Re: ¿¿ El Purgatorio es Sana doctrina ??
El problema de los protestantes con el purgatorio es el mismo que pudiera tener una persona que no conoce el mundo de las drogas. Le parecería sencillo que una persona drogadicta decidiera de pronto no tomar drogas. Sin embargo, el proceso no es tan sencillo. El cuerpo está acostumbrado a las drogas y las exige. Y el deshabituarse a las drogas es un proceso doloroso. Esto mismo sucede con el purgatorio, con lo que podríamos llamar El doloroso proceso de hacerse perdonar
En lo esencial, con el purgatorio se pone fuertemente de relieve uno de los aspectos específicos del juicio, es decir, que el encuentro definitivo con el amor divino que juzga en la muerte y después de ella será causa para el hombre pecador (¿y quién no lo será?) de una confrontación dolorosa y purificadora con su propia biografía. Dicha confrontación, ahora bien, tiene lugar en presencia del Bien, es decir, de una realidad que, pese a haber sido muchas veces vulnerada, persiste sin embargo en manifestar una infinita misericordia. Con ello empieza ya por ponerse de manifiesto una cosa: no necesitamos representarnos esa purificación ni como un determinado lugar ultraterreno ni como un estado que, dilatándose en el tiempo, habría que calcular de acuerdo con una medida de tiempo terrena y en el cual el difunto permanecería durante un determinado lapso, suspendido de alguna manera entre el cielo y el infierno. No, la purificación cae ya del lado del cielo; es un momento interno de la consumación positiva, una suerte de "antesala del cielo" que debe preparar al hombre para entrar en comunión con Dios libre ya de pecado. No podemos trasponer sin más a esa purificación nuestras ideas terrenas sobre el tiempo. Sin extenderse en el tiempo, pero a pesar de ello dotada de una fuerte intensidad, la purificación permite que el hombre se libere de sus culpas terrenas y que lo que ya había de arrepentimiento y conversión en su vida terrena termine por fin de "madurar".
Se plantea aquí, con todo, una pregunta, que los cristianos protestantes son los primeros en dirigir a la concepción católica de la purificación. En efecto, ¿es realmente necesario pasar por esta purificación ultraterrena a fin de estar preparado para entrar en el cielo? ¿No es suficiente a tal efecto con el perdón purificador de Dios, perdón del que éste hará obsequio sin reservas a todo el que se arrepienta de sus pecados al encontrarse con el amor divino "que juzga"? ¡Por supuesto que sí! Pero la pregunta es: ¿de qué modo vive el hombre un perdón que debe llevarle a transformarse "de forma duradera", facultándole así por primera vez para experimentar la felicidad de encontrarse con el amor de Dios? ¿Cómo penetra ese perdón en él, de tal manera que el hombre se deje en verdad transformar profundamente por él, y transformar, además, de una persona desagradecida en una persona agradecida, de una persona egocéntrica en alguien capaz de relacionarse con sus semejantes? El perdón, haya sido concedido por Dios o por los hombres, no se limita a borrar la culpa de un plumazo, ni hace que ésta no haya tenido lugar o se olvide. No, lo que significa el perdón es que Dios otorga de nuevo e incondicionalmente al hombre su amistad, a pesar de los pecados que éste haya podido cometer. Pero ese perdón divino por el que el hombre es admitido entre los amigos de Dios exige, si es que ha de transformar realmente al hombre, que éste esté también dispuesto a colaborar, es decir, a ponerlo todo de su parte a la hora de hacerse perdonar sus pecados, a comprometerse de forma activa en esos hacerse aceptar, hacerse renovar y hacerse salvar por Dios.
¿Tan difícil es esto? ¡Por supuesto que sí! Porque, en definitiva, los "antiguos vicios" que consigo arrastran nuestros pecados, es decir, sus corruptoras consecuencias y repercusiones en nuestro carácter, conducta y relaciones, continúan estando profundamente afincados en nosotros tanto en la muerte como después de ella. Todo nuestro pensar, querer y vivir está en cierto modo "impregnado" de esa desagradecida voluntad que impulsa al hombre a afirmarse a sí mismo frente a su bondadoso Creador. En contra de esas resistencias internas, en contra también de esa "tendencia inercial" del pecado que tanta fuerza sigue teniendo al morir y que tan penosa vuelve para el hombre toda conversión real (tanto en la vida como en la muerte), es preciso que el perdón de Dios "prevalezca" o "se imponga" en nosotros.
Por este motivo, en la vista de esta causa la doctrina de la purificación constituye un informe oral en extremo oportuno en contra de la idea de que el perdón de los pecados sería algo fácil o sencillo de obtener. Esta doctrina sabe muy bien que lo único que opera una verdadera transformación en el pecador arrepentido, preparándolo así para el cielo, es el amor divino que perdona. Pero cuenta también de forma muy realista con que las resistencias humanas no serán ni mucho menos pequeñas y que, por ello, la misericordia de Dios tendrá necesidad de un proceso purificador para imponerse, el cual ocasionará al hombre no pocos sufrimientos. Pues, en efecto, durante ese tiempo ese amor tiene, por así decirlo, que "quemar" todas esas consecuencias con las que los pecados terrenos se apoderan aún del hombre. Cuando hablamos de la definitiva purificación después de la muerte, a lo que propiamente nos referimos, por tanto, es a esa parte humana del perdón de nuestros pecados por Dios.