La instalación de dos fábricas de pasta de celulosa sobre la ribera sur oriental del río Uruguay (una finlandesa y la otra española) ha despertado celos y suspicacias entre las poblaciones argentinas de Gualeguaychú y Colón, de modo que los piqueteros (cortadores de rutas) ahora llamados de “ambientalistas” tuvieron cortados por un mes y medio los accesos a los puentes internacionales que unen a ambos países, en plena temporada turística. Las pérdidas ocasionadas al Uruguay son cuantiosas, afectando al turismo regional y a los trabajadores, a la vez que es una pésima imagen proyectada al mundo, de dos países que por más de siglo y medio han mostrado una hermandad ejemplar.
Aunque ya hace algunos años las autoridades de gobierno y técnicas de la Argentina habían aprobado las obras aledañas al río que comparten con el Uruguay, a fines del pasado año comenzaron los cuestionamientos invocando los posibles riesgos de contaminación ambiental. Hasta el gobernador de la provincia de Entre Ríos adhirió a la inquietud, identificándose luego totalmente con los revoltosos, para después perder su control sobre ellos. Lo mismo acontece con el presidente argentino, que tolerando primero a los piqueteros, para apoyarlos y utilizarlos después, no calculó el alto riesgo que significaba respaldar y alimentar a estas fieras del asfalto, que aunque pocos en número, con sus bloqueos consiguen altos impactos, como el interrumpir no solamente el tránsito entre nuestros dos países, sino también entre Chile y el sur de Brasil que pasaban por los puentes internacionales sobre el río Uruguay.
Uruguay ha dado, da y seguirá dando previsiones técnicas que el medio ambiente de la región no será afectado por la producción de pasta de papel de estas fábricas, pero los soliviantados piqueteros reniegan de cualquier estudio y certificado técnico que se les muestre y anuncian su rechazo definitivo a la instalación de las plantas. Lo que se percibe, es que el medio ambiente no es lo que realmente interesa, sino que esto sirve de excusa para el poder que unos pocos pueden obtener. Si el Gobernador de la provincia, primero, y el Presidente de la Nación, después, no se atreven a usar la fuerza pública para desalojar a los piqueteros y liberar las rutas nacionales y puentes internacionales, exponen a todo el país a un estado de anarquía tal, que ocupando rutas, puentes y edificios, por ahora, y quizás puertos y aeropuertos después, podrán dejar al país incomunicado y a expensas de los vagos y barras bravas que impondrán por la única razón de la fuerza sus condiciones a los gobernantes que perdieron la fuerza de la razón.
Creo que los hermanos argentinos y uruguayos, además de interceder ante el trono de la gracia por este grave conflicto que tanto nos afecta, podemos también buscar la guía del Señor para ayudar a nuestros conciudadanos a tomar conciencia de una situación, que por injusta, arriesga más que la contaminación: los justos juicios de Dios contra los que así hacen.
Ricardo.
Aunque ya hace algunos años las autoridades de gobierno y técnicas de la Argentina habían aprobado las obras aledañas al río que comparten con el Uruguay, a fines del pasado año comenzaron los cuestionamientos invocando los posibles riesgos de contaminación ambiental. Hasta el gobernador de la provincia de Entre Ríos adhirió a la inquietud, identificándose luego totalmente con los revoltosos, para después perder su control sobre ellos. Lo mismo acontece con el presidente argentino, que tolerando primero a los piqueteros, para apoyarlos y utilizarlos después, no calculó el alto riesgo que significaba respaldar y alimentar a estas fieras del asfalto, que aunque pocos en número, con sus bloqueos consiguen altos impactos, como el interrumpir no solamente el tránsito entre nuestros dos países, sino también entre Chile y el sur de Brasil que pasaban por los puentes internacionales sobre el río Uruguay.
Uruguay ha dado, da y seguirá dando previsiones técnicas que el medio ambiente de la región no será afectado por la producción de pasta de papel de estas fábricas, pero los soliviantados piqueteros reniegan de cualquier estudio y certificado técnico que se les muestre y anuncian su rechazo definitivo a la instalación de las plantas. Lo que se percibe, es que el medio ambiente no es lo que realmente interesa, sino que esto sirve de excusa para el poder que unos pocos pueden obtener. Si el Gobernador de la provincia, primero, y el Presidente de la Nación, después, no se atreven a usar la fuerza pública para desalojar a los piqueteros y liberar las rutas nacionales y puentes internacionales, exponen a todo el país a un estado de anarquía tal, que ocupando rutas, puentes y edificios, por ahora, y quizás puertos y aeropuertos después, podrán dejar al país incomunicado y a expensas de los vagos y barras bravas que impondrán por la única razón de la fuerza sus condiciones a los gobernantes que perdieron la fuerza de la razón.
Creo que los hermanos argentinos y uruguayos, además de interceder ante el trono de la gracia por este grave conflicto que tanto nos afecta, podemos también buscar la guía del Señor para ayudar a nuestros conciudadanos a tomar conciencia de una situación, que por injusta, arriesga más que la contaminación: los justos juicios de Dios contra los que así hacen.
Ricardo.