Estimado Palermo:
Creo que es verdad, quienes profesan una religión evangélica deberíamos conocer más a fondo las posturas de aquellos que han defendido la fe cristiana esforzadamente, para entender y discernir, el punto o momentos en que el cristianismo se desvía de la Verdad, se descuida y pervierte el evangelio, los episodios en que ha peligrado verdaderamente la enseñanza de la sana doctrina, tal estudio nos permite ver, que lo que sucede ahora, no es nuevo, que lo que en las sectas heréticas se enseña en estos días ya fué refutado anteriormente y que como siempre, no hay nada nuevo bajo el sol.
Pero decir que es un error no conocerlas, quizas este mal si queremos defender tales reformas, tales importantes correcciones, si intentamos participar en temas como éstos para defender el evangelio, si, es importante conocerlas, pero de ahi a que, este mal no acudir a éstos para probar un punto respecto a su propia fe, es un tanto cuanto inexacto, ya que, para probar cualquier punto de nuestra fe, hemos de acudir a las Sagradas Escrituras, las cuales nos revelan todo lo necesario para ser salvos. Para éso fueron escritas.
Las afirmación de Lutero, hasta ahora, lo que se ha expuesto, en realidad no son demasiado peligrosas como para rasgarnos las vestiduras, le diré porque, y quizas hemos sido algo vagos en explicarlo, veamos la frase en cuestión:
Y es que si creemos que, como enseñan las Escrituras, María era una virgen al dar a luz a Jesús, y que fue una mujer única y ejemplar que se convirtió en uno de los discípulos más fieles de Jesús. Asimismo, recordamos y conmemoramos a las grandes figuras de la historia de la Iglesia cristiana, considerándolos santos porque así llama Dios a todos los creyentes fieles.
Sin embargo, no veneramos ni invocamos a la virgen ni a los santos, ni los consideramos intermediarios, pues creemos que solo en Jesucristo tenemos acceso directo al Dios trino, a quien adoramos e invocamos como Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
¿Porqué si Lutero parece mostrar una clara disposición a que si se haga, nosotros no lo hacemos?
La razón es sencilla, - Las invectivas de Lutero,
preferentemente contra las desviaciones de la piedad mariana medieval (y de paso contra el papado y sus estructuras), no son tan violentas, están como veladas por el calor del comentario, vívido, emocionado, realista y ferviente. - Tenemos por ejemplo éste fragmento de el Magnificat, traducido y comentado por Lutero:
El Magnificat se entona con toda la solemnidad, pero es una lástima que cántico tan precioso como éste se utilice con tanto desmayo por parte nuestra, si no le entonamos mientras no nos vayan bien las cosas. Si salen mal, se deja de cantar, se deja de estimar a Dios, se piensa que no puede, que no quiere hacer nada por nosotros y se prescinde del Magnificat.
Más peligrosos son aún, en segundo lugar, los que hacen precisamente lo contrario: los que se glorían de las bondades divinas, pero sin atribuirlas precisamente a Dios. Quieren tener su parte en ellas, apoyarse en ellas para que los demás les honren y sobreestimen. Admiran los dones excelsos que Dios les ha regalado, se abalanzan sobre ellos, los arrebatan como si de algo propio se tratara, y creyéndose algo extraordinario por esto, se aprovechan para pavonearse ante quienes no los poseen. He ahí una situación resbaladiza y arriesgada.
Los beneficios divinos en su natural efecto hacen que los corazones se tornen orgullosos y auto suficientes. Por eso, es preciso poner atención en la última palabra: «Dios». No dice María « mi alma se glorifica a sí misma», ni « mi alma se complace en mí» (ella preferiría que no se le hiciese gran caso), sino que se limita a exaltar a Dios, sólo a él le atribuye todo; se despoja de todo para dárselo a Dios, de quien lo ha recibido. Es cierto que fue agraciada por la acción sobreabundante de Dios, pero no está dispuesta a considerarse por encima del más humilde de la tierra; y si lo hubiera hecho, habría sido arrojada a lo más profundo del infierno con Lucifer. Sólo pensaba en que si otra muchacha cualquiera hubiera sido colmada por Dios con tales beneficios, la habría proporcionado la misma alegría, no hubiera sentido celos, como si fuese ella la única indigna de honor tal y todos los demás dignos de haberlo recibido. Su gozo hubiera sido el mismo, si Dios, ante sus propios ojos, le hubiera privado de este bien para otorgárselo a otro. No se ha apropiado en manera alguna estos bienes y ha dejado a Dios muy dueño y señor de ellos. No ha sido más que un gozoso albergue, una servicial hospedera de tamaña categoría, y por eso ha conservado todo eternamente.
Tenemos que la honra a la que se refiere Lutero en la primera frase, es éso nada más honra, más no alabanza ni adoración, sino un honesto reconocimiento a su obediencia de lo cual, en el mismo comentario encontramos que dice:
María confiesa que la primera obra que Dios ha realizado en ella ha sido la de mirarla. Es la mayor, en efecto, ya que las restantes dependen y dimanan de ella. En realidad, cuando Dios vuelve su rostro hacia alguien para mirarle, allí se está registrando gracia pura, felicidad, y de ello se siguen todos los dones y todas las obras. Así leemos en el capítulo cuarto del Génesis que Dios se fijó en Abel y en su sacrificio , pero que no miró a Caín ni a su ofrenda. Por eso nos explicamos que en el salterio sea corriente la súplica de que Dios vuelva a nosotros sus ojos, que no se esconda, que se digne iluminarnos y otros ruegos similares. La misma María nos atestigua que valoraba ésta como la mayor de las obras, al decir a propósito de esta mirada: «He aquí que me dirán bienaventurada las generaciones».
¡Fíjate bien en las palabras! No afirma que se dirán muchas cosas buenas de ella, que se celebrará su virtud, que ensalzarán su virginidad o su humildad, ni que se entonará alguna canción sobre sus acciones, sino sólo que Dios la ha mirado y que, por ello, la llamarán bienaventurada
. Imposible honrar a Dios con mayor pureza. Por eso señala este mirar, y dice ecce enim ex hoc (he aquí que a partir de ahora me dirán bienaventurada, etc.), o sea, seré llamada dichosa desde el momento en que Dios se ha fijado en mi bajeza. Con esto, no es ella la alabada, sino la gracia que Dios le ha derramado. Más exactamente: es despreciada María, y se desprecia a sí misma, al decir que Dios ha mirado su nada. Este es el motivo por el que proclama su dicha antes de enumerar lo que Dios ha realizado con ella, atribuyendo todo a la mirada divina sobre su bajeza.
De todo ello hemos de deducir la forma correcta de honrarla y de servirla. ¿Cómo tenemos que dirigirnos a ella? Fíjate bien en las palabras; te dicen que tienes que hablarla de la siguiente manera: « ¡Oh, tú, bienaventurada virgen y madre de Dios; qué nada e insignificante eres, qué despreciada has sido, y, sin embargo, qué graciosa y abundantemente te ha mirado Dios y qué grandes cosas ha realizado contigo! Nada de eso has merecido, pero la rica y sobreabundante gracia que Dios ha depositado en ti es mucho más alta y más grande que todos tus méritos. ¡Dichosa de ti! Desde este momento eres eternamente bienaventurada, porque has hallado a un Dios así, etc.». No creas que ella oirá con desagrado que se la diga indigna de tal gracia. Sin duda alguna no ha mentido ella misma cuando confiesa su indignidad y su nada, sobre las que Dios ha lanzado su mirada, no en virtud de sus méritos, sino por pura gracia. A los que oye sin agrado es a los ociosos charlatanes que tanto predican y escriben sobre su mérito, para hacer ostentación de su habilidad peculiar, sin darse cuenta de que, con ello, lo que hacen es desvirtuar el Magnificat,tachar de mentirosa a la madre de Dios y empequeñecer la gracia divina; porque cuanto más se empeñen en atribuirle a ella mérito digno, tanto más se roba a la gracia de Dios y se empequeñece la verdad del Magnificat. Hasta el ángel la saluda sólo «por la gracia de Dios» y porque el Señor está con ella, ya que por ello sería bendita entre todas las mujeres. Por tal motivo, no están lejos de convertirla en ídolo todos los que la colman de alabanzas y honores, concediéndoselo todo a ella, como si estuviese deseosa de ser honrada, de apropiarse el bien, cuando en realidad lo rechaza, y lo que desea es que Dios sea alabado en ella y conducir a todos a la buena confianza en la gracia divina.
Así, quien la quiera honrar correctamente, tiene la precisión de no representársela aislada, sola, sino de colocarla en relación con Dios y muy por debajo de él, de despojarla de toda excelencia y de contemplar su nada, como ella dice...
Has de saber precaverte contra tantas formas distinguidas por las que bregan los humanos, al ver cómo Dios ni ha encontrado ni deseado encontrar en su madre consideración elevada. Pero los maestros que nos pintan y representan a la virgen bienaventurada con tales tonos que no dejan admirar en ella nada menospreciado, sino sólo aspectos grandiosos, encumbrados, no hacen otra cosa que presentarnos a la madre de Dios aislada, sin relación con Dios, que tornarnos en estúpidos acobardados y encubrirnos el consolador espectáculo de la gracia, justamente como se hace con los retablos durante la cuaresma . No nos dejan ver ahí ejemplo alguno que nos pudiera consolar; María es elevada por encima de todo ejemplo, cuando debería y preferiría aparecer como el mejor espejo de la gracia de Dios, que atrajese a todo el mundo a la gracia divina, a la firme confianza, al amor, a la alabanza, de tal forma, que precisamente por mediación suya, todos los corazones llegasen a adquirir una opinión de Dios tal, que pudieran decir confiadamente: «Oh, tú, bienaventurada virgen y madre de Dios, qué estupendo consuelo nos ha manifestado Dios por tu medio; porque se ha fijado tan graciosamente en tu indignidad, en tu bajeza, que esto mismo nos hace pensar que en adelante, y siguiendo tu ejemplo, no nos despreciará a nosotros, pobres hombres insignificantes, sino que nos mirará también graciosamente».
¿Es que te crees que la bienaventurada madre de Dios no constituirá voluntaria y graciosamente un ejemplo para todos, cuando David, san Pedro, san Pablo, santa María Magdalena y semejantes se presentan a todos los humanos ? por una gracia extraordinaria, no por sus méritos? como espejo consolador para afirmar la confianza y la fe en Dios? Lo que pasa es que en estos tiempos que corren no se nos muestra de esta manera, a causa de tantos predicadores y de los vanos charlatanes que no se fijan en este verso y olvidan que en ella se conjuntan la sobreabundante riqueza de Dios y su honda pobreza, el honor divino y su nonada, la divina dignidad y su menospreciada condición, la divina grandeza y su pequeñez, la bondad divina y su carencia de méritos, la gracia de Dios y su indignidad. De presentarla así, fluirían el gozo y el amor confiado hacia Dios, Este es el motivo de que se escriba la biografía y los hechos de la virgen y de todos los santos. Sin embargo, algunos acuden a ella en busca de consuelo y ayuda, cual si de un dios se tratara, hasta eí extremo de que mucho me temo que reine la idolatría ahora como jamás lo ha hecho. Baste con lo dicho por el momento [...].
Lo dice claro: .
- Lo que no se puede hacer es convertirla en ídolo capaz de dar y de ayudar, como lo creen algunos que la invocan y confían en ella más que en el mismo Dios. No es ella la que da; es Dios quien concede, -
No es ninguna exageración entonces decir, que si bien, Lutero reconocía a María como madre de Dios, por ser Madre de Jesús (Dios con nosotros), nunca fué su intención se rindiese culto de adoración a ella.
Bendiciones,