Re: El apostolado de Pedro, innecesario al comenzar el de Pablo.
IV. La comisión de Pedro
Mt. 16.18ss es uno de los pasajes más discutidos del NT. El rechazo de la genuinidad de la declaración es arbitrario, y se basa generalmente en supuestos dogmáticos (a veces la suposición de que Jesús nunca tuvo la intención de fundar la iglesia). Otros han sostenido que la declaración es genuina pero que está mal ubicada. Stauffer la ve como una comisión relacionada con la resurrección, como Jn. 21.15; Cullmann la coloca en el contexto de la pasión, como Lc. 22.31s. Tales reconstrucciones difícilmente hacen justicia a la claridad de Mt. 16.18ss. Se trata de una bendición y una promesa; los otros pasajes son mandamientos. No es necesario desmerecer el gráfico relato que hace Marcos del incidente de Cesarea de Filipos, que concentra la atención en la incapacidad de los discípulos de comprender la naturaleza del hecho mesiánico que acaban de confesar, para reconocer que la declaración referente a la “roca” pertenece a la ocasión de la confesión.
Aun perdura la falta de unanimidad en cuanto a la interpretación del pasaje. La sugerencia de que “roca” es sencillamente una interpretación errónea de un “Pedro” vocativo en la lengua aramea originaria (SB, 1, pp. 732) es demasiado superficial: el pasaje obviamente tiene algo que ver con la significación del nombre de Pedro, que según diversas fuentes en los evangelios indican le fue conferido solemnemente por Jesús. Desde los primeros tiempos se han sostenido dos interpretaciones principales, con muchas variantes.
1. Que la roca es sustancialmente lo que Pedro ha dicho: o la fe de Pedro o la confesión del mesiazgo de Jesús. Esta es una interpretación muy temprana (cf. Orígenes, in loc., “Roca significa todo discípulo de Cristo”). Tiene el gran mérito de tomar en serio el contexto del Evangelio de Mateo, y de destacar, como lo hace Mr. 8 de manera distinta, la inmensa significación de la confesión de Cesarea de Filipos. En la perspectiva histórica deberíamos probablemente ver la roca, no simplemente como la fe en Cristo, sino la confesión apostólica de Cristo, que se indica en otros lugares como el fundamento de la iglesia (cf. Ef. 2.20). La declaración de la “roca” toca la esencia de la función apostólica, y Pedro, primero entre los *apóstoles, tiene un nombre que la proclama. El hecho de que su propia fe y comprensión están, hasta ese momento, lejos de ser ejemplares no viene al caso: la iglesia ha de ser edificada sobre la confesión de los apóstoles.
2. Que la roca es Pedro mismo. Esta interpretación es casi tan antigua como la anterior, porque Tertuliano y el obispo, ya sea romano o cartaginés, contra el cual escribió en forma fulminante en De Pudicitia suponen esto, aunque con inferencias distintas. Su fuerza radica en el hecho de que Mt. 16.19 está en singular, y debe ser dirigida directamente a Pedro, aun cuando, lo mismo que Orígenes, luego digamos que tener la fe de Pedro y sus virtudes significa tener también las llaves de Pedro. Se podría, también, hacer una comparación con el Midrás sobre Is. 51.1. Cuando Dios puso sus ojos en Abraham, que estaba por aparecer, dijo: “He aquí, he hallado una roca sobre la cual podré edificar y basar el mundo. Por lo tanto, llamo roca a Abraham” (SB, 1, pp. 733).
Muchos intérpretes protestantes, entre ellos Cullmann en especial, adoptan este último punto de vista; pero resulta significativo, quizás, que elimina el dicho del Evangelio de Mateo. Leerlo donde lo coloca Mateo es sin duda más seguro que tratarlo como un dicho aislado.
Sin embargo, es preciso destacar que la exégesis de este punto nada tiene que ver con las afirmaciones de primacía de la iglesia romana o su obispo, en las que se ha visto envuelto debido a circunstancias históricas. Aun cuando pudiera demostrarse que los obispos romanos fueran, en algún sentido significativo, los sucesores de Pedro (lo cual no es posible), el pasaje no permite transferir las estipulaciones a ningún sucesor. El pasaje se refiere a la fundación de la iglesia, lo cual no puede repetirse.
Las palabras que siguen acerca de las llaves del reino deben ser contrastadas con Mt. 23.13. Los fariseos, a pesar de toda su propaganda misionera, cerraron la puerta del reino; Pedro, reconociendo al Hijo que está sobre la casa y tiene en su poder las llaves (cf. Ap. 1.18; 3.7; 21.25), descubre que ellas le han sido entregadas (cf. Is. 22.22) para abrir el reino (* Llaves del reino). El “atar y desatar”, frase para la cual existen paralelos rabínicos ilustrativos, está aquí dirigido a Pedro, pero en otro pasaje abarca a todos los apóstoles cf. Mt. 18.18). “El apóstol sería, en el reino venidero, semejante a un gran escriba o rabino, que produciría decisiones sobre la base, no de la ley judaica, sino de las enseñanzas de Jesús que la ‘cumplían’” (A. H. McNeile, in loc.).
Pero aquí y en otras partes no hay ninguna duda de que se le atribuye a Pedro la primacía entre los apóstoles. Lc. 22.31ss indica la posición estratégica de Pedro como la vieron tanto el Señor como el diablo y, en pleno conocimiento de la deserción que se aproximaba, señala su futura función pastoral. El Señor resucitado vuelve a confirmar esta comisión (Jn. 21.15ss), y es el cuarto evangelio, que justamente señala la relación especial entre el apóstol Juan y Cristo, el que lo registra.
V. Pedro en la iglesia apostólica
En el libro de Hechos vemos la comisión en funcionamiento. Antes de Pentecostés es Pedro quien asume la dirección en la comunidad (Hch. 1.15ss); después, es el principal predicador (2.14ss; 3.12ss), el que habla en nombre de los demás ante las autoridades judías (4.8ss), el que preside cuando se trata de administrar disciplina (5.3ss). Aunque la iglesia en su conjunto hizo una profunda impresión sobre la comunidad, fue a Pedro en particular a quien se le atribuyeron poderes sobrenaturales (5.15). En Samaria, primer campo misionero de la iglesia, se ejercita el mismo liderazgo (8.14ss).
Significativamente, también, Pedro es el primer apóstol a quien se asocia con la misión a los gentiles, y eso por medio de conductos claramente providenciales (10.1ss; cf. 15.7ss). Esto inmediatamente da lugar a críticas hacia su persona (11.2ss); y no por última vez. Gá. 2.11ss nos ofrece un vistazo de Pedro en Antioquía, la primera iglesia con un número significativo de ex paganos, compartiendo la mesa con los gentiles convertidos, enfrentando luego fuerte oposición por parte de los judeocristianos, frente a la cual opta por retirarse. Esta deserción fue vigorosamente denunciada por Pablo; pero no hay la menor sugerencia de que hubiese alguna diferencia teológica entre ellos, y la queja de Pablo radica más bien en la incompatibilidad entre la práctica de Pedro y su posición teórica. La vieja teoría (reanimada por S. G. F. Brandon, The Fall of Jerusalem and the Christian Church, 1951), de una persistente rivalidad entre Pablo y Pedro, poca base tiene en los documentos.
A pesar de este error, la misión gentil no tuvo amigo más leal que Pedro. El evangelio de Pablo y el suyo tenían un mismo contenido, aunque expresado de manera algo diferente: los discursos petrinos en Hechos, el Evangelio de Marcos, y 1 Pedro, contienen la misma teología de la cruz, arraigada en el concepto de Cristo como Siervo sufriente. Estaba listo con la diestra de comunión, reconociendo su propia misión a los judíos, y la de Pablo a los gentiles, como parte de un solo ministerio (Gá. 2.7ss); y en el concilio de Jerusalén se registra que fue el primero en recomendar la plena aceptación de los gentiles sobre la base de la fe únicamente (Hch. 15.7ss).
La carrera de Pedro después de la muerte de Esteban es de difícil determinación. Las referencias a él en Jope, Cesarea, y otros lugares sugieren que se dedicó a la obra misionera en Palestina (es indudable que Jacobo se hizo cargo del liderazgo en Jerusalén). Fue encarcelado en Jerusalén, y después de escapar milagrosamente se dirigió a “otro lugar” (Hch. 12.17). Es inútil toda tentativa de identificar dicho lugar. Sabemos que fue a Antioquía (Gá. 2.11ss); puede haber ido a Corinto, aunque probablemente no por mucho tiempo (1 Co. 1.12). Está íntimamente relacionado con cristianos residentes en el N del Asia Menor (1 P. 1.1), y posiblemente la prohibición cuando Pablo quiso ir a Bitinia (Hch. 16.7) se debió al hecho de que Pedro estaba trabajando en esa zona.
La residencia de Pedro en Roma ha sido discutida, aunque no con bases suficientes. Es casi seguro que 1 Pedro fue escrita desde allí (1 P. 5.13; * Pedro, Primera epístola de). Dicho libro muestra señales de haber sido escrito poco antes o durante la persecución de Nerón, y 1 Clemente 5 insinúa que, lo mismo que Pablo, Pedro murió durante esa erupción. Poco fundamento tienen las dudas con respecto a la interpretación de 1 Clemente (cf. M. Smith, NTS 9, 1960, pp. 86ss). Por otro lado, la sugerencia de Cullmann, basada en el contexto en 1 Clemente y las insinuaciones de Pablo en Filipenses en cuanto a la existencia de ciertas tensiones en la iglesia en Roma, de que Pedro, quizás a pedido de Pablo, acudió específicamente a sanar la brecha, y que la encarnización existente entre los creyentes condujo a la muerte de ambos, vale la pena tenerse en cuenta seriamente. El relato en los Hechos de Pedro, acerca de su martirio por crucifixión (cf. Jn. 21.18ss) con la cabeza hacia abajo, no puede aceptarse como fidedigno, pero es posible que esta obra (* Pedro, Primera epístola de) conserve algunas tradiciones de valor. Es indudable que estos Hechos, así como otros testimonios del ss. II, destacan la cooperación de los apóstoles en Roma.
Excavaciones efectuadas en Roma han revelado debajo de la basílica de San Pedro indicios de un primitivo culto de Pedro (cf. Eusebio, HE 2.25); no es aconsejable aceptar más que esto (* Pedro, Primera y segunda epístolas de).
Bibliografía. °O. Cullmann, Pedro, discípulo, apóstolo, mártir (en portugués), 1964; W. J. P. Wolston, Simón Pedro, s/f; J. González Echegaray, “Pedro, Biografía de”, °EBDM, t(t). V, cols. 956–966; J. A. Sobrino, Así fue la iglesia primitiva, 1986, pp. 27–53, 97–137; E. Kirschbaum, La tumba de los apóstoles, 1959; A. T. Robertson, Épocas en la vida de Simón Pedro, 1937.
F. J. Foakes Jackson, Peter, Prince of Apostles, 1927; E. Stauffer, Zeitschrift für Kirchengeschichte 62, 1944, pp. 1ss (cf. New Testament Theology, 1955, pp. 30ss); O. Cullmann, Peter: Disciple – Apostle – Martyr², 1962; JEH 7, 1956, pp. 238s (sobre excavaciones); J. Toynbee y J. Ward Perkins, The Shrine of St. Peter and the Vatican Excavations, 1956; H. Chadwick, JTS s.n. 8, 1957, pp. 31ss; O. Karrer, Peter and the Church, 1963; R. E. Brown, K. P. Donfried, J. Reumann (eds.), Peter in the New Testament, 1973.
Douglas, J. D., Nuevo Diccionario Biblico Certeza, (Barcelona, Buenos Aires, La Paz, Quito: Ediciones Certeza) 2000, c1982.