Respuesta a Mensaje # 66:
A todas las preguntas sobre eclesiología, en el marco de las asambleas se suele responder de dos diferentes maneras: 1) conforme a la sana doctrina que proviene de la Palabra de Dios 2) según la “sana doctrina” impuesta por “las tradiciones de los ancianos”. En ocasiones ambas formas coinciden y en otras se contradicen.
1- Si algún poder tiene la iglesia local para decidir algo que ha de afectar las creencias y prácticas de la congregación, no debiera diferir del modelo que el Cabeza de la iglesia (el Señor Jesucristo) nos ha dejado en Hechos 15. Aquí son nombrados cuatro tipos de integrantes sin fijar un nivel jerárquico ni que el orden en que aparecen signifique ninguna supremacía de unos sobre otros:
a) los apóstoles Pablo y Bernabé asumen la iniciativa enfrentándose en Antioquía al problema suscitado por los que venían de Judea, y son encomendados a consultar el caso con los apóstoles y ancianos en Jerusalem. Los apóstoles Pedro y Jacobo son los que se dirigen con sus propuestas a la multitud de los discípulos. Recordemos que en el NT la palabra “apóstoles” no refiere sólo a los doce enviados originalmente por el Señor Jesús, sino también a quienes son así enviados a la obra por el Espíritu Santo (Hch 13:2-4). No debería haber inconveniente hoy día en reconocer como tales a los misioneros vocacionales llamados y enviados por el Señor a servir lejos de su patria.
b) los ancianos en Jerusalem no se ven subordinados a los apóstoles sino que se les nombra juntamente con ellos. Su conocimiento y experiencia les hace responsables como para interiorizarse bien del problema en una primera instancia (v.6), a fin de no improvisar luego y contender entre ellos mismos delante de toda la asamblea.
c) la iglesia en pleno está avisada y recibe a los recién llegados junto a los apóstoles y ancianos (v.4). En el v.12 aparece como “la multitud”. El acuerdo unánime incluye a “toda la iglesia” (v. 22) llamada en el versículo siguiente como “los hermanos”.
d) el Espíritu Santo tiene también su parecer de modo que se le asocia a ese “nosotros” (apóstoles, ancianos y hermanos) ya que indudablemente todos estuvieron sensibles y sujetos a su dirección.
Este modelo jamás ha sido superado por ningún otro, sino que al haber sido substituido por otros de manufactura humana siguió el esperado fracaso.
2 - “Las tradiciones de los ancianos” no siempre concuerdan con la sana doctrina de la Palabra de Dios sino que con lamentable frecuencia la invalida (Mr 7: 5, 8, 9, 13). Algo que alguno recordó haber leído en una revista o lo que otro escuchó decir a un misionero se trasmite como una verdad revestida con la autoridad de quien la emitió, lo que pudo haber sido una mera opinión no bien fundamentada en la Escritura, o hasta quizás deformada a gusto de quien la recuerda y saca a colación.
Lo que tú afirmas en cuanto a que se ha llegado al extremo de pretender que estuvieran calladas las hermanas en las reuniones caseras de entresemana, tiene su origen en el síndrome de Diótrefes (3Jn 9,10) y obedece al bajo instinto de predominar sobre los demás; lo que incluso está relacionado con la doctrina y práctica de los nicolaítas, cosas que el Señor dice que “aborrece” (Ap 2:6,15). En el caso de los “ancianos” abusivos eso siempre va acompañado de un sometimiento servil a los misioneros extranjeros. La lealtad a ellos les hace esperar su reconocimiento; y así la confianza que les dispensan quienes tienen cierto prestigio les confiere esa falsa y mal ganada autoridad que imponen sobre los demás.
A poco de convertido, bautizado y congregado, conocí esta situación: callando a las hermanas, ya hacían a un lado a la mitad de la congregación. Luego, desoían a los jóvenes por ser neófitos e inexpertos en la Palabra, y así otro buen porcentaje de la asamblea era reducido al silencio. Otros hermanos ya estaban demasiado viejos como para opinar con propiedad, así que no se les tomaba en cuenta. Entre los adultos que iban quedando, la boca del embudo se iba angostando y se reducía la competencia. De entre ellos, los más espirituales decían que había que orar y esperar en el Señor que Él solucionara las cosas, así que se recluían en su piadosa pasividad. Los más carnales y ambiciosos que iban quedando, eran los que definitivamente gobernaban la asamblea. Esto no pasó en una, dos o tres de ellas, sino en la mayoría de las que he conocido en mi país y en otros. No es de extrañar entonces su actual deterioro.
Aunque se invoque la Biblia y la sana doctrina son solamente pretextos. Lo que está detrás de todo esto es el temor a que alguna Priscila más entendida que un elocuente Apolo (Hch 18:24-26) les haga pasar un mal rato con alguna incómoda pregunta o alguna objeción a un comentario desacertado. La propia inseguridad de ellos mismos es lo que fomenta el limitar en lo posible la libre expresión de los demás.
Lo mejor que podemos hacer para contrarrestar esta realidad es exponerla con toda claridad ante quien sea. Así siempre he hecho, y aunque no he ganado amigos, por lo menos sí su respeto. No sirve que remitamos al Tribunal de Cristo los excesos y arbitrariedades que algunos cometen frente a nosotros, sino que debemos cobrar conciencia que cada uno hemos de rendir cuentas de cual fue nuestra actitud ante ellos: o les hicimos notar su error (como Pablo a Pedro en Antioquía) o nos lavamos las manos como Pilato.
Espero haberte sido útil.
Ricardo.