Re: ¿Es la sangre de Cristo? ¿Significa la sangre de Cristo?
Vamos a ver, ¿qué es lo que dijo Cristo?
Haced ESTO en memoria mía.
¿Y qué era ESTO?
Pues lo que acababa de hacer. La consagración del pan y el vino en su Cuerpo y Sangre.
Veamos cómo lo explica San Pablo:
Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan;
y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí.
¿Hacer el qué?
Pues decir y comer el cuerpo que por nosotros ha sido partido.
Sigue:
Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
¿Hacer el qué?
Pues repetir sus palabras para consagrar el cáliz de forma que se haga presente el nuevo pacto en su sangre, la cual bebemos.
Sigue:
Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.
¿Qué es lo que dice que anunciamos?
La muerte. O sea, el sacrificio de Cristo. Pero ojo a lo que dice a continuación San Pablo:
De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor.
Pregunto, ¿cómo va a ser uno culpado ni más ni menos que del cuerpo y la sangre de Cristo si el cuerpo y la sangre de Cristo no están presentes sacrificialmente?
Es más, San Pablo había aclarado anteriormente una cosa vital:
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?
(1ª Cor 10,16)
Lo tristísimo es que la inmensa mayoría de los protestantes responden NO a esas preguntas. Para ellos ni el cáliz ni el pan eucaristizados son la comunión con la sangre y el cuerpo de Cristo sino con vino y pan normales. Se niegan a aceptar la verdad de la misma manera que se negaron aquellos discípulos que abandonaron al Señor porque les pareció muy duro que Él dijera que había que comer su carne y beber su sangre.
Por cierto, nótese que San Pablo dice eso en el contexto de comidas y bebidas sacrificiales hechas a los ídolos, a las que opone la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo:
No podéis beber la copa del Señor, y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios.
En Hebreos 13,10 se habla del altar cristiano. Y si hay altar, hay víctima, pues de lo contrario no sería un altar.
¿Cómo entendieron los primeros cristianos todo esto?
Pues tenemos el testimonio de San Justino mártir que nos cuenta cómo era un culto cristiano allá por el año 150:
San Justino Mártir, Apología I:
Terminadas las oraciones, nos damos mutuamente el ósculo de paz.
Luego, al que preside a los hermanos, se le ofrece pan y un vaso de agua y vino, y tomándolos él tributa alabanzas y gloria al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: Amén. “Amén”, en hebreo, quiere decir “así sea.” Y una vez que el presidente ha dado gracias y aclamado todo el pueblo, los que entre nosotros se llaman “ministros” o diáconos, dan a cada uno de los asistentes parte del pan y del vino y del agua sobre que se dijo la acción de gracias y lo llevan a los ausentes.
Y este alimento se llama entre nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie le es lícito participar, sino al que cree verdaderamente nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias –alimento del que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestras carnes- es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los Apóstoles en los Recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así les fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: Esta es mi sangre, y que sólo a ellos les dio parte.
El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas.
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos.
Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo “amén”. Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes.
A ver, salvo los luteranos y, con matices, los anglicanos, ¿cuántos evangélicos de hoy profesan la misma fe eucarística que aquellos cristianos del siglo II?
¿Cuántos de ellos hacen lo que San Cipriano de Cartago dice que hacían los cristianos en el siglo III?:
Y porque hacemos mención en todos los sacrificios de su pasión, pues la pasión es el sacrificio del Señor que ofrecemos, no debemos hacer otra cosa que lo que Él hizo. Pues dice la Escritura que cuantas veces ofrecemos el cáliz en memoria del Señor y su pasión, hacemos aquello que consta que hizo el Señor....San Cipriano de Cartago, Carta 63, n17
Vuelvo a San Justino, citando de su Diálogo con Trifón en el que vuelve a quedar claro que la idea de Eucaristía y sacrificio era parte de la fe de la Iglesia:
Diálogo con Trifón
41. La ofrenda de la flor de harina, señores –proseguí- que se mandaba a hacer por los que se purificaban de la lepra, era figura del pan de la Eucaristía que nuestro Señor Jesucristo mandó ofrecer en memoria de la pasión que él padeció por todos los hombres que purifican sus almas de toda maldad, a fin de que juntamente demos gracias a Dios por haber creado el mundo y cuanto en él hay por amor del hombre, por habernos a nosotros librado de la maldad en que nacimos y haber destruido con destrucción completa a los principados y potestades de aquel que, según su designio, nació pasible.
De ahí que sobre los sacrificios que vosotros entonces ofrecíais, dice Dios, por boca de Malaquías, uno de los doce profetas: No está mi complacencia en vosotros –dice el Señor- , y vuestros sacrificios no los quiero recibir de vuestras manos. Porque desde donde nace el sol hasta donde se pone, mi nombre es glorificado entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre incienso y sacrificio puro. Porque grande es mi nombre en las naciones –dice el Señor-, y vosotros lo profanáis [Malaquías 1:10-12].
Ya entonces, anticipadamente, habla de los sacrificios que nosotros, las naciones, le ofrecemos en todo lugar, es decir, del pan de la Eucaristía y lo mismo del cáliz de la Eucaristía, a par que dice que nosotros glorificamos su nombre y vosotros lo profanáis.
Por tanto, el testimonio de los principales maestros cristianos de los primeros siglos es contundente sobre cuál era la fe de la Iglesia de entonces sobre la Eucaristía: la misma era la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo ofrecidas a Dios en sacrificio en un altar.
Es lógico que así lo creyeran pues Cristo mismo enseñó que quienes no comían y bebían su cuerpo y su sangre no podían salvarse. Y San Pablo advierte que hacerlo indignamente es causa de condenación. Yo de vosotros me tomaría muy en serio la advertencia del Señor sobre ese asunto y aceptaría la enseñanza de la Iglesia de Cristo. Más que nada porque llegado el momento no podréis disculparos ante el propio Señor diciendo que nadie os enseñó la verdad.