Agosto 1851. –Elena G. de White publicó sus primeras visiones en su primer libro, omitiendo la frase que Dios ha rechazado “al mundo impío”.
Publicación de 1847
Mientras orábamos en el altar familiar, descendió sobre mí el Espíritu Santo y me pareció ser levantada cada vez más arriba, muy por encima del oscuro mundo. Me volví para buscar al pueblo adventista en el mundo, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: 'Vuelve a mirar un poco más arriba'. Alcé los ojos, y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el “clamor de media noche”. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, para que no tropezaran. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual provenía una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: “¡Aleluya!”. Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Era tan imposible que ellos recobraran el camino y fueran a la ciudad, como todo el mundo impío que Dios había rechazado. Cayeron a todo lo largo del sendero, uno tras otro, hasta que escuchamos la voz de Dios semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios declaraba el tiempo, derramó sobre nosotros su Santo Espíritu, y nuestros rostros comenzaron a iluminarse y a refulgir con la gloria de Dios como el rostro de Moisés al bajar del Monte Sinaí. –Elena G. de White, A Word to the Little Flock [Una palabra al pequeño rebaño], p. 14 (énfasis añadido).
Publicación de 1851
Mientras orábamos en el altar familiar, descendió sobre mí el Espíritu Santo y me pareció ser levantada cada vez más arriba, muy por encima del mundo oscuro. Me volví para buscar al pueblo adventista en el mundo, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me dijo: 'Vuelve a mirar un poco más arriba'. Alcé los ojos, y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero en dirección a la ciudad que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el 'clamor de media noche'. Esta luz brillaba a todo lo largo del sendero, para que no tropezaran. Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual provenía una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: '¡Aleluya!'. Otros negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo sombrío y perverso. Pronto escuchamos la voz de Dios semejante al ruido de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de terremoto. Cuando Dios declaró el tiempo, derramó sobre nosotros su Santo Espíritu, y nuestros rostros comenzaron a iluminarse y a refulgir con la gloria de Dios como el rostro de Moisés al bajar del Monte Sinaí. –A Sketch of the Christian Experience and Views of Ellen G. White [Notas de las experiencias cristianas y las visiones de Elena G. de White], pp. 10, 11.
[p. 54]
Las impresiones de 1846 y 1847 de la primera visión de Elena G. de White incluyeron la oración que se destacó anteriormente. La impresión de 1851 de la misma visión, omitió la oración. ¿Por qué fue omitida? Elena G. de White sin duda se dio cuenta que el pasaje había sido mal entendido por algunos de sus lectores, al igual que por ella misma. Al principio, ella y sus amigos habían limitado aparentemente su expansión misionera a los de “la casa de la fe”. No obstante, con el paso de los años, fue testigo del poder de Dios que obraba no sólo en “el rebaño pequeño”, sino también en otros. La condujo a una comprensión más completa de lo que había escrito en su primera visión. Aparentemente, con el propósito de evitar futuras malas interpretaciones, eliminó el pasaje en la publicación de 1851 de sus primeras visiones. (Ver la entrada anterior nº 9, para entender mejor cómo comprendió Elena G. de White su primera visión según se describe en 1883. Véase también Mensajes selectos, tomo 1, pp. 70-71, para conocer su explicación de esta omisión.)
Elena G. de White no borró todo los pasajes que habían dado surgimiento a una mala interpretación. En su libro de 1851, incluyó, por ejemplo, el siguiente párrafo:
Vi que las señales, los prodigios y las falsas reformas aumentarían y se extenderían. Las reformas que me fueron mostradas no eran del error a la verdad. Mi ángel acompañante me invitó a buscar el trabajo del alma que solía manifestarse en favor de los pecadores. Lo busqué, pero no pude verlo; porque ya pasó el tiempo de la salvación de ellos. –Primeros escritos, p. 45. Véase entradas anteriores nº 38 y 39.