Re: soy gay , entonces estoy enfermo , no?
Hola mi heroe!!!
Te mando un abrazo y voy a orar por ti. Estas llamado a la Heroicidad. Tu tienes inteligencia para saber que esta bien y que esta mal. Si para ti no es fácil elegir lo que está bien, pues tu voluntad quiere el mal, y sin embargo eliges el bien, entonces eres un HEROE para JESUS DE NAZARET y para todos nosotros!!
Aqui te envio lo que le dijo Jesús a una vidente que vio a las personas que iban camino al infierno en grupos, y este era uno:
Vi hombres atados con hombres y mujeres atadas con mujeres por la cintura, que se balanceaban como animales salvajes arrastrando una presa. ¿Y estos quienes son y por qué sufren? El Señor me dijo: "Son toda clase de homosexuales y lesbianas, que libremente me rechazaron y no fueron capaces de ser castos ofreciendo su vida". Y vi como Satanás se revolcaba en el lecho de estos pobres seres, dándoles más deseos sin llegar a ser saciados nunca. Y vi como los espíritus los atormentaban en sus partes con las que pecaron. Y vi que les atravesaban palos desde el ano hasta la boca y les giraban. Y pregunté: ¿Y la presa? Y dijo el Señor: "La presa que arrastran son todos los que se acostaron con ellos. Ore, porque aún hay vivos que pueden salvarse con arrepentirse. La persona homosexual que ofrezca su castidad a mi y viva sin hacer pecar a nadie, yo sobre ella derramo mi infinita misericordia, porque los amo inmensamente."
<<No fornicarás>>
<<No digáis quienes habéis sido constantes en venir a Mí, que no hablo con orden, y que paso por alto alguno de los Diez mandamientos. Oís. Yo veo. Escucháis, yo aplico a los dolores y a las llagas lo que veo en vosotros. Soy el médico. Un médico va primero a los enfermos, a los que están más próximos a morir. Luego va a los menos graves. También Yo. Hoy os digo: “No cometáis impurezas”
No volváis la mirada tratando de descubrir en el rostro de alguien la palabra “lujuria”. Teneos mutua caridad. ¿Os gustaría que otro la leyese en vuestra cara? ¡No! Entonces no tratéis de leerla en los ojos conturbados del vecino, en su frente que se pone colorada y que se inclina al suelo. Y luego... ¡Oh! Decid vosotros hombres en particular, ¿quién de vosotros no ha hincado el diente en ese pan de ceniza y de estiércol que es la satisfacción sexual?... ¿Es tan solo lujuria la que os arrastra por una hora en los brazos de una prostituta? ¿No acaso es también lujuria el acto sexual manchado con la esposa, manchado porque es vicio legalizado, en donde se busca la recíproca satisfacción del sentido, y se evade a las consecuencias del mismo? ¿Dónde en el conyugue se ve simplemente un objeto de placer? El matrimonio es unión para elevar y consolar al hombre y a la mujer, además de la procreación, es un deber, un servicio, no es venta, ni dolor, ni humillación de uno o de otro de los cónyuges. Es amor y no odio.
En verdad una familia no dura si no hay obediencia, respeto, economía, buena voluntad, diligencia y amor. El hombre debe ser la cabeza, pero no déspota ni de la esposa, ni de los hijos, ni de los empleados. La mujer también sea justa para con su esposo, sus hijos y sus empleados. Obedezca y respete, ayude y consuele a su esposo. Debe obedecer pero no degradarse. La mujer virtuosa en sus acciones, en sus palabras, en sus entregas puede llevar al marido a una elevación de sentimientos y así el esposo la llega a considerar como parte de si mismo; y es justo que así sea, porque la mujer “es huesos de sus huesos y carne de su carne” y nadie maltrata sus propios huesos o carne, antes bien los ama; por lo cual el esposo y la esposa, deben mirarse no en su desnudez sensual, sino que se amen en el espíritu. La mujer sea paciente, maternal con el marido. Que lo considere como al primero de sus hijos, porque la mujer es siempre madre y el hombre tiene necesidad de una madre que sea paciente, prudente, cariñosa, comprensiva. Feliz la mujer que sabe ser compañera de su esposo y al mismo tiempo madre para sostenerlo e hija para dejarse guiar. Los dos sean laboriosos. El trabajo, al mismo tiempo que impide fantasear, ayuda más a la honestidad que a tener dinero. No se atormenten con celos tontos que no conducen a nada. La mujer tiene todo en sus hijos; os digo hijos que os sujetéis a vuestros padres; que seáis respetuosos, obedientes, para que lo seáis con el Señor, vuestro Dios. Porque si no aprendéis a obedecer las ordenes sencillas de vuestros padres, a quienes veis, Cómo podréis obedecer los mandamientos de Dios, que os dicen en nombre suyo, pero al que no veis ni oís? Y si no creéis a quien os ama, a vuestros padres que no pueden ordenar sino cosas buenas, Cómo podréis creer que sean buenas las cosas que se os dice que Dios las ordenó? Dios ama. Es un Padre, ¿lo sabéis? Pero precisamente porque os ama y os quiera consigo, quiere que seáis buenos. Y la primera escuela donde aprendéis a serlo es la familia. En ella aprendéis a amar y a obedecer y allí empieza para vosotros el camino que lleva al cielo. Sed, pues, buenos, respetuosos, dóciles. Amad y honrad a vuestros padres, procurando no avergonzarlos con vuestras acciones no buenas. El orgullo no es cosa buena, pero hay un santo orgullo, el de poder decir: “Ningún dolor te cause papá, ningún dolor te causé mamá”. Este orgullo que os proporciona alegría mientras viven, es paz en la herida que recibís cuando mueren; entre tanto que las lágrimas que un hijo arranca a sus padres, parecen ser plomo fundido sobre el corazón del hijo, y no obstante cualquier esfuerzo para suavizar esa herida que duele, duele y duele siempre mas y sobre todo cuando la muerte de uno de los padres no da tiempo al hijo de reparar lo hecho…
Obrando así, la casa que bendiga yo, conservará mi bendición y Dios estará siempre en ella. De igual modo conservaran la bendición los instrumentos de trabajo y las posesiones, si con todas vuestras fuerzas trabajáis en los días que debéis hacerlo y en los días que no, os entregáis a honrar a Dios. No engañéis a nadie en la venta o en el peso, vuestro trabajo será descanso y no se convertirá en vosotros como rey que lo antepongáis a Dios. Porque si el trabajo os proporciona ganancias, Dios os da su cielo.
Del hogar no se debe hacer un lupanar. Y se convierte en esto si se le ensucia y no se consagra con el la maternidad. La tierra no rechaza la semilla. La recoge y la planta. La semilla no huye del lugar porque se le sembró, sino que al punto echa raíces y se esfuerza por crecer y echar espigas, esto es, la criatura vegetal que nació entre el connubio de la tierra y la semilla. El hombre es la semilla, la mujer es la tierra, la espiga el hijo. Rehusar a echar espigas y desperdiciar la fuerza en vicio, es culpa. Es un acto de prostitución cometido en el lecho nupcial, que no se diferencia en nada del otro, antes bien es más grave porque desobedece al mandamiento que dice: “Sed una sola carne y multiplicaos en los hijos”.
Por esto ved, oh mujeres que voluntariamente sois estériles, esposas según la ley y honestas no ante los ojos de Dios, sino en el mundo que no obstante esto, podéis ser comparadas y cometer actos impuros aún estando solo con el marido, porque no es la maternidad sino el placer, el que frecuentemente buscáis. ¿Y no reflexionáis en que el placer es un veneno que contagia a quien lo aspira, arde con un fuego que creyendo haberse saciado, sale fuera del hogar y devora, cada vez más insaciable y deja un sabor acre de ceniza bajo la lengua, y asco, y náusea... y desprecio de sí mismo y del compañero de placer, porque cuando la conciencia se levanta otra vez, pues entre una y otra fiebre surge, no puede menos que nacer este desprecio de si mismo, porque se ha envilecido hasta el nivel de las bestias?
“No cometáis actos impuros” se dijo. Muchas de las acciones carnales del hombre son fornicación. No hablo ni siquiera de las uniones inconcebibles cual pesadilla que el levítico condena con estas palabras: “Hombre no te acostarás con otro hombre como si fuese mujer” y “No te juntarás con ninguna bestia para mancharte con ella. Igualmente la mujer no lo hará, porque es una infamia”.
Después de haber hablado brevemente del deber de los esposos en el matrimonio, que deja de ser santo cuando, por malicia, se hace infecundo, quiero hablaros de los verdaderos y propios actos inmorales entre hombre y mujer por vicio recíproco y por compensación con dinero o regalos.
El cuerpo humano es un magnífico Templo que contiene un altar. Sobre el altar debe de estar Dios. Pero Dios no está en donde hay corrupción. Por esto el cuerpo del impuro, tiene el altar consagrado pero sin Dios.
Igual a quien ebrio se revuelca en el fango de su mismo vomito, el hombre se envilece a sí mismo en la bestialidad de los actos impuros y se hace peor que el gusano y que la bestia más inmunda. Y decidme, si entre vosotros hay alguien que se ha envilecido hasta comerciar con su cuerpo como se comercia con el trigo o animales, ¿qué bien recibió?... Tomad en la mano vuestro propio corazón, observarlo, interrogadlo, escuchadlo, ved sus heridas, sus gemidos de dolor, y luego decidme y respondedme: ¿era tan dulce ese fruto que mereciese este dolor de un corazón que nació puro, y al que habéis obligado a vivir en un cuerpo impuro a palpitar para dar vida y calor a la lujuria, a sumergirse en el vicio?
Decidme, ¿Sois tan depravados que no lloréis en secreto, al oír una voz de niño que grita mamá y al pensar en vuestra madre, ¡oh mujeres de placer!, que habéis huido de casa, o que se os arrojó de ella porque el fruto prohibido no destruyese con su vaho a los otros hermanos? ¿Al pensar en vuestra madre que tal vez murió de dolor porque se dijo: “Di a luz a un oprobio”?
¿No sentís que se os cae la cara de vergüenza, al encontraros un anciano respetable en sus canas y al pensar que sobre las de vuestro padre habéis arrojado a manos llenas deshonra como fango, y con ella la irrisión del país natal?
¿No sentís que las entrañas se revuelven de dolor al ver la felicidad de una esposa o la inocencia de una virgen y que debáis decir: “Yo a todo esto he renunciado y jamás lo podré tener”?
¿No sentís como os arde la cara de vergüenza, al encontraros la mirada ávida o desdeñosa de los hombres?
¿No sentís vuestra miseria cuando tenéis sed de que os bese un niño y no podéis decir “dámelo” porque matasteis en su raíz la vida; os sacudisteis de ella como de un peso molesto y un estorbo inútil, que la separasteis del árbol que la había concebido y la arrojasteis para que fuese estiércol, y ahora esa pequeña vida os grita: “!Asesinas!” ¿No tenéis miedo, sobre todo del Juez que os crió y os espera para preguntaros que: ¿qué hiciste de ti misma? ¿Para esto acaso te di la vida? ¿Nido que hierve con gusanos y putrefacción? ¿Cómo te atreves a estar en mi presencia? Tuviste todo lo que para ti fue dios: el placer. Vete a la maldición que no tiene fin”.
¿Quién llora? ¿Nadie? ¿Vosotros decís, nadie? Y sin embargo mi alma sale al encuentro de otra alma que llora. ¿Por que sale al encuentro? ¿Para lanzarle el anatema por ser prostituta? ¡No! Porque me da compasión su alma. Su cuerpo sucio, sudando en lujuriosa fatiga me repugna, ¡pero su alma!
¡Oh! ¡Padre! ¡Padre! ¡También por esta alma tomé carne y dejé el cielo para ser su Redentor y de tantas almas hermanas suyas! ¿Por qué no debo de recoger esa oveja extraviada, y traerla al redil, limpiarla, juntarla con las demás, darle de comer, y amarla con un amor sin igual, diferente de los que hasta aquí para ella habían tenido el nombre de amor y que no eran sino odio, porque el mío está lleno de compasión, es completo, cariñoso, para que diga: “Muchos días he perdido lejos de Ti, Belleza eterna, qué me devuelve el tiempo que pasó? ¿Cómo puedo gustar con el poco tiempo que me queda, lo que debería de haber tenido, si hubiese sido siempre pura?”
Y con todo, no llores alma a quien toda la libídine del mundo pisoteó. Escucha: eres un trapo sucio, pero puedes tornar a ser una flor. Eres una paja suelta por el suelo, pero puedes hacerte ángel. Un día lo fuiste. Danzabas en los prados floridos, rosa entre las rosas, fresca cual ellas, respirando virginidad. Cantabas serena tus canciones de niña, y luego corrías hasta donde estaba tu madre, tu padre y les decías: “sois mis amores”; y el custodio invisible que cada hombre tiene a su lado, sonreía con su alma blanca.
Y luego ¿por qué?... ¿Por qué te has arrancado tus alas de pequeña inocente? ¿Por qué has pisoteado un corazón de madre y un corazón de padre para ir tras de corazones inciertos? ¿Por qué has doblado tu voz pura a mentirosas frases de pasión? ¿Por qué has quebrantado el tallo de la rosa y te violaste a ti misma? Arrepiéntete hija de Dios. El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima. No te puede perdonar el hombre. Ni siquiera tu padre. Pero Dios puede. Porque la bondad de Dios no tiene parangón con la bondad humana y su misericordia es infinitamente más grande que la miseria humana. Hónrate a ti misma haciendo que tu alma con una vida honesta, se haga digna de honra. Justifícate ante Dios no volviendo a pecar más contra tu alma. Toma un nombre nuevo ante Dios. Es el que vale. Eres el vicio. Conviértete en honestidad, en sacrificio, en mártir por tu arrepentimiento. Supiste bien martirizar tu corazón para que la carne gozara. Aprende ahora a martirizar la carne para dar a tu corazón, paz eterna. Podéis iros todos. Cada uno con su peso y su pensamiento y meditad. Dios espera a todos y no rechaza a nadie de los que se arrepienten. Os de el Señor su luz para conocer vuestra alma. Idos>>.
Texto tomado de : Valtorta, M. "El Hombre-Dios" Volumen II 1989
Hola mi heroe!!!
Te mando un abrazo y voy a orar por ti. Estas llamado a la Heroicidad. Tu tienes inteligencia para saber que esta bien y que esta mal. Si para ti no es fácil elegir lo que está bien, pues tu voluntad quiere el mal, y sin embargo eliges el bien, entonces eres un HEROE para JESUS DE NAZARET y para todos nosotros!!
Aqui te envio lo que le dijo Jesús a una vidente que vio a las personas que iban camino al infierno en grupos, y este era uno:
Vi hombres atados con hombres y mujeres atadas con mujeres por la cintura, que se balanceaban como animales salvajes arrastrando una presa. ¿Y estos quienes son y por qué sufren? El Señor me dijo: "Son toda clase de homosexuales y lesbianas, que libremente me rechazaron y no fueron capaces de ser castos ofreciendo su vida". Y vi como Satanás se revolcaba en el lecho de estos pobres seres, dándoles más deseos sin llegar a ser saciados nunca. Y vi como los espíritus los atormentaban en sus partes con las que pecaron. Y vi que les atravesaban palos desde el ano hasta la boca y les giraban. Y pregunté: ¿Y la presa? Y dijo el Señor: "La presa que arrastran son todos los que se acostaron con ellos. Ore, porque aún hay vivos que pueden salvarse con arrepentirse. La persona homosexual que ofrezca su castidad a mi y viva sin hacer pecar a nadie, yo sobre ella derramo mi infinita misericordia, porque los amo inmensamente."
<<No fornicarás>>
<<No digáis quienes habéis sido constantes en venir a Mí, que no hablo con orden, y que paso por alto alguno de los Diez mandamientos. Oís. Yo veo. Escucháis, yo aplico a los dolores y a las llagas lo que veo en vosotros. Soy el médico. Un médico va primero a los enfermos, a los que están más próximos a morir. Luego va a los menos graves. También Yo. Hoy os digo: “No cometáis impurezas”
No volváis la mirada tratando de descubrir en el rostro de alguien la palabra “lujuria”. Teneos mutua caridad. ¿Os gustaría que otro la leyese en vuestra cara? ¡No! Entonces no tratéis de leerla en los ojos conturbados del vecino, en su frente que se pone colorada y que se inclina al suelo. Y luego... ¡Oh! Decid vosotros hombres en particular, ¿quién de vosotros no ha hincado el diente en ese pan de ceniza y de estiércol que es la satisfacción sexual?... ¿Es tan solo lujuria la que os arrastra por una hora en los brazos de una prostituta? ¿No acaso es también lujuria el acto sexual manchado con la esposa, manchado porque es vicio legalizado, en donde se busca la recíproca satisfacción del sentido, y se evade a las consecuencias del mismo? ¿Dónde en el conyugue se ve simplemente un objeto de placer? El matrimonio es unión para elevar y consolar al hombre y a la mujer, además de la procreación, es un deber, un servicio, no es venta, ni dolor, ni humillación de uno o de otro de los cónyuges. Es amor y no odio.
En verdad una familia no dura si no hay obediencia, respeto, economía, buena voluntad, diligencia y amor. El hombre debe ser la cabeza, pero no déspota ni de la esposa, ni de los hijos, ni de los empleados. La mujer también sea justa para con su esposo, sus hijos y sus empleados. Obedezca y respete, ayude y consuele a su esposo. Debe obedecer pero no degradarse. La mujer virtuosa en sus acciones, en sus palabras, en sus entregas puede llevar al marido a una elevación de sentimientos y así el esposo la llega a considerar como parte de si mismo; y es justo que así sea, porque la mujer “es huesos de sus huesos y carne de su carne” y nadie maltrata sus propios huesos o carne, antes bien los ama; por lo cual el esposo y la esposa, deben mirarse no en su desnudez sensual, sino que se amen en el espíritu. La mujer sea paciente, maternal con el marido. Que lo considere como al primero de sus hijos, porque la mujer es siempre madre y el hombre tiene necesidad de una madre que sea paciente, prudente, cariñosa, comprensiva. Feliz la mujer que sabe ser compañera de su esposo y al mismo tiempo madre para sostenerlo e hija para dejarse guiar. Los dos sean laboriosos. El trabajo, al mismo tiempo que impide fantasear, ayuda más a la honestidad que a tener dinero. No se atormenten con celos tontos que no conducen a nada. La mujer tiene todo en sus hijos; os digo hijos que os sujetéis a vuestros padres; que seáis respetuosos, obedientes, para que lo seáis con el Señor, vuestro Dios. Porque si no aprendéis a obedecer las ordenes sencillas de vuestros padres, a quienes veis, Cómo podréis obedecer los mandamientos de Dios, que os dicen en nombre suyo, pero al que no veis ni oís? Y si no creéis a quien os ama, a vuestros padres que no pueden ordenar sino cosas buenas, Cómo podréis creer que sean buenas las cosas que se os dice que Dios las ordenó? Dios ama. Es un Padre, ¿lo sabéis? Pero precisamente porque os ama y os quiera consigo, quiere que seáis buenos. Y la primera escuela donde aprendéis a serlo es la familia. En ella aprendéis a amar y a obedecer y allí empieza para vosotros el camino que lleva al cielo. Sed, pues, buenos, respetuosos, dóciles. Amad y honrad a vuestros padres, procurando no avergonzarlos con vuestras acciones no buenas. El orgullo no es cosa buena, pero hay un santo orgullo, el de poder decir: “Ningún dolor te cause papá, ningún dolor te causé mamá”. Este orgullo que os proporciona alegría mientras viven, es paz en la herida que recibís cuando mueren; entre tanto que las lágrimas que un hijo arranca a sus padres, parecen ser plomo fundido sobre el corazón del hijo, y no obstante cualquier esfuerzo para suavizar esa herida que duele, duele y duele siempre mas y sobre todo cuando la muerte de uno de los padres no da tiempo al hijo de reparar lo hecho…
Obrando así, la casa que bendiga yo, conservará mi bendición y Dios estará siempre en ella. De igual modo conservaran la bendición los instrumentos de trabajo y las posesiones, si con todas vuestras fuerzas trabajáis en los días que debéis hacerlo y en los días que no, os entregáis a honrar a Dios. No engañéis a nadie en la venta o en el peso, vuestro trabajo será descanso y no se convertirá en vosotros como rey que lo antepongáis a Dios. Porque si el trabajo os proporciona ganancias, Dios os da su cielo.
Del hogar no se debe hacer un lupanar. Y se convierte en esto si se le ensucia y no se consagra con el la maternidad. La tierra no rechaza la semilla. La recoge y la planta. La semilla no huye del lugar porque se le sembró, sino que al punto echa raíces y se esfuerza por crecer y echar espigas, esto es, la criatura vegetal que nació entre el connubio de la tierra y la semilla. El hombre es la semilla, la mujer es la tierra, la espiga el hijo. Rehusar a echar espigas y desperdiciar la fuerza en vicio, es culpa. Es un acto de prostitución cometido en el lecho nupcial, que no se diferencia en nada del otro, antes bien es más grave porque desobedece al mandamiento que dice: “Sed una sola carne y multiplicaos en los hijos”.
Por esto ved, oh mujeres que voluntariamente sois estériles, esposas según la ley y honestas no ante los ojos de Dios, sino en el mundo que no obstante esto, podéis ser comparadas y cometer actos impuros aún estando solo con el marido, porque no es la maternidad sino el placer, el que frecuentemente buscáis. ¿Y no reflexionáis en que el placer es un veneno que contagia a quien lo aspira, arde con un fuego que creyendo haberse saciado, sale fuera del hogar y devora, cada vez más insaciable y deja un sabor acre de ceniza bajo la lengua, y asco, y náusea... y desprecio de sí mismo y del compañero de placer, porque cuando la conciencia se levanta otra vez, pues entre una y otra fiebre surge, no puede menos que nacer este desprecio de si mismo, porque se ha envilecido hasta el nivel de las bestias?
“No cometáis actos impuros” se dijo. Muchas de las acciones carnales del hombre son fornicación. No hablo ni siquiera de las uniones inconcebibles cual pesadilla que el levítico condena con estas palabras: “Hombre no te acostarás con otro hombre como si fuese mujer” y “No te juntarás con ninguna bestia para mancharte con ella. Igualmente la mujer no lo hará, porque es una infamia”.
Después de haber hablado brevemente del deber de los esposos en el matrimonio, que deja de ser santo cuando, por malicia, se hace infecundo, quiero hablaros de los verdaderos y propios actos inmorales entre hombre y mujer por vicio recíproco y por compensación con dinero o regalos.
El cuerpo humano es un magnífico Templo que contiene un altar. Sobre el altar debe de estar Dios. Pero Dios no está en donde hay corrupción. Por esto el cuerpo del impuro, tiene el altar consagrado pero sin Dios.
Igual a quien ebrio se revuelca en el fango de su mismo vomito, el hombre se envilece a sí mismo en la bestialidad de los actos impuros y se hace peor que el gusano y que la bestia más inmunda. Y decidme, si entre vosotros hay alguien que se ha envilecido hasta comerciar con su cuerpo como se comercia con el trigo o animales, ¿qué bien recibió?... Tomad en la mano vuestro propio corazón, observarlo, interrogadlo, escuchadlo, ved sus heridas, sus gemidos de dolor, y luego decidme y respondedme: ¿era tan dulce ese fruto que mereciese este dolor de un corazón que nació puro, y al que habéis obligado a vivir en un cuerpo impuro a palpitar para dar vida y calor a la lujuria, a sumergirse en el vicio?
Decidme, ¿Sois tan depravados que no lloréis en secreto, al oír una voz de niño que grita mamá y al pensar en vuestra madre, ¡oh mujeres de placer!, que habéis huido de casa, o que se os arrojó de ella porque el fruto prohibido no destruyese con su vaho a los otros hermanos? ¿Al pensar en vuestra madre que tal vez murió de dolor porque se dijo: “Di a luz a un oprobio”?
¿No sentís que se os cae la cara de vergüenza, al encontraros un anciano respetable en sus canas y al pensar que sobre las de vuestro padre habéis arrojado a manos llenas deshonra como fango, y con ella la irrisión del país natal?
¿No sentís que las entrañas se revuelven de dolor al ver la felicidad de una esposa o la inocencia de una virgen y que debáis decir: “Yo a todo esto he renunciado y jamás lo podré tener”?
¿No sentís como os arde la cara de vergüenza, al encontraros la mirada ávida o desdeñosa de los hombres?
¿No sentís vuestra miseria cuando tenéis sed de que os bese un niño y no podéis decir “dámelo” porque matasteis en su raíz la vida; os sacudisteis de ella como de un peso molesto y un estorbo inútil, que la separasteis del árbol que la había concebido y la arrojasteis para que fuese estiércol, y ahora esa pequeña vida os grita: “!Asesinas!” ¿No tenéis miedo, sobre todo del Juez que os crió y os espera para preguntaros que: ¿qué hiciste de ti misma? ¿Para esto acaso te di la vida? ¿Nido que hierve con gusanos y putrefacción? ¿Cómo te atreves a estar en mi presencia? Tuviste todo lo que para ti fue dios: el placer. Vete a la maldición que no tiene fin”.
¿Quién llora? ¿Nadie? ¿Vosotros decís, nadie? Y sin embargo mi alma sale al encuentro de otra alma que llora. ¿Por que sale al encuentro? ¿Para lanzarle el anatema por ser prostituta? ¡No! Porque me da compasión su alma. Su cuerpo sucio, sudando en lujuriosa fatiga me repugna, ¡pero su alma!
¡Oh! ¡Padre! ¡Padre! ¡También por esta alma tomé carne y dejé el cielo para ser su Redentor y de tantas almas hermanas suyas! ¿Por qué no debo de recoger esa oveja extraviada, y traerla al redil, limpiarla, juntarla con las demás, darle de comer, y amarla con un amor sin igual, diferente de los que hasta aquí para ella habían tenido el nombre de amor y que no eran sino odio, porque el mío está lleno de compasión, es completo, cariñoso, para que diga: “Muchos días he perdido lejos de Ti, Belleza eterna, qué me devuelve el tiempo que pasó? ¿Cómo puedo gustar con el poco tiempo que me queda, lo que debería de haber tenido, si hubiese sido siempre pura?”
Y con todo, no llores alma a quien toda la libídine del mundo pisoteó. Escucha: eres un trapo sucio, pero puedes tornar a ser una flor. Eres una paja suelta por el suelo, pero puedes hacerte ángel. Un día lo fuiste. Danzabas en los prados floridos, rosa entre las rosas, fresca cual ellas, respirando virginidad. Cantabas serena tus canciones de niña, y luego corrías hasta donde estaba tu madre, tu padre y les decías: “sois mis amores”; y el custodio invisible que cada hombre tiene a su lado, sonreía con su alma blanca.
Y luego ¿por qué?... ¿Por qué te has arrancado tus alas de pequeña inocente? ¿Por qué has pisoteado un corazón de madre y un corazón de padre para ir tras de corazones inciertos? ¿Por qué has doblado tu voz pura a mentirosas frases de pasión? ¿Por qué has quebrantado el tallo de la rosa y te violaste a ti misma? Arrepiéntete hija de Dios. El arrepentimiento renueva. El arrepentimiento purifica. El arrepentimiento sublima. No te puede perdonar el hombre. Ni siquiera tu padre. Pero Dios puede. Porque la bondad de Dios no tiene parangón con la bondad humana y su misericordia es infinitamente más grande que la miseria humana. Hónrate a ti misma haciendo que tu alma con una vida honesta, se haga digna de honra. Justifícate ante Dios no volviendo a pecar más contra tu alma. Toma un nombre nuevo ante Dios. Es el que vale. Eres el vicio. Conviértete en honestidad, en sacrificio, en mártir por tu arrepentimiento. Supiste bien martirizar tu corazón para que la carne gozara. Aprende ahora a martirizar la carne para dar a tu corazón, paz eterna. Podéis iros todos. Cada uno con su peso y su pensamiento y meditad. Dios espera a todos y no rechaza a nadie de los que se arrepienten. Os de el Señor su luz para conocer vuestra alma. Idos>>.
Texto tomado de : Valtorta, M. "El Hombre-Dios" Volumen II 1989