Re: Cual es la funcion del Mesias??
Saludos en Cristo hermanos
Aqui les pongo algo bueno que encontre
El peligro de las tres "T"
(Torá - templo - Talmud)
El judaísmo es, sin duda, la mejor religión sin Cristo. Como religión, se basa en tres pilares: la Torá, el templo y el Talmud. Toda religión tiene su propio libro sagrado, su lugar santo y su cuerpo de tradiciones. ¿Es así también con su religión?
Hay tres palabras que empiezan con la letra T, y en torno a ellas quisiéramos compartir hoy. Esas palabras tienen que ver con los tres grandes pilares de la religión judía: La Torá, es decir, la Ley, el Templo de Jerusalén, el lugar donde Dios habitaba, y el Talmud, el libro de la tradición rabínica.
Los pilares de toda religión
Así como la religión judía tiene una Torá, tiene templo (o aspira a tenerlo hoy en día), y tiene un Talmud, así también la mayoría de las religiones que hay en el mundo tienen su propia Torá, su propio templo y su propio Talmud.
Cuando el Señor Jesús vino, se encontró con un Israel que estaba aferrado a estas tres cosas, las cuales, en vez de ayudarles a reconocer al Mesías, lo ocultaron de sus ojos. Es importante ver que estas mismas tres cosas están presentes hoy también en la cristiandad. ¿Ayudarán ellas al pueblo de Dios a esperar al Señor, o, al igual que antaño, serán más bien un tropiezo? El Señor nos ayude para verlo.
El peligro de la «Torá»
La Torá es la ley de Moisés. Los judíos eran expertos conocedores de la ley. Ellos encontraron que en la ley había más de seiscientos mandamientos, y procuraban enseñarlos a sus niños. Su celo por la Torá es un asunto muy conocido. Sin embargo, cometieron un error: ellos tomaron ese libro sagrado y lo levantaron tan arriba, que lo convirtieron en una especie de ídolo. Cuando el corazón del hombre se vuelve religioso, las Sagradas Escrituras pueden convertirse en un ídolo.
Las Sagradas Escrituras son un libro precioso. Hay ahí ochocientas, o mil páginas, que desafían el ingenio de los estudiosos. Así como hay expertos en obras literarias (como el Quijote, por ejemplo), que se pasan toda la vida estudiándolas, hay eruditos, grandes teólogos, que hacen lo mismo con este Libro. Aquí hay profecías, hay misterios, hay cosas ocultas que ellos intentan desentrañar. Así las Sagradas Escrituras se transforman en un fin en sí mismas.
Ellas tienen un lugar importante en la vida de un cristiano. Sin embargo, tenemos que precisar cuál es la función que cumplen, para que no nos ocurra lo que a los judíos. Ellos eran conocedores del Libro; sin embargo, cuando se encontraron cara a cara con la Persona de quien habla el Libro, no lo supieron reconocer. ¡Qué tragedia! ¡Cuando llegó la hora de la verdad no supieron aplicar lo aprendido!
El Señor dijo a los judíos: «Ustedes estudian con diligencia las Escrituras, porque piensan que en ellas hallan la vida eterna...» (Juan 5:39, NVI). Aquí se revela cuál era el problema que tenían los judíos. Hay un problema cuando se piensa que en la Biblia está la vida eterna, porque en la Biblia no está la vida eterna. En Juan 5:40, el Señor dice: «... Y no queréis venir a mí, para que tengáis vida». El Señor cambia el foco de atención: «No en las Escrituras, sino en mí está la vida eterna». Pero los judíos no lo habían visto. El verdadero sentido y la razón de ser de las Escrituras es este: “Ellas son las que dan testimonio de mí» – dijo él.
Un peligro complementario
Así como los judíos no supieron discernir la persona de Jesucristo cuando estuvo delante de ellos, pese a su conocimiento de las Escrituras, los cristianos pueden también conocer la Biblia sin conocer al Señor Jesucristo. Esto es una desgracia muy grande. ¿Cómo evitar caer en ella?
En Efesios 1:17, encontramos la solución de Dios: «...para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él». Pablo ora para que el Padre de gloria les dé a los hermanos de Éfeso algo que era fundamental para poder conocer a Jesucristo y los misterios de Cristo. ¡Espíritu de sabiduría y de revelación! El Espíritu Santo, que inspiró las Escrituras, él es el único que puede abrir el entendimiento de los hombres para que conozcan lo que él puso en ellas.
¿Recuerdan cuando el Señor les abrió el entendimiento a los discípulos después de la resurrección, para que entendieran las Escrituras? Lo que por años habían estado escuchando en las sinagogas como una enseñanza respecto del Mesías, recién allí lo pudieron entender aplicado a Jesús. El «Espíritu de sabiduría y de revelación» es el único que puede abrir el entendimiento para conocer a Jesús, y para entender espiritualmente las Escrituras.
Para estudiar la Biblia con provecho se requiere algo muy distinto de la capacidad intelectual o la erudición teológica: se requiere tener el socorro de lo alto, un toque del Espíritu Santo al corazón.
El reclamo de Dios a Israel
En los días de Jeremías, Dios tenía una reclamo contra Israel. «Los sacerdotes no dijeron: ¿Dónde está Jehová?...y los que tenían la ley no me conocieron...» (2:8). Ellos se preocupaban de las cosas externas, de estudiar la ley, y de cumplir con el aparataje religioso, ¡pero no lo conocían a Él! «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (2:3). ¿Cuál es el mal mayor? «Me dejaron a mí». Así también, pudiera darse el caso de que nosotros tengamos mucho conocimiento bíblico, ¡y lo hayamos dejado a él! El gran dolor del Señor es que nadie buscaba conocerlo a él.
Avancemos unas páginas más en Jeremías. Veamos 9:23-24. «Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová...» A juzgar por estas palabras, en Israel había sabios que se gloriaban en su sabiduría, valientes que se alababan por su valentía, y ricos que se alababan por sus riquezas, pero no había quienes se gloriaran en conocer a Dios.
¿Cuál es tu motivo de gloria, amado hijo de Dios? ¿Conocer la Biblia? ¿Tener comprensión acerca de ciertas cosas espirituales? No; sólo conviene alabarse en entender y conocer al Señor.
El problema de quedarse a mitad de camino
En Romanos 1 se dice que, habiendo visto los hombres el poder y la majestad de Dios reflejados en la creación, ellos no fueron más allá para decir: «¿Quién es el maravilloso Ser que hizo estas cosas maravillosas para darle gloria?».
Fácilmente el hombre se queda a mitad de camino al no discernir lo que son los medios y los fines. La contemplación de la creación debiera arrojar a los hombres tras la búsqueda de Dios. Asimismo, el estudio sincero de las Escrituras debiera arrojar al hombre en brazos de Dios, y no dejarlo enredado en las profundidades y misterios que ellas encierran. La creación y las Escrituras son sólo medios y no fines en sí mismos. La gran invitación que hace la creación es que adoremos a Dios por su grandeza. La gran invitación que hacen las Escrituras es que encontremos a Cristo, que sea donde sea que las tomemos, lo veamos a él.
El problema es quedarse a mitad de camino. La perfección y la hermosura de este libro habla de la perfección más grande, de la hermosura mayor, ¡del Creador de este libro! Por lo tanto, rechazamos toda enseñanza que nos deje enclaustrados en un conocimiento meramente bíblico, porque tenemos que ir más allá, a Aquel de quien ellas nos hablan.
Tres sistemas de interpretación
Cuando el Señor Jesús vino, había tres grandes sectas judías: los fariseos, los saduceos y los esenios. Cada una de ellas tenía una postura interpretativa particular de las Escrituras. Los fariseos eran flexibles; los saduceos eran racionalistas; los esenios eran espiritualistas. Sin embargo, ninguno de estos sistemas de interpretación bíblica capacitó a sus defensores para reconocer al Mesías cuando vino.
Hoy también existen los fariseos, los saduceos y los esenios. Están los liberales, los racionalistas y los exclusivistas en materia de interpretación bíblica. ¿Estarán ellos preparándose para recibir al Señor o ya lo habrán extraviado en su maraña teológica? ¿Volverá a repetir la cristiandad la triste historia de Israel en tiempos del Señor Jesús?
La segunda «T»
Veamos la segunda «T», el Templo. De todas las ciudades de Palestina, había una ciudad que era santa: Jerusalén. Y, dentro de ella, había un lugar aún más santo. Allí, sobre una explanada preciosa estaba construido el templo.
Los judíos en tiempos de Jesús se sentían orgullosos del templo. Marcos 13:1 nos dice: «Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios». Al decir esto, el discípulo esperaba un gesto de admiración del Señor, pero su reacción fue muy distinta de lo que él esperaba. Le dijo: «¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada».
Esos grandes edificios habían sido levantados por el rey Herodes. Y eran tan majestuosos y fastuosos que habían demorado cuarenta y seis años en construirlos. Ese era el orgullo de todo Israel. Sin embargo, ese templo habría de ser destruido pocos años después, igual que los dos templos anteriores que Israel había tenido en su historia.
Ese lugar tan sagrado había sido para ellos muchas veces causa de tropiezo, debido a su propia dureza de corazón. En Jeremías 7 encontramos una queja de Dios por causa de que ellos habían puesto su confianza en el templo, apartando su corazón de él. «Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, diciendo: templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este» (7:4-5).
Ellos cometían adulterio, hurtaban, mataban, juraban en falso, ofrecían incienso a Baal, oprimían al huérfano, a la viuda, ellos derramaban sangre inocente. Sin embargo, tenían su templo. Teniendo el templo, se sentían seguros: Dios estaba allí, ¿quién les podría hacer mal? Sin embargo, lo que ellos no querían ver era que la permanencia de Dios en el templo era condicional: dependía de su obediencia.
Desde el momento que el pueblo comenzó a apartarse, ya ese templo no fue un lugar grato para el Señor. Ellos lo habían convertido en “cueva de ladrones” (v.11). Así que, llegó un momento en que la nube de Dios, que estaba en el Lugar Santísimo, abandonó el templo. Y cuando Dios abandona un lugar, ese lugar queda expuesto a la barbarie, al vandalismo, a Satanás. (¿Qué lugar puede ser inexpugnable cuando Dios ya no vela sobre él?). Vino Nabucodonosor y tomó Jerusalén, después uno de sus lugartenientes se llevó los utensilios sagrados a Babilonia y quemó el templo. Sin embargo, había sido profanado mucho antes por los propios sacerdotes y levitas, y Dios ya no quiso morar allí.
Una buena noticia
Pero nosotros tenemos una buena noticia: el Señor tiene un nuevo templo. El Señor en cierta ocasión dijo: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré» (Juan 2:19). Él se refería al templo de su cuerpo, que fue a la cruz, pero que al tercer día se levantó, incorruptible. Y con la muerte y la resurrección del Señor surgió la iglesia, el Cuerpo de Cristo, que es la habitación de Dios en esta dispensación.
¿Habitará Dios hoy en Jerusalén, en ese lugar donde estuvo el templo de Herodes? ¿Habitará Dios en alguno de los muchos fastuosos templos que hay en la cristiandad? Algún hermano nuevo podría decir: «Voy a la casa de Dios». Otro pudiera decir: «Voy a la casa de oración». Eso es incorrecto. Los lugares donde los cristianos se reúnen no son ni casa de Dios ni casa de oración: son simplemente edificios donde se reúne el verdadero templo de Dios que es la iglesia.
Así que, no es este lugar de reunión un lugar sagrado. Por supuesto, si los creyentes están aquí, podemos ver la gloria de Dios. Pero también si los creyentes se reúnen debajo de unos árboles a la orilla del río, allí desciende la gloria de Dios. Si se reúnen en una cancha de fútbol, allí también desciende la gloria de Dios. Este lugar es santo ahora, porque aquí está la iglesia. Si se va la iglesia, es un lugar como cualquier otro.
La idea de ‘casa de Dios’ o ‘casa de oración’ es una herencia judía. En la religión judía había un templo donde Dios moraba, pero en esta era de la iglesia Dios no tiene un templo físico donde habitar. En el libro de los Hechos, se dice que los cristianos se reunían en «el templo y por las casas». Ellos eran cristianos judíos, que todavía estaban como tomados por un cordón umbilical del judaísmo. Pero ese cordón umbilical se cortó con la iglesia en Antioquía. Desde ahí ya no existe más.
No un lugar, sino adoradores
¿Se acuerdan de la conversación del Señor con la mujer samaritana? La mujer le dijo al Señor: «Ustedes los judíos dicen que en Jerusalén es donde se debe adorar ... (porque ahí estaba el templo) ... nosotros creemos que es en este lugar donde se debe adorar». «Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte (tal vez el monte Gerizim) ni en Jerusalén adoraréis al Padre». (El templo de Jerusalén iba a ser destruido cuarenta años más tarde). «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren». Aquí queda muy claro que no hay un lugar santo, sino que hay adoradores. Donde se juntan los santos para adorar, allí hay adoración. Hermanos, no se trata de lugares, se trata de adoradores.
Para terminar esta parte, veamos Hechos 17:24: «El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas». ¿Quién está diciendo esto? El apóstol Pablo. ¿Es Pablo un falso maestro? No. Es el príncipe de los apóstoles, y él dijo esto a los griegos reunidos en el Areópago.
Lamentablemente, en muchos ambientes cristianos el templo se ha transformado en exactamente lo mismo que para los judíos. Piensan que Dios habita allí, y que, en consecuencia, es un lugar santo. Hay cristianos que piensan que el único lugar donde ellos pueden tener comunión con Dios es el templo. Entonces lo arreglan y lo embellecen con esmero. Incluso piensan que ciertas partes del templo son más sagradas que otras, como la tarima donde está el púlpito, que es como el equivalente al Lugar Santísimo. Esa es una imitación del templo de los judíos con su atrio, su lugar santo y su lugar Santísimo.
Nosotros no juzgaremos mal a los cristianos que se esmeran por tener hermosos templos, pero tenemos que advertir claramente que el templo puede transformarse en un ídolo y en un objeto de confusión. Puede hacer creer a los cristianos que Dios tiene lugares físicos especiales donde él habita. Y la Escritura no nos permite afirmar tal cosa.
Las paredes de un templo son demasiado frías y duras. En cambio, las paredes de tu corazón son cálidas; allí él quiere habitar. Debes dar siempre gracias al Señor por haber venido a habitar en tu corazón, y por querer habitar en ti y no en un templo de mármol. Dios prefirió tu corazón a un templo de oro.
Así que, no nos engañemos ni nos deslumbremos por la fastuosidad de los templos que los hombres han levantado. No compartamos nosotros la admiración de aquel discípulo por el templo de Jerusalén, porque esa admiración era una ceguera que anunciaba los juicios de Dios sobre ese lugar.
La «T» de la tradición
Veamos ahora la tercera «T», el Talmud. El Talmud es un libro que contiene los comentarios que los grandes rabinos judíos han hecho en diversas épocas sobre la Torá. El Talmud reúne toda la tradición oral rabínica sobre la Torá. A falta de sacerdote y profeta, la figura del rabino surgió con mucha fuerza durante el exilio en Babilonia. Desde entonces, las tradiciones orales comenzaron a ocupar un importante lugar en la vida religiosa judía, hasta el punto que hoy el judaísmo se apoya en una mezcla de la Torá y el Talmud.
El Talmud no son las Sagradas Escrituras; son comentarios y preceptos agregados a las Sagradas Escrituras. Un escritor judío cristiano, Barry Rubin, ha dicho que los eruditos judíos se glorían más en conocer el Talmud que en conocer la Torá. Es más apasionante.
Pero hay un problema con el Talmud. El Talmud, en vez de ayudar a explicar la Torá, suele hacerla más confusa. Rubin llega a afirmar: «Tristemente, la gente (los judíos) terminó enredándose tanto en la multitud de reglas y regulaciones religiosas, que algunos de los significados esenciales en la Torá se perdieron. La tradición oral prevaleció sobre la verdad». (En “¡Te tengo buenas noticias!”, p.148).
El Talmud representa lo que el hombre agrega a las Escrituras. Son los reglamentos de la tradición. En tiempos del Señor Jesucristo existía una fuerte tradición oral, y muchas veces él debió enfrentarla. ¿Se acuerdan cuando el Señor, en Marcos 7, recrimina a los judíos, porque ellos habían invalidado la palabra de Dios por las tradiciones? «Porque dejando el mandamiento de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres: los lavamientos de los jarros y de los vasos de beber; y hacéis otras muchas cosas semejantes. Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición» (8-9). Esta tradición de la que habla el Señor es el Talmud.
Toda religión que se precie de tal tiene una tradición. Y esa tradición está escrita: reglamentos, comentarios, interpretaciones. Sin embargo, la tradición no tiene su origen en Dios, sino en el hombre.
El Talmud enceguece
Barry Rubin plantea una cosa interesantísima: ¿Por qué razón los judíos esperaban un Mesías político, poderoso, capaz de zafarlos a ellos del yugo romano, siendo que había varias profecías, como Isaías 53, en que se decía que el Mesías sería un varón de dolores, que moriría y resucitaría? Simplemente porque las interpretaciones que el Talmud había hecho no contemplaban la venida de un Mesías como un cordero, sino como rey. ¡El Talmud había tergiversado la interpretación profética! La tradición oral había logrado opacar la Torá y los profetas, y confundir a los judíos respecto del Mesías.
Amados cristianos, ¡cuidado con vuestro Talmud! Es fácil atarse a una corriente interpretativa de las Escrituras, enredarse en las opiniones de los grandes hombres del pasado, y agregarlos a nuestro bagaje doctrinal. La tradición se convierte fácilmente en una red de cadenas que nos atan a los hombres y al pasado, y que nos impidan ver la voluntad de Dios para este día. Tenemos que conservarnos libres de todo ello para servir así al Señor.
El Talmud puede tomar también la forma de un conjunto de procedimientos aceptados por el grupo. ¿Han escuchado frases como ésta?: «Nosotros nunca lo hemos hecho así. ¿Por qué tendríamos que hacerlo?». «Nunca hemos creído eso. ¿Por qué tendríamos que creerlo?». ¡Eso es Talmud!
Cuando una congregación no cree que el Espíritu Santo la esté dirigiendo, entonces tiene que asegurarse un camino. Ese camino se lo ofrecen los reglamentos y ordenanzas. Si no los tiene, se extravía y se confunde. Pero si hay una congregación que cree ciertísimamente que hay Uno de arriba, el Espíritu de verdad, que la conduce, entonces no necesitará consultarle al pasado para enfrentar el futuro: ¡simplemente le consultará al Señor! Los que tienen una fuerte tradición piensan que no necesitan preguntarle al Señor. Basta que miren atrás, y lean su Reglamento: «En el artículo uno dice... ¡de esta manera tenemos que hacerlo!». Para el Espíritu Santo es sumamente difícil guiar por un camino nuevo a quienes se enorgullecen de su propio camino largamente recorrido.
Amados hermanos, en el mundo una institución es más o menos respetable si puede decir: «Desde 1845», o «Desde 1920». Nosotros, más vale que no digamos nada. Nosotros tenemos que servir a Dios en nuestra generación. Otros tomarán después la antorcha del testimonio y harán su propio camino. ¡Y si a él le place, que nos interrumpa cuando quiera! Más que conformar una tradición, la iglesia debe irse zafando de ella, para ser dúctil a la conducción del Espíritu.
Hemos de tener cuidado, porque la tradición se nos puede ir pegando sin que nos demos cuenta de ello. Cuesta juzgarnos con objetividad, porque la tradición llega a formar parte de nuestra subjetividad. Para romper este círculo debemos aceptar el juicio de otros, y el escrutinio permanente del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo nos lleva por caminos siempre nuevos. Si reconocemos que el propósito de Dios es lineal y no circular, tenemos que aceptar que él nos lleve más allá, por caminos nunca antes andados. A la carne y la sangre le gusta tener todo planificado y bajo control. Sin embargo, cuando seguimos al Espíritu, el camino se va conociendo sólo paso a paso.
¿Cómo nos encontrará el Señor?
Cuando el Señor vino la primera vez, encontró a su pueblo enredado en estas tres “T”. Cuando el Señor venga por segunda vez, ¿encontrará a su pueblo tropezando en la misma piedra? ¿Lo encontrará venerando su Torá, pero sin conocer a Aquel de quien ella da testimonio? ¿Lo hallará levantando templos para que habite Uno que hace mucho que ya no habita más en templos hechos por manos humanas? ¿Lo hallará aferrado a su Talmud, para observar con celo los preceptos de la tradición humana?
Nosotros queremos ser tajantes en rechazar estas tres «T», porque ellas impiden al pueblo de Dios depender del Espíritu Santo y glorificar al Señor Jesucristo. No queremos las Escrituras por sí. Queremos al Cristo de las Escrituras. No queremos un templo como un lugar sagrado. Queremos a Dios que habita en medio de la iglesia. No queremos una tradición, sino buscar la dirección permanente del Espíritu. ¡Que las cosas santas (y las supuestamente santas) no nos impidan ver al Santo!
***AGUAS VIVAS***
Bendiciones
La paz de Dios