El sentido de mi comentario anterior no es el de que los eruditos bíblicos establezcan la verdad absoluta, o que sus estudios reemplacen al estudio personal de las Escrituras, sino más bien es el de que como cristianos debemos buscar lo más alto y aprender de quienes han estudiado las Escrituras en serio hasta calificar como eruditos de las mismas, para aprender a estudiarlas de la misma forma, hasta llegar a calificar como eruditos por nosotros mismos, aún cuando no sea públicamente, para nuestro propio beneficio y el de quienes nos rodean.
Considero que estoy haciendo mis pininos en este respecto. Todo este año en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la Escuela Dominical se enfocó en el estudio del Nuevo Testamento. Tengo la satisfacción de haber estudiado el Nuevo Testamento, completo, durante los meses intermedios del año. Para ello utilicé un método combinado que incluyó el uso de archivos de audio. Tengo la intención de regresar a este estudio una y otra vez más adelante, y compartir estos métodos de estudio con mis hermanos, para que ellos puedan sentir el mismo Espíritu que yo siento al estudiar las Escrituras. Es una bendición caminar con el Hijo del Hombre por las polvorozas calles de Galilea, acompañarle en Gethsemaní y en el Gólgota, ser testigo con Pedro de la Resurrección y de la maravilla de las lenguas de fuego en el día de Pentecostés, sufrir con Pablo sus cárceles y sus naufragios, acompañar a Felipe en su plática con el eunuco, y leer con delicia las epístolas de todos estos poderosos testigos de Jesucristo, el Salvador y Redentor del hombre, el Verbo echo carne por causa de nosotros, el Cordero inmolado antes de la fundación del mundo, el Dios de Israel, el Hijo de Dios.
¡Qué magnífico es el estudio directo y personal de las Escrituras! Ningún otro tipo de estudio puede sustituir su grandeza y su abundancia, ni el derramamiento del Espíritu Santo sobre quien lo aborda, ni el gozo personal que le acompaña. Su utilidad se expresa a lo largo del día, de meses y de años, construyendo una vida distinta.
Comparto, sin embargo, con José Smith una opinión: la de que el asomarse por cinco minutos al cielo debe ser de tremendo beneficio para comprender mejor las cosas que el estudio de muchos libros. Si podemos asomarnos por cinco minutos al cielo, será de mucho más provecho y reforzará más nuestra relación personal con Dios, y cuando él dijo esto indicó que debemos procurarla. Y a este sentido, al leer el Nuevo Testamento me pregunto, Pablo, en camino a Damasco, ¿qué habrá visto, que cambió toda su vida y afectó tan profunda y positivamente todo su ser? Esteban, ¿qué habrá visto, en su martirio, para dar testimonio y olvidar o pasar por alto, en el mismo momento, el pecado de sus apedreadores? Pedro, ¿qué habrá visto, que transtornó el curso entero de la historia humana, permitiendo la predicación del Evangelio a los gentiles? Santiago, ¿qué habrá visto? Juan, ¿qué habrá visto?
El impacto indiscutible de estas visiones y revelaciones me hace comprender que la revelación es una seña de la Iglesia verdadera, a fin de que sea guiada por Cristo mismo, y no por la sabiduría finita de los hombres. A su vez, me hace contemplar que, como aquellos que fueron bautizados por Pablo, debemos aspirar a la confirmación del Espíritu sobre todo aquello que hagamos, y, mientras nos sumergimos en el estudio de las Escrituras, a lograr nuestro propio contacto con Dios, nuestra propia revelación, y gozo, y dones espirituales inefables, profecía, inspiración y visiones, y guía y favorecimiento en la abundancia del Espíritu hasta que podamos crecer, y lograr la plenitud de la estatura de Cristo y comprender por nosotros mismos, y no por otro, la plenitud de los misterios de Dios, para que no seamos sin fruto y, como dice Pedro, pueda sernos concedida amplia y generosa entrada en el reino de Dios y su Cristo, aún en el reino de los cielos, para habitar con Dios y con Jesús, Mediador nuestro, para siempre jamás.
Nuestra esperanza en Cristo pueda ser satisfecha, hermano mío.