La masturbación no es condenada por la Biblia. Es decir, no hay una referencia directa a la palabra "masturbación", ni al acto en sí en la Biblia. Tampoco hay en la Biblia referencia alguna a la televisión, a la pornografía, o a la drogadicción; por lo menos no con estas palabras. No obstante, la Biblia sí se refiere en forma explícita a los efectos nocivos de cada una de ellas.
Al hablar de un aspecto sexual, dejemos en claro una cosa primero: la sexualidad NO es mala per se. Es un don, un poder dado al hombre, para ser socio de Dios en el proceso de la Creación, un co-creador con Él, al darnos la oportunidad de traer un espíritu, un hijo de Dios, a la tierra y proveerle de un "tabernáculo de barro", de un cuerpo, para que pueda comenzar su progreso hacia la vida eterna. Como padres, debemos ser responsables de este poder, al asumir de forma apropiada y responsable nuestra paternidad, al asumir un compromiso con nuestra pareja que lo proteja y lo resguarde. Dios ama, pues, el ejercicio de este poder dentro del matrimonio, el cual es ordenado por Dios para el hombre. Deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer y es una sola carne con ella. La Biblia no condena el uso de este poder dentro del matrimonio, sino que lo estimula, no solo para la procreación, sino también como uno más de los elementos que unen a la pareja. El único uso que la Biblia condena de este poder es aquel que se da fuera del matrimonio. Asímismo, también contiene indicaciones que previenen su abuso.
Resumiendo: las relaciones íntimas no son sucias, ni son un mal necesario, sino parte del plan de Dios y son consideradas SAGRADAS por Dios, al punto que establece leyes que ayudan a proteger su uso adecuado y edificante. Dichas leyes establecen que debe usarse dicho poder de procreación únicamente dentro del matrimonio ordenado por Dios para el hombre.
Alguno dirá: pero, ¿dos personas adultas que consienten no serán aprobadas por Dios al expresar su amor de esta manera sin necesidad del matrimonio? En 1 Corintios 13, la Biblia indica que una persona que ama verdaderamente estará dispuesto a proteger a su pareja, a comprometerse, a servirle y a sacrificarse por ella. Cuando uno escucha que alguien dice que no necesita un compromiso completo y ordenado por Dios con su pareja para tener relaciones con ella; incuestionablemente viene a la mente este pasaje y pasa uno a preguntarse sobre la calidad de su amor. El amor que Dios propone para el hombre es uno de entrega y compromiso totales, aún a costa de la propia renuncia. Este tipo de amor es el que busca Dios para el hombre.
El abandono de este mandamiento, o su subestimación, han producido un incremento en estadísticas que pueden considerarse de primerísima importancia social: a las consabidas enfermedades y el embarazo no deseado, se suma el número de abortos, madres solteras, hijos sin padres, divorcios y, como su subproducto, de desorientación y vandalismo. También hay un incremento interesante en la violencia sexual, en los estereotipos sexuales, en los crímenes sexuales y otras conductas relacionadas. Pero además existen consecuencias rara vez reflejadas en estadísticas: al querer separar el placer de las emociones existe un número cada vez mayor de personas que albergan profundas heridas, soledad, sentimientos de insuficiencia e insatisfacción que nada tienen que ver con el Plan de felicidad diseñado por Dios para nosotros.
La masturbación cae con frecuencia dentro de las prácticas conducentes a estos resultados.
Para entender la masturbación y su papel en este cuadro general, hay que darse cuenta de que hay varias clases de masturbación. Existe la masturbación casual, y también existe la masturbación compulsiva, que domina la voluntad y la deteriora progresivamente. El daño que produce cada uno de estos tipos de masturbación es diferente. La masturbación compulsiva suele ser un síntoma de afecciones o carencias emocionales profundas, generalmente no-sexuales, que buscan ser satisfechas a través de este placebo. Como la masturbación las alivia pero no las soluciona, se termina recurriendo una y otra vez a ella como una adicción o puerta falsa. La persona puede llegar a ver anulada su fuerza de voluntad, seriamente perjudicada su habilidad para tratar al sexo opuesto o para satisfacerle, deterioradas sus habilidades para relacionarse con los demás, afectada su autoestima, y con una sensación de vacío y angustia permanente. Con frecuencia sentirá también un importante sentimiento de culpa. Estos sentimientos se oponen al Plan de Felicidad de Dios directamente; es decir, no se le puede llamar felicidad a un estado semejante.
Para quienes la masturbación no represente una adicción puede ser difícil verle como una conducta perjudicante. Quienes no tienen esta adicción se refieren a esta conducta a la ligera, haciendo el problema más difícil para quienes sí lo padecen profundamente. Son como los "tomadores moderados y sociales" que ven como perdedores y seres extraños a quienes no dominan su adicción alcohólica, sin comprender que el engaño de los "tomadores moderados y sociales" es el entorno en donde precisamente se produce el alcoholismo.
Sin embargo, aún quienes no se ven atrapados por la masturbación frecuente y compulsiva tienen algunos cuestionamientos a los que es preciso hacer frente con honradez. Por ejemplo, la masturbación se ve con frecuencia acompañada de pensamientos, sentimientos y fantasías sexuales, la más de las veces alejados de los propósitos de Dios. "Tal cual es el hombre en su pensamiento, así es él". La reiteración de dichos pensamientos hace al hombre susceptible de caer en la tentación, y muchos sucumben ante ello. La Biblia no condena en forma expresa la masturbación, pero sí la conducta y el pensamiento lujuriosos que casi siempre le acompañan.
Quien defiende la masturbación como un acto natural frecuentemente expresa que es una forma de expresión y escape de un impulso natural plantado por Dios en nosotros. Si el impulso sexual, instintivo e innato en el hombre, es limpio, la masturbación, se razona, también debe serlo. La forma en que funciona el cuerpo contradice esta opinión. En una persona que no se masturba, dicho escape está proporcionado por los llamados "sueños húmedos", donde la válvula del cuerpo se abre natural y espontáneamente para liberar esta presión. Si la mente es limpia, si los pensamientos del hombre son puros, la presión es en realidad poca, y la existente puede liberarse con naturalidad de esta manera. Los pensamientos son controlados, el espíritu toma dominio sobre el cuerpo, la paciencia, que más tarde contribuye en gran manera a la felicidad conyugal, se produce, la ternura se alimenta, y el plan de felicidad de Dios se ve satisfecho.
Quien busca meterse en problemas, naturalmente, se ve expuesto a una presión mayor. Al masturbarse, el cuerpo se ve habituado a segregar una mayor cantidad de hormonas, incrementando la necesidad de la liberación. Una persona pudiese no caer en la masturbación compulsiva por ello, pero sí en el deseo compulsivo, en las fantasías compulsivas y en el debilitamiento de sus resistencias ante aquellas cosas que sí están catalogadas como pecado por la Biblia, incluso la insensibilidad ante la pareja, lo que lleva posteriormente al desinterés, al abandono, o al sentimiento frustrante de una soledad en compañía. He tenido oportunidad de entrevistar a varias personas que han pasado o pasan actualmente por esta desazonante situación, sorpresiva para muchos de ellos, que esperaban un resultado diferente a partir de conceptos ampliamente difundidos por los medios, pero ajenos al estudio de la palabra de Dios.
¿No vale la pena adoptar toda conducta que asegure que los propósitos de Dios se cumplan en nosotros? ¿No vale la pena acoplarse al plan de felicidad y posponer el placer menor a favor de aquel que está reservado por Dios para nosotros?