REFLEXIÓN
“Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar.”
— Salmo 41:9
La figura de Judas Iscariote nos confronta.
No solo por su traición, sino por lo que revela de nosotros mismos.
La Escritura lo señala como el que entregaría al Mesías, y su destino parece sellado en profecías como Salmo 41:9 y Hechos 1:20. Pero ¿significa eso que no tuvo opción? ¿Que estaba condenado desde el principio?
La respuesta no es simple. Judas fue llamado por Jesús, caminó con Él, vio milagros, escuchó enseñanzas que transformaban vidas. Fue parte del círculo íntimo. Incluso en la Última Cena, Jesús le ofreció el pan, símbolo de comunión. ¿No es ese un acto de amor hasta el final?
Su traición fue real.
Su codicia, evidente.
Juan 12:6 lo describe como ladrón.
Pero también pudo haber tenido una visión equivocada del Mesías: un líder político que liberaría a Israel. Tal vez pensó que, al entregarlo, provocaría su proclamación como Rey entonces, en el establecimiento de su reino, ya se veía como Ministro de Finanzas.
Cuando Jesús se dejó capturar sin resistencia, su mundo se derrumbó. Y con él, su propósito codicioso.
Judas se arrepintió. Mateo 27:3-5 dice que devolvió las monedas y confesó su pecado.
Pero no buscó redención, por cuanto su arrepentimiento fue según el mundo, sus metas, sus expectativas como las conocemos de primera mano:
-"Todo esto te daré si postrado me adorares"
Quedaron sepultadas por la captura de Jesús.
No corrió hacia Jesús.
Corrió hacia la muerte.
El remordimiento según el mundo lo llevó al suicidio.
Aquí está la lección:
La profecía no anula la responsabilidad.
Cristo no puede ser manipulado para llevar a cabo nuestros propósitos comerciales (Mt.7:21-23)
La gracia estaba disponible pero se hundió en sí mismo.
Pedro también falló.
Fue usado por Satanás (Mt.16:23)
Y lo negó tres veces
Pero su arrepentimiento fue según Cristo.
El Señor lo contempló llorando amargamente su pecado contra Él, algo similar ocurrió con el Rey David cuando generó el precioso Salmo 51.
Ambos lloraron, se quebraron, fueron restaurados.
Judas se quebró, pero se aisló, no le importó Cristo.
La diferencia no fue el pecado, sino su reacción que dejó por fuera a Cristo, el único que lo podía perdonar y salvar (2Tim.1:9; Hch.4:12).
Que preciosa lección que hace responsables a los foristas que no tienen a Cristo en primer lugar, sino que vienen es a insultarlo, tratándolo de criatura, y pretendiendo "restaurar" sus enseñanzas y a eliminar sus promesas a la Iglesia antes de la ira venidera.
¿Y nosotros?
También hemos traicionado a Jesús.
Con nuestras decisiones, nuestras omisiones, nuestras monedas de ego o comodidad.
Pero mientras haya vida, hay oportunidad de volver.
La gracia no se retira sigue activa porque fue dada en Cristo Jesús antes del comienzo de los siglos (2Tim.1:9).
Que esta historia no nos lleve al juicio fácil, sino a la introspección. Que nos recuerde que incluso el más caído puede ser levantado… si decide volver.