Veo que se hace necesario abundar en el tema porque ciertamente es un poco fuerte y no cualquier mente indispuesta a leer, escuchar, meditar y razonar va a poderlo captar, las doctrinas opuestas que mediatizan y fanatizan a sus miembros, son un obstáculo muchas veces insalvable, graban en sus mentes consignas que impiden el razonamiento, consignas como insistir que nosotros divinizamos a María Santísima.
En un solo mensaje no es conveniente desarrollar todo el tema porque se perdería objetividad, por tanto, voy a presentarlo en varias partes; con el auxilio del Espíritu Santo voy a tratar de exponerlo:
Dios es santo, es limpio, puro, sin pecado, sin maldad, sin dobleces, sin sombra, sin doble sentido, inmaculado. Él no tiene nada oscuro. Juan, en 1 Juan dice que Dios es luz.
Hay un pasaje del Antiguo Testamento que me llama la atención; habla de Dios, y señala: "...es tan limpio de ojos que no puede ver el pecado." * (Habacuc 1:13) Dios es así, separado absolutamente de todo lo que es contaminación, de todo lo que es maldad y de todo lo que es pecado. Entonces, cuando nosotros hablamos de que Dios es santo, estamos hablando de alguien que no tiene absolutamente nada que se asemeje a nosotros en ese sentido.
Pienso que hay tres personas en la historia del hombre que podrían entender lo que estoy tratando de decir: Adán, que conoció lo que es vivir sin pecado (por un corto tiempo), María Santísima y Jesucristo nuestro Señor. Son las únicas tres personas que han sabido lo que es no tener pecado y vivir en una santidad como la de Dios. Todos nosotros estamos descalificados en ese sentido.
Dios no habita donde hay pecado. Él se aparta. Él no quiere compartir con el pecado, son diametralmente opuestos porque Él es santo. Y la santidad que nosotros conocemos tampoco es la santidad de Dios, porque aun cuando nosotros usamos de su santidad, nos quedamos tan cortos que el Señor mismo le dice al hombre que nuestra justicia y nuestra santidad son como trapos sucios delante de Él. Es decir, todo lo santo que yo pueda ser, todo lo puro, todo lo que pudiera limpiarme por mí mismo y tratar de presentarme delante de Dios, Dios me miraría y arrugaría la nariz, daría vuelta la espalda porque mi justicia y mi santidad no alcanzan para dar la medida de la santidad de Dios.
Hermanos y hermanas: Aquí es necesario recordar el Plan Salvífico de Dios: DE LA VIRGEN MARIA, MADRE DE LA IGLESIA, por tanto es incongruente e irrazonable que María Santísima haya tenido que contaminarse con la mancha de la culpa original, aunque solo fuera en un instante de su concepción, hubiera estado al triste dominio de Satanás.
La Voluntad Salvífica de Dios: Se puso de manifiesto en los principios del género humano, cuando Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto…, pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el talón”. (Gen. 3, 15), con estas palabras no solo se anuncia un Salvador, sino que también entra en escena una Mujer, Su Madre, la cual debe conseguir juntamente con Su Hijo, una insigne victoria sobre el enemigo común. No siendo, pues, esta mujer, otra que La Virgen María, con toda razón se ha de decir que Ella, ya desde el principio estuvo unida con lazo indisoluble al Salvador Cristo Jesús, a fin de destruir la obra del demonio.
En los libros de La Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y en La Venerable Tradición, se va aclarando día a día esta Voluntad Salvífica de Dios – dice el concilio Vaticano II -, y en ellos se prepara paso a paso el advenimiento de Cristo y se ilumina la figura de La Mujer Madre del Redentor; Ésta es insinuada proféticamente en promesa de la victoria de la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (Gen. 3, 15) Constitución dogmática, n. 55).
En un solo mensaje no es conveniente desarrollar todo el tema porque se perdería objetividad, por tanto, voy a presentarlo en varias partes; con el auxilio del Espíritu Santo voy a tratar de exponerlo:
Dios es santo, es limpio, puro, sin pecado, sin maldad, sin dobleces, sin sombra, sin doble sentido, inmaculado. Él no tiene nada oscuro. Juan, en 1 Juan dice que Dios es luz.
Hay un pasaje del Antiguo Testamento que me llama la atención; habla de Dios, y señala: "...es tan limpio de ojos que no puede ver el pecado." * (Habacuc 1:13) Dios es así, separado absolutamente de todo lo que es contaminación, de todo lo que es maldad y de todo lo que es pecado. Entonces, cuando nosotros hablamos de que Dios es santo, estamos hablando de alguien que no tiene absolutamente nada que se asemeje a nosotros en ese sentido.
Pienso que hay tres personas en la historia del hombre que podrían entender lo que estoy tratando de decir: Adán, que conoció lo que es vivir sin pecado (por un corto tiempo), María Santísima y Jesucristo nuestro Señor. Son las únicas tres personas que han sabido lo que es no tener pecado y vivir en una santidad como la de Dios. Todos nosotros estamos descalificados en ese sentido.
Dios no habita donde hay pecado. Él se aparta. Él no quiere compartir con el pecado, son diametralmente opuestos porque Él es santo. Y la santidad que nosotros conocemos tampoco es la santidad de Dios, porque aun cuando nosotros usamos de su santidad, nos quedamos tan cortos que el Señor mismo le dice al hombre que nuestra justicia y nuestra santidad son como trapos sucios delante de Él. Es decir, todo lo santo que yo pueda ser, todo lo puro, todo lo que pudiera limpiarme por mí mismo y tratar de presentarme delante de Dios, Dios me miraría y arrugaría la nariz, daría vuelta la espalda porque mi justicia y mi santidad no alcanzan para dar la medida de la santidad de Dios.
Hermanos y hermanas: Aquí es necesario recordar el Plan Salvífico de Dios: DE LA VIRGEN MARIA, MADRE DE LA IGLESIA, por tanto es incongruente e irrazonable que María Santísima haya tenido que contaminarse con la mancha de la culpa original, aunque solo fuera en un instante de su concepción, hubiera estado al triste dominio de Satanás.
La Voluntad Salvífica de Dios: Se puso de manifiesto en los principios del género humano, cuando Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto…, pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el talón”. (Gen. 3, 15), con estas palabras no solo se anuncia un Salvador, sino que también entra en escena una Mujer, Su Madre, la cual debe conseguir juntamente con Su Hijo, una insigne victoria sobre el enemigo común. No siendo, pues, esta mujer, otra que La Virgen María, con toda razón se ha de decir que Ella, ya desde el principio estuvo unida con lazo indisoluble al Salvador Cristo Jesús, a fin de destruir la obra del demonio.
En los libros de La Sagrada Escritura, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y en La Venerable Tradición, se va aclarando día a día esta Voluntad Salvífica de Dios – dice el concilio Vaticano II -, y en ellos se prepara paso a paso el advenimiento de Cristo y se ilumina la figura de La Mujer Madre del Redentor; Ésta es insinuada proféticamente en promesa de la victoria de la serpiente, dada a nuestros primeros padres caídos en pecado (Gen. 3, 15) Constitución dogmática, n. 55).