La vida y la naturaleza de Dios – Las epístolas de Pedro
Semana 22--- El reino eterno
Lunes --- Leer con oración: Mt 19:28; 1 Co 6:2-3; 1 P 1:5, 7, 23; 2:2; 4:12-13
“Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P 2:2)
Crecer en la vida de Dios para entrar en el reino
El tema de esta semana es: "El Reino Eterno". Las Epístolas de Pedro nos muestran la cumbre de la revelación divina: Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios, en vida y naturaleza, pero sin la Deidad. El trabajar de Dios en nosotros a partir de nuestra regeneración es para que cada día seamos semejantes a Él. Nosotros somos personas que tienen a Dios, pues la semilla de la vida divina ya fue plantada en nosotros (1 P 1:23).
Una vez regenerados, debemos permitir que Cristo sea formado en nosotros. Como niños recién nacidos, necesitamos crecer por medio de tomar la leche espiritual no adulterada (2:2) y seguidamente necesitamos aprender a comer alimento sólido para que crezcamos de manera más rápida. Por medio de ese alimento la vida de Dios crece en nosotros, Su naturaleza divina en nosotros es cada vez más añadida, vivimos y expresamos la naturaleza divina de manera muy espontánea.
Pedro en su Primera Epístola también nos mostró de qué manera podemos crecer en la vida divina y entrar en el reino. Para entrar en el reino necesitamos de la salvación completa de Dios (1:5b), que comienza con la salvación de nuestro espíritu, la cual, por su parte, es una consecuencia del cumplimiento de la obra redentora de Cristo. Al creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre fuimos regenerados, es decir, el Espíritu mismo entró en nuestro espíritu y nos dio vida (Jn 3:6; Ef 2:5).
Sin embargo, para que la vida divina crezca en nosotros, nuestra vida del alma necesita menguar. De lo contrario, la vida de Dios no encontrará espacio para crecer en nosotros, por tanto, cuánto crecerá la vida de Dios en nosotros, dependerá de cuánto nosotros negamos la vida del alma. Según la experiencia de Pedro, rechazar la vida del alma requiere sufrimiento, y es como el oro que es refinado por el fuego (1 P 1:7). No debemos sorprendernos del fuego de prueba que nos ha sobrevenido (4:12), pues esto es como el fuego que refina el oro, las cosas naturales en nuestra alma son quemadas y la vida puede crecer en nosotros.
Cuando el Señor regrese vendrá a juzgarnos, y nosotros seremos aprobados (4:13). Delante del tribunal de Cristo recibiremos alabanza, gloria y honra. En otras palabras, el refinar del fuego hará que seamos aprobados para que entremos en la gloria, que es el reino milenario, y recibiremos honra, que es el derecho de reinar con el Señor ejerciendo Su autoridad en Su reino (1:7b).
El Señor les había dicho a los doce discípulos que un día ellos se sentarían en el trono junto a Él y juzgarían a las doce tribus de Israel (Mt 19:28). Pero hay tronos reservados para nosotros a fin de que juzguemos a los gentiles (1 Co 6:2-3; cfr. Ap 20:4). Nuestra recompensa será reinar con el Señor en el reino milenario, según lo que leímos en la Primera Epístola de Pedro.
Punto Clave: Rechazar la vida del alma.
Pregunta: ¿Por qué no debemos estar sorprendidos o extrañar el fuego de prueba que nos ha sobrevenido?
Semana 22--- El reino eterno
Lunes --- Leer con oración: Mt 19:28; 1 Co 6:2-3; 1 P 1:5, 7, 23; 2:2; 4:12-13
“Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación” (1 P 2:2)
Crecer en la vida de Dios para entrar en el reino
El tema de esta semana es: "El Reino Eterno". Las Epístolas de Pedro nos muestran la cumbre de la revelación divina: Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios, en vida y naturaleza, pero sin la Deidad. El trabajar de Dios en nosotros a partir de nuestra regeneración es para que cada día seamos semejantes a Él. Nosotros somos personas que tienen a Dios, pues la semilla de la vida divina ya fue plantada en nosotros (1 P 1:23).
Una vez regenerados, debemos permitir que Cristo sea formado en nosotros. Como niños recién nacidos, necesitamos crecer por medio de tomar la leche espiritual no adulterada (2:2) y seguidamente necesitamos aprender a comer alimento sólido para que crezcamos de manera más rápida. Por medio de ese alimento la vida de Dios crece en nosotros, Su naturaleza divina en nosotros es cada vez más añadida, vivimos y expresamos la naturaleza divina de manera muy espontánea.
Pedro en su Primera Epístola también nos mostró de qué manera podemos crecer en la vida divina y entrar en el reino. Para entrar en el reino necesitamos de la salvación completa de Dios (1:5b), que comienza con la salvación de nuestro espíritu, la cual, por su parte, es una consecuencia del cumplimiento de la obra redentora de Cristo. Al creer en el Señor Jesús e invocar Su nombre fuimos regenerados, es decir, el Espíritu mismo entró en nuestro espíritu y nos dio vida (Jn 3:6; Ef 2:5).
Sin embargo, para que la vida divina crezca en nosotros, nuestra vida del alma necesita menguar. De lo contrario, la vida de Dios no encontrará espacio para crecer en nosotros, por tanto, cuánto crecerá la vida de Dios en nosotros, dependerá de cuánto nosotros negamos la vida del alma. Según la experiencia de Pedro, rechazar la vida del alma requiere sufrimiento, y es como el oro que es refinado por el fuego (1 P 1:7). No debemos sorprendernos del fuego de prueba que nos ha sobrevenido (4:12), pues esto es como el fuego que refina el oro, las cosas naturales en nuestra alma son quemadas y la vida puede crecer en nosotros.
Cuando el Señor regrese vendrá a juzgarnos, y nosotros seremos aprobados (4:13). Delante del tribunal de Cristo recibiremos alabanza, gloria y honra. En otras palabras, el refinar del fuego hará que seamos aprobados para que entremos en la gloria, que es el reino milenario, y recibiremos honra, que es el derecho de reinar con el Señor ejerciendo Su autoridad en Su reino (1:7b).
El Señor les había dicho a los doce discípulos que un día ellos se sentarían en el trono junto a Él y juzgarían a las doce tribus de Israel (Mt 19:28). Pero hay tronos reservados para nosotros a fin de que juzguemos a los gentiles (1 Co 6:2-3; cfr. Ap 20:4). Nuestra recompensa será reinar con el Señor en el reino milenario, según lo que leímos en la Primera Epístola de Pedro.
Punto Clave: Rechazar la vida del alma.
Pregunta: ¿Por qué no debemos estar sorprendidos o extrañar el fuego de prueba que nos ha sobrevenido?