Repetidamente en la biblia se nos exhorta a ser humildes.
La humildad es una cualidad de nobleza que la mayoría de cristianos estamos ciertos de poseer, en nivel alto o por lo menos adecuado, puesto que hemos quitado de nosotros aquellas líneas de comportamiento adoptadas dentro de los esquemas de la organización social que en algún punto de la historia adoptó el mundo para marcar diferencias elitistas, revanchistas o discriminatorias con respecto de otros seres humanos.
...Hasta que te causan daño, entonces e instintivamente y como si se tratase de un grito reivindicador, enfocas tus actos hacia el reconocimiento, por parte del ofensor, de tu legítimo valor y dignidad; y quisieras dar de beber al causante, por supuesto a manera de lección y para causar un bien, alguna que otra amarga copa de su merecida medicina. Y cuando no, pues por lo menos te aseguras, y sin escatimar en coste alguno, de que la posibilidad de tan desagradable suceso no se repita nunca más.
Pues bien, tienes razón, e incluso lo llevas bien encaminado, hasta que viene Dios y te dice que lo tuyo se llama orgullo... Entonces ¡sorpresa! te das cuenta de que existe otra forma de la dignidad: Algo como la dignidad con humildad.
La cuestión es ¿hasta donde se puede llevar la humildad en la vida práctica, es posible la humildad sin la posibilidad abierta del perjuicio propio y cuáles son los riesgos que alberga la no humildad?
Gracias por sus opiniones.
Cordiales saludos,
Isle.
La humildad es una cualidad de nobleza que la mayoría de cristianos estamos ciertos de poseer, en nivel alto o por lo menos adecuado, puesto que hemos quitado de nosotros aquellas líneas de comportamiento adoptadas dentro de los esquemas de la organización social que en algún punto de la historia adoptó el mundo para marcar diferencias elitistas, revanchistas o discriminatorias con respecto de otros seres humanos.
...Hasta que te causan daño, entonces e instintivamente y como si se tratase de un grito reivindicador, enfocas tus actos hacia el reconocimiento, por parte del ofensor, de tu legítimo valor y dignidad; y quisieras dar de beber al causante, por supuesto a manera de lección y para causar un bien, alguna que otra amarga copa de su merecida medicina. Y cuando no, pues por lo menos te aseguras, y sin escatimar en coste alguno, de que la posibilidad de tan desagradable suceso no se repita nunca más.
Pues bien, tienes razón, e incluso lo llevas bien encaminado, hasta que viene Dios y te dice que lo tuyo se llama orgullo... Entonces ¡sorpresa! te das cuenta de que existe otra forma de la dignidad: Algo como la dignidad con humildad.
La cuestión es ¿hasta donde se puede llevar la humildad en la vida práctica, es posible la humildad sin la posibilidad abierta del perjuicio propio y cuáles son los riesgos que alberga la no humildad?
Gracias por sus opiniones.
Cordiales saludos,
Isle.