambrunas. Esta tierra prometida parece tener vida y voluntad propias… sus propias normas y leyes, sus propios tiempos y sazones.

Amor,
Ibero
 
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LA FE (IV)


De vuelta a la tierra prometida, Abram y Lot se separan. Ambos son tan ricos que no pueden convivir en la misma zona por cuestiones logísticas de aguas y pastos para sus ganados. Abram deja que Lot escoja la mejor parte la tierra, cediendo todos sus derechos y las posibles ventajas por ser el jefe de la expedición de la fe. Pareciera que una de las esencias de este camino de la fe es que, si por casualidad resultas ser el pionero, deberás aceptar ser un completo perdedor. De nuevo, las circunstancias del camino de la fe de Abram le exigen separarse “totalmente” del camino terrenal, en este caso el vínculo con sus antepasados, aunque sea un vínculo piadoso. La figura de su sobrino debe sacrificarse con una separación completa e insoslayable (Gen 13:11).

Justo a continuación, el que le habló vuelve a hablarle y le dice que mire a los cuatro puntos cardinales: «Todo lo que ves alrededor de ti, toda esta tierra, te la voy a dar a ti y a tu descendencia para siempre». Después del sacrificio de Lot, de la separación y la renuncia a la mejor parte de esta tierra, Dios sigue añadiendo “detalles” nuevos sobre esta extraña tierra que desdecían lo que Abram estaba viviendo en carne propia. Todo lo que veía, incluida la tierra que había cedido a su sobrino, era una tierra que el propio Abram tendría que poseer… no sólo sus descendientes, sino él mismo. Cuando Abram parece estar perdiendo asidero natural y derechos sobre esa tierra renunciando a lo mejor de ella, Dios vuelve a hacer de ella algo íntimo y personal para Abram…

La segunda novedad es muy especial porque nunca antes se había oído cosa semejante, este “para siempre”. Palabras mayores. El listón se ha elevado a una altura distinta. Nunca antes se había hablado de eternidad… hasta este momento era una tierra a poseer, sin eternidad alguna. Pero según el camino de la fe se va revelando, todo adquiere un carácter distinto. Esta tierra prometida tendrá la naturaleza de tierra eterna, sin fin, ajena a los devenires de la muerte y la pérdida. De nuevo Abram recibe la promesa de algo que no tenía y que aparentemente estaba perdiendo a trozos por el camino (como esta extensa llanura del Jordán que se había quedado Lot) … pero además le dicen que ya nunca jamás la perdería.

El tercer y último detalle que ahonda en la terrible herida de Abram versa sobre su descendencia (es decir, ese cero absoluto hasta este momento en el marcador de Abram y Sarai). Resulta que sería tan numerosa e incontable como el polvo de la tierra. En la tierra hay mucho polvo… prueba a darle una simple patada a un trozo de tierra y verás los millones de partículas de polvo que salen de ahí. Las partículas de polvo de un solo kilómetro cuadrado de tierra suman muchísimo más que el número de personas que ha nacido hasta hoy en la tierra… Si creemos a Dios, esto apunta a una generación ajena a la terrenal, más allá de nuestra capacidad de conteo.

Para cerrar esta nueva revelación de tres puntos, Dios le dice que “recorra la tierra”. Animaba a Abram (al que no tenía hijos, al de la mujer estéril, al que había perdido uno de los trozos más fértiles de esa dura tierra) a que practicara el turismo por la tierra prometida. «Sé turista Abram, recorre… conoce la tierra». Es casi gracioso.

¿Pero se enfadó Abram? ¿Se “debilitó” ante esta aparente burla de sus esperanzas?

Sea que Abram no tuviera ganas de hacer turismo (comprensible si nos imaginamos su estado de ánimo) o que entendió que no era un turismo físico sino espiritual (esta es mi apuesta), el hecho es que reunió fuerzas para acudir al centro mismo de esta tierra, a Hebrón, donde plantó otra vez allí su tienda y volvió a edificar un segundo altar. Símbolo de invocación, honra a Dios… es decir, símbolo de pérdida interior.

A partir de este segundo altar creo que Abram se afirmó en su doloroso llamado… porque habría de aficionarse a practicar esto de la “esperanza contra esperanza”, el sentido mismo del camino de la fe, como vamos a ver.



Amor,
Ibero
 

LA FE (V)


El siguiente episodio en la biografía del campeón de la fe es una guerra donde pelean 4 contra 5 reyes de aquella tierra. Los 4 vencieron a los 5 y saquearon Sodoma y Gomorra, donde vivía Lot, que también resultó saqueado. Cuando llegó la noticia a oídos de Abram, no siendo un hombre de guerra ni acostumbrado a ella, no se le ocurrió mejor idea que salir a perseguir a los 4 reyes vencedores para rescatar a su sobrino… y los consiguió vencer con un ridículo ejército de 318 personas, rescatando a Lot, a su pueblo y sus bienes. Oh… vaya con Abram, el ganadero de la fe.

Después de derrotarlos, se le apareció un tal Melquisedec, sacerdote y rey de Salem, quien bendijo a Abram con pan y vino reconociendo que detrás de esta extraña victoria estaba Dios Mismo y no nuestro querido turista y ganadero. Resulta paradójico que “el Rey de la Paz” (eso significa Salem) bendijera a un hombre que había vencido a unos guerreros en una guerra… quizás la guerra para el cielo sea un medio inevitable para la paz por mucho que nuestros escrúpulos detesten la idea. Después de ser bendecido, por primera y última vez en su vida, Abram honró con una décima parte de todo lo que era suyo a este Sacerdote y Rey de Salem. El rey de Sodoma quiso dar a Abram todos los bienes de su victoria y quedarse para él la gente, pero Abram no quiso coger ni una cosa ni otra. De hecho, no quiso “ni un hilo” de lo conquistado en esa guerra, de donde entendemos que el diezmo que ofreció a Melquisedec fue sobre su patrimonio personal, de lo ganado con su sudor y su fe personal, no de aquello que obtuvo en aquella guerra relámpago.

Después de estas cosas, Dios se le vuelve a aparecer en visión y le dice que no tenga miedo, que hay un “escudo sobre su vida” y que su extraño modo de vida errante y todavía sin herederos obtendría un premio extraordinario. Y ahora, por primera vez, leemos la pesadumbre de Abram, su enorme carga y duelo:

«¿Qué me vas a dar si todavía no me has dado descendiente?».

Se entiende que esta conversación sucedió dentro de su tienda y entonces Dios le hace salir afuera y le dice algo similar a lo anterior sobre el polvo de la tierra, pero esta vez con las estrellas del cielo. Probablemente Abram podría haber contado las estrellas del cielo, pues las estrellas visibles a simple vista se pueden contar. No sabemos si era de día o de noche, pero Abram supo que Dios no se refería solo a las estrellas que son visibles y se pueden contar, sino a todas las incontables estrellas del cielo. Y aquí, en este episodio de las estrellas, por primera vez en el camino de la fe nos dice que:

Abram creyó a Dios
y Dios lo consideró rectitud.

(Gén 15:6)

Oh… el camino de la Fe es camino muy triste pero muy recto. El camino que no es como lo que Abram vivió quizás sea ancho y atractivo, pero no puede considerarse rectitud. Quizás obtengas mucho o poco en el camino ancho y fácil, pero no puede contarse como rectitud. Camina por este “triste camino de peregrinos” y te será contado como justicia…



Amor,
Ibero