Re ¿CUAL FUE LA GRAN TRIBULACION, ?
Re ¿CUAL FUE LA GRAN TRIBULACION, ?
MINI-YO.....me alegro que no huyas ....aunque me gustaria que rebatieras biblicamente y no que pusieras....BLA BLA BLA....
bla bla es lo tuyo,ya que son solo expresiones personales sin argumentacion biblica de base,que no refuta para nada por lo mi expuesto
sigues desconociendo que ya hubo tribulacion....veamos si lees esto que tengo almacenado de un tema sobre mateo 24 y la gran tribulacion
leelo ya que es mas historico que otra cosa,sin orientacion religiosa alguna
La Gran Tribulación
A través de los primeros veinte versículos de Mateo 24, Jesús relata a Sus discípulos los muchos eventos que acompañarían Su “venida” contra Jerusalén en el tiempo cuando el templo sería destruido. Con detalle son mencionadas varias señales; muchas de las expresiones de Mateo 24 y sus pasajes paralelos en Marcos 13 y Lucas 21, son encontrados también en las profecías y pasajes apocalípticos en el Antiguo Testamento con respecto a las caídas de naciones y ciudades del pasado.
Jesús declaró que la “abominación desoladora” (v.15), profetizada primero por Daniel (véase 9:27; 12:11) era uno de los eventos que ocurrirían al tiempo de las hambres, terremotos, guerras, falsos profetas, etc. (véase vs.3-11). Todo esto encontró cumplimiento en los años inmediatamente antes de la destrucción de Jerusalén. Antes de que el enemigo Romano empezara un sitio larguísimo, los discípulos fueron advertidos para que huyeran a los montes (v.16), de prisa (vs.17-18). Debían orar que su huida no fuera en el frío invierno o en día de reposo, cuando viajar estaría restringido (vs.19-20).
A pesar de esta aplicación local pronunciada a un pueblo específico que podría interpretar las señales, los especuladores premilenarios modernos ignoran los hechos de la historia y aplican todo esto a la generación de Su venida final, en preludio al tiempo del juicio. El v.21 proporciona el combustible para esa visión: “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”.
Contrario a la teoría premilenaria de asignar ese versículo a la gran tribulación precediendo a la “segunda venida” de Cristo, es la última frase en el versículo, “... desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá”. Esa frase pide una comparación de las miserias del presente con las pasadas y futuras. Esto muy ciertamente contempla un periodo después del evento – de que habrían otros sufrimientos, de menos intensidad por cierto, pero otros sufrimientos, no obstante. Por tanto, el v.22 no puede ser aplicado a la tribulación del fin del tiempo de los premilenarios, porque la teoría no permite alguna tribulación futura. La referencia al fin del tiempo remueve la declaración de su contexto.
Esta declaración de una tribulación sin precedente nunca igualada o de ser igualada es un ejemplo de lenguaje de juicio hiperbólico encontrado en el Antiguo Testamento. Cuando Jeremías escribió, “¡Ah, cuán grande es aquel día! que no hay otro semejante a él ...” (30:7), habló de la liberación de Israel de la cautividad a través del juicio sobre las naciones. Babilonia era su yugo.
En otra ocasión, Joel habló de un día de juicio de Israel por “... un pueblo grande y fuerte; semejante al que no hubo jamás, ni después de él lo habrá en años de muchas generaciones” (2:2). Mateo 24:21 se ajusta de esta manera al estilo profético de describir como catástrofe sin precedentes el juicio de un pueblo seleccionado.
Mateo expresa esta tribulación – el sitio Romano de Jerusalén y la mayor matanza de Judíos durante los años 66-70 D.C.– dentro de la perspectiva de un evento universal porque todas las naciones serían afectadas al menos indirectamente. Lucas 21:24 especifica en que consistiría esta tribulación: “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones ...” Durante los cinco años de las Guerras Judías la raza fue casi exterminada.
Josefo, el historiador Judío reporta, “Si finalmente quisiéramos comparar todas las adversidades y destrucciones que después de criado el universo han acontecido con la destrucción de los judíos, todas las otras son ciertamente inferiores y de menos tomo ...” (Las Guerras de los Judíos, Tomo 1, Pág. 13). Véase Daniel 12:1. En adición a las narraciones detalladas y gráficas de Josefo acerca del sitio y caída de Jerusalén, Jesús también profetizó una destrucción en masa y violenta de los Judíos especialmente en varios pasajes en Lucas.
En una ocasión los Judíos razonaban con Jesús acerca de ciertos Galileos, que habían sido muertos brutalmente por la espada Romana (Luc. 13:1). Pilato había mezclado su sangre con los sacrificios de ellos, probablemente cerca a las cortes del templo. Jesús percibió que los Judíos pensaron que aquellos Galileos debían haber sido muy malos y unos viles pecadores en su distrito. Pero les dijo rotundamente que su razonamiento era falso (v.2b), y les advirtió que a menos que se arrepintieran experimentarían una muerte violenta. El cumplimiento llegó cuando los Romanos invadieron Jerusalén en el 70 D.C.
Siguiendo, Jesús les recordó el tiempo cuando las enormes piedras de la torre en Siloé cayo sobre dieciocho personas y aplastó sus cuerpos. Estos Judíos estaban familiarizados con la tragedia. Cristo dijo, “¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No” (v.4). Esto no es por lo que murieron. Luego les prometió la misma terrible destrucción física, a no ser que cambiaran sus corazones. La mayoría de ellos no se arrepintieron y perecieron de igual manera en la destrucción de Jerusalén.
La parábola de la higuera estéril (vs.6-9). que permite a las advertencias anteriores mostrar que Jesús buscó frutos de arrepentimiento entre ellos. El v.8 indica que un esfuerzo adicional sería hecho para cambiar a los Judíos. Esto vio su cumplimiento en la predicación del evangelio durante los varios años después de la cruz. Finalmente, en el v.9, si el fruto fallaba en materializarse, los Judíos podían esperar morir tan violentamente como aquellos Galileos y los dieciocho en Siloé. El obvio cumplimiento ocurrió en el 70 D.C. cuando los Judíos fueron asesinados en masa, las casas incendiadas, arrojados por los muros y desde los edificios, y fueron destrozados por las piedras que les cayeron y apilados en las calles.
En Lucas 19:41-44, Jesús lloró y profetizó la tribulación y sitio del 70 D.C. En medio de las demostraciones de vivas de los gustosos Hosanas de Sus seguidores (v.37-38), Jesús se lamentó sobre la impía ciudad que sabía que pronto lo mataría. “¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día ...” (v.42) se refiere a la era de oportunidad y misericordia acordada para los Judíos, pero la mayoría estaban cegados por la incredulidad. Por medio de aceptarlo y “... lo que es para tu paz” (v.42b), la rebelión contra Roma habría sido impedida y la ciudad dejada intacta. El pueblo habría ganado la paz terrenal y celestial.
En los vs.43-44, Jesús describe vividamente un antiguo sitio y promete que tales días vendrían sobre Jerusalén. Las legiones Romanas primero rodearían la ciudad. Colocarían un vallado de tierra y piedra alrededor de ella, sellándola de esta manera e impidiendo la fuga de las personas dentro de ella. Ciertamente, esta era la hora onceava para la descarriada nación Judía. Una vez dentro de la ciudad, los Romanos matarían familias enteras.
Del templo y los edificios asociados, no sería dejada piedra sobre piedra (v.44), algo que Jesús profetizaría más tarde (Mat. 24:2). El fin del estado Judío fue el resultado del decaimiento social interno y la moral religiosa, excedido por el fracaso de los Judíos en percibir que Jesús era el Cristo – que Dios los estaba visitando y trayéndoles salvación. Este rechazo trajo consecuencias destructivas.
En el capítulo 21:24 Lucas anuncia la terriblez de la guerra Judía: muchos caerían a filo de espada, otros serían llevados cautivos, y “Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan”. Aquí, la palabra Griega para tiempos es “kairos” (oportunidad) y no “kronos” que simplemente significa un espacio de tiempo. Algunos traductores usan “extranjeros” en lugar de Gentiles.
En cinco años de peleas, varios cientos de miles de hijos de Jerusalén perecieron (Josefo exagera por medio de decir que un millón cien mil Judíos perecieron – Guerras de los Judíos, Tomo 2, Libro 7, Cap. 17, Pág. 253), y miles de otros fueron tomados prisioneros y arrastrados a los gentiles en las provincias Romanas, especialmente a Egipto, para una esclavitud de por vida (Ibíd, Pág. 252).
El “hollamiento” enfatiza el total menosprecio de los Romanos para los Judíos y la opresión repartida a la anterior raza escogida de Dios. Los extranjeros Romanos poseeerían la ciudad. Los “tiempos de los gentiles” se refiere a la oportunidad de los Romanos de llevar a cabo su misión destructiva.
De esta manera, en Mateo 24:21 Jesús describió la gran tribulación como un tiempo sin precedentes cuando la raza Judía enfrentó el virtual exterminio. Los especuladores que enseñan que la gran tribulación ocurrirá al final del tiempo se envuelven a sí mismos en una estructura de contradicciones. El “... ni la habrá” del v.21 implica la ocurrencia de tribulaciones menores después de la “gran”. Los milenarios también necesitan una respuesta adecuada para la amonestación de Jesús a los discípulos de huir a los montes y orar que su huida de la tribulación no tuviera que ser en invierno o en día de reposo.
Consistente con el contexto, la tribulación fue cumplida durante el tiempo de las guerras Judías, 66-70 D.C., cuando Jerusalén bajo un ataque prolongado fue “hollada” (Luc. 21:24). El asedio en el 70 D.C. sufrió un hambre terrible, pero los fieles partieron mucho antes de ese asedio final. Dios contestó su oración para una huida ilesa de miles de Cristianos Judíos fieles a la provincia de Pella, al oriente del río Jordán.
“Además de éstos, también el pueblo de la iglesia de Jerusalén recibió el mandato de cambiar de ciudad antes de la guerra y de vivir en otra ciudad de Perea (la que llamaban Pella), por un oráculo transmitido por revelación a los nobles de aquel lugar. Así pues, habiendo emigrado a ella desde Jerusalén los que creían en Cristo, como si los hombres santos hubiesen dejado enteramente la metrópoli real de los judíos y toda Judea, la justicia de Dios vino sobre los judíos por el ultraje al que sometieron a Cristo y a sus apóstoles, e hizo desaparecer totalmente de entre los hombres aquella generación impía” - (Historia Eclesiástica, Eusebio de Cesarea, Tomo 1, Libro 3, Cap. 5, Par. 3, Pág. 141-142).
Josefo y la Gran Tribulación
En sorprendente confirmación de Mateo 24:21, el contemporáneo historiador Judío, Flavio Josefo, describe los horrores del sitio Romano a Jerusalén en la parte final de la primavera y verano del año 70. Nadie podía salir de la ciudad. No había granos, trigo o cebada, y hubo un completo saqueo.
“Fuéles quitada a los judíos la licencia y facultad que tenían de salir, y con esto perdieron la esperanza de alcanzar salud ni poder salvarse: el hambre había ya entrado en todas las casas generalmente y en todas las familias. Estaban las casas llenas de mujeres muertas de hambre, y de niños, y las estrechuras de las calles estaban también llenas de hombres viejos muertos ...” (Las Guerras de los Judíos, Tomo 2, Libro 6, Cap. 14, Págs. 189-190).
Las personas se atormentaban unas a otras por aún un bocado de comida:
“Crecía con el hambre la desesperación de los revolvedores y sediciosos, y cada día se acrecentaba mucho estos dos males: en lo público no había trigo alguno, pero entrábanse por fuerza en las casas y todo lo buscaban y escudriñaban; si hallaban algo, azotaban a los que lo negaban, y si no hallaban cosa alguna, también los atormentaban, como si lo tuviesen encerrado y escondido mas secretamente. Por argumento y señal que tenían algo escondido, era ver los cuerpos de los miserables, pensando que no faltaba qué comer a los que no faltaban las fuerzas: los enfermos eran acabados de matar, y parecía cosa razonable matar a los que luego habían de mor de hambre ...” (Ibíd, Pág. 178).
Si los partidarios o guerrilleros veían una puerta cerrada, presumían que los ocupantes estaban teniendo una comida. Instantáneamente tumbaban la puerta, se precipitaban dentro y aún apretaban las gargantas para obligarlos a devolver los bocados de alimento.
“... si veían cerrada alguna casa, luego con este indicio pensaban que comían los que estaban dentro, y rompiendo en la misma hora las puertas, se entraban y casi les sacaban los bocados medio mascados de la boca, ahogándolos por ellos” – (Ibíd, Pág. 179).
Los locos o maniáticos:
“... unas veces atormentaban las partes secretas y vergonzosas de los hombres, otras pasaban por las partes de detrás unas varas muy agudas, y uno padeció cosas espantables de oír, por no confesar que tenía escondido un pan, y por que mostrase un puñado de harina que tenía ...” – (Ibíd, Pág. 179).
Otros rastreaban las alcantarillas y viejos declives y se tragaban lo que encontraban allí.
“Cuando fué la ciudad cercada de muro, no siéndoles ya lícito ni posible coger ni aun las hierbas, fueron algunos necesitados y forzados a escudriñar los albañales, y se apacentaban con el estiércol antiguo de los bueyes, y el estiércol cogido, cosa indigna de ver, les era mantenimiento” – (Ibíd, Pág. 197; Escritos Esenciales, Pág. 336-337).
A medida que el hambre se intensificaba en Jerusalén en ese verano, perecieron familias enteras. Un silencio profundo y unas tinieblas mortales cubrieron la ciudad.
“Estaba la ciudad con gran silencio, toda llena de tinieblas de muerte, y aun los ladrones causaban mayor amargura y llanto que todo lo otro. Vaciaban las casas, que no erán entonces otro que sepulcros de muertos, y desnudaban a los muertos; y quitándoles las ropas y coberturas de encima, salíanse riendo y burlando. Probaban con ellos las puntas de sus espadas, y por probar o experimentar sus armas, pasaban con ellas a algunos que aún tenían vida. Cuando alguno les rogaba que le ayudasen o que acabasen de matarlo, por librarse del peligro del hambre, era menospreciado muy soberbiamente” – (Ibíd, Pág. 190).
Después que no hubo mas lugar para las sepulturas en la Ciudad, los cuerpos fueron arrojados desde los muros a los Romanos.
“Estos, al principio, con gastos públicos tenían cuidado de hacer sepultar los muertos, no pudiendo sufrir el hedor grande; pero no bastando después a ellos, por ser tantos, no hacían sino echarlos por el muro en los valles y fosos” – (Ibíd, Págs. 190-191).
Josefo declara que vio 600.000 cuerpos de pobres arrojados por las puertas de Jerusalén.
“¿Qué necesidad hay ahora de contar particularmente las muertes que dentro se hicieron? Manneo, hijo de Lázaro, habiéndose pasado a Tito, dijo que por una puerta la cual le había sido a él encomendada en guarda, habían sacado de la ciudad ciento quince mil ochocientos ochenta hombres muertos; desde el día que fué puesto el cerco a la ciudad, es a saber, desde los catorce de abril, hasta el primero de julio. Este número es ciertamente muy grande, y no estaba él siempre en la puerta; pero repartiendo y pagando a los que sacaban los muertos, habíalos de contar por fuerza, porque los otros que morían eran sepultados por sus parientes y allegados; la sepultura que les era dada, era echarlos fuera de la ciudad.
Además de esto, los nobles que habían huído, decían que era el número de todos los pobres que habían sido muertos, de más de seiscientos mil, y que el número de los otros no era posible decirlo; pero no pudiendo bastar a sacar los muertos pobres, habían sido los cuerpos recogidos en casas muy grandes ...” – (Ibíd, Pág. 197).
Muchos que huyeron de los Romanos fueron desangrados y crucificados con completa observación de cada uno dentro de los muros. Como una horrenda burla, algunos fueron clavados en posiciones difíciles después de primero ser azotados e innecesariamente torturados, puesto que era demasiada la ira y odio de los soldados hacia los Judíos. Otros se lanzaron al enemigo con sus cuerpos rendidos por el hambre, como si por hidropesía; los Romanos rellenaron de comida sus vientres vacíos sin detenerse hasta que reventaban.
“Dábales atrevimiento para salir la gran hambre que padecían ... pues azotados cruelmente después de haber peleado, y atormentados de muchas maneras antes de morir, eran finalmente colgados en una cruz delante del muro” – (Ibíd, Pág. 181).
“Mientras tanto, al ir avanzando las obras terreras de Tito, sus tropas apresaban a cualquiera que se atreviera a salir en busca de alimentos. Cuando eran atrapados, se resistían, y eran torturados y crucificados delante de las murallas como terrible advertencia a la gente en el interior. Tito se compadecía de ellos –unos 500 eran capturados a diario– pero dejar libres a los capturados a la fuerza era peligroso, y guardar a tales cantidades sería atar las manos de los guardias. Por su ira y odio, los soldados clavaban a sus presos en diferentes posturas, y era tan grande su número que no se podía encontrar espacio para las cruces” – (Escritos Esenciales, Pág. 333).
En una ocasión cuando un desertor fue capturado recogiendo de su excremento monedas de oro (porque se las había tragado antes de salir de la ciudad), se divulgó un rumor que todos los desertores estaban llegando llenos sus vientres de oro. Los guardas entonces cortaron a los refugiados y escudriñaron sus vientres. En una sola noche cerca de 2000 fueron rajados.
“Entre los de Siria fué hallado uno que sacaba dinero y oro de su cuerpo, porque, según antes dijimos, se lo tragaban de miedo que los amotinados y revolvedores lo robasen, mirando y buscándolo todo, y hubo dentro de la ciudad gran número de tesoros, y solían comprar entonces por doce dineros lo que antes compraban por veinticinco. Descubierto esto por uno, levantóse un ruido y fama de ellos por todo el campo, diciendo que los que huían venían llenos de oro: sabido por los árabes y sirios que había, amenazábanles que les habían de abrir los vientres; no pienso, por cierto, que tuvieron matanza más cruel los judíos entre todas cuantas padecieron, como ésta; porque en una noche abrieron las entrañas a dos mil hombres” – (Ibíd, Págs. 194-195).
A medida que el aprieto de Jerusalén se volvía peor, los innumerables cuerpos apilados aquí y allá por toda la Ciudad emitían un hedor pestilencial. Mientras se hacían los ataques, los soldados Judíos tenían que pisar los cuerpos de miles de deudos en las calles. Con el hambre penetrando profundamente a través de toda la ciudad, los amigos y miembros de las familias se agarraban a puños los unos con los otros, si era detectado algo para comer.
“Las muertes de los judíos cada día iban de mal en peor, encendiéndose los revolvedores cada día más, viéndose cercados con tanta adversidad, pues estaban ya ellos, con todo el pueblo, aquejados del hambre. La muchedumbre de los muertos que dentro de la ciudad había, era espantable de ver, y daba un hedor muy pestilencial, el cual detenía la fuerza y corridas de los que peleaban; porque eran forzados a pisar los muertos, no menos que si estuviesen en el campo o en la batalla, de los cuales era el número muy grande, y los que los pisaban, ni se compadecían de ello, ni se amedrentaban, ni aún tenían por mal agüero ver la afrenta de los muertos” – (Ibíd, Pág. 199).
“... Moría infinita muchedumbre de los que por toda la ciudad se corrompían de hambre. De esto sucedían muertes infinitas, y muy innumerables: porque en cada casa adonde se descubría haber algo que comer, se movía gran guerra; y los que eran muy amigos peleaban y venias a las manos, por solo quitar los unos a los otros el mantenimiento: pues aun no querían dar crédito del hambre y necesidad que pasaban los mismos hombres que morían; antes a los que veían que se les salía el alma, iban escudriñando los ladrones, por que no muriese alguno por ventura escondiendo lo que tenía para comer en su seno” – (Ibíd, Pág. 223).
Como perros hambrientos, malhechores tropezaban en las calles, repujaban las puertas como borrachos; en su estado de desesperación a menudo irrumpieron en la misma casa dos y tres veces en una hora. Clavaban sus dientes a cualquier cosa – aún a las sucias correas y raídos zapatos, al heno viejo y podrido, y también al cuero de sus escudos. Las personas empezaron a devorarse unas a otras en completo canibalismo.
“Y la esperanza que de hallar algo tenían, con la hambre grande que como perros muy hambrientos padecían, los engañaba y hacían fuerza a las puertas, como si estuvieran borrachos, y entraban una y otra vez a buscar y escudriñar una misma cosa, como ya desesperados, y la necesidad grande que padecían les hacía a sus bocas buena toda cosa; y recogiendo todo lo que sucios animales no quisieran comer, ellos mismos lo comían.
No dejando finalmente de ejecutar su hambre en las correas y zapatos, y quitaban a los escudos sus cueros y se los comían. Tenían también por mantenimiento, el añejo y podrido heno ... ¿Qué necesidad hay ahora de declarar ni contar la hambre que padecían, diciendo que comían las cosas sin ánima y sin sentido?” – (Ibíd, Págs. 223-224).
Josefo dice de una madre, robada de todo por los saqueadores, que puso mano sobre su propio bebé. Es reportada diciendo:
“... Ya que vivas, has de ser puesto en servidumbre debajo de los romanos, y los tuyos son aún más crueles que éstos. Sírveme, pues, a mí con tus carnes de mantenimiento ...
... Diciendo esto mató a su hijo y coció la mitad, y ella misma se lo comió, guardando la otra mitad muy bien cubierta. Los amotinados entran en su casa, y habiendo olido aquel olor tan malo y tan dañado de la carne, amenazábanla que luego la matarían si no les mostraba lo que había aparejado por comer. Respondiendo ella que había aún guardado la mayor parte de ellos, entrególes lo que le sobraba del hijo que había muerto. Ellos viendo tal cosa, les tomó un tan temeroso horror y perturbación, que perdieron el ánimo con ver cosa tan perversa y tan nefanda. Dijo, empero, la mujer: Este, pues, es mi hijo y ésta es mi hazaña: comed vosotros, porque yo ya he comido mi parte ...” – (Ibíd, Pág. 225).
Ante esto, los hombres salieron temblando –
“Amedrentados ellos sólo por haber visto cosa tan fiera, saliéronse temblando, aunque apenas pudieron dejar que la madre sola se hartase de esta vianda” – (Ibíd, Pág. 225).
En medio del alboroto de los soldados Romanos moviéndose alrededor y gritando mientras conquistaban las secciones inferiores de la ciudad, los Judíos prendieron fuego a algunas de sus propias edificaciones. Los agresores se movieron rápido, hurtando los objetos de oro, dinero, vestidos y otros artículos preciosos de los almacenes y casas. Cada soldado saqueo tanto que se dijo que el valor del oro había caído a la mitad.
“... pero cuando la puerta estuvo llena de aquella gente que había subido, los judíos pusieronla fuego; y levantada la llama súbitamente por todas partes, los romanos, aun aquellos que estaban fuera del peligro, fueron muy espantados, y los que eran presos dentro del fuego, desesperaban: porque cercados de fuego y de llamas, los unos se echaban atrás en la ciudad; otros en medio de los enemigos; muchos, confiando de esta manera para salvarse, echábanse en los pozos y luego perecían; otros, trabajando por defenderse, eran tomados del fuego; otros se mataban ellos mismos con sus armas antes de ser abrasados con el fuego, estaba ya el fuego tan encendido y tan derramado, que aun a los que huían alcanzaba” – (Ibíd, Pág. 221).
“... pero los judíos en lugar de paz deseaban la guerra; y por concordia, sedición y revuelta; por artura y abastecimiento, hambre; que habiendo ellos con sus propias manos comenzado a quemar el templo, el cuál él les había guardado ...” – (Ibíd, Pág. 225).
“... pero hurtaron tanto los soldados, que no valía en Siria un peso de oro sino la mitad de lo que antes solía valer” – (Ibíd, Pág. 239; Escritos Esenciales, Pág. 248).
Sin ninguna piedad o clamor de emoción, clavaron sus espadas indiscriminadamente en cualquier enemigo vivo – aun mujeres desarmadas, niños y débiles ancianos. Pronto el piso no podía ser visto en medio de los cuerpos. Dice Josefo –
“Mientras el templo ardía, los vencedores robaron todo aquello sobre lo que pudieron echar las manos, y degollaron a todos los que encontraron. No se mostró compasión para nadie, ni por edad ni por distinción, viejos o niños, los laicos o los sacerdotes: todos fueron muertos ... la tierra estaba tapada por los cadáveres, y los soldados tenían que trepar sobre los montones de cuerpos en su persecución de los fugitivos ...” – (Los Escritos Esenciales, Pág. 347; Las Guerras de los Judíos, Tomo 2, Libro 7, Cap. 11, Pág. 233).
“... derramados, pues, por las estrechuras de las calles y plazas, con las espadas desenvainadas, mataban sin hacer diferencia alguna a cuantos hallaban ... antes matando a cuantos delante les venían, y llenando las calles angostas de muertos, manaba toda la ciudad sangre, de tal manera, que gran parte del fuego se mataba con la sangre que de los muertos corría: de noche cesaba el matar y crecía el fuego” – (Las Guerras de los Judíos, Pág. 251).
Entre las últimas edificaciones en ser capturadas estaba el Palacio Real. Allí los Judíos partidarios buscaron refugio y la matanza fue estimada de unos 8400 deudos que se habían reunido en la edificación.
“Los rebeldes se precipitaron ahora al palacio real [de Herodes, en la ciudad alta] donde muchos habían depositado sus riquezas, batieron a los romanos, y mataron 8.400 personas que se habían reunido allí ...” – (Los Escritos Esenciales, Pág. 349; Las Guerras de los Judíos, Pág. 244).
En cualquiera de las calles o en las casas que caían rápidamente los Romanos, encontraban cuartos llenos con los cuerpos producto de la inanición. Otros Judíos ocultándose en las alcantarillas fueron presas fáciles, y el piso fue roto en busca del enemigo. Todos ellos sufrieron una muerte violenta (Las Guerras de los Judíos, Pág. 254).
Este sufrimiento infligido por los Romanos y la contienda sangrienta de los revolucionarios es ciertamente la gran tribulación que Jesús predijo en Mateo 24:21, porque nada mas en el registro se iguala a la miseria, violencia, el salvagismo, y desenfrenada destrucción de las Guerras Judías. La confusión, la demencia de los revolucionarios y líderes Judíos, el asedio despiadado de los Romanos que trajo el hambre, la pestilencia, y el desespero, las contiendas entre y dentro de las familias Judías y el asesinato y hurto por parte de los soldados Romanos enfurecidos – todo esto combinado trajo la guerra mas cruel y sangrienta en los anales del hombre.
Originalmente, Tito intentó matar de hambre a los moradores de la ciudad para que se rindieran y capturar intactos los templos y santuarios gloriosos. Esta era la costumbre del general Romano. Pero la obstinación de los soldados Judíos lo obligó a ejercer presión y destruir paso a paso la ciudad, casa por casa.
“A la mañana siguiente Tito ordenó que se apagara el fuego y que se hiciera un camino a las puertas para facilitar la entrada de las legiones. Luego llamó a sus generales para debatir la suerte que debía correr el templo. Algunos querían destruirlo en el acto, porque sería un foco de rebelión judía. Otros aconsejaron que si los judíos salían del templo, que fuera preservado, pero que si lo empleaban como fortaleza lo quemaran. Pero Tito declaró que, sucediera lo que sucediera, una obra tan magnífica como el templo debía ser preservada, porque siempre sería un adorno del imperio ...” – (Los Escritos Esenciales, Pág. 345; Las Guerras de los Judíos, Págs. 228-232).
Finalmente el templo mismo fue incendiado, posiblemente por accidente. El oro en los techos se derritió y fluyó por las hendeduras y junturas de los morteros y aún hasta los fundamentos de las piedras. Tito ordenó entonces que estas piedras que sostenían el templo por debajo se rompieran. En la extracción del oro, todo fue desalojado, raspado el lugar y derribado (Las Guerras de los Judíos, Pág. 255-256). Hoy día, ni una sola piedra del templo puede ser identificada como parte de lo que una vez fue el gran edificio. La gran profecía de Jesús del magnífico templo de Herodes, “... no quedará aquí piedra sobre piedra ...” (Mat. 24:3), fue cumplida explícitamente.