¿Quizás, solo quizás estos versos, le puedan aclarar la mente a Natanael.
Hola.
Cuando algo tan sencillo como la muerte ha sido tan travestida se puede ver detrás y con mucha claridad la obra del mismo diablo.
El objetivo es travestir la muerte de Cristo.
Esa creencia de que la muerte no es el fin absoluto, sino solo la separación del alma inmortal y el cuerpo, y que el «alma» sigue viviendo en otro estado, es en gran parte fruto de la confluencia de tres corrientes históricas:
El Antiguo Testamento habla de la muerte como un “sueño” en el “Sheol” (p. ej. Sal 13:3; Job 14:12), pero sin mucha claridad sobre qué sucede después.
Aun así, algunos pasajes expresan esperanza de vindicación futura (Dan 12:2) y, sobre todo, la idea de un
Día del Señor en que Dios resucitará a los justos para vida eterna (Daniel y algunos salmos apocalípticos).
A partir del siglo III a.C., la filosofía griega (sobre todo Platón y el neoplatonismo) difundió la idea de que el
alma (ψυχή) es una sustancia separable e inmortal, encarnada temporalmente en el cuerpo.
Este dualismo “alma-cuerpo” caló hondo en el Judaísmo helenístico (p. ej. Filón de Alejandría) y luego en los primeros cristianos: el
alma pasa a concebirse como agente consciente, capaz de existir tras la muerte corporal.
Mas tarde los Padres de la Iglesia y la teología patrística incorporan explícitamente el neoplatonismo para explicar la Encarnación, la caída y la restauración: para ellos, el Hijo de Dios desciende al “cuerpo” pero su “espíritu” es inmortal y regresará al Padre.
Orígenes (siglo III) y
Clemente de Alejandría.
Agustín de Hipona (siglo IV–V) insiste en la inmortalidad del alma que, tras la muerte, aguarda el Juicio (y la resurrección final) en un estado de bienaventuranza o tormento.
El N
uevo Testamento habla de la muerte como “dormir” (1 Tes 4:13–17) y promete resurrección de cuerpos, pero no desarrolla la teología del “alma” separada.
En el
Concilio de Constantinopla (381) se afirma: el Espíritu “habla por los profetas” y al morir el cuerpo, el alma vive y será juzgada antes de la resurrección final.
A partir de ahí, la
teología escolástica (Tomás de Aquino, Anselmo) consolida definitivamente el concepto de alma inmortal y su existencia tras la muerte, hasta la
reforma protestante, que –si bien insiste en la resurrección corporal– mantiene la inmortalidad del alma individual.
Por eso en la mayoría de tradiciones cristianas (ortodoxas, católicas y protestantes) “la muerte no es el fin”: el alma vive en un estado intermedio y después volverá a reunirse con un cuerpo resucitado.