El Señor, en este Tiempo anunciado por los profetas y por el mismo Jesús, ha manifestado Su Espíritu y ha permitido que Su mundo espiritual de luz también se manifestara ante la humanidad, para que pudiera evolucionar y alcanzar la meta de la espiritualidad.
Ellos vienen en ayuda de los discipulos de la Obra del Señor en este tiempo, y vienen en delicada misión entre nosotros. Profetizado estaba que en este tiempo, el Señor vendría en la nube, rodeado de sus huestes espirituales, de ejércitos innumerables de ángeles, y podemos ver que la profecía ha sido cumplida.
Tenémos la ayuda de nuestro Padre y del mundo espiritual de luz; no desmayémos en la lucha, que no nos atemorice el no tener pan, ni tampoco el contagio de las enfermedades, por muy repugnantes que nos pudieran parecer; no se nos pide que derramémos nuestra sangre ni que pasémos hambre.
¿Qué es entonces lo que nos puede amedrentar?
No temámos de los demás, temamos de nosotros mismos, porque es en nosotros en donde se puede esconder la traición, donde se puede gestar la flaqueza del espíritu, un juicio insano o una mala interpretación.
Hablemos con amor a todo aquél que se cruce en nuestro camino, lleguemos con buena intención a las fibras sensibles, buscando en cada corazón no su falsedad sino su necesidad.
Esclarescamosles la verdad para despertarles y revivirles a la vida de la gracia, porque no sabémos si ese corazón al que hemos dado nueva vida, logre mover a todo un pueblo.
Cuando estémos labrando en los corazones de nuestros hermanos, alejemos de nuestra mente todo conflicto o sufrimiento terrestre para que en ese momento, sólo nos ocupémos de lo elevado, de los dones del espíritu, de la entrega de la buena nueva.
Sólo nos debe preocupar el obtener de la Divinidad y del mundo espiritual de luz, las armas espirituales de amor con las cuales podámos derrotar al pecado en que la humanidad se encuentra prisionera, y todo lo superfluo, toda la impostura.
En Jesús, el Unigénito de María, el mismo Dios descendió de Su solio, se hizo hombre y vino a morar y a convivir con los hombres, pero ese acontecimiento fue y es inescrutable, inexplicable aun para los seres espírituales.
Dios no sólo vino a curar las enfermedades corporales del hombre, a curar la lepra, a darle vista al ciego, a darle movimiento al paralítico ni a darle habla al mundo; ésa no era la finalidad por la que el Verbo tomó carne, pero tuvo que curar a los enfermos de la materia para así poder ser creído, pues el mundo y la humanidad sólo cree en el prodigio exterior, en el milagro que impresiona los sentidos y no en la maravilla espiritual de una enseñanza de amor.
Ahora, ha llegado este Tiempo y el Señor permitió que su mundo espiritual descendiese a la materia, pero el pueblo abusó de esta gracia, pues en busca de alivio a sus sufrimientos corporales, llegó hasta la profanación.
Por todo ésto, el Señor, con un solo golpe de Su justicia, con palabra que es ley, ordenó la supresión de las curaciones materializadas, porque contempló que la falta de respeto hacia el mundo espiritual había llegado al límite.
La curación atenuante de la materia, según el Señor lo disponga, sólo podrá ser alcanzada por medio de la purificación, por la comprensión de la palabra del Señor, y por la regeneración de la materia.
Si el pueblo no hubiese desaprovechado el tiempo en abusar de las complacencias materiales que el Señor le concedió, bien podría haber aprendido de del mundo espiritual de luz los conocimientos materiales para sanar el cuerpo, las facultades curativas de las plantas, los secretos de la naturaleza y las bondades de una vida en armonía con los elementos: el sol, el aire, el agua, los minerales.
El conocimiento fundamental de la vida natural, sencilla, sin complicaciones, hubiese sido aprehendido para transmitirlo a los demás, mas ese tiempo se desaprovechó.
Los hombres se han apartado de la esencia de la vida y de los conocimientos que, aplicados a su vida material, harían ésta más sana y más amena.
Y ahí los tenéis tomando alimentos impropios, ignorando los beneficios que aporta al balance del cuerpo el tomar agua simple, sin regular sus horas de trabajo y descanso, entregándose en demasía a los placeres de la materia, dejandose arrastrar por las bajas pasiones, y dominar por las preocupaciones materiales que muchas veces no tienen la importancia que ellos les dan.
El desaseo, el desorden, la falta de higiene moral y corporal, la pereza, la negligencia y la inmoralidad, han traído al hombre como consecuencia las enfermedades.
Los hombres del saber no aciertan a curar tanto mal; las enfermedades se hacen más y más complicadas, y se convierten en un caos para la ciencia médica.
Si comprendieramos que son nuestras malas costumbres y nuestra indolencia por espiritualizar nuestra vida las que nos acarrean males y enfermedades de toda índole, no exijiríamos que nos fueran entregádos medicamentos materiales; es que no ha existido en nosotros la preparación suficiente para que el mundo espiritual de luz pueda entregar el fluído espiritual que sanaría todos esos males.
A Dios debe entregársele el cumplimiento de amor, de caridad y de buena voluntad, el respeto de los unos a los otros; y a las leyes naturales el orden, la limpieza y todo lo que concierne al mejoramiento y a la salud de nuestro cuerpo.
El Señor ha puesto en su Creación, todos los elementos necesarios para la vida y para la salud, pero el hombre se aparta del camino del bien, camino donde se encuentran la vida y la salud.
Es, por lo tanto, imperativo para la humanidad, reconocer las virtudes que encierra la Naturaleza, para que recupere la salud en esa fuente inagotable del amor divino presente en toda la creación: los alimentos naturales y sencillos, el trabajo saludable, el ejercicio moderado, las buenas costumbres, el afecto, y todos los placeres propios del espíritu.
Si ésto enseñámos a la humanidad, verémos a un hombre renovado, que al tomar el camino del bien, retornará a la vida y a la salud.
Enseñemos a cada quien, a ser doctor de sí mismo, por medio de la oración espiritual, para que obtenga la comunicación directa con el Divino Espíritu que es el Doctor de los Doctores y en los momentos de prueba sepa encontrarle y pedirle consejo y remedio para todos sus males, tanto del espíritu como de la materia.
¿Qué pueden pedir los hijos que sea para su bien, que el Padre no les conceda? Esto nos ha dicho el Señor, y nos lo han dicho tambien el mundo espiritual de luz: ¿ que le podremos pedir al mundo espiritual de luz que ellos no nos concedad?
Revestidos de paciencia y de amor por el Padre y por condescendencia, ellos siempre han entregado aquéllo que sus hermanos les han solicitado para su bien.
¿Acaso el pedir la materialización del mundo espiritual de luz, y el solicitar complacencias materiales, seran el bien para nosotros?
He ahí el porqué de la orden irrevocable del Padre de cesar todas las complacencias materiales que no sólo son ya innecesarias, sino que ya en este tiempo, nos serían perjudiciales; y el mundo espiritual de luz obedecerá la orden del Señor, antes que cualquier orden humana.
Al lograr la verdadera espiritualidad y pureza en nuestros trabajos, ni la ciencia de los hombres, ni los hombres de la injusticia humana, ni las religiones podrán nada contra nosotros.
Oh, discipulos del Señor que sois los doctores de la humanidad en lo espiritual y aun en lo material! recordemos que la salud de los enfermos depende de la voluntad divina, de nuestra preparación y de nuestra fe.
La Obra del Señor no tiene en este Tiempo, como no la tuvo en el Tiempo de Jesús, la finalidad de venir a curar la materia; ésto se nos da por añadidura, como bien lo explicara el Divino Maestro.
El don espiritual de curación no está fuera del alcance de nosotros, pues el Señor nos ha traido una doctrina y una enseñanza accesibles, practicables y comprensibles; mas para desarrollar tanto el don de curación como los demás dones del espíritu, precisámos de buena voluntad, fe y amor.
En la orden que el Señor dió referente a la curación, dijo que las curaciones materializadas no se verificarían más.
Mas no nos confundámos con el hecho de que mediante esas curaciones se hayan logrado efectos sorprendentes; mas ¿cuál es la realidad de estas cosas?
Nuestra ciencia médica se va acercando al conocimiento de las virtudes curativas de las plantas, las cuales tienen el poder, al penetrar el organismo humano, de extraer del organismo enfermo los más recónditos tumores y toxinas, desalojando de esa manera el mal que ha postrado al cuerpo.
Los seres en tinieblas, los espíritus enfermos, los espíritus obsesores, están saturados de influencias maléficas, influencias malsanas que depositan en los seres encarnados, enfermándoles a su vez.
Esos espíritus faltos de evolución, manejan a las materias y ejercen un efecto de sugestión sobre todos aquellos que les dan cabida, a través de los hilos fluídicos que todo espíritu posee.
Sabémos que hay personas, que sin haber tenido en el camino nadie que les hiciera el llamado al cumplimiento espiritual, al reconocer que están dotadas de la facultad curativa que todo espíritu posee, han desarrollado con liberalidad sus dones y lucran con ellos.
El Señor no quiere que su mundo espiritual de luz se materialice para que no mos convirtámos en taumaturgos o charlatanes.
Lo que el Señor quiere es que, cuando la humanidad doliente, necesitada, hambrienta, enferma y destrozada por las guerras, se acerque a nosotros, encuentre una fuente de aguas cristalinas que calme su sed.
El Ojo Avizor de nuestro Padre viene en defensa de su pueblo, de su Obra y de sus hijos, para ponerlos en el camino firme, el camino verdadero.