El compromiso político del creyente

El compromiso político del creyente

Jose Lahoz dijo:
¿Dónde está la luz roja?
Atentamente
José Lahoz
En nuestro caso la luz roja está en la falta de asistencia a los cultos (algunos están a punto de suprimirse) y en el consecuente déficit financiero que no podemos salvar con aportaciones extraordinarias indefinidamente, pues por encima de todo tenemos que darle de comer a nuestros hijos.
 
Re: El compromiso político del creyente

Demócrito dijo:
En nuestro caso la luz roja está en la falta de asistencia a los cultos (algunos están a punto de suprimirse) y en el consecuente déficit financiero que no podemos salvar con aportaciones extraordinarias indefinidamente, pues por encima de todo tenemos que darle de comer a nuestros hijos.

No logro percibir que tiene que ver la falta de asistencia a los cultos con la política.¿Dónde está la relación?

Atentamente
José Lahoz
 
Re: El compromiso político del creyente

Gracias Bart por la aclaración. Pero tengo unas preguntas:
Si tan antiprotestante y anticristiano es recibir dinero del Estado ¿qué tiene todo esto que ver con el CEM?


Los links de Bart testimonian una leve muestra de ello (sin duda, la punta del iceberg).

Si la ponencia de César Vidal denuncia estas actitudes ¿por qué no acudió en persona para defenderla? ¿Un viaje?. Si tan importante es esa exposición y defensa (que lo es leyendo su contenido), no encuentro lógico que no avise de su no asistencia al Congreso con media hora de antelación.Él estaba invitado y se contaba con su presencia y ponencia.Censura hubiera sido conocer de antemano su contenido y retirarle la invitación, y no parecen ser las intenciones del Comité, ¿o hay indicios que haya sido así?
Como alguien ha dicho, los viajes se conocen con antelación, y César figuraba como ponente desde hacía mucho tiempo y en el intering le surge el viaje. Como es lógico no puedo hablar sobre la disposición del tiempo de César Vidal, pero entiendo que algo podría haber hecho para intentar que su ponencia fuera expuesta por él mismo.Y cuando supo que no podría acudir al Congreso, haberlo avisado al Comité organizador.
Hay un refrán español que dice: No se puede estar en misa y repicando.

Sabían de antemano que no podía acudir. Los organizadores sabían que no podía acudir bastante antes de la "media hora" que usted menciona.

Pero es que aunque lo hubieran sabido media hora antes, el argumento no deja de ser una patética excusa. Pablo, ese que aparece en la Biblia, no podía acudir en ocasiones a sus iglesias de cuerpo presente, y sus cartas se leían a todos los hermanos.

No logro percibir que tiene que ver la falta de asistencia a los cultos con la política.¿Dónde está la relación?

La falta de asistencia a cultos es una constante que no se va a detener. En ello tiene que ver la política, por supuesto, pero sobre todo la naturaleza inorgánica de la institución en sí, que en todo hace guerra al Espíritu. La política no es más que la punta del iceberg que asoma y es la consecuencia de la falta de "vida divina", y el exceso de "vida humana" de las organizaciones humanas organizadas según el patrón humano.

Dios no es un Dios de instituciones, sino de vida. Y una institución es aquella que reúne a los cristianos en un edificio una vez por semana (a veces dos) con un programa y una línea teológica predefinida que nadie puede atreverse a poner en duda (ni siquiera el Espíritu de la Revelación!). Eso es una institución, un "club", y una "política", y Dios jamás ha estado interesado en que sus hijos practiquen dichas cosas.

Las personas que por cualquier motivo acuden a estas instituciones y escuchan a Dios, se están dando cuenta, y Dios les está dando las fuerzas para salir de las instituciones que en nombre de Cristo pretenden tener la "exclusiva de Dios" (protestantes, católicos, mahometanos, ortodoxos, testigos, etc..).

Así pues, que las instituciones protestantes o católicas estén perdiendo adeptos, desde mi punto de vista no es más que la muestra del resurgir del Espíritu de Dios, y de su victoria, llamando a todos los que le pertenecen "a salir de enmedio de ella".

Y algunos están oyendo y viendo, y porque han oído y visto, están actuando en consecuencia.

Un saludo
 
Re: El compromiso político del creyente

Entonces César Vidal mandó al líder de su institución o club a leer su ponencia a otros líderes de instituciones o clubes ¿no, Ibero?
Si una iglesia está viva no es una institución, sino parte del Cuerpo. El que haya organismos e instituciones, no implica que todos sus miembros sean corruptos políticos izquierdistas nacionalistas.
Los que ven gigantes en vez de molinos han leído demasiados libros de caballerías.


Atentamente
José Lahoz
 
Re: El compromiso político del creyente

Jose Lahoz dijo:
Entonces César Vidal mandó al líder de su institución o club a leer su ponencia a otros líderes de instituciones o clubes ¿no, Ibero?

Por supuesto. Se puede pertenecer al "club" y ser cristiano sin comillas. Ahora, creo que Dios llama y trabaja para que los "clubs" dejen de tener "adeptos" e influencia en Su Reino.

Es más, yo diría que trabaja con ahínco (y a contrarreloj) para que los "clubs" dejen de aprisionar a las almas de sus escogidos.

Si una iglesia está viva no es una institución, sino parte del Cuerpo.

Efectivamente.

El que haya organismos e instituciones, no implica que todos sus miembros sean corruptos políticos izquierdistas nacionalistas.

Completamente de acuerdo. La oveja, como decía Pablo (o era Pedro?), es la que sufre a los "corruptos políticos" (los lobos). Y normalmente, por la naturaleza misma de los hombres y del poder, la corrupción es patente de corso de la cúpula de la organización eclesiástica correspondiente (los lobos).

Los que ven gigantes en vez de molinos han leído demasiados libros de caballerías.

Un saludo
 
Re: El compromiso político del creyente

Demócrito dijo:
En nuestro caso la luz roja está en la falta de asistencia a los cultos (algunos están a punto de suprimirse) y en el consecuente déficit financiero que no podemos salvar con aportaciones extraordinarias indefinidamente, pues por encima de todo tenemos que darle de comer a nuestros hijos.

:confused: :confused: :confused:
 
El compromiso político del creyente

Jose Lahoz dijo:
No logro percibir que tiene que ver la falta de asistencia a los cultos con la política. ¿Dónde está la relación?

Atentamente
José Lahoz
Yo tampoco te lo voy a explicar, pues en este foro hay personas que no tienen mejor cosa que hacer que tergiversar mis palabras o buscar en todo lo que digo el "elemento sospechoso", así que trata de imaginártelo. Siento no poder ser más explícito.
 
Re: El compromiso político del creyente

Bueno lo que puedo decirles que el compromiso político del creyente es defender lo que le interesa, pero mientras no se metan con nosotros no tenemos que meternos en su manera de gobernar, pero si vemos que ustedes quieren hacer los que les da la gana entonces allí si nos metemos.
 
Re: El compromiso político del creyente

Demócrito dijo:
Yo tampoco te lo voy a explicar, pues en este foro hay personas que no tienen mejor cosa que hacer que tergiversar mis palabras o buscar en todo lo que digo el "elemento sospechoso", así que trata de imaginártelo. Siento no poder ser más explícito.

:confused: :confused: :confused: :biggrinum
 
Re: El compromiso político del creyente

http://forocristiano.iglesia.net/showpost.php?p=262081&postcount=37

Re: ¿Política de izquierdas o de derechas?

Pablo Blanco


Decir que el comunismo es lo más parecido al evangelio es una estupidez “pogre” y es desconocer lo que es el comunismo y lo que es el cristianismo, lo cual es bien grave para muchos que van de cristianos.


El comunismo nació como una propuesta filosófico/económica/social para la conquista violenta de la sociedad por parte de las masas proletarias, que dirigidas, obviamente, por los intelectuales del movimiento alcanzarían el objetivo de instalar una dictadura del proletariado, empleando para ello los medios de la subversión violenta, el crimen y la eliminación física de capas sociales enteras como la burguesía y la aristocracia. Para sus promotores solo había que hacer colapsar los cimientos de un sistema capitalista moribundo y acabar con los principios morales establecidos de origen cristiano para que con un rápido movimiento revolucionario llegase el derrumbamiento total del sistema y propiciase la toma violenta del poder por la clase proletaria, acabando con los nacionalismos y las fronteras.

Por cierto a estos principios tan cristianos está todavía adherido el Partido Comunista de España. Por su parte, el Partido Socialista Obrero Español mantuvo su adhesión desde su fundación hasta el año 1979, en que renunció al término marxista como concepción y objetivo político, en contra del pensamiento de más del 60% de su base, forzado por la amenaza de Felipe González de dimitir como Secretario General si tal renuncia no se producía. (Pero como vemos en nuestros días por los ramalazos anticristianos y anticapitalismo, es más fácil cambiar un texto en el papel que el corazón de las personas. Tampoco debe perderse de vista que no tienen nada que ver los partidos como el PSOE ó el PCI y el PS francés que proceden de un contexto ideológico y social ateo y marxista, con un partido como el laborista británico ó las socialesdemocracias escandinavas, pues el origen del socialismo en Gran Bretaña y en los países escandinavos tiene su origen anterior a aquellos y su procedencia fue confesional a partir de iglesias protestantes y sus creadores en el siglo XIX fueron creyentes activos y comprometidos con el evangelio tanto en los aspectos doctrinales como sociales. Estos fueron, además, los artífices de los primeros sindicatos así como de la implantación de empresas de autogestión en los medios de producción)

El impulsor de la parte teórica más radical del socialismo que a la postre acabó triunfando en prácticamente todo el mundo excepto en los reductos protestantes, aunque él no lo viera ni lo disfrutara, como todo el mundo sabe, fue Carlos Marx, un individuo que cuando tenía 13 años escribía emotivos poemas a Jesucristo y que a los 17 años había determinado ser Satanista (Leer Carlos Marx y Satanás por Richard Wurmbrand) y dedicar su vida para acabar con todo lo que representase Dios en las sociedades cristianas: “La lucha contra la religión, pues, es indirectamente la lucha contra aquel mundo cuyo aroma es la religión” (Crítica de la Filosofía de Derecho de Heguel). “La existencia de la religión es la existencia de un defecto” (La cuestión judía).

El concepto era luchar contra la idea de Dios, castigando y eliminando las estructuras de la religión. De cualquier religión aunque de forma primaria y esencial contra el cristianismo, no contra el catolicismo como algunos ingenuamente piensan desde la perspectiva histórica de la República Española. Lo que sucede es que la estrategia de los marxistas trataría de sumar aquí, como mucho más tarde en América Latina, para su causa a las personas de otras confesiones contra la dominante, apelando a una injusticia histórica y a los agravios ocasionados por el catolicismo a los disidentes en aquellos lugares donde su hegemonía y poder se lo había permitido. Pero no hay que ser muy listo para pensar que una vez liquidada la mayor acabarían siendo liquidadas con mucha más facilidad las otras que carecían de un apoyo social semejante.

Como no es el objetivo del artículo comentar las repercusiones políticas del movimiento comunista/socialista en España y en Europa (troskismo, revisionismo, fascismo, revolución rusa, guerra civil española, guerra mundial, etc.), voy a pasar a lo que tuvo lugar a la muerte de Stalin: Los comunistas instalados poderosamente en la URSS empezaron una nueva ofensiva para minar desde adentro a los países occidentales de cultura cristiana, democráticas y capitalistas y para eso promovieron “el dialogo cristiano-marxista”, que pretendía a través de las conversaciones atraer a la opinión pública cristiana hacia los postulados comunistas desde el punto de vista de la necesidad de “una revolución para los pobres” como la que representó Jesucristo. Podemos decir que ahí tiene su origen el “progre cristiano”, que es un individuo superficial e ignorante en cuanto a principios doctrinales y valores que responde emotivamente a tópicos hábilmente planteados desde la propaganda (Jesucristo es el primer comunista, la iglesia debiera ser comunista como en Jerusalén, los problemas del mundo son por culpa del capitalismo. El verdadero evangelio es una mezcla entre el comunismo y la Biblia. Hay que crear una sociedad sin clases en la que todos sean hermanos).

El clima del Vaticano II facilitó notablemente la difusión de estas tesis y de las “conversaciones”. El sistema tradicionalmente monolítico de la iglesia romana abría cauces de relación y entendimiento con otras confesiones cristianas, y en los años que duró el concilio consiguieron introducir personas y contactos para ser utilizados en los años siguientes al servicio de su estrategia. Tanto la Iglesia Católica como la Anglicana y el Consejo Mundial de Iglesias Protestante quedaron definitivamente penetrados.

¿Pero representa el comunismo aunque solo sea en términos de distribución económica algún tipo doctrina cristiana? Desde luego que no. Pero con una base de soflamas demagógicas, la cooperación de elementos infiltrados, la ignorancia de la doctrina cristiana desde el pueblo llano y también desde el clero, junto con los complejos de la clase burguesa y liberal, consiguió que la llamada Teología de la liberación diseñada y desarrollada en los laboratorios del Kremlin con la ayuda de elementos ateos pero provistos de títulos en teología ó simpatizantes de la alta crítica tuviese una acogida intelectual en el seno de organizaciones cristianas. Infiltrar a los promotores ó a los elementos “convertidos” a la nueva teología en las iglesias y conseguir tener eco de ambientes académicos en busca de novedades fue mucho más fácil. Todos estos iban formar parte del coro mediático que justificase las actividades revolucionarias violentas con un torrente de palabras sacadas del entorno cristiano como evangelio, amor, justicia, Jesucristo, cristiano, y convencer a los que se dejasen de que los pobres cometían algunos excesos en su desesperación por una lucha encaminada a alcanzar una justicia social cristiana que se les debía por los siglos del abuso de una explotación capitalista. En el fondo se trataba de movimientos de carácter militar y objetivos expansionistas para la revolución comunista creados, financiados, instruídos, dirigidos y armados por la URSS directamente ó desde las bases que proporcionaban los países satélites ya asimilados al comunismo.

Ahora voy a tratar, por supuesto de pasada, como nada de lo que predica, es y representa el comunismo/socialismo marxista tiene nada que ver con las doctrinas cristianas asentadas en la historia, la tradición y la enseñanza bíblica.

El argumento principal de los “teólogos” se reduce a dos pasajes. La frase de Juan el Bautista, que muchos incluso atribuyen a Jesús, diciendo: El que tiene dos túnicas de una al que no tiene, (Luc. 3:11). Y el otro es Hch. 4:32-35. Desde luego no es mucho para tanto proyecto y tanta demagogia, pero eso nos da una idea de lo que es capaz de hacer el materialismo ateo empleando solo un poco de levadura para conseguir leudar a toda una masa de cristianos… Eso si, cristianos sociales ó nominales carentes de convicciones profundas y de escaso conocimiento doctrinal. Pero a pesar de tan escasa munición algunos incluso tomaron una metralleta y se lanzaron al monte, por supuesto en el nombre del evangelio de Jesucristo.

Bastaría pensar que si la teología que impregna la Biblia y la historia concerniente del Antiguo ó del Nuevo Testamento fuese de corte comunista/socialista, tendría que estar poblada de referencias, modelos y condenas para los modelos alternativos ú opuestos. Pero esa ausencia no le importa a cualquiera que lo que es realmente es un marxista convencido políticamente de la bondad de esa filosofía.

Que nacemos desnudos, morimos desnudos; que por el pecado estamos todos destituidos de la gloria de Dios y que todos podemos ser salvos gratuitamente por la gracia que mana del sacrificio de Jesucristo, es prácticamente toda la igualdad que los seres humanos compartimos desde una perspectiva cristiana u bíblica.

A partir de ahí todas las diferencias se aplican continuamente a los seres humanos en su existencia terrenal. Todo desde la cuna, más aún, desde su concepción hasta la sepultura resalta su individualidad a todos los niveles: espiritual, material, social, económico, intelectual, físico, etc. Podemos decir que esta es nuestra condición natural y no podemos elucubrar como sería si el hombre no hubiese pecado, porque esa hipótesis está complemente alejada de nuestra posibilidad de análisis. Pese a ello creo que si quiero sentar una conjetura es más fácil mantener el criterio diferencial e individualista porque el hombre y la mujer han sido creados con voluntad propia y es desde el ejercicio de la voluntad que se ocasionan las singularidades, además de otro principio básico que interactúa como es el de autoridad y soberanía de Dios, para disponer a su propia voluntad en la ejecución de sus planes establecidos de antemano.

Para centrarnos, por razones de extensión, en la parte económica, desde luego Abraham tenía un nivel diferente de vida que los pastores que trabajaban para él. Jacob con sus tretas consiguió mejorar su condición económica y hacerse rico (Gen. 30:43). El pueblo de Israel, recibe la ley y Dios no establece un sistema socialista de propiedad, sino un sistema capitalista. Propone un sistema de incentivos prosperidad económica y social de aquellos individuos ligados a la obediencia a Su ley, y una serie de sanciones del mismo corte en retribución a la infidelidad y a la desobediencia, que los conducirían a la pobreza y al cautiverio (Deut. 7:13-26, con Deut. 28).

Es cierto que ese “capitalismo” contemplaba legalmente todo un sistema de protección social para los desfavorecidos (viudas, huérfanos, extranjeros y pobres), y de corrección de desequilibrios con sistemas como el jubileo, normas para evitar la usura, así como derechos de rescate y sucesión, etc. (Deut. 15:1-3; 14:29; 28;Ex. 22:25; Lev. 25:13-17, 37, etc.). Pero tendremos que admitir como cristianos, que es el contexto en el que estamos tratando la cuestión, que si el sistema que le agradase a Dios fuese el socialismo las leyes estarían encaminadas en esa dirección, aunque su pueblo en esto como en otras cosas no le obedeciese. Pero no hay ni un atisbo escritural que se muestre a favor de esa pretensión.

Ahora vamos al Nuevo Testamento y nos encontramos con la figura de Jesús. Aunque sea de forma profética Jesús declara algo que hasta hoy se ha cumplido ininterrumpidamente: siempre habrá pobres (Mr. 14:7). Esto implica de la misma forma que siempre habrá ricos y diversas categorías de personas en la escala social. Jesús conocía en propia carne la pobreza (2Cor. 8:9; Mt. 8:20) y paso su ministerio rodeado de pobres de solemnidad, a los que en ocasiones socorría en sus necesidades, a causa de su misericordiosa personalidad, aunque dejando claro que ese tipo de misión no era el objetivo de su existencia humana. Jesús podría haber aceptado ser nombrado rey de los pobres y solucionar sus problemas más elementales: salud y alimentación (Jn. 6:15), algo que como demostró por los milagros realizados estaba a su alcance. Sin embargo desestimó esto a favor de lo que realmente importaba: su misión salvífica, que traería al mundo no solo una salvación eterna, sino que junto con ella toda una increíble serie de repercusiones de carácter social.

Tanto el evangelio como la consecuencia social de este tendrían unos resultados benéficos para los pobres, los humildes, los esclavos, las mujeres y todas las clases desfavorecidas que no solo eran impensables desde la visión absolutamente egoísta del mundo y de la praxis de las sociedades paganas establecidas, sino que la realidad fue mucho más allá de lo que jamás pensaron los más humanitarios pensadores hasta aquel momento.

El evangelio tenía a los pobres como destinatarios preferentes (Mt. 11:5), de modo que además los recursos de socorro misericordioso no llegaron desde las esferas pudientes y acaparadoras de la sociedad, sino desde la base social mas humilde. Jesús no intentó resolver las desigualdades sociales por la vía económica, ni revolucionaria, sino que fueran socorridas desde la acción y el efecto del amor. Es decir, promovió algo que no aceptan comunistas/socialistas que es la caridad. Estos reclaman un derecho exigible, incluso por medio de la violencia, de justicia social, pero Jesucristo promueve la solidaridad que procede de un corazón generoso y misericordioso que no actúa por la imposición de la ley, ni de la fuerza, sino desde la gratitud propia y por buena voluntad. Jesús reproduce en el auxilio social su propio auxilio espiritual para con nosotros. Fue el amor el motor de su entrega para la salvación. Nadie podía reclamar el derecho y nadie le obligó (Jn. 10:18). Así es también el valor del amor como motor de que sus discípulos sean solidarios (Luc. 18:22). Porque en él, lo que vale es la fe que obra por la caridad (Gal. 5:6).

Veamos ahora el caso de la comunidad cristiana de Jerusalén, que se inicia en Pentecostés y permanece durante una etapa que duró unos cinco años, porque ese es el modelo que los “progres cristianos” dicen que tenemos que tratar de reproducir. Cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles que tras la predicación de Pedro en Pentecostés se produce una verdadera avalancha de conversiones. Miles de judíos se arrepienten de su rechazo al Mesías y deciden seguirle. Dice el autor que aquella masa de nuevos cristianos, recién convertidos se amaba tan intensamente que era de un corazón y de un alma. De modo que los que tenían propiedades vendían y compartían con los pobres en un reparto que realizaban los apóstoles hasta conseguir que no hubiese ningún necesitado entre ellos. Este período fue muy bendecida con el crecimiento de conversiones.

Pero debemos completar el panorama, reconociendo que el sistema padeció desde el principio los efectos de la condición humana, que si pueden ser, y de hecho lo son, frecuentes en todo tipo de sociedad, son típicos en las sociedades socialistas/comunistas: la corrupción y la mala gestión. ¿Qué es sino el caso de Ananías y Safira un ejemplo de corrupción? Ellos querían guardar para si y a la vez aparentar ser honestos y generosos. La avaricia oculta en contradicción con el mensaje de honradez, generosidad y altruismo. La única forma de que este sistema pudiese perdurar durante muchos años tendría que ser mediante la acción de que Dios cortase la corrupción sería que Dios de forma radical y disciplinar, como lo hizo excepcionalmente en aquel caso. ¿Por qué lo hizo? Porque era una medida excepcional destinada a que hubiese “temor” en el nuevo grupo de creyentes (Hch. 5:11). Realmente aquella forma de iglesia fue como un seminario. Una etapa temporal preparatoria en doctrina y vida eclesial que debía formar a los creyentes para la dispersión que Dios había previsto que tuviese lugar en breve para extender el evangelio por todas partes, como así fue (Hch. 8:4).

Era como un retiro en el que regocijarse, fortalecerse y crecer en la fe. Los judíos en el Antiguo Testamento debían dejar sus trabajos y asistir a las fiestas solemnes para regocijarse. Para estas fiestas podían emplear los diezmos de sus campañas. Estos nuevos creyentes vivían en comunión permanente. Todos los días comían juntos, iban al templo, celebraban la mesa del Señor, testificaban y estaban felices. Nadie trabajaba ni producía recursos estables, así que la base económica de la comunidad residía en que estaban seguros de que de forma inminente se produciría el regreso del Señor Jesucristo, por eso no iban a necesitar sus propiedades, ni transmitirlas a los herederos. Este sistema, que Dios permitió por un poco de tiempo, repito para el objetivo de prepararlos para la misión que debían realizar, entraría en un colapso económico de envergadura si el Señor se retrasaba y ellos no cambiaban su habito de vida.

Aunque no puedo afirmar que esto fuese una consecuencia, lo cierto es que pasado un cierto tiempo aparecieron las quejas sobre la gestión de los bienes (Hechos 6:1). La comunidad empezó a hacer acusaciones sobre agravios comparativos, ya fuesen reales ó imaginarios, lo cierto es que apareció el primer problema social de la joven comunidad. La solución que tomaron fue nombrar a siete administradores, que descargase de la responsabilidad económica a los que debían ser fundamento incuestionable de la comunidad, y les permitiese dedicarse a la misión proselitista. No nos narra el historiador si con aquello acabó el problema ó no. Lo que sabemos es que aquel modelo no era el modelo laborioso y evangelizador que encontramos en las epístolas. También sabemos que muy poco tiempo después, Dios permite una persecución que pondría fin a todo aquello, para que fuesen todos a llevar el evangelio que era el mandato de Jesús (Mr. 16:15; Hch. 8:1). Y sabemos que Jesucristo no había venido al mundo, ni murió, para montar una sociedad comunista, sino para salvar a los perdidos.

Así que todos aquellos que tenían todo en común fueron esparcidos cada cual a donde pudo y como pudo. ¿Por qué? Obviamente porque aquel no era el proyecto de Dios, ni existe instrucción alguna para que se reproduzca y se siga. Por el contrario los criterios sociales y económicos de las nuevas iglesias constituidas a partir de la etapa de dispersión ya no son comunitarios. Además son totalmente inspiradores de vivir una vida de trabajo con la que sostenerse y a la vez generar los recursos para desplegar una labor de justicia social por la vía de hechos amorosos ó compasivos. La frase de Pablo: el que no quiera trabajar que tampoco coma (2Tes. 3:10), se convirtió en un lema para animar a la laboriosidad de los cristianos, que promovía, sobre la base del ejemplo personal del apóstol y de sus colaboradores, un modelo que compatibilizaba la actividad misionera y evangelizadora (trabajando de noche y de día para no ser gravosos os predicamos el evangelio de Dios, 1Tes. 3:9), con el trabajo. No trabajar se denomina como vivir desordenadamente (2Tes. 3:11), mientras que se ordena trabajar sosegadamente para comer su propio pan (2Tes. 3:12). La paradosis eclesial que siguen las iglesias que encontramos en las epístolas insisten en que los cristianos deben conseguir los recursos a través del trabajo para debe desplegar una obra asistencial (Hch. 20:35), y no conformarse con recibir subsidios porque es mucho mas bienaventurado dar que recibir.

Por su parte se insta a los ricos para que sean humildes y generosos y no confiar en las riquezas (1 Tim. 6:17,18), porque los que se consuelan en sus riquezas y se olvidan de actuar conforme a los principios del reino (amor y la misericordia) lo lamentarán (Luc. 6:24, 25). Y se les advierte que los que afrentan ó explotan a los pobres son denunciados como pecadores (St. 2:8-13) y aquellos que no sean misericordiosos con los demás serán tratados por Dios sin misericordia. Como ejemplo de la vida de fe se propone a Moisés como que valoró mucho más la remuneración que Dios da, que los tesoros de los egipcios (Heb. 11:26).

A los cristianos que estaban en la condición de esclavos se les estimula para que si pueden ejerzan la posibilidad de emanciparse, es decir, progresar en la escala social, bien que debían de hacer con ansia (1Cor. 7:21). Pero no solo desde el plano teórico. La misericordia cristiana durante los tres primeros siglos rescató a miles de esclavos. También estableció decenas de puntos de asistencia a los necesitados. Daba de comer diariamente a miles de pobres, atendía a los condenados a las galeras y a los trabajos en las minas, a los enfermos, etc.

Que la economía de Dios no es igualitaria lo encontramos repetidamente. Así Dios no da a todos el mismo don. El Espíritu Santo pone en la Iglesia a cada uno donde quiere. Unos reciben diez talentos, otros cinco y otros uno. Y cuando Jesús empleó una parábola para expresar la soberanía de Dios en cuanto a la administración de un recurso espiritual como es la salvación, habla de dar un mismo salario independiente de las horas de trabajo, no como un derecho del que trabaja, sino como el de la soberanía del que lo otorga para poner las condiciones. En el concepto del reino de los cielos hay mayores y menores (Mt. 18:1, 4); también habrá retribución en función del trabajo (1Cor. 3:8), y habrá quien apenas se salvará por los pelos.

La visión cristiana de la laboriosidad como fuente de asistencia social, pero también de progreso, de creación de bienestar y riqueza, de contribución al desarrollo, de fuente de realización individual y de cómo se puede servir a Dios desde la esfera económica es lo que ha hecho progresar al mundo, por el efecto directo en los países en los que esta visión cristiana se desarrolló y el efecto de arrastre sobre el resto del mundo. Desde la perspectiva de que es perfectamente compatible mantener valores espirituales y morales, de que el dinero y los recursos pueden ser una fuente de buenas obras por la acción directa de la donación y la caridad, pero también desde la reinversión para proporcionar rentas y un medio de vida que mejore las condiciones de existencia de las personas.

El hecho de que el fracaso del socialismo real pusiese en evidencia sus horrendos crímenes contra la libertad y contra los seres humanos, la corrupción, el atraso y la miseria, acabase colapsando a la URSS y que los países esclavizados por esta durante décadas encontrasen su liberación antes que acallar los sentimientos anticapitalistas anidados en el interior de personas resentidas los ha estimulado. Muchas personas viven ideológicamente entregadas a la fe marxista en la misma clave patológica que la de cualquier adepto a una secta religiosa y, como aquellas, desean establecer su visión escatológica y vengar a la vez la amargura acumulada. Cualquier cosa vale para oponerse al sistema que los ha derrotado: el capitalismo, la democracia y su generador histórico: el cristianismo. Por eso no es extraño que sean capaces de aliarse a cualquier personaje, movimiento, sistema ó grupo que pueda agredir y debilitar la fortaleza del sistema occidental. Pero no entienden que mientras Jesús de Nazaret cambió este mundo y simplemente por medio de la vida cotidiana de los creyentes han traído progreso, esperanza, caridad y bendición, lo que ha traído el materialismo ha sido todo lo opuesto. Por eso yo no me avergüenzo de quien he creído, ni reniego de la revelación de Dios, pero es una pena ver como el Herodes marxista ha contaminado a algunos que se dicen cristianos y en lugar de promover el evangelio y los valores cristianos de la responsabilidad individual, viviendo laboriosamente en la tierra con los ojos puestos en el cielo y siendo generosos con los demás y honrados, andan a la deriva proponiendo las mismas recetas ya fracasadas y emanadas desde las mentes ateas y materialistas. ¿Soy yo un defensor del capitalismo? Yo solo soy defensor de que los cristianos vivan de su trabajo, sean misericordiosos y compasivos y a la vez que anuncien a todos los que viven en tinieblas que Jesucristo nació y vino para dar testimonio de la verdad. Verdad que dice que si no se arrepienten todos perecerán de la misma manera. Que de nada le vale al hombre conseguir el mundo si pierde su alma.












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Re: El compromiso político del creyente

http://www.protestantedigital.com/new/editorial.php?1116


El silencio de los hombres buenos


El mundo no va mal por lo que hablan y hacen las malas personas, ya que esto se da por hecho. El mundo va mal por el silencio y quietud de los «hombres buenos». Esta sociedad –y Dios- precisan hombres íntegros, no «hombres buenos».


Ya lo dijo el pastor protestante Martin Luther King, hablando de los “silencios culpables”. Dios nos juzgará no tanto por las cosas malas que hicimos, sino por las buenas que debimos hacer y no hicimos.

Los malvados hablan y bien alto. No tienen reparos en su manera de proceder y actuar. Se sienten seguros de sus intereses y metas. No les importan los inconvenientes porque están dispuestos a todo por conseguirlo.

Y este es el problema. Los «hombres buenos» creen que ser correctos es hacer lo contrario, y se inhiben de toda actuación que suponga una confrontación, un enfrentamiento, una denuncia. Porque se confunde confrontación con falta de unidad. Y enfrentamiento con falta de amor. Y denuncia con falta de respeto.

Y de esta forma ante la falta de confrontación se llega al consentimiento; y la ausencia de enfrentamiento degenera en cobardía. Y el vacío de denuncia acaba en la tiranía de los malvados. Por la pasividad de los llamados «hombres buenos». Algunos de ellos con un “viaje iniciático” añadido que les ha llevado al «lado oscuro de la Fuerza»..

¿Se han fijado cuántas veces se predica de las virtudes pasivas de la vida cristiana (paciencia, resignación, esperanza, fe); y en comparación qué pocas con la valentía, el riesgo, el luchar por los ideales, la defensa de la fe y la verdad?

Vivimos tiempos difíciles en los que ante las circunstancias complejas que nos rodean, la indiferencia parece ser la reacción más sensata. Se expresa en frases más que oídas: “yo no quiero problemas”, “eso a mi no me compete”. O “no te metas, que a ti no te afecta”; o “al fin y al cabo, qué puedo hacer yo salvo meterme en líos?”.

Y los «hombres buenos» van permitiendo que la maldad y los malvados campen a sus intereses y a sus anchas.

Jesús no sólo aceptó pasivamente morir en una cruz: la abrazó. Luchó contra las doctrinas que desvirtuaban el mensaje e imagen del Padre y su Palabra. Denunció el pecado, arrojó del templo a los mercaderes de la religión, no dejó de enfrentarse a la hipocresía de los rígidos religiosos y al liberalismo de los falsos creyentes…

Es mejor pelear y morir en soledad, como Jesús y junto a El, que vivir siendo parte de la maldad de los malvados y de los «hombres buenos» que la consienten.

Y no hay medias tintas cuando las situaciones son importantes o graves. La realidad de la actualidad que nos envuelve es la mejor muestra de todo lo que decimos, y podríamos citar casos y puntos concretos que son para avergonzarse, especialmente para los callados «hombres buenos».

Para que la auténtica bondad de Dios se manifieste se necesitan hombres fieles e íntegros. Los «hombre buenos» son un perfecto anuncio, pero poco más salvo que sirven para perpetuar la maldad con sus «correctas» posturas.

Finalizamos parafraseando un conocido refrán: «Dios mío, líbrame de los hombres buenos, que de los malos ya me ocupo yo».

© ProtestanteDigital.com (España, 2007)

Fuente: http://www.protestantedigital.com


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Re: El compromiso político del creyente

http://www.lupaprotestante.es/lpn/content/view/474/

Tendremos que dar cuenta a Dios por nuestras opciones políticas (Apo. 14)

Juan Stam


El aspecto más sorprendente, y también más importante, del mensaje de estos tres ángeles es su carácter exclusivamente político. Todo tiene que ver con "Babilonia". Aquí no se trata en absoluto de un juicio "espiritual" de personas individuales en su vida religiosa o moral. Los tres ángeles nos anuncian, a gritos, que Dios juzgará a naciones e imperios, y a las personas que colaboran con esos sistemas injustos. El primer ángel anuncia la llegada de la hora del juicio de Dios, y el segundo, alude a la caída realizada siglos antes de la superpotencia más grande de la antigüedad oriental, Babilonia, y la aplica simbólica y proféticamente a la caída del imperio romano. Aún más específicamente, el anuncio del tercer ángel condena a los colaboracionistas no por delitos que ellos mismos hubieran cometido sino por someterse a Babilonia en vez de resistir hasta la muerte.


De nuevo parece evidente que Juan está pensando en primer término en los cristianos de Asia Menor que se sentían tentados a claudicar y participar en el culto al emperador. Podemos ver detrás del pasaje el contraste entre los "vírgenes" de 14:4, que rechazaban los valores corruptos del sistema y se negaban a adorar al emperador, y por otro lado los nicolaítas que se dejaron contaminar por la idolatría imperial (2:14-15,20). Si el mensaje del tercer ángel se aplicara únicamente al tiempo del futuro anticristo, ese mensaje quedaría sin receptor. Tampoco la exhortación que sigue (14:12-13) tendría sentido si se dirigiera sólo a la gente de esa remota generación final.

Este juicio contra la opción pro-imperio es central a los mensajes a las siete iglesias, alrededor del problema de los nicolaítas. Cristo felicita a los efesios por odiar esa cobarde e hipócrita postura política (Ap 2:6; cf. 21:8 "cobardes"). Esmirna y Filadelfia sufren persecución por su resistencia a la idolatría (2:9-10; 3:8-10).[1] Pérgamo ya tenía un mártir, pero estaba infiltrada por celulas nicolaítas (2:13-15). En Tiatira el problema era más grave, tanto por el sistema local de gremios que presionaba a participar en la idolatría como también por las actividades de la falsa profetisa "Jezabel" a favor del acomodo al sistema (2:20-21). Es razonable suponer también que la mayoría de los cristianos de Sardis habían "manchado sus vestiduras" sobre todo con el culto al emperador.[2] Todo indica que el culto al emperador era central al juicio de Cristo contra las iglesias infieles.

No debe sorprendernos este enfoque del juicio que anuncian estos tres ángeles. Según la única descripción extensa y detallada que ofrece el N.T. del juicio final, Mateo 25:31-46, el Señor en su venida juzgará a las naciones (tanto como colectividades: Babilonio, segundo ángel; y como individuos, nicolaítas, tercer ángel) por su trato hacia los pobres e indefensos. Eso no significa que no seamos responsables ante Dios por otros aspectos de la vida ética, o que no importaran la fe y la relación personal con Cristo. Pero es de suma importancia que este pasaje tan importante destaque tan exclusivamente la responsabilidad social (que incluye política) en la final rendición de cuentas.

El N.T. enseña que nuestra justificación es por la gracia mediante la fe, y no por obras, pero enseña también, en todas las referencias al juicio final, que Dios juzgará "a cada uno conforme a sus obras" (Ro 2:6), "según lo bueno o lo malo que haya hecho mientras vivió en el cuerpo" (2 Co 5:10). La única fe que salva es "la fe que obra por el amor" (Gá 5:6). El final del Sermón de la Montaña deja muy claro que para los que no hacen la voluntad del Padre (pecados de omisión) sino son hacedores de maldad (pecados de comisión), no habrá lugar en el Reino de Dios (Mt 7:21-21-23). Por eso el Señor nos enseñó a orar, "hágase tu voluntad en la tierra [en América Latina, EE.UU y Europa] así como se hace en los cielos" (Mt 6:10). El relato del juicio final, hacia la conclusión del mismo evangelio, nos aclara cuál es esa "voluntad de Dios" y cómo la hemos de realizar (Mt 25:31-46).

Uno que se dio cuenta de esta realidad fue Dietrich Bonhoeffer, bajo el regimen nazista. Una clave a su entendimiento de la crisis de su nación fue la relación dialéctica entre lo último y lo penúltimo. Bonhoeffer inicia una discusión profunda del tema (Ethics 84-91) con un párrafo muy importante:

La justificación por la sola gracia mediante la fe es en todo aspecto la última palabra y precisamente por eso, cuando hablamos de las cosas anteriores a lo último, debemos traer a la luz su relación con lo último. Es en aras de lo último que ahora tenemos que hablar de lo penúltimo (p. 84)[3]

En otras palabras, específicamente, en lo penúltimo (Alemania bajo Hitler) él se encontraba frente a lo último (la lucha entre el reino de Dios y el reino del mal, y la voluntad de Dios para nuestra acción). Por eso Bonhoeffer no tuvo el menor reparo en tildar a Hitler de Anticristo.[4] En noviembre de 1933 Karl Barth escribió a Bonhoeffer que con la toma de poder de Hitler "ha comenzado un período de teología completamente no-dialéctica", pues ante el nazismo sólo correspondería el "No" (Rusty Sword, 239). Tres años después, Bonhoeffer escribió a Leonard Hodgson: "La lucha en que estamos enfrascados... es una lucha para marcar una línea clara entre Vida y Muerte, entre obediencia y desobediencia a nuestro Señor Jesucristo... Tenemos que luchar en defensa de la verdadera iglesia de Cristo contra la iglesia del Anticristo".[5]

Toda la ética de Bonhoeffer era una ética de obediencia a la voluntad de Dios como mandato concreto. Pronto entendió que ante el juicio de Dios no bastaba con sólo ser "una persona respetable"[6], ni aun sólo ser un pastor ortodoxo y que cumple las tareas pastorales. Dios espera de nosotros una fidelidad radical ante el momento histórico que nos toca vivir. La ética de Bonhöffer, según Prüller-Jagenteufel, es "una ética de la práctica de la fe orientada por la escatología... una ética de responsabilidad en lo penúltimo".[7] La ética evangélica, que nace de la gracias costosa, es "un llamado a la fe y, en unión con Dios, a la acción obediente y responsable".[8]

Desde esa manera de entender su momento histórico (lo penúltimo) a la luz de la voluntad de Dios (lo último), Bonhoeffer concluyó que el resistir al tirano era no sólo un derecho sino un deber cristiano. En esa acción histórica responsable consistía la obediencia a la voluntad de Dios. "La Palabra de Dios nos juzgará. Eso es suficiente".[9]

Esto es también el mensaje que los tres ángeles de Apoc 14:6-11 nos comunican hoy en América Latina. La vida política no es una actividad aislada sin significado espiritual sino una parte esencial de nuestra obediencia al Señor de la historia.¡Atención, cristianos latinoamericanos, del Caribe e hispanos en el país del norte! Nosotros somos responsables ante Dios por las opciones políticas que tomamos. Tendremos que dar cuenta ante Dios por esa fidelidad histórica que el Señor espera de nosotros. Tendremos que dar cuenta también por nuestra apatía, nuestra irresponsabilidad histórica o aun peor, por prestar nuestro apoyo a fuerzas de injusticia. Mejor darnos cuenta ahora: votar en nuestras elecciones es más que una alegre fiesta cívica. Tendremos que responder ante Dios por cada voto que hemos emitido. ¡Cuidado que el Señor no nos diga al final, "Apártense de mí, hacedores de maldad"!

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[1] La historia de Policarpo dos décadas después muestra que los judíos de Esmirna denunciaban a los cristianos ante las autoridades romanas. Probablemente es por eso que Juan los llama "sinagoga de Satanás", ya que Juan veía al dragón (Ap 12) como creador e inspirador del imperio romano y su culto idolátrico (Ap 13).

[2] El mismo verbo para "manchar", molunô, se usa en 3:4 y en 14:4 de los "vírgenes".

[3] Dietrich Bonhoeffer, Ethics (London: SCM Press, 1955). Tillich expresó algo parecido cuando afirmó que es en los kairoi de la vida que nos encontramos frente al Kairos. Para Bonhoeffer esto significa que la palabra (lo último) siempre viene dentro de un contexto histórico (lo penúltimo), por lo que pregunta "si la palabra puede decirse en cualquier momento en la misma manera" (84). A continuación, Bonhoeffer elabora un contraste entre "Radicalismo" (lo último sin lo penúltimo) y "Acomodación" (lo penúltimo sin lo último). Jesucristo encarnado, crucificado y resucitado es el paradigma para una relación dialéctica entre los dos. Cf. Gunter M. Prüller-Jagenteufel, "Poner palos en la rueda': La actualidad de la ética de resistencia de Dietrich Bonhoeffer", Pasos #127: setiembre-octubre 2006, 39-45.

[4] "Leibholz, Memoir" en Cost of Discipelship (NY: Macmillan 1959), p.23; Dietrich Bonhoeffer, No Rusty Sword (NY: Harper & Row, 1965), p.12.

[5] No Rusty Sword p.12.

[6] Dietrich Bonhoeffer, No Rusty Sword, p.212 (citando a Franz Hildebrandt).

[7] La frase, de Widerstand und Ergebung, está entre las palabras más citadas de Bonhoeffer. En el siglo XX una multitud de mártires cristianos demostraron la misma obediencia radical a la voluntad de Dios.

[8] Una consiga en algunos círculos universitarios bajo Hitler rezaba muy sucintamente: "Somos cristianos. Somos alemanes. Somos responsables por Alemania".

[9] Carta de Bonhoeffer, 25 enero 1936, No Rusty Sword p.306.

Fuente: http://www.lupaprotestante.es/lpn/content/view/474/
 
Re: El compromiso político del creyente

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Desobedecer la autoridad

´No seguirás a los muchos para hacer mal,
ni responderás en litigio inclinándote a los más
para hacer agravios.´ (Éxodo 23:2)

Uno de los problemas de conciencia en el que los cristianos se ven inmersos en ciertas ocasiones, es determinar cuándo y bajo qué circunstancias es legítimo desobedecer a la autoridad y también precisar qué medidas, en el caso de que sea legítima la desobediencia, se pueden tomar. Un conocido, y no muy lejano en el tiempo, ejemplo de este tipo de conflicto fue el que planteó el nazismo en Alemania.

Frente a sus pretensiones ideológicas racistas hubo quienes se plegaron a las mismas, invocando el principio de que las autoridades están puestas por disposición divina y por lo tanto contradecirlas sería contradecir a Dios. Estos serían conocidos como los Cristianos Alemanes, para los cuales ser cristiano y servir al engrandecimiento de la Patria eran cuestiones que iban unidas, siendo su lema: ´La esvástica en nuestro pecho, la cruz en nuestro corazón.´. Era una Iglesia oficial, controlada por Hitler y colaboracionista en alto grado, hasta el punto de que algunos dirigentes evangélicos eran simples lacayos del régimen.

Sin embargo, hubo quienes pensaron de manera diferente, como el pastor Martin Niemöller (1892-1984) quien tiempo después compondría el famoso poema, erróneamente atribuido a Dietrich Bonhoeffer y a Bertolt Brecht, que dice:
´Primero vinieron a por los comunistas y yo no protesté porque no era comunista.
Luego vinieron a por los sindicalistas y yo no protesté porque no era sindicalista.
Después vinieron a por los judíos y yo no protesté porque no era judío.
Finalmente, vinieron a por mí y ya no quedaba nadie que pudiera protestar


Niemöller, junto con otros pastores, creó un movimiento disidente dentro de los Cristianos Alemanes que cristalizó en 1934 en la Declaración de Barmen, elaborada en su casi totalidad por Karl Barth. Dicho documento, consistente de seis puntos, venía a denunciar la intromisión del Estado en aspectos en los que la Iglesia debía fidelidad absoluta a Cristo, a quien la Declaración reconocía como único Señor, siendo su Palabra la norma a ser obedecida. La Declaración de Barmen fue la bandera de la Iglesia Confesante, el movimiento evangélico que plantó cara al régimen nazi y que sufrió por tal motivo la persecución de la Gestapo y el repudio de la mayoría de los líderes protestantes alemanes. La Iglesia Confesante se convirtió así en una iglesia alternativa a la que apoyaba al régimen.

Uno de los más significativos miembros de la Iglesia Confesante fue el pastor Dietrich Bonhoeffer (1906-1945), quien murió fusilado en un campo de concentración nazi poco antes de que la II Guerra Mundial terminara. La acusación por la que fue condenado a muerte era su vinculación con la conspiración para asesinar a Hitler, en el frustrado intento del 20 de julio de 1944. Así que para los cristianos miembros de la Iglesia Confesante, el dilema de conciencia estaba claro: Ante la pretensión de las autoridades de legislar sobre determinadas cuestiones en contra de lo que la Palabra de Dios dice, su postura fue la de oponerse firmemente a ello, aunque el costo a pagar fuera alto. Y como hemos visto, hubo quien resolvió no quedarse meramente en la protesta sino llegar a la acción violenta para eliminar al tirano.

Hoy los cristianos en el mundo occidental estamos inmersos en medio de una corriente que propugna leyes abiertamente contrarias al cristianismo, a la razón y al derecho natural. Los que pretenden modificar estas vigas maestras tienen a su disposición poderosos medios de comunicación para difundir sus ideas y desacreditar a los cristianos, favoreciendo a grupos que buscan si no la desaparición del cristianismo, sí convertirlo en algo intrascendente a nivel público. En esas fuerzas hay que incluir a los representantes que ostentan cargos políticos de alto nivel y cuya influencia se advierte en la legislación de nuestras naciones.

Tal vez alguien dirá que al haber sido democráticamente elegidos, estos gobernantes merecen todo nuestro respeto, pues nada tienen que ver con autócratas que a sí mismos se han aupado por la fuerza al poder. Sin embargo, es necesario recordar que Hitler llegó al poder mediante unas elecciones, lo cual muestra que la democracia, como todas las cosas de este mundo, es susceptible de degradación. Y ello es posible porque la inmensa mayoría del pueblo alemán guardó silencio ante las perversiones ideológicas del nazismo. El mismo Niemöller y los demás dirigentes de la Iglesia Confesante que sobrevivieron, reconocieron, en octubre de 1945, su propia culpabilidad por haber fallado en el hecho de no haber protestado contra el régimen nazi en sus etapas iniciales.

Por otra parte, lo cuantitativo no es sinónimo de bueno o verdadero. En otras palabras, la mayoría no necesariamente tiene la razón en cuestiones morales y el caso de la Alemania nazi lo demuestra. Pero mucho antes de eso, ya la Biblia en el pasaje superior nos recuerda esa gran verdad, cuando nos avisa de que no nos asociemos con mayorías perversas.

La actitud de denuncia profética de los miembros de la Iglesia Confesante al condenar las desviaciones de una ideología anti-cristiana es la correcta, porque es la misma que desde Elías a Juan el Bautista vemos en la Biblia. Hoy también, como ayer y como siempre, la Iglesia de Jesucristo tiene que ser una iglesia profética, si quiere ser coherente con su llamamiento.


Wenceslao Calvo es conferenciante, predicador y pastor en una iglesia de Madrid


© W. Calvo, ProtestanteDigital.com (España, 2007).

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Re: El compromiso político del creyente

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El Estado opresor y la religión falsa

Iglesia y Estado
Escrito por José Grau
Monday, 25 de June de 2007

Las dos bestias del Apocalipsis

El capítulo 13 del Apocalipsis continúa la temática iniciada en el capítulo 12 (la victoria de Cristo sobre el dragón, Satanás, y la furia con que este se dedica a perseguir a la Iglesia). Ahora Juan, el vidente, comprueba qué agentes o instrumentos emplea el dragón en su ataque contra el pueblo de Dios. Dichos agentes, son: la bestia que sube del mar y la bestia que sube de la tierra.

La bestia que sube del mar (vv. 1-10) es un horrible monstruo que ejecutará la voluntad del diablo y al que Hendriksen llama la “mano de Satanás”. La bestia que sube de la tierra (vv. 11-18) se halla al servicio de la primera bestia y ejerce la autoridad de esta: su misión estriba en conseguir que los moradores de la Tierra adoren a la primera bestia (v. 12). Hendriksen llama a esta segunda bestia la “mente de Satanás”.

La bestia que sube del mar

“Me paré sobre la arena del mar, y vi subir del mar una bestia” (13:1).

A medida que la bestia sale de las aguas, Juan puede contemplar su horrible aspecto: es fiera como el leopardo y está lista para lanzarse sobre su presa. Sus pies son como de oso –fuertes y con capacidad para destrozar– y su boca como boca de león (v. 2). Las semejanzas entre el dragón y la bestia no resultan extrañas, puesto que esta se halla al servicio de aquel.

Ambos son monstruos crueles, con diez cuernos y siete cabezas. Pero existe también una diferencia muy significativa entre ambos: el dragón lleva sobre sus cabezas varias diademas, que simbolizan la auto¬ridad usurpada que detenta; en cambio, la bestia tiene coronados sus cuernos –símbolos del poder en acción– pero no sus cabezas. De manera que toda la autoridad reside en el dragón, y la bestia solo tiene poder en tanto que está al servicio de Satanás: “Y el dragón le dio su poder y su trono, y grande autoridad...” (v. 2).

En los primeros siglos, a los cristianos se les pedía que llamasen Señor al emperador y no solamente a Cristo. Señor y Salvador eran los títulos que reivindicaba el césar. También hoy, muchos sistemas sociales, económicos y políticos pretenden exigirle a la Iglesia que les rinda acatamiento y reconozca su señorío. El totalitarismo de dichos sis¬temas resulta incompatible con la fe cristiana. El Evangelio ha sido siempre un factor importante para la promoción de formas democráticas en todos los ámbitos de la sociedad; de ahí el odio que acaba inspi¬rando a toda clase de totalitarismos1.

Observemos, asimismo, que los rasgos de la bestia –semejante al leopardo, al oso y al león– son la combinación en una sola de las cuatro bestias que vio Daniel en sus visiones (Dn. 7).

En el libro de Daniel estas cuatro bestias representaban a otros tantos imperios mundiales sucesivos (Babilonia, Medo-Persia, Grecia y Roma). El hecho de que aquí aparezcan combinadas las cuatro formas imperiales de Daniel parece indicar que esta bestia no simboliza a un solo imperio o gobierno, sino a todos los sistemas de poder que se oponen al Evangelio. Esta bestia representa todas las formas de gobierno de este mundo que persiguen a la Iglesia en cualquier lugar y época hasta que Cristo vuelva (cf. Ap. 11:7).

La bestia sube del mar porque, en la Biblia, muy a menudo el mar es símbolo de las naciones y los gobiernos de este mundo: “¡Ay!, multitud de muchos pueblos que ha¬rán ruido como estruendo del mar, y murmullo de naciones que harán alboroto como bramido de muchas aguas. Los pueblos harán estrépito como de ruido de muchas aguas...” (Is. 17:12-13).

La bestia herida

“Vi una de sus cabezas como herida de muerte, pero su herida mortal fue sanada; y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia” (v. 3).
¿No es esta muerte y resurrección una parodia diabólica de la verdad cristiana? La interpretación de este texto debe apoyarse, en primer lugar, en el contexto histórico en que fue escrito, y luego deducirse de él la enseñanza general que arroja para todos los tiempos.

Nerón tiene la triste fama de haber comenzado las grandes persecuciones contra el cristianismo. Después de incendiar la ciudad de Roma por puro capri¬cho, desvió las sospechas del incendio hacia los cristianos. Buen número de ellos fueron crucificados, a otros los untaron con alquitrán o petróleo y, clavados en postes, los hicieron arder para iluminar las orgías de los aristócratas o divertir al populacho. Pero en el año 68 Nerón se suicidó.

Parecía que la persecución había terminado –esta sería la herida mortal de que habla el versículo 3–. Mas el triste hecho es que Domiciano reanudaría más tarde la persecución; es decir, la “herida mortal fue sanada”. Instigada por Satanás, Roma reaparece como el poder político más fuerte de la Tierra para torturar a los cristianos e intentar acabar con la Iglesia.

En cierto sentido, esta situación ya había sido anticipada por el carácter y la actuación de los otros grandes imperios que precedieron a Roma (Asiria, Babilonia, Medo-Persia, Grecia, el reino de Antíoco Epifanes, etc.). Duran¬te todo este “último tiempo” que cubre la era evangélica, los gobiernos de este mundo asumen, en ocasiones, una autoridad despótica, arrogándose atributos de autoridad y poder que solo se le deben reconocer a Dios. Al obrar así, blasfeman contra Él: “Y sobre sus cabezas, un nombre blasfemo” (v. 1).

Aquí, en Apocalipsis 13, nos hallamos en el reverso de Romanos 13.
En Romanos 13, Pablo enseña que la autoridad deriva de Dios y que el Señor ha permitido el Estado, cuyos agentes y oficiales son verdaderos “ministros” de Dios en lo civil. ¡Qué contraste, sin embargo, con Apocalipsis capítulo 13!

En Romanos 13, Pablo enseña que Dios fue el Creador de la institución estatal. El diablo nunca crea nada, lo único que sabe hacer es pervertir lo que ya está ahí. Su tarea estriba principalmente en corromper y destruir lo creado por Dios –todo aquello que el Creador entregó al hombre para su bienestar–, convirtiéndolo en instrumento de opresión. Es voluntad de Dios que haya ley y orden; pero lo que busca el diablo es que la ley sea injusta y el orden se convierta en tiranía. Coloca blasfemias en la boca de los gobernantes, hasta el punto de hacer exclamar al Estado: “Soy Dios, soy divino...”. Así persigue una lealtad tan total e incondicional que el cristiano jamás podrá dar a otro aparte de Cristo.

De modo que los discípulos de Jesucristo deberán siempre defender la ley y el orden –pero la verdadera ley y el verdadero orden, no las caricaturas de estas cosas–; aunque tendrán que resistir la tentación de olvidar la defensa de la ley y del orden sociales con la excusa de sus posibles perversiones. El creyente no tomará la espada, ni empleará la violencia: “Aquí está la pa¬ciencia y la fe de los santos” (v. 10).

Pero aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero tampoco irán al otro extremo; es decir, no se prestarán al culto del Estado bajo la guisa de patriotismo, ni darán la bendición clerical que tanto desean algunos gobernantes. El cristiano tiene que reservarse el derecho de crítica y discernir continuamente entre la función del Estado y su ejecutoria propia –bajo la autoridad y la com¬placencia divinas– y el Estado que actúa ilegítima¬mente, por haberse arrogado toda autoridad: como si el suyo fuera un poder divino omnipotente. Las blasfemias de la bestia (vv. 5 y 6) en los días de Juan consistían en declarar que los emperadores romanos eran divinos. Pero en cada época, en cada generación, bajo diferentes ropajes y excusas, ha aparecido la misma pretensión de divinizar al Esta¬do.

Los moradores de la Tierra cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero no tienen otra esperanza que un sistema humano de algún tipo, y lo adoran y se entregan a él como si de Dios se tratara. Para estos, dicho sistema o dicha ideología cumple una función religiosa; de ahí la blasfemia que entraña todo fanatismo respecto a cualquier valor meramente humano.

La Iglesia puede esperar lo peor si se decide a poner en entredicho los valores humanistas y ateos y criticar los ideales de la sociedad en medio de la cual vive. Los profetas de Baal dijeron todo lo que se esperaba de ellos y se sentaron a la mesa con la reina Jezabel y el rey Acab; Elías, en cambio, pronunció palabras desagradables que nadie quería escuchar y tuvo que huir al desierto, al exilio. Pero fue Elías, y no los representantes de la religión oficial, quien dio el testimonio de la verdadera Iglesia.

A lo largo de toda la historia de la Iglesia, la bestia que salió del mar está activa, y el pueblo de Dios tiene que entender las posibilidades de endiosamiento del Estado y estar alerta contra ellas. Porque siempre habrá algún gobierno, alguna ideo¬logía política o social, dispuesta a dejarse manipular por el dragón. El conflicto diario del creyente debe tener en cuenta también esta dimensión, porque la lucha de la lealtad a Dios también se libra en el terreno político.

La bestia que sube de la tierra

Juan ve una segunda bestia que sube de la tierra. En contraste con la primera, esta tiene solamente dos cuernos pequeños semejantes a los de un cordero, pero habla como un dragón (v. 11). No parece poseer las feroces cualidades de la primera bestia, pero cuando habla se pone de manifiesto su verdadera naturaleza: es el dragón quien la inspira.

La segunda bestia es el falso profeta que aparece en Apocalipsis 16:13; 19:20. Simboliza la religión falsa, así como toda clase de ideología anticristiana que quiera hacer las veces de Evangelio en la conciencia de las gentes. Tiene apariencia de cordero –hace la parodia del Cordero de Dios–, pero encubre al dragón: es la mentira de Satanás con apariencia de verdad; el diablo disfrazado de ángel de luz (2 Co. 11:14). Simboliza a todos los falsos profetas en todos los siglos de esta dispensación (Mt. 7:15).

Las dos bestias –el gobierno anticristiano y la re¬ligión anticristiana– trabajan en perfecta cooperación. En los días de Juan, los sacerdotes paganos se esforzaban por grabar en las mentes de las masas la suprema mentira de Satanás: “¡César es Señor!”. Para ello echaban mano de toda clase de artilugios para impresionar al pueblo. Como indica Hendriksen, “parece que el significado principal es que durante toda esta dispensación actual –y de una manera cada vez más creciente al acercarse la venida del Señor– los falsos profetas procurarán engañar al pueblo y fortalecer la mano del Estado en su ataque despiadado contra la Iglesia, haciendo grandes señales y milagros (Mt. 24:24). Nótese, sin embargo, lo que dice el versículo 5: “Y se le dio...”; o el 7 y el 15: “Y se le permitió...”. Es decir: sin el permiso de Dios, Satanás no puede hacer nada”.

¿Simboliza la segunda bestia la religión del Estado? En cualquier caso, todo conduce a identificar a esta bestia con aquellas religiones que desvían la adoración debida solamente a Dios hacia cualquier forma de poder, y ello maravillando y sorprendiendo por medio de “señales” (12-14).

A nuestra derecha se sitúan las iglesias que cooperan con el Estado y bendicen todos los proyectos de este, predicándole incluso sus cruzadas patrióticas. A la izquierda se encuentran las sectas que tratan de convencer mediante “señales” de todo tipo; las cuales atraen a los inseguros y vacilantes. Estas sectas no se distinguen precisamente por su estima del gobierno, al que algunos llegan hasta a despreciar u olvidar.

Respecto de los lazos con el gobierno, se da también aquí la circunstancia de que una vez más los extremos se tocan: tanto el clero complaciente que se halla al servicio de la religión del Estado, como el afán sectario, tienen en común que no ejer¬cen ninguna crítica de la función gubernamental: los unos por halago al poder y los otros por inhibición. El resultado, no obstante, es muy parecido: no le llega al Estado la palabra que debería escuchar de parte de Dios.

En ambos casos la Iglesia renuncia al discernimiento en un ámbito el cual abandona y deja por entero en manos del enemigo. Ahora bien: si Cristo es Señor, el cristiano no puede eludir su responsabilidad de proclamar dicho señorío en todas las esferas de la vida. ¿Simboliza la segunda bestia las “ideologías”?Por ideología entendemos cualquier teoría –filosófica, económica, social, política, etc.– que trate de totalizar el saber y la comprensión de la realidad prescindiendo de Dios.

Aplicar tan solo a la falsa religión el significado de la bestia que subía de la tierra (v. 11) sería tener un concepto excesivamente estrecho de lo que Juan quiere darnos a entender.

Cuando, en Apocalipsis 19:20, Juan llama a la bestia “el falso profeta”, y señala el texto de Deuteronomio acerca de los falsos profetas, nos encontramos ante una seria advertencia que puede aplicarse a cualquier ideología (Dt. 13:1-3).

La marca de la bestia es otra parodia diabólica, pues se contrapone al sello que el Señor ha puesto a los suyos. Este sello constituye una marca íntima que denota propiedad y seguridad: el hecho de que los cristianos somos de Jesús. La marca de la bestia también denota propiedad; así, Apocalipsis 13:16-18 constituye una réplica falsa de Apocalipsis 7:3.

Con esto también se subraya que todo intento de neutralidad es absurdo: o llevamos el sello del Cordero o seremos un día marcados por la bestia y vendidos a su sistema. La bestia trata de suplantar a Cristo, de imitar al Señor ejer¬ciendo una autoridad absoluta y detentando el poder es¬piritual que solo Cristo tiene por derecho propio.

La bestia tratará de suplantar al Señor imitándolo externamente con aires de religiosidad o bondad; ejercerá su poder demoníaco y acabará exigiendo el culto, el acatamiento incondicional. Pero está condenada a ser siempre un número 6 –imperfecto, incompleto, malvado–. Jamás alcanzará la perfección del 7, ni aun después de un millón de seises. La reunión de los tres seises podría indicar, asimismo, una trinidad de maldad: “Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis” (v. 18).

Resulta alentador saber que el número de la religión falsa es el seis. Aunque las fuerzas de la oposición vayan en aumento a medida que nos acercamos al final, no cabe la desesperación, porque el número de la bestia es humano, imperfecto. Como señala Hendriksen: “Seis significa errar el blanco, fracasar. Siete significa perfección y victoria. ¡Regocíjate, oh Iglesia de Dios! ¡Tuya es la victoria! El número de la bestia es 666, es decir: fracaso tras fracaso”.

Las bestias y el Anticristo

Las bestias de Apocalipsis 13 se han identificado tradicionalmente con el espíritu del Anticristo, ya que este se caracteriza por su doble dimensión civil y eclesiástica. La cabeza política del sistema es la bestia que sube del mar (13:1-10), y la cabeza religiosa aquella que sube de la tierra (13:11-18). Esta, a su vez, se identifica con el falso profeta (Ap. 16:13; 19:20; 20:10).
La exegesis tradicional –tanto católica como protestante– ha identificado al “cuerno pequeño” de Daniel 7 con el Anticristo de las cartas de Juan (1 Jn. 2:18; 4:3) y con “el hombre de pecado” de Pablo (2 Ts. 2:1-12); y por ende, también con el Anticristo de los capítulos 13, 16, 19 y 20 del Apocalipsis (13:1-18; 16:13; 19:20 y 20:10).

Según Daniel 7:11, 20 y 25, el “cuerno pequeño” –pequeño en apariencia, pero terrible y poderoso– merecerá un juicio especial de Dios.

Vemos cómo, al igual que en Daniel, el Anticristo incorpora dos elementos; lo cual nos lleva más bien a interpretarlo como un sistema que como un personaje concreto.

La bestia que sube de la tierra sirve a los intereses apóstatas y anticristianos de la bestia que ha subido del mar. Es así como la religión falsa, el sistema eclesiástico falso, sirve a los propósitos del sistema civil totalitario. El sociólogo C. van der Loeuw, citando a Carl Schmitt, escribe: “La ideología del Estado –la razón de Estado– no es sino teología secularizada. Sea que se trate de legislación, poder ejecutivo, policía, beneficencia, justicia o última ins¬tancia con petición de gracia, el Estado aparece siempre en el camino; la omnipresencia del legislador moderno no solo se ha tomado verbalmente de la teología, también es el motivo permanente de la persistente enemistad entre religión y política, Iglesia y Estado, una controversia que hace que se en¬frenten, no dos poderes extraños, sino dos magnitudes numinosas (o religiosas)”.

De ahí que esta clase de estados busquen siempre la ayuda religiosa del falso profeta que los bendiga y que, a la larga, se ponga a su disposición. Cuando esto ocurre –todas las veces que ha ocurrido a lo largo de los siglos– se manifiesta el Anticristo.

Insistamos una vez más en que la misión y el objetivo del Anticristo es parodiar a Jesucristo: representa la caricatura del Cordero con su herida (Ap. 13:3, 14; cf. 5:6), con sus cuernos (13:1; cf. 5:6), con su poder mundial (13:2; cf. 5:5) y con su derecho a recibir adoración (13:4; cf. 5:8 y ss.); quiere imitar el título de Dios (17:8, 11; cf. 1:4).

La segunda bestia (13:11), también llamada “el falso profeta” (16:13; 19:20; 20:10), coadyuva a los planes de la primera bestia y ambas encarnan el es¬píritu del Anticristo. Mediante el despliegue propagandístico, sus maravillas (13:13), erigiendo una estatua (13:14) en la que se centra la atención de todos y que es adorada por las masas, y sellando a la gente con una marca (13:16 y ss.), consigue sus propósitos. Tiene apariencia de cordero, pero su lenguaje es de dragón (13:11; cf. Mt. 7:15). Mas la victoria de Cristo está garantizada, y de esta victoria participará la Iglesia (15:2; 19:19 y ss.).

1Cf. varios autores: El cristiano y la democracia moderna y Los cristianos y la política, (Barcelona, E.E.E., 1977).
2Véase mi obra Las profecías de Daniel



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Los riesgos de hablar

Escrito por Wenceslao Calvo
Saturday, 22 de September de 2007

Introducción

Cuando comencé a escribir artículos, allá por el año 2001, no podía imaginar que iba a tener ante mí el reto de pronunciarme sobre temas tan candentes y que afectan tan directamente a cuestiones primordiales. Lo que entonces pensaba era escribir sobre asuntos diversos de actualidad, buscando en la Palabra respuestas a los problemas planteados.

Sin embargo, ciertos pronunciamientos y actuaciones del actual presidente del Gobierno sobre algunas cuestiones morales sobrepasaban ciertos límites, siendo de hecho verdaderas provocaciones y ataques a la fe cristiana que no podían dejar de tener respuesta. Pero al ser un novato en el campo de la escritura y también un semi-desconocido en muchos ambientes evangélicos, pensé que habiendo personas con mucha más experiencia en el terreno literario y con más proyección e influencia en los círculos evangélicos, que serían ellos quienes tomarían la pluma y la palabra para defender lo que para mi entendimiento era un auténtico desafío a los fundamentos establecidos por la Palabra de Dios.

Para mi sorpresa, muchos personajes evangélicos reconocidos, los que durante décadas han sido una referencia en el panorama español, o no decían nada o lo que decían era algo tan tibio y confuso que casi era peor que el mismo silencio. Naturalmente había excepciones que rompían esa regla. Sorprendentemente, el pueblo evangélico llano parecía tener las ideas más claras que muchos de sus líderes. Me encontraba con hermanos que me preguntaban cuándo se iba a decir o a hacer algo. Yo miraba al que me interpelaba, pensando para mis adentros: ‘Si tú supieras lo que algunos líderes evangélicos piensan sobre lo que a ti te subleva, te quedarías de piedra.’ Y así fue como, sin buscarlo, me hallé inmerso en medio de una ofensiva que trataba de trastocar ciertos fundamentos que son intocables.

Falto de la capacitación académica que otros tenían, me propuse combatir el engaño que pretendía hacerse pasar como la nueva verdad y comencé a escribir, definiéndome sobre las cuestiones planteadas, y usando lo que conozco: La Biblia. Pero al hacerlo, comencé a notar que pronunciarse por escrito tenía sus riesgos. Y así fue como aprendí que en determinadas ocasiones es imposible ser amigo de todos y caer bien a todos. Por temperamento procuro eludir todo lo que puedo la confrontación y la disputa porque no soy amigo de pendencias. Pero hay momentos en los que la única forma de evitarlas es traicionando a la propia conciencia y a eso no estoy dispuesto.

En un sentido, considero que lo sucedido ha tenido su aspecto beneficioso, porque ha servido para manifestar y sacar a la luz lo que había en muchos corazones y para que conozcamos dónde estamos cada cual. Así pues, considero que lo ocurrido en España en estos últimos años ha servido para destapar y clarificar lo que estaba latente pero no era patente.

Riesgos

Los riesgos de hablar sobre ciertas cuestiones los sintetizaría de esta manera:

• Ganarte enemigos. Mientras estés callado pasarás inadvertido, pero en el momento que te definas te convertirás en blanco de la animadversión de muchos. Claro que lo más difícil es cuando esos enemigos están en las mismas filas en las que uno milita. De hecho, he experimentado que los peores enemigos, en ocasiones, están en las mismas filas en las que uno milita y que, sorprendentemente, aquellos que más presumen de tolerancia, son luego los más intolerantes de todos. Por lo tanto, si no quieres complicarte mucho la vida, no hables.

• Perder amigos. Porque te conviertes en alguien incómodo. En efecto, tal vez porque generas en otros mala conciencia, tal vez porque no quieren verse mezclados en cuestiones de esta índole, o simplemente porque piensan lo contrario que tú, lo cierto es que hay amigos a los que colocas en una situación de incomodidad, lo cual te lleva a ti mismo a plantearte si no estarás siendo demasiado extremista o exigente, o llevando las cosas demasiado lejos.

• Quedar encasillado en determinados estereotipos peyorativos. El fundamentalismo, la intolerancia, el integrismo, la derecha americana y cosas por el estilo son catalogaciones que tienen una profunda carga denigrante, de las cuales hay que huir como de la peste, haciendo algunos todos los esfuerzos posibles para no verse asociados de ninguna manera con ellos. Creo que hay un complejo de temor en muchos líderes evangélicos españoles a este respecto que se ha transformado en obsesión. Con tal de no ser relacionados con esos calificativos, buscan posiciones de moderación y equilibrio que acaban convirtiéndose en ambigüedades calculadas y sin contenido, cuando lo que se requiere es claridad y definición.

• Ser acusado de que te estás alineando con una determinada fuerza política. Si los temas sobre los que levantas la voz tienen que ver con la bioética o la familia, prepárate para que te identifiquen con el Partido Popular.

• Ir en contra de la corriente mayoritaria. Lo cual produce una tensión constante que no tiene el que se deja llevar por la misma. Aunque supongo que esto último generará otro tipo de tensiones o conflictos. Algunos de los artículos que escribo me producen mucha tensión interna, porque aunque procuro escoger las palabras cuidadosamente, soy consciente de que estoy manejando material altamente explosivo.

• Ser blanco de críticas. Hay dos clases de críticas: destructivas y constructivas; dentro de estas últimas hay las que se ajustan a la razón totalmente, parcialmente o escasamente. Tenemos que ser por un lado templados para soportar la crítica sea del tipo que sea y por otro humildes para asumir las que contengan argumentos válidos que nos contradigan.

• Si lo que se escribe va a ser publicado en Internet, hay que ser extraordinariamente riguroso y exacto con lo que se dice porque potencialmente puedes ser leído por cualquiera en cualquier parte. Es decir, no es lo mismo publicar algo en el boletín interno de una iglesia, cuyo alcance es muy limitado y todo queda en casa, que ponerlo en la Red.

• Ser anti-todo por norma. Ya sea ser anti-Gobierno, anti-socialista o anti-esto o lo otro. En este sentido hay que tener sumo cuidado para que nuestras simpatías o antipatías humanas no nos condicionen hasta el punto de que sean ellas la motivación real detrás de nuestra crítica.

• Errar en los pronunciamientos. Hacerlo de forma tendenciosa o interesada que no se ajusta a la verdad o se ajusta parcialmente, lo que destruye la necesaria objetividad que da valor a la crítica.

Personajes del A.T. y del N.T que se arriesgaron a hablar

Los personajes que mencionaré tienen varios puntos en común: todos fueron profetas y se enfrentaron a una alianza maligna entre el poder político y el religioso.

• Elías fue el hombre que se enfrentó a Acab (1 Reyes 18:18) y a sus profetas (18:27). El intento de reducir al Dios de Israel a la esfera de lo privado mientras Baal tenía la hegemonía en todos los aspectos de la vida, es comparable al secularismo moderno, que quiere restringir la fe cristiana al ámbito de lo privado, dejando todas las demás facetas de la vida abiertas a las fuerzas hostiles a esa fe. Pero Elías no estuvo dispuesto a someterse a ese planteamiento y por eso levantó la voz. El precio de ese enfrentamiento casi le cuesta la vida. Sin embargo, es interesante notar que cuando Acab se humilló por el asunto de Nabot, Dios tuvo en cuenta ese arrepentimiento (21:29), lo cual significa que a pesar de toda su iniquidad, Dios supo distinguir lo bueno de lo perverso en este hombre. Es una lección también para nosotros, por el peligro al que antes aludía de convertirnos en anti-esto por norma.

• Jeremías fue el hombre que se enfrentó a la clase sacerdotal (Jeremías 20:6), a los profetas (28:15-17) y al rey (36:29-31). Él fue un hombre que amaba a su nación, pero no hasta el punto de ser ciego ante la connivencia de sus colegas de ministerio con las iniquidades de su pueblo y de sus gobernantes. Por eso levantó la voz para denunciar las maldades y anunciar el inminente juicio de Dios. El precio que tuvo que soportar fue el encarcelamiento y el rechazo.

• Amós fue el hombre que se enfrentó a la clase sacerdotal (Amós 7:10-17). Su caso muestra el de alguien de una nación (Judá) enviado a profetizar a la nación rival (Israel), lo cual facilitó el rechazo de sus adversarios que fácilmente lo encasillaron como agente de la potencia enemiga y le acusaron de motivaciones espurias. Es decir, el mensaje de Amós era interpretado en clave política, como si él fuera un propagandista de determinada fuerza nacional e ideología a fin de minar a la nación enemiga. Pero Amós no era nada de eso. De hecho ni siquiera era un profesional de la religión, sino simplemente un siervo de Dios con el mensaje de Dios para aquel tiempo. Su caso también nos enseña que todo profeta ha de ser también un intercesor (7:1-9), lo cual pone un equilibrio entre la indignación ante el pecado y la misericordia ante el pecador. Porque puede suceder que llevados de nuestra indignación humana no haya cabida en nuestros corazones para la compasión y la gracia. El precio que hubo de pagar por levantar la voz fue el de ser malentendido y rechazado.

• Juan el Bautista, se enfrentó a un gobernante, denunciando su inmoralidad (Mateo 14:3-4). Levantar la voz con esa denuncia le costó la vida.

• Finalmente, en Apocalipsis tenemos a los dos testigos que profetizan durante el tiempo en el que la ciudad santa está siendo pisoteada (Apocalipsis 11:3). Al ser dos testigos incómodos que ponen en evidencia el pecado del mundo, se convierten en sujetos a los que hay que quitar de en medio para que no sigan siendo una continua acusación atormentadora de las conciencias. El precio por la levantar la voz es la vida (11:7,10).

Todos estos personajes tienen en común el valor, el compromiso y la fidelidad a lo que Dios ha dicho, aunque el coste de mantenerlo sea muy alto.

Conclusión

Los riesgos de hablar existen, pero creo que son mayores los riesgos de callar, pues como le dijo Mardoqueo a la reina Ester: ‘Porque si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis.’ (Ester 4:14).


Wenceslao Calvo
Alcorcón, 22 de septiembre 2007

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Re: El compromiso político del creyente

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¿Por qué debemos hablar los evangélicos?

Escrito por Juan Sánchez Araujo
Saturday, 22 de September de 2007

Introducción

¿A qué nos referimos cuando decimos que los evangélicos “debemos hablar”? Algunos de los que estamos aquí nos sentimos menos frustrados con los derroteros que está siguiendo el país bajo el mandato de José Luís Rodríguez Zapatero –a pesar de su subversión absoluta de los valores morales dados por Dios en su Palabra e incluso estampados en la propia Naturaleza– que con la falta de reacción por parte del pueblo evangélico español como ciudadanos o a través de sus representantes ante la sociedad. Al fin y al cabo, lo primero (las acciones de Zapatero) no es más que el desarrollo natural del “misterio de la iniquidad”, que está en acción desde la primera venida de Cristo (2 Ts. 2:7) y que habrá de alcanzar su clímax en “el hombre de pecado, el hijo de perdición”, al cual “el Señor matará con el espíritu de su boca y destruirá con el resplandor de su venida” (2 Ts. 2:3, 4, 8). Pero lo segundo (nuestro silencio) es una grave dejación de la responsabilidad profética de la Iglesia –con todo lo que ello conlleva de infidelidad a nuestra vocación cristiana– y tiene para nosotros consecuencias, no solo de carácter temporal, sino también eterno.

Ciertos organismos como la FEREDE o los Consejos evangélicos (con honrosas excepciones), parecen estar más preocupados por obtener para los evangélicos españoles las mismas ventajas con que cuenta (todavía) la Iglesia católica romana que por aportar un testimonio cristiano respecto de los serios problemas de índole moral que tiene planteados el país y, si fuera posible, contribuir a solucionarlos. Y nuestra querida Alianza Evangélica Española está hecha un lío acerca de cuál es el papel de la Iglesia frente al Estado, en un momento en que se necesita la mayor claridad teológica y mental posible. Así, la AEE se inhibe de hacer una crítica firme al gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero y sus desafueros, sin darse cuenta de que –dado su propio carácter de asociación de personas y no de iglesias– ella no representa oficialmente a la “Iglesia evangélica” y, por tanto, ni siquiera tendría que plantearse si debe o no intervenir en “política”. De todas formas, una cosa es hacer política (que debe dejarse, más bien, para los creyentes como individuos) y otra es ser una voz profética para nuestra sociedad y para nuestros gobernantes, que les diga a estos en palabras del Salmo 2: “Oh reyes, sed prudentes; admitir amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían” (Sal. 2:10-12). Esto sí es tarea de la Iglesia.

(Bien es cierto que la Alianza ha reaccionado últimamente con la indignación debida ante el [des]propósito del Gobierno de hacernos tragar la papilla de la Educación para la Ciudadanía a todas las familias españolas, y ha alzado la voz en defensa de la objeción de conciencia, aunque sin llegar promoverla –como hubiera sido deseable– o dar directriz alguna a las familias en cuanto a la acción).

La crítica de la Alianza Evangélica a las acciones del gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero ha sido, por lo general, muy liviana, mientras se pronunciaba con mucha más severidad y contundencia en contra de la Iglesia católica o del PP, que no son en este caso parte del problema, sino más bien parte de la solución. Y no estoy defendiendo con esto a la Iglesia católica o identificándome con el Partido Popular; lo que digo es que no mezclemos las churras con las merinas, y que cuando hablemos de una cosa hablemos de una cosa y cuando hablemos de otra, hablemos de otra. Hay cuestiones en que, como evangélicos, debemos de criticar a la Iglesia romana y otras en que no. Además, con nuestra crítica hacia la Iglesia católica en los temas éticos suscitados por las políticas de Rodríguez Zapatero, estamos más bien lanzando piedras contra nuestro propio tejado: el tejado de los valores cristianos, de la educación de nuestros hijos, de nuestras familias, de nuestra libertad de conciencia, de expresión, de educación, etc.

Por otra parte, la insistencia de la AEE en tildarnos de afectos al PP a todos aquellos que como cristianos alzamos la voz en contra las políticas impías de Rodríguez Zapatero, hace evidente que la Alianza está juzgando el conflicto en clave política en lugar de darle un enfoque espiritual. Resumir la discrepancia que hay dentro de la Iglesia evangélica al respecto diciendo –como ha hecho– que el problema es entre evangélicos de “derechas” y evangélicos de “izquierdas”, o incluso entre evangélicos moderados y respetuosos del “adversario político” y otros políticamente extremistas (a veces hasta calificados de hooligans), denota un enfoque meramente terreno de lo que está sucediendo, sin tener en cuenta el conflicto entre el reino de Dios y el reino de las tinieblas que tiene lugar entre bastidores.

¿Dónde está en toda la argumentación de la AEE la referencia a la Palabra de Dios? ¿Dónde está nuestra consigna, como cristianos bíblicos y herederos de la Reforma, de “¡A la ley y al testimonio!”? (Is. 8:20). Se precisa una reflexión profunda en el seno de la Alianza acerca de la responsabilidad de la Iglesia frente al Estado –y quizá desenterrar libros tales como Los cristianos y la política o El cristiano y la democracia moderna, escritos y/o editados por José Grau en los años 70 del siglo pasado–; pero se necesita más aún ver toda la situación actual desde la perspectiva del reino de Dios y de la Biblia, entrando a diseccionar la aparente bondad de lo políticamente correcto –que es el Credo del partido gobernante– y a discernir y sacar a la luz la mentira y la iniquidad de los nuevos “valores” o de las actuaciones del Gobierno Zapatero. Porque no hemos oído ni un solo argumento bíblico de parte de la junta directiva de la Alianza para justificar su moderación respecto de los asuntos que nos ocupan.

Hago mi crítica con pesar, porque amo a la Alianza Evangélica Española (¡cómo se puede ser evangélico español y no amar a esta institución que ha defendido la autoridad de la Biblia y la libertad religiosa en España en sus momentos más delicados!) y amo y respeto también a muchos hermanos que hoy ostentan cargos directivos dentro de la misma. Sobre todo, me pesa tener que hablar así porque desearía ver a esa señera institución levantarse en esta hora para defender los valores bíblicos en nuestra sociedad. El lema de la Alianza es: “Comunión, defensa y propagación del evangelio”. ¿Dónde está actualmente su “defensa” de los valores bíblicos y evangélicos, cuando estos sufren quizá el mayor asalto que hayan experimentado en toda su historia? Su actuación frente a un Gobierno como el que tenemos actualmente en España dista mucho de ser la voz profética que debería oírse desde sus filas.

Una vez hecha esta introducción, pasemos a las razones por que los evangélicos españoles debemos analizar y abrir nuestras bocas para exponer las cosas según la Palabra de Dios, y denunciar las acciones de José Luís Rodríguez Zapatero y de su gabinete; e incluso comprometernos en la defensa cívica de la libertad y los valores cristianos y contra la propagación e imposición de la impiedad por parte del actual Gobierno. A mi modo de ver hay tres razones principales para ello: 1) El hacerlo forma parte de nuestra proclamación; 2) debemos hacerlo porque hay mucho en juego; y 3) debemos hacerlo porque solo la Iglesia de Cristo puede tener un impacto significativo en la situación.

1. Porque forma parte de nuestra proclamación

Algunos creen que el único mensaje que tiene que dar la Iglesia evangélica a la sociedad y a sus dirigentes es un evangelio del estilo de “Las cuatro leyes Espirituales”. Hasta que la gente no se ha convertido, no se le pueden empezar a decir otras cosas o a enseñársele “todo el consejo de Dios”. ¿Pero cómo hablar a la gente en la actualidad del pecado en abstracto –como decía recientemente César Vidal en su columna de Protestante Digital– si cada vez está más confusa respecto del bien y del mal? Hoy en día no debemos dar por hecho que la gente sabe “donde tiene su mano derecha y su mano izquierda” (Jon. 4:11). Hay que empezar por declararles lo que Dios exige de los seres humanos en las diferentes áreas de sus vidas: ya sea en la familia, en las relaciones sexuales, en el trabajo, como ciudadanos, etc. Esto requiere que la Iglesia “se moje” y se identifique públicamente con lo que Dios revela y ordena en su Palabra, lo cual contradice abiertamente aquello que hoy se enseña en nuestra sociedad y que quiere imponernos este Gobierno. Y la misma responsabilidad tenemos hacia el Gobierno mismo: la Iglesia debe explicarle –lo acepte o deje de aceptarlo– que las autoridades civiles están puestas por Dios y son servidoras de Dios para “infundir temor al que hace lo malo” y procurar el bien de los que se conducen como ciudadanos honrados y responsables (Ro. 13:1-4). La forma de actuar del Gobierno Zapatero con las víctimas del terrorismo de ETA y con sus verdugos, nunca mejor dicho, “clama al cielo” y supone una prevaricación flagrante.

No es posible hoy en día predicar el evangelio con claridad sin referirnos a los pecados concretos de nuestra sociedad y nuestros gobernantes, por mucho que ello nos cueste. La Iglesia de Cristo debe identificarse abiertamente con la Palabra de Dios y con sus valores y principios, resistir a la dictadura de lo políticamente correcto y estar dispuesta a pagar el precio de la impopularidad; porque, de otro modo, dejará de irradiar luz y las tinieblas prevalecerán y la envolverán aun a ella misma. Si no se define y toma partido en las cuestiones éticas de actualidad como el aborto, los matrimonios homosexuales, la educación para la ciudadanía o la eutanasia –que parece estar ya a la vuelta de la esquina, según afirmó recientemente el ministro Fernández Bermejo–, su testimonio del evangelio no tendrá eficacia alguna, y ella dejará de ser sal y no valdrá para nada más que para ser echada fuera y hollada por los hombres (Mt. 5:13). Ciertamente, si somos fieles a nuestra vocación, el mundo nos aborrecerá y el enemigo se enardecerá contra nosotros; pero los que han de ser salvos nos lo agradecerán, y nosotros y los nuestros permaneceremos bajo la cubierta segura de Dios y habremos librado nuestra alma (cf. Ez. 3:19). ¡No hay lugar más seguro que la fidelidad a Cristo!

Cuando hablamos del modo que lo hacemos, no estamos siendo moralistas –como se nos ha acusado de ser–, ni estamos intentando transformar la sociedad por medio de la imposición de una conducta y una moral cristianas, sino que estamos, precisamente, resistiendo a quienes tratan de imponernos a nosotros sus propias ideas y “antivalores”, y siendo realistas en cuanto a lo que significa ser testigos de Cristo en un tiempo como este. Si no nos definimos y resistimos vigorosamente las mentiras y las prácticas perversas que el enemigo está sembrando en nuestra sociedad, ni nos oponemos a las pretensiones impías de un Gobierno que se está excediendo en sus atribuciones y ocupando el lugar de Dios (como los césares de antaño), estaremos haciendo un flaco servicio a la causa del evangelio y no actuando ni como sal ni como luz en nuestro mundo. En su utilísimo librito El cristiano y la democracia moderna, José Grau dice lo siguiente:

Mientras que, por un lado, la Iglesia no está llamada a desempeñar las funciones de otras realidades sociales, tales como la familia y el Estado, sin embargo es obligación suya definir cuáles son las funciones, las finalidades de estas instituciones y las líneas de demarcación y de responsabilidad por las que se distinguen. También es deber de la Iglesia, en el cumplimiento del mandato que tiene de proclamar “todo el consejo de Dios”, el declarar e inculcar los deberes que tenemos unos en relación con otros; unas instituciones con respecto a otras; y los que tenemos todos con respecto a Dios, Señor y soberano.

Por lo tanto, cuando el magistrado civil traspasa los límites de su autoridad, incumbe a la Iglesia denunciar y condenar semejante abuso de poder. Cuando se proponen, y se legislan, leyes contrarias a la suprema Ley de Dios, es deber de la Iglesia oponerse a estos decretos y exponer la iniquidad intrínseca de los mismos. Cuando el magistrado civil fracasa en el ejercicio de la autoridad que le fue conferida por Dios para proteger y promover los derechos y las libertades de los ciudadanos, así como sus deberes y responsabilidades, la Iglesia tiene el deber y el derecho de condenar dicho fracaso. Mediante su proclamación de “todo el consejo de Dios” debe confrontar al gobernante con sus responsabilidades y ayudar moralmente para que los abusos sean corregidos. Las funciones del magistrado civil caen, por consiguiente, dentro de la órbita de la proclamación de la Palabra de Dios que lleva a cabo la Iglesia, en la medida en que la Palabra de Dios tiene algo que decir acerca de lo propio y lo impropio, lo correcto y lo incorrecto, del desempeño de esas funciones. La Iglesia no tiene nada que decir, generalmente, sobre cuestiones técnicas, de detalle, de las políticas particulares del magistrado civil. Cuando tiene una palabra para la vida política es en aquellos momentos en que el Estado ha olvidado los límites de su función y se ha entrometido en esferas que le deben ser ajenas y ha querido actuar con una omnipotencia y una soberanía que en ningún momento puede detentar por ser atributos exclusivos de Dios(1).

Debemos, por tanto, como siervos de Dios, ser sus voceros en lo relacionado con las cuestiones éticas actuales, tanto respecto de la sociedad como del Gobierno, porque ello forma parte de nuestra proclamación cristiana.

2. Porque hay mucho en juego

Lo que está procurando hacer este Gobierno –siguiendo las corrientes que se dan hoy en día en el mundo entero– es transformar lo que resta del modelo de la sociedad occidental, basada en la cosmovisión judeo-cristiana procedente de la revelación bíblica, en una monstruosidad antinatural que no constituya ya testimonio alguno de la gloria del Creador. Se trata, por tanto –si fuera posible–, de desalojar completamente a Dios de su Creación (como pretende el anuncio de ING Direct al apropiarse de la música y la letra de una canción cristiana para niños que habla de la soberanía de Dios sobre el universo) y cambiar todo lo establecido por Dios –la sociedad, la familia, la sexualidad del ser humano, los valores, los principios– por algo totalmente contrario a los propósitos de Dios. La rebelión general alentada por Satanás refleja su odio hacia el Señor y su deseo de destruir toda la obra del Creador y de borrar la imagen de este de toda la Creación. Aun una cosa tan natural como la relación hombre-mujer o la diferenciación entre los sexos se deforma hasta hacer irreconocible el propósito divino. Y no es de extrañar, puesto que, de alguna manera, la imagen de Dios se refleja también en nuestras diferencias sexuales –como apuntó Karl Barth hablando de Génesis 1:27–, y el enemigo de Dios aborrece todo lo que le recuerde esa imagen.

Lo que está en juego, pues, es que la Creación entera –y los seres humanos en particular– sigan reflejando algo de la gloria y la bondad del Creador. Naturalmente, ante la rebelión general e institucionalizada que se da hoy en día, y que tan bien describe el Salmo 2, “el que mora en los cielos se reirá” (v. 4), y los revoltosos recibirán el pago de su locura (vv. 4, 5, 12). No obstante, no lo harán sin antes haber causado –por el engaño del diablo y su propio pecado– graves daños a la Creación de Dios, la sociedad humana y a sus propias vidas y almas. Seguir a Satanás en su rebelión contra Dios –como está haciendo más que nunca este mundo y de una manera pertinaz este Gobierno– solo conduce al suicidio colectivo y a tener parte en el “fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41). ¿No deberíamos ser lo más claros posible en cuanto a esto?

Lo que está en juego también es el bien de nuestros hijos y ello no solo pensando a medio y largo plazo –en las futuras generaciones–, ya que este Gobierno se ha propuesto intensificar la presión sobre los niños y adolescentes españoles durante este mismo curso escolar para inculcarles las mentiras destructivas del diablo –como la identidad de género, el derecho a disponer de la propia vida o de la vida de los demás, o una visión retorcida de la familia, la justicia o la Historia– por medio de la asignatura de la Educación para la Ciudadanía, alejándolos así de las saludables verdades de la Palabra de Dios. Y esto lo hace Rodríguez Zapatero conculcando alegremente el derecho constitucional de los padres a educar a sus hijos según sus propios valores morales, y actuando inicuamente como corresponde al espíritu que lo anima. ¿No deberíamos hacer valer nuestros derechos y defender la legalidad frente a las intenciones de este Gobierno con todas nuestras fuerzas? ¿Hay algo más lícito y por lo que valga más la pena luchar que por la libertad de seguir educando a nuestros hijos en el Señor? La escuela debe servir de ayuda para los padres en la educación de sus hijos, no sustituirlos en la función que Dios les ha dado y la Declaración de Derechos Humanos y la Constitución Española les reconocen (Dt. 6:7; Pr. 1:8, 9; Ef 6:4; Art. 26.3 DDH; Art. 27.3 Const. Esp.).

El pueblo que no lucha por defender el Derecho y la Justicia tendrá que soportar el yugo del totalitarismo y de la opresión, como sucedió en la Alemania nazi culpablemente engañada por el adoctrinamiento hitleriano. Luchar por los valores de la Palabra de Dios, promoverlos y resistir a quienes quieren erradicarlos de la sociedad es obrar para la gloria de Dios y para el bien de los seres humanos. También supone ser coherentes con el testimonio de Jesús en un tiempo como el que vivimos, que tanto se parece a aquel en que surgió la Iglesia confesante alemana.

3. Porque solo la Iglesia de Cristo puede tener un impacto significativo en la situación

Lo que se ha dado en llamar “guerra de culturas” –es decir, el conflicto social causado por el feroz asalto, a partir de finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado, contra el sistema de valores judeo-cristiano o bíblico sobre el que se asentaba la sociedad occidental–, y que gira en torno a temas tales como el derecho al aborto, la eutanasia, la experimentación con embriones humanos, el divorcio, los matrimonios homosexuales, etc., no es otra cosa que una guerra espiritual en toda regla a la que la Iglesia no puede sustraerse por ser ella lo que es: la embajada del reino de Dios en el mundo o, expresado quizá de un modo más pertinente a nuestra situación, el maquis del gobierno legítimo que ha de prevalecer al final y cuyas atribuciones ha usurpado el príncipe de este mundo. La Iglesia será fiel a su vocación cristiana o no lo será, pero no puede eludir su responsabilidad en el conflicto.

Digo que solo la Iglesia puede tener un impacto significativo en la situación española porque solo ella conoce la verdadera naturaleza de esta “guerra de culturas”: una lucha sin cuartel entre el reino de Dios y el reino de las tinieblas –el cual, aunque herido de muerte, da unos últimos coletazos sumamente peligrosos para la Humanidad en general (Ap. 12:12) y para los cristianos en particular(Ap. 13:7, 8). El primero –el reino de Dios– trae consigo el bien al que lo recibe (Jn. 10:11); el segundo, conduce a la ruina y a la perdición a sus súbditos (Jn. 10:10).

Nosotros –la Iglesia de Cristo– sabemos que el príncipe de este mundo ya ha sido echado fuera (Jn. 12:31; Ap. 12:7-9), destruido por medio de la muerte del Hijo de Dios (He. 2:14), y que Jesús reina ya a la diestra del Padre “hasta que todos sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies” en su segunda venida (He. 10:13). La victoria es, pues, segura. Conocemos, también, que Dios nos ha dado el Espíritu Santo, un poder mayor que el que está en el mundo para que podamos vencer a este último, y que Él no nos dejará ser tentados más de lo que podemos resistir (1 Jn. 4:4; 1 Co. 10:13). Estamos al corriente de las maquinaciones del diablo (2 Co. 2:11) y conocemos las armas que él utiliza y sus métodos de lucha (Jn. 8:44; cf. Is. 36). Todo esto lo sabemos por las Sagradas Escrituras, la bendita Palabra de Dios: somos los únicos que sabemos lo que se cuece entre bastidores, que estamos al corriente del conflicto de los siglos, y esto nos hace aptos para esta pelea. Contamos, asimismo, con las armas adecuadas para librarla: armas espirituales, entre las que se incluyen la verdad, la justicia, el testimonio del evangelio, la fe, la seguridad de salvación, la Palabra de Dios y la oración (Ef. 6:14-18). Además, contrariamente a la iniquidad que caracteriza a nuestro enemigo, nuestras armas –como las del apóstol Pablo– son “armas de justicia”, y para nosotros el fin no puede en modo alguno justificar los medios que utilicemos para alcanzarlo.

Después de haber peleado limpia y legítimamente, y hecho cuanto debíamos hacer, habremos de dejarle a Dios los resultados, sabiendo que Él también decide “los tiempos y las sazones que […] puso en su sola potestad” (Hch. 1), y que es posible que llegue el día en que no obtengamos el éxito que quisiéramos obtener, puesto que está anunciado que llegará un momento cuando la bestia que sube del mar hará guerra contra los santos y los vencerá (Ap. 13:7, 8). Si ha llegado ese momento o no lo sabremos a su debido tiempo, pero no debemos ser triunfalistas en cuanto a los resultados a pesar de la victoria de Cristo, del poder del Espíritu, del conocimiento de su Palabra, de la seguridad de la salvación, del privilegio de la oración o de la eficacia del evangelio. Mucho menos debemos entregarnos a prácticas poco bíblicas e ineficaces de guerra espiritual, como las que se han puesto de moda en algunos sectores del pueblo evangélico en los últimos años y que incluyen la cartografía espiritual, la remisión del pecado de las naciones y otras formas ajenas a las Escrituras. Apocalipsis 12:11 nos explica cómo vencen los creyentes al diablo en su lucha contra él: “Por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y [menospreciando] sus vidas hasta la muerte”. Esta batalla la venceremos con la sangre de Cristo que nos asegura la salvación y el perdón de nuestros pecados (pasados, presentes y futuros), la palabra de nuestro testimonio (en todas las cuestiones) y un menosprecio de nuestras propias vidas hasta la muerte. Para esta lucha espiritual en que estamos inmersos no necesitamos nada más que ser fieles discípulos y testigos de Jesús: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar –dijo Jesús–; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Y nuestro testimonio de la verdad de Cristo –de palabra y de hecho–, por costoso que sea, es el arma más eficaz para deshacer el engaño del diablo que lleva a los hombres a la perdición y a la sociedad humana a su ruina y juicio. No debemos callar, por tanto, en esta hora cuando hay tanto en juego, porque el hacerlo puede tener para nosotros algo más que un costo temporal: “El que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora –dijo el Señor–, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles” (Mr. 8:38).

Juan Sánchez Araujo
22 de Septiembre, 2007

Notas
1. Dengerink, J.D, Grau J.: El cristiano y la democracia moderna, pp. 39, 40 (Barcelona, Ediciones Evangélicas Europeas, 1977)

***​

Ver la 'Declaración de Alcorcón' firmada por los asistentes al encuentro.

Sunday, 23 de September de 2007

Reunidos en Alcorcón, Madrid, los días 22 y 23 de septiembre de 2007, con el objeto de analizar la situación ética que atraviesa nuestro país y discernir cuál es nuestro deber como cristianos evangélicos y testigos de Jesucristo, y reconociendo que nuestro testimonio sobre estas cuestiones no ha sido lo suficientemente claro hasta la fecha, los abajo firmantes hacemos la siguiente declaración:

1. Que la situación moral en que nos encontramos es sumamente grave, con la institucionalización y legalización de prácticas aborrecibles para Dios tales como el aborto[1], la experimentación con embriones humanos[2], los atentados contra la familia[3], el matrimonio homosexual[4] (y el derecho de adoptar niños que lleva aparejado), la identidad de género[5] o el falseamiento del sentido de la justicia en asuntos como el terrorismo y otros semejantes por motivos políticos[6]. Todas ellas son prácticas condenadas expresamente por Dios en su Palabra (la Biblia).

2. Que la responsabilidad de los cristianos en esta hora es identificarse con lo que Dios revela, enseña y manda en su Palabra, dando así un claro testimonio de la Verdad, sin por ello adoptar una actitud de juicio hacia aquellos que, engañados por el diablo, han caído en prácticas contrarias a la voluntad revelada de Dios o las promueven, a los cuales llamamos a recibir la gracia y el perdón de Dios en Jesucristo mediante el arrepentimiento y la fe.

3. Que nuestro deber como parte de la Iglesia de Cristo es instar a nuestras autoridades a que recapaciten y dejen de subvertir los valores y los principios dados por Dios en su Palabra, lo cual no puede sino acarrear mal para la sociedad española y ponerlos a ellos mismos bajo el juicio divino[7].

4. Que nuestro deber como cristianos en un país democrático es utilizar todos los medios legítimos de que disponemos para la defensa de los beneficiosos valores que enseña la Biblia, uniendo fuerzas, si se tercia, con aquellos que busquen los mismos objetivos que nosotros, y resistiendo a quienes quisieran borrar toda huella de cristianismo de nuestra sociedad y dejarla enteramente en tinieblas y a merced del enemigo de Dios y del hombre.

Alcorcón, 23 de septiembre de 2007

FIRMAN:
Juan Barnreuther; David Burt; Wenceslao Calvo; Demetrio Cánovas; Iñaki Colera; Bernard Coster; David Estrada; Francisco González; Diego Guirao; J. A. Juliá; Curt Kenneth-Borrough; Boni Lozano; Frances M. Luttikhuizen; Scot Musser; Juan Sánchez Araujo; Larry Thornburg; César Vidal.

Únete a los firmantes de la Declaración de Alcorcón haz click en el enlace:

• FIRMAR 'LA DECLARACIÓN DE ALCORCÓN'


Fuente: http://www.tiempodehablar.org/th/



:101010:
 
Re: El compromiso político del creyente

Recibido por e-mail

El camino fácil

Juan Sánchez Araujo


El VII Congreso Evangélico Español ha decidido darle a esta sociedad y a este Gobierno lo que ellos quieren oír: compromiso con la mujer, compromiso con el cambio climático, compromiso con la inmigración… Ninguno de estos temas es controvertido, ya que la sociedad actual se mueve –por lo menos de palabra– en esa dirección; aunque su forma de ver estas cuestiones no proceda de los valores de la Palabra de Dios sino de determinadas consignas ideológicas o, simplemente, políticamente correctas. El caso más claro es el de la igualdad de roles del hombre y la mujer en la familia, la sociedad o la iglesia: un producto del movimiento feminista cuyo consumo está muy extendido en la Iglesia evangélica de nuestro país y que, según las conclusiones del VII Congreso, se pretende seguir promoviendo. Con ello, simplemente, estaremos contribuyendo más y más a la dislocación de la sociedad, la familia y la iglesia. ¡Pero ese es un carro al que nuestros representantes oficiales han decidido subirse!

Bien es cierto que el otro compromiso adoptado en el VII Congreso es con “la misión”. Se supone que la misión significa la predicación del evangelio y/o el hacer bien a nuestros semejantes en el nombre de Jesús. ¿Pero, qué es verdaderamente predicar el evangelio o hacer bien a nuestros semejantes en una sociedad como la nuestra, sino el cumplir, ante todo, con nuestro cometido de ser luz para los que están en tinieblas? Al pasar por alto las graves cuestiones como la promoción del aborto (y pronto la eutanasia), los ataques contra la familia (mediante el fomento del divorcio o de la identidad de roles entre hombre y mujer), la promoción de la homosexualidad, la legalización de la “identidad de género”, la intromisión del Estado en el derecho de los padres a educar a sus hijos según sus creencias y valores morales (mediante la Educación para la Ciudadanía) o las injusticias cometidas por parte de este Gobierno contra las víctimas del terrorismo de ETA, los evangélicos españoles nos hacemos culpables –por “omisión de socorro”– de esas mismas ofensas, y desde luego sufriremos las consecuencias de ello con el resto de la sociedad.

Naturalmente, las buenas palabras del presidente de la FEREDE para con este Gobierno han tenido su recompensa en otros tantos halagos y promesas de parte del ministro de Justicia, quien prometió avanzar en los acuerdos entre el Estado y los protestantes, además de decir que el camino y las metas que habían establecido los evangélicos le parecían muy acertados (¡Ay!).

Nos cuesta trabajo creer que nuestros representantes oficiales y todos los que participaron en el VII Congreso se hayan vendido por un puñado de euros procedentes de la Fundación Pluralismo y Convivencia –y pronto, también, de la Declaración del IRPF–; pero la alternativa no es más tranquilizadora: ¿Acaso pensamos que podemos aprovecharnos de la injusticia y la maldad para el avance del evangelio, permaneciendo mudos ante un Gobierno que se ha “vendido a hacer lo malo delante de Dios” (1 R. 21:20); o es que, quizá, nos hemos convencido de que las cuestiones éticas candentes son las que contempla este Gobierno y el sector llamado “progresista” en sus programas o sus ideologías? Considerando las conclusiones finales del VII Congreso Evangélico Español, parece que así es.

Por desgracia, las conclusiones finales del VII Congreso Evangélico Español no suponen sino una reafirmación en la línea que han estado siguiendo la FEREDE, la Alianza Evangélica y otros organismos evangélicos desde la llegada al poder de Rodríguez Zapatero: silencio culpable y una neutralidad que va tomando cada vez más la forma de colaboración política. ¿Sale el evangelio beneficiado con eso? Algunos creen que sí, ya que los evangélicos obtienen más dinero para proyectos y gozan de una tolerancia de la que no gozan, sin embargo, los principios y los valores de la Palabra de Dios. Cuando se hayan minado por completo dichos valores, se acabará también la tolerancia (¡y el dinero!) para los evangélicos. Mientras tanto, parece que estamos hipnotizados por la mirada de la serpiente y creemos estar consiguiendo algo cuando lo que hacemos es perder, perder y perder.

Si José Luís Rodríguez Zapatero gana las próximas elecciones –solo o con el resto de los partidos que le apoyan–, podemos prepararnos para que las tinieblas en que ya vivimos se hagan más densas, y el ser fieles al Señor resulte mucho más difícil y peligroso. Los evangélicos, que conocemos las Escrituras, tenemos una gran responsabilidad en esta hora, y no deberíamos optar por el camino fácil, pero peligroso, de conformarnos a este mundo y seguirlo en su corriente, porque “hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin en camino de muerte” (Pr. 14:12).




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Re: El compromiso político del creyente

Bart, ¿tú entiendes el silencio de los participantes en este foro ante artículos como el último de Araujo?

Yo sí.
 
Re: El compromiso político del creyente

Me gustaría dar mi opinión sobre el compromiso político del creyente.

En mi opinión este compromiso debe manifestar una preocupación seria por los derechos fundamentales del hombre y la mujer: el derecho a la vida, la dignidad y la libertad, la justicia... y cualesquiera otros principios evangélicos que tienen como no una aplicación en la sociedad (deben tenerla, pues en última instancia la sociedad somos nosotros, cada uno de nosotros).

Por eso el mandamiento político por excelencia que nos dio el señor, es decir el mandamiento para la relación social (sea lo grande que sea) es el de amar al prójimo como a nosotros mismos. Y esto implica obediencia y civismo, respeto a la vida, respeto a la propiedad y honradez, amor por la verdad...

Un cristiano no debería estar desvinculado de la política, pues no debe renunciar a ser un sujeto activo y decisivo en sociedad, y por eso debe defender estos principios. Condenar las ideologías o sistemas y leyes que los incumplen y apoyar y participar de los proyectos y leyes que los defiendan.

En libertad de conciencia y de opinión política, pero siempre vigilantes y sometidos a la voluntad de Dios, buscando con cada acción dar gloria a Dios, y si no le damos Gloria o le ofendemos no obrar en ese sentido.

Paz con vosotros.
 
Re: El compromiso político del creyente

Vivimos en un sistema política maligno.

Ocurrió hace unos nueve años, en plena primavera. Todavía vivíamos en Madrid. Todavía éramos evangélicos. Mi hijo mayor iba al colegio evangélico “El Porvenir”, cerca de Cuatro Caminos. De casa al colegio había unos veinte minutos andando. Como hacía buen tiempo, muchos días se venía a casa él solo. Pero ese día decidí salir a su encuentro. Una vez que tomé la calle de Bravo Murillo le vi venir a lo lejos. Y cuál no sería mi sorpresa cuando me percaté de que tenía un cigarrillo encendido en sus manos. En seguida se lo llevó a los labios y le dio una calada. No me lo pensé dos veces. Me acerqué hacia él y le solté un guantazo. Mientras estaba preguntándole cómo era posible que con diez años estuviera fumando se me acercó una pareja de guardias municipales. Me separaron del niño y me preguntaron qué pasaba. Tras explicarles lo sucedido, decidieron llevarnos a los dos al centro de salud más cercano. Allí un médico examinó al niño mientras otro me hacía preguntas. Yo les dije: ¿es que un padre no tiene derecho a soltarle un sopapo a su hijo de diez años al verle fumar? Entonces me explicaron que había mucha sensibilidad por el tema de los malos tratos y que tal, que cual. Una vez que constataron que la criatura no tenía señales de golpes ni malos tratos, nos dejaron volver a casa. El crío se asustó bastante más por lo que hizo de la policía que por el cachete que le había dado su padre. Y yo me quedé dando gracias a Dios de que no tenía ninguno de los moratones que a veces tienen los niños por jugar al fútbol o a los indios. De haberle encontrado algo, me temo que aquello habría acabado muy mal.

La verdad es que en pocas ocasiones he puesto la mano encima a mis hijos. Ni me gusta ni me ha hecho falta para conseguir que me obedezcan. De hecho, estoy convencido de que he sido demasiado blando en momentos en que debí haber sido más “enérgico”, sobre todo con mi primogénito. Soy de los que piensan que es bueno explicar a los niños el porqué se les pide que hagan o dejen de hacer tal o cual cosa, pero es aún mejor conseguir que entiendan que han de obedecer tanto si te entienden como si no. El “haces esto porque sí” no es un recurso del que convenga abusar, pero a veces hay que recurrir al mismo cuando las criaturas se obcecan en sus justificaciones para no obedecer. Los niños siempre te están probando para ver hasta dónde pueden llegar. Y si saben donde están los límites, aprenderán a respetarlos.

El caso es que, tanto si me he equivocado como si no, la responsabilidad de educar a mis hijos ha sido mía. Y de mi esposa, por supuesto, pero permítaseme seguir hablando en primera persona. Soy yo quien decido si es o no oportuno usar de un muy moderado castigo físico para disciplinar a mis hijos. Soy yo quien decido si es mejor el castigo, el tirón de orejas o el cachete en el culo. Soy yo el padre. Y aunque entiendo que el Estado debe de impedir que yo maltrate a palos a mis hijos, no tengo porqué consentirle que me diga que no tengo derecho a hacerles lo que mis padres hicieron conmigo cuando lo creyeron oportunos. Ahora que el parlamento español ha decidido prohibir el “cachete paterno”, yo le digo a ese parlamento: ¿quién te ha dado a ti autoridad para decidir por mí sobre la educación de mis hijos? ¿quiénes son ustedes, señores parlamentarios, para decidir si es o no bueno educar a mis hijos de la misma manera en que mi padre me educó a mí? ¿quiénes se creen que son ustedes? ¿de qué van? ¿a qué juegan? ¿qué es lo que buscan? Ustedes me habrían permitido matar a mis hijos antes de nacer, ¿y me van a prohibir darles una torta cuando lo estime oportuno? ¿pero qué tipo de sistema político es éste, en el que el Estado se arroga algo que por ley natural corresponde a los padres? ¿a qué gulaj nos quieren conducir?

Insisto en que encuentro lógico que se eviten los malos tratos. No seré yo el que diga que no hay que intervenir cuando un salvaje se lía a palos con sus hijos, rompiéndoles literalmente la crisma. Pero sí seré yo el que diga que si en España el Estado insiste en adoctrinar a mis hijos mediante la EpC y se mete en la forma en que ejerzo la disciplina con ellos, tendré que pensar en ir cambiando de país. Una nación que permite que se triture los cuerpos de niños abortados en clínicas de la muerte, que educa a los niños en valores éticos y morales contrarios a la fe de los padres y que impide a estos dar un capón al niño rebelde, no es una nación: es un campo de concentración en el que se experimenta con la sociedad como Menguele experimentaba con los pobres desdichados que caían en sus manos.

Yo creo que es hora de empezar a decir las cosas claras. Esto no es una democracia. O si la democracia es esto, maldita sea la democracia. La Iglesia, y los cristianos a una con ella, ha de alzar su voz de forma clara y rotunda. Esta partitocracia en la que vivimos desde la Transición es una trampa maligna. La derecha social vive secuestrada por una derecha política que no tiene valor para defender hasta el fin una serie de principios mínimos irrenunciables. Rajoy dijo el otro día que hay un consenso social prácticamente total sobre la actual ley del aborto, y que basta con hacer que se cumpla bien. Que nadie se lleve a engaño. Eso lo dice el presidente de un partido que en su día, estando en el gobierno aprobó la píldora abortiva. Lo dice el presidente del partido que gobierna en comunidades donde se trituran fetos humanos. Por tanto, una de dos: o los católicos de este país somos una panda de hipócritas y/o un rebaño narcotizado, o no tiene perdón de Dios que colaboremos con nuestro voto para que ese partido vuelva a gobernar. Porque aunque es obvio que el PSOE es peor, hace más daño el que pudiendo hacer el bien, hace el mal, que el que por su propia naturaleza sólo puede hacer el mal. Las dudas que yo tenía sobre si es lícito votar a este PP en base a la teoría del mal menor, se me han despejado al ver cómo está actuando en todo el asunto del aborto.

Y es que a mientras en España se asesine a uno de cada seis niños concebidos, la unidad del país o la evolución de la economía me importan un carajo. Y casi me importa otro carajo la negociación con la banda asesina que ha provocado en toda su historia tantas muertes como las que tienen lugar en el seno de las madres españolas durante una semana. Y otro carajo casi me importa el saber quién o quiénes provocaron un 11-M en los trenes de Madrid el mismo número de muertes que las que se produjeron ese mismo día en las clínicas abortivas de toda España. Y puedo seguir con la lista de carajos. El lector que me conoce sabe lo que quiero decir. No es que en realidad me importe un carajo todas esas cosas. Pero son casi la nada ante el clamor del millón largo de españoles que no han podido siquiera aspirar una bocanada de aire para gritar en contra de la mano que les ejecutaba a cambio de un dinero envilecido por su sangre inocente. Como católico me niego a participar en un sistema político que permite esto. Como padre me niego a aceptar que mis hijos sean educados en base a lo que dictaminen los siervos de la cultura de la muerte y los tibios cómplices del mal. Mi voto no irá a ningún partido que no tenga como sus principales planteamientos el acabar con el aborto, el impedir que la legislación anime a la ruptura familiar, el promover que los valores que brotan de las raíces cristianas de la civilización occidental sean alma mater de su acción política, etc. En otras palabras, o en mi circunscripción electoral hay un bien mayor al que votar, o votaré en blanco -o no votaré- el próximo 9 de marzo. Y eso sí, sepan los parlamentarios españoles que si mañana veo a mi otro hijo, que ahora tiene trece años, con un cigarillo encendido en la mano, primero me aseguraré de que no haya un policía cerca y luego le tiraré de las patillas hasta que suelte el pitillo, para a continuación explicarle las miles de razones que hay para no fumar.

Luis Fernando Pérez Bustamante

Fuente: http://www.coradcor.com/blog/