Ser hijo de Dios no es impuesto, es el eterno misterio del ser humano, esa libertad sin ambages que se nos da para poder elegir, y no somos blancos o negros, pues en nuestra experiencia finita somos trigo o cizaña, oveja y cabra, pero mientras procuremos amar seremos hijos de Dios, porque esa es la verdadera Palabra que vino al mundo y habitó entre nosotros.
"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna."
"Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. 35 En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros."
"Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén."
Jesús, Cristo, la Palabra, que sigue entre nosotros, hasta el fin del mundo, sin fronteras, sin miedos, sigue amándonos.
El evangelista sabe que Jesús sigue haciendo cosas, que siguen escribiéndose libros, y que ni en el mundo cabrán todos ellos, dejaros escribir por su Palabra que viene con el Espíritu, hoy precisamente es Pentecostés.