Una de las cosas típicas de un sectario es que cada vez que se encuentra algo en un escrito patrístico que no encaja con su sectarismo, lo atribuye a una interpolación.
El caso es que el texto de Justino, que describe cómo era un culto cristiano en el siglo II, es claro y nítido a la hora de explicarnos en qué consiste la Eucaristía:
Porque estas cosas no las tomamos como pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias -alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne- es la carne y la sangre de aquel mismo Jesús encarnado.
Ese texto no es puesto en duda por ningún erudito protestante.
Tampoco se ponen en duda los siguientes párrafos de la obra "Adversus haereses" de San Ireneo de Lyon, igualmente del siglo II:
Y la Iglesia sola ofrece esta pura oblación al Creador, ofreciéndole a Él, con acción de gracias, de su creación. Pero los judíos no ofrendan así... Ni tampoco ninguna de las sinagogas de los herejes ... ¿Cómo pueden ser coherentes consigo mismos, [al decir] que el pan sobre el cual se ha dado gracias es el cuerpo del Señor y la copa su sangre, si no le reconocen a él mismo como el Hijo del Creador del universo, esto es, su Verbo, a través de quien el bosque fructifica, y las fuentes fluyen, y la tierra da “primero el tallo, luego la espiga, y luego el grano lleno en la espiga” [Marcos 4:28]?
De nuevo, ¿cómo pueden decir que la carne, la cual es nutrida con el cuerpo del Señor y con su sangre, va a la corrupción y no participa en la vida? Que, por tanto, modifiquen su opinión o cesen de ofrecer las cosas recién mencionadas. Pero nuestra opinión es concordante con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía establece nuestra opinión. Pues le ofrecemos lo que es de Él, anunciando consistentemente la fraternidad y unión de la carne y el espíritu. Porque como el pan, el cual se produce de la tierra, cuando recibe la invocación de Dios, no es más pan común, sino la Eucaristía, consistente en dos realidades, terrenal y celestial, del mismo modo nuestros cuerpos, cuando reciben la Eucaristía, no son ya corruptibles, teniendo la esperanza de la resurrección para la eternidad.
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Pero vanos en todo respecto son quienes rechazan la entera economía de Dios, y niegan la salvación de la carne, y tratan con desprecio su regeneración, sosteniendo que no es capaz de incorrupción. Pero si ésta de veras no alcanza la salvación, entonces ni el Señor nos redimió con su sangre, ni es la copa de la Eucaristía la comunión de su sangre, ni el pan que partimos la comunión de su cuerpo. Pues la sangre solamente puede provenir de las venas y la carne, y todo lo demás que constituye la sustancia del hombre, como fue realmente hecho el Verbo de Dios. Por su propia sangre nos redimió, como también su apóstol declara: “En quien tenemos redención por medio de su sangre, la remisión de los pecados.” [Colosenses 1:14]. Y así como somos sus miembros, también somos nutridos por medio de la creación (y Él mismo nos concede la creación, pues causa que el sol salga, y envía la lluvia conforme a su voluntad). Él ha reconocido la copa, la cual es una parte de la creación, como su propia sangre, de la cual Él humedece nuestra sangre: y el pan (también una parte de la creación) Él lo ha establecido como su propio cuerpo, del cual Él da crecimiento a nuestros cuerpos.
Cuando, por tanto, la copa mezclada y el pan manufacturado recibe al Verbo de Dios, y se hace la Eucaristía de la sangre y del cuerpo de Cristo, de las cuales cosas la sustancia de nuestra carne es nutrida y sostenida, ¿cómo pueden afirmar que la carne es incapaz de recibir el don de Dios, que es vida eterna, si es nutrida del cuerpo y sangre del Señor, y es un miembro de Él? –como también lo declara el bendito Pablo en su epístola a los efesios, que “somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos” [Efesios 5:30]. Él no habla estas palabras acerca de algún hombre espiritual e invisible, pues un espíritu no tiene huesos ni carne; sino de la economía [por la cual] un hombre real, consistente de carne, y nervios, y huesos – aquella [carne] que es nutrida por la copa que es su sangre, y recibe alimento del pan que es su cuerpo. Y del mismo modo en que lo cortado de la viña plantada en el suelo fructifica en su sazón, o como un grano de trigo que cae en tierra y se descompone sale con un múltiple aumento por el Espíritu de Dios, quien contiene todas las cosas, y entonces, a través de la sabiduría de Dios, sirve para el uso de los hombres, y habiendo recibido al Verbo de Dios, se torna la Eucaristía, la cual es el cuerpo y la sangre de Cristo; de igual modo nuestros cuerpos, siendo nutridos por ella, y depositados en la tierra, y sufriendo allí descomposición, surgirán a su debido tiempo, concediéndoles resurrección el Verbo de Dios para la gloria de Dios Padre, quien libremente da inmortalidad a esto mortal, y a esto corruptible, incorrupción, pues la fuerza de Dios se hace perfecta en la debilidad, para que nunca nos envanezcamos, como si tuviésemos vida por nosotros mismos, y nos exaltemos contra Dios, haciéndose ingratas nuestras mentes; sino que aprendiendo por experiencia que poseemos duración eterna del poder insuperable de este ser, no por nuestra propia naturaleza, ni subestimemos la gloria que rodea a Dios tal como Él es, ni seamos ignorantes de nuestra propia naturaleza, sino que conozcamos lo que Dios puede hacer, y qué beneficios recibe el hombre, y así nunca nos extraviemos de la verdadera comprensión de cómo son las cosas, esto es, tanto con respecto a Dios como con respecto al hombre.
No hace falta que diga quién mantiene hoy la fe de aquellos cristianos. Y tampoco hace falta que diga quién no la mantiene.