Nota: A continuación respondo tu pregunta y expongo mi postura bíblica sobre la inmortalidad del alma. Espero que tú también presentes la defensa de tu postura con estructura y respeto por el texto, para luego revisar con claridad los puntos en desacuerdo.
¿Existe algo en el ser humano que pueda llegar a ser inmortal, y si es así, qué sería aquello?
Muchos afirman que el ser humano tiene un alma inmortal, que sigue viva y consciente después de la muerte, y que va directo al cielo o al infierno. Para sostener esto, se citan textos como Mateo 10.28, Lucas 23.43 o Filipenses 1.23. Pero ¿realmente eso es lo que enseña toda la Escritura? ¿O estamos leyendo ideas griegas con ropa bíblica?
Espíritu y Alma
Primero vayamos al principio. En Génesis 2.7 se dice que el hombre fue formado del polvo de la tierra y que Dios sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente. No se dice que se le incorporó un alma inmortal.
El texto hebreo indica que el hombre llegó a ser un néfesh jayáh, es decir, un ser viviente. Néfesh no se refiere a una entidad inmortal o separada, sino a la vida del ser completo. Este mismo término néfesh se aplica también a animales (Génesis 1.20–21, 1.24, 1.30), lo que indica que ambos comparten una existencia biológica como seres vivientes.
Ahora bien, aunque tanto humanos como animales son llamados néfesh, la Escritura distingue claramente la dignidad y el propósito del ser humano (Génesis 9:6).
Solo el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1.26–27).
Esta imagen no se relaciona con inmortalidad esencial, ya que en Génesis 3.19, tras el pecado, se le anuncia al hombre: “polvo eres, y al polvo volverás”. La semejanza a Dios está vinculada a la capacidad moral, racional y relacional del ser humano, no a una parte inmortal. En ningún pasaje se declara que esta semejanza a Dios implique inmortalidad natural.
Cuando el ser humano muere, su cuerpo vuelve al polvo, y el espíritu (rúaj en hebreo, pneuma en griego) vuelve a Dios que lo dio (Eclesiastés 12.7). Este término no debe confundirse con alma.
Rúaj se refiere al aliento o principio vital (Génesis 7.22, Job 33.4), y también se usa para los animales en Eclesiastés 3.19–21. La Escritura no enseña que lo que vuelve a Dios sea una conciencia viva, sino el aliento de vida o espíritu que procede de Él (Job 34.14–15). Tampoco dice que lo que sube es el alma o una entidad pensante inmortal, sino el rúaj.
El único poseedor de Inmortalidad
La Biblia afirma que solo Dios tiene inmortalidad. Esto está expresado con claridad en 1 Timoteo 6.16: “el único que tiene inmortalidad”. Romanos 6.23 lo confirma: “la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús”. La vida eterna es un regalo, no una cualidad innata. Según 1 Corintios 15.53, la inmortalidad se recibe en la resurrección, no antes.
Entonces ¿cómo se explican textos como Mateo 10.28? Allí Jesús dice: “no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma (psyjé) no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno”. El término psyjé significa “vida” o “persona”, como se traduce en numerosos pasajes (Mateo 6.25, Marcos 3.4, Hechos 2.41).
En Lucas 9.24–25 Jesús usa psyjé en el contexto de perder o destruir la propia vida por causa de Él y el texto dice que quien quiere salvar su vida la perderá, pero quien la pierda por causa de Él la salvará. A continuación, pregunta: “¿qué aprovecha al hombre si gana todo el mundo y se destruye o se pierde a sí mismo?”. Aquí el sentido no es que el alma incorpórea se pierda, sino que la persona misma se destruye. Es decir, lo que está en juego es la existencia total del ser humano, no una supuesta parte inmortal. Este uso refuerza que psyjé no habla de un alma separada, sino de la vida o la identidad personal que puede ser completamente destruida, lo cual contradice la idea de una inmortalidad natural.
En Mateo 10.28 el énfasis es el mismo. El ser humano puede matar el cuerpo, pero no puede decretar la muerte definitiva. Solo Dios puede destruir tanto cuerpo como vida completa, en el juicio. Esta es la segunda muerte de Apocalipsis 20.14.
Ninguno de estos textos enseña que el alma sea inmortal.
Por el contrario, muestran que Dios puede destruir la vida entera del ser humano, lo cual sería imposible si esa vida (psyjé) fuera inmortal.
¿Dónde va la coma?
En Lucas 23.43 Jesús le dice al ladrón en la cruz: “de cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Pero el texto griego no contiene signos de puntuación. Según el patrón hebreo contextual de toda la Escritura, es más consistente entender que Jesús está diciendo: “De cierto te digo hoy: estarás conmigo en el paraíso”, es decir, la promesa fue dada ese día, pero su cumplimiento está en el futuro. Jesús mismo dijo después de resucitar: “aún no he subido a mi Padre” (Juan 20.17), por tanto, ni Él ni el ladrón fueron al paraíso ese mismo día.
Textos fuera de contexto
En Filipenses 1.23 Pablo expresa su anhelo de estar con Cristo, lo cual él considera “muchísimo mejor”. Pero no afirma que eso ocurra inmediatamente después de morir.
En 2 Timoteo 4.8, Pablo dice que la corona le será dada “en aquel día”, no al morir. En 1 Corintios 15.22–23 aclara que todos serán vivificados “en su venida”.
Pablo no enseña que el alma o el espíritu sean entidades inmortales separadas del cuerpo. Su enseñanza gira siempre en torno a la resurrección, como acto final que inaugura la vida inmortal (1 Corintios 15.44, 50–54).
El alma que muere
La antropología bíblica presenta al ser humano como una unidad viviente. En Ezequiel 18.4 se declara: “el alma que pecare, esa morirá”. Esto elimina la posibilidad de una inmortalidad inherente del alma.
El término alma (néfesh en hebreo, psyjé en griego) se refiere con frecuencia a la persona completa (Génesis 12.5, Éxodo 1.5, Levítico 7.20, Hechos 2.41).
En Josué 10.28–39 se habla de matar “toda persona [néfesh)”, y en Hechos 3.23 se dice que “toda alma que no oyere a aquel profeta, será desarraigada del pueblo”.
El hebraísmo "sueño"
La enseñanza bíblica sobre la muerte es que es un estado de inconsciencia, figurado como “sueño”. Jesús dijo de Lázaro: “Nuestro amigo Lázaro duerme… Lázaro ha muerto” (Juan 11.11, 14).
Daniel 12.2 también dice: “muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados”, refiriéndose claramente a la resurrección.
En Salmo 6.5 se dice: “en la muerte no hay memoria de ti”. El salmista reconoce que en la muerte no hay conciencia (Eclesiastés 9.5–6).
Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11.25). No dijo que el alma vive por sí sola, sino que el que cree en Él, aunque muera, vivirá. Esa vida viene por la resurrección, como Él mismo lo afirma en Juan 5.28–29: “todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida”.
En 1 Corintios 15.52 Pablo dice: “los muertos serán resucitados incorruptibles… y esto mortal se vestirá de inmortalidad”. No dice que ya tenemos inmortalidad. La recibiremos cuando seamos transformados en la venida del Mesías (1 Tesalonicenses 4.13–17).
No hay Inmortalidad inherente en el ser humano
Entonces, para responder con claridad. No hay nada inmortal por naturaleza en el ser humano. No lo enseña el Tanaj, no lo enseñan los profetas, no lo enseñó Jesús ni lo enseñó Pablo.
La inmortalidad es un don exclusivo de Dios, reservado para quienes están en Cristo, y solo se manifiesta en la resurrección.
Tomar unos pocos versículos y aplicarlos de forma aislada, ignorando el conjunto de la Escritura, produce interpretaciones erradas. La doctrina de la inmortalidad del alma, tal como se formula comúnmente, no armoniza con el mensaje bíblico completo.
La Escritura enseña que el alma muere (Ezequiel 18.4, 20), que el alma es la persona misma (Génesis 2.7, Hechos 2.41), que la vida eterna es un don (Juan 10.28; Romanos 6.23; 1 Juan 5.11; Tito 1.2), y que la inmortalidad solo se da en la resurrección (1 Corintios 15.53–54).
La vida eterna no es una propiedad humana, sino una dádiva de Dios, condicional a la fe en el Mesías y confirmada en Su regreso cuando resucite a los suyos (Juan 6.39–40, Filipenses 3.11)
La inmortalidad no es una cualidad presente en el ser humano, sino una condición que se alcanza solo mediante la vida eterna, otorgada en la resurrección (Romanos 2.7; 1 Corintios 15.52–54).