CATEQUESIS VII: DIOS PADRE
Pronunciada en Jerusalén, sobre la palabra «Padre» del Símbolo. La lectura de base es de la epístola a los Efesios: «Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra» (Ef 3,14-15)(1)
Transición al nuevo tema: Dios Padre
1. El día de ayer os hablamos suficientemente del señorío del único Dios(2). Digo «suficientemente» y no lo que pedía la dignidad del tema, pues llegar hasta ahí es totalmente imposible a la naturaleza mortal; en cuanto nos fue concedido a nuestra debilidad, perseguimos, apoyados en la fe, las erróneas desviaciones de los herejes sin Dios. Una vez expulsada su basura, pernicioso veneno para las almas, y reteniendo sus hechos en la memoria, no nos sentimos como heridos sino que concebimos un mayor odio hacia ellos. Pero volvamos ahora a nosotros mismos y acojamos los dogmas saludables de la verdadera fe, uniendo a la dignidad del Dios único la prerrogativa paterna y creyendo en un único Dios Padre. No se debe creer simplemente en un Dios único: acojamos también piadosamente al Padre de su único Hijo nuestro Señor Jesucristo.
La afirmación de que Dios es Padre de Cristo, más allá de la imagen de Dios en los judíos
2. Y es por razón de los judíos por lo que hemos de sentir estas cosas más sublimes. Pues ellos admiten en sus enseñanzas que sólo hay un único Dios (a pesar de que a veces lo han negado mediante el culto a los ídolos). Pero no lo aceptan como Padre de nuestro Señor Jesucristo. Con lo cual son de sentir contrario a sus propios profetas, que afirman en la Sagrada Escritura: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy» (Sal 2, 7)(3). Viven agitados hasta el día de hoy y «conspiran aliados contra Dios y contra su Ungido» (Sal 2, 2), creyendo Fpoder conseguir el favor del Padre sin mostrar piedad hacia el Hijo. Con ello ignoran que nadie va al Padre sino por el Hijo (cf. Jn 14, 6), que dice: «Yo soy la puerta» (Jn 10, 9) y «Yo soy el camino» (Jn 14, 6). Así, pues, quien rechaza el camino que conduce al Padre y niega la puerta, ¿cómo podrá tener con honor acceso hasta Dios? Contradicen lo que está escrito en el Salmo 89: «El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito, el Altísimo entre los reyes de la tierra»(4). Si estas cosas se hubiesen dicho en referencia a David o a Salomón o a cualquier sucesor suyo, que muestren cómo «su trono» (Sal 89,30), que, en su opinión, es a lo que se refiere el profeta, es como los días del cielo, y «su trono será como el sol ante mí» y «por siempre se mantendrá como la luna» (vv. 37-38). ¿Cómo no sienten temor ante aquello que está escrito: «Desde el seno, antes de la aurora, te he engendrado» (Sal 110, 3)(5). Y aquello otro: «Durará tanto como el sol, como la luna de edad en edad» (Sal 72, 5). Pero esto, referido al hombre, es expresión de máxima ingratitud.
Centrarse en que Dios es Padre de Cristo
3. Pero los judíos son a menudo víctimas, y ello voluntariamente, de la enfermedad de la incredulidad según los pasajes aducidos u otros de la Escritura. Acojamos nosotros, sin embargo, la piedad que la fe nos enseña, adorando al Dios único, Padre de Cristo, que concede a todos la fuerza de engendrar (cf. Ef 3, 15) y a quien no se podría con buena conciencia suplantarlo en tal dignidad. Y creamos en un único Dios Padre ya antes de que pongamos en claro las cuestiones acerca de Cristo. La fe en el Hijo único debe quedar grabada en el alma de los que escuchan sin que se pueda separar lo más mínimo de lo que se diga acerca del Padre.
Un solo Dios, pero Dios Padre y Dios Hijo
4. Pues el nombre de Padre, por su misma denominación, fija en el ánimo a la vez el conocimiento del Hijo, del mismo modo que también quien pronunció el nombre del Hijo ha tenido inmediatamente también la idea del Padre: pues el Padre es Padre del Hijo, y el Hijo es Hijo del Padre. Por tanto, que nadie por el hecho de que decimos «en un solo Dios, Padre todopoderoso; creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible», y porque después añadimos: «y en un solo Señor Jesucristo», sospeche alevosamente que es posterior en lugar y orden al cielo y a la tierra. Por consiguiente, antes de llamar Dios a cada uno de ellos, hemos hablado del Padre, pero de modo que, a la vez que pensamos en el Padre, en el mismo acto pensemos en el Hijo. Y entre el Hijo y el Padre no existe ninguna otra realidad intermedia(6).