Siglos antes de nuestra era común, escribas devotos se ocupaban en copiar meticulosamente las Escrituras Hebreas. A éstos se les llamaba soferim, vocablo que evidentemente se deriva del verbo hebreo “contar.” ¿Por qué? ‘A estos doctos primitivos se les llamaba sofrim,’ según el Talmud, ‘porque contaban todas las letras de la Ley.’
Se contaban cuidadosamente las letras de cada nuevo manuscrito, y el número de éstas tenía que ser idéntico al número del original. ¡Qué cuidado! Considere el afán implicado en contar cada letra. Se informa que contaban 815.140 letras hebreas en las Escrituras. Se tomaba toda precaución para evitar la corrupción del texto.
Sin embargo, el que no ocurriera error alguno en la tarea de copiar hubiese requerido que Dios ejecutara un milagro cada vez que un escriba procediera a copiar. Eso simplemente no ocurrió. Se cometieron errores. ¿Fueron éstos de suficiente gravedad como para arruinar el significado de la Biblia? ¿O hay evidencia que muestre que, a pesar de miles de años de copiar y volver a copiar, el texto hebreo permanece casi igual? Por muchos años esas preguntas quedaron sin contestarse, porque los manuscritos hebreos de mayor antigüedad solo databan de alrededor de 900 E.C.
Aproximadamente a principios de 1947, en una cueva pequeña que da al mar Muerto en Palestina, un muchacho de 15 años de edad se halló de pie en la semioscuridad de aquel lugar observando perplejo un montón de cuero envuelto en tela de lino.
Sin embargo, este muchacho tenía en las manos lo que desde entonces se ha llamado “el mayor descubrimiento de manuscritos de tiempos modernos... ¡un hallazgo absolutamente increíble!” En los bultos había partes de la Biblia que se remontaban al segundo siglo a. de la E.C., una fecha 1.000 años anterior a la de las copias de mayor antigüedad disponibles hasta ese tiempo. ¿Qué revelaría una comparación con las copias más recientes? Millar Burrows, que trabajó por años con los rollos y analizó su contenido cuidadosamente, declaró lo siguiente:
“Muchas de las diferencias entre el rollo de Isaías de San Marcos y el texto masorético [los manuscritos de la Biblia del siglo noveno] pueden explicarse como errores cometidos al copiar. Aparte de éstos, el acuerdo con el texto que se halla en los manuscritos medievales es, en general, extraordinario. El que exista tal acuerdo en un manuscrito de tanta más antigüedad da testimonio tranquilizador en cuanto a la exactitud general del texto tradicional.
“Da motivo para maravillarse el hecho de que a través de unos mil años el texto haya sufrido tan poca alteración.”—The Dead Sea Scrolls [Los rollos del mar Muerto], págs. 109, 303, 304.
Un rollo contenía casi todo el libro de Isaías. De los 1.292 versículos de Isaías de la Biblia en inglés, los traductores de la Revised Standard Version solo ajustaron 13 debido al texto de este rollo. Esto no quiso decir que no había más variaciones, sino que la gran mayoría de las demás variaciones solo fueron cambios en deletreo y gramática. Recuerde que transcurrieron 1.000 años entre la escritura de estos rollos hebreos.
¿Qué hay de las Escrituras Griegas Cristianas?
La exactitud de la transmisión relacionada con las Escrituras Griegas Cristianas es especialmente una cuestión candente. Pues, como se mencionó en lo antedicho, hubo esfuerzos por alterarlas. Por muchos siglos las dudas en cuanto a la pureza del texto pendían sobre éste como una nube oscura, porque hasta el mismo siglo 17 las copias autoritativas más antiguas del “Nuevo Testamento” en su idioma original, el griego, solo se remontaban al siglo 10... más de 900 años después de haberse escrito los originales. Nadie podía probar que las alteraciones o la pluma de escribas descuidados no hubiera destruido el mensaje cristiano.
En 1844 Konstantin von Tischendorf entró en la biblioteca de un monasterio al pie del monte Sinaí, en Palestina meridional, en busca de copias antiguas de la Biblia. Un cesto lleno de folios atrajo su vista. ¡Una mirada más de cerca lo dejó pasmado!
Eran páginas de una copia de la Biblia en griego, de mucha más antigüedad que cualquiera que él hubiera visto hasta entonces. Apenas pudiendo contenerse, preguntó acerca de las páginas. Se quedó pasmado de asombro. ¡Se usaban para prender fuegos! ¡Ya se habían quemado dos montones de ellas! Los monjes le dieron 43 páginas, pero rehusaron toda otra cooperación.
Von Tischendorf hizo un segundo viaje al monasterio... no logró nada. Un tercer viaje... de nuevo todo pareció en vano. Hizo arreglos para partir, considerando que su búsqueda había sido inútil. Tres días antes de su partida, estaba hablando con el mayordomo, o celador, del monasterio, quien lo invitó a su pequeña habitación. El mayordomo mencionó que había leído una copia vieja de la Biblia, y abruptamente bajó de donde lo guardaba un montón de hojas sueltas envueltas en un paño rojo.
Se puso a abrir el bulto y, ¡ah! saltó a la vista la “perla” que Tischendorf había estado buscando por 15 años. Aquel manuscrito de la Biblia, al que ahora se llama Códice Sinaítico, contenía todo el “Nuevo Testamento.” Se cree que este manuscrito se escribió alrededor de 350 E.C., lo cual lo hacía más de seis siglos más antiguo que los manuscritos de reconocida autoridad de entonces. ¿Reveló este manuscrito que el texto se hubiera alterado de algún modo?
Alteraciones descubiertas y corregidas
Desde el principio se hizo patente que el texto del hallazgo de Tischendorf era básicamente idéntico al que fue fundamento para las Biblias de hoy día. No obstante, reveló evidencia de que había habido alteraciones.
Un ejemplo de esto es el familiar relato de Juan 8:1-11 (Versión Valera) acerca de una mujer adúltera a quien sus acusadores estaban a punto de apedrear, y que informa que Jesús dijo: ‘El que esté sin pecado arroje la primera piedra.’ Ese relato no estaba en aquel manuscrito antiguo. Por eso, en muchas ediciones posteriores de la Biblia se ha eliminado ese relato o se ha puesto en corchetes con una nota al pie de la página en un esfuerzo por refinar el texto bíblico. También se descubrieron y suprimieron otras añadiduras.—Mat. 17:21; 18:11; Hech. 8:37.
Hubo unos casos más serios en los que se había alterado el texto para apoyar alguna enseñanza falsa, como, por ejemplo, 1 Timoteo 3:16. La Versión Valera declara: “Dios ha sido manifestado en carne,” en contraste con: “Aquel que fué manifestado en la carne.” (Versión Moderna) ¡Qué diferencia! ¿Cuál de estas dos lecturas es la correcta? Si la primera lo es, parecería que Jesús es Dios, contrario a los pasajes que dicen que es el Hijo de Dios.—Mar. 13:32.
En los manuscritos de más antigüedad las palabras para “Dios” y “aquel” se parecían (—aquel) (—Dios). Por lo general, los manuscritos de fecha reciente tenían o su equivalente. Pero en el manuscrito que Tischendorf halló dice , o “aquel,” refiriéndose a Jesús, no a Dios. Un escriba había cambiado el vocablo para que leyera “Dios.” El manuscrito alejandrino del siglo quinto hace que nos preguntemos si habrá sido un error inocente. A primera vista parecía que decía , pero cuando se hizo un examen con un microscopio se descubrió que originalmente decía , y que ‘una mano de tiempo muy posterior’ agregó las líneas para alterarlo. Versiones de fecha más reciente han refinado el texto para que diga correctamente: “Aquel que [o: el cual] fue manifestado en la carne.”
También se halló un ejemplo manifiesto de alteración en 1 Juan 5:7, versículo al cual se agregó la frase: “en el cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son uno.” (Versión Valera) Esas palabras no solo no aparecían en el Sinaítico, sino que tampoco podían hallarse en ningún manuscrito griego de origen anterior al siglo 16. ¡La evidencia indica que para 1520 un manuscrito, que actualmente está en el Colegio de la Trinidad, Dublín, fue escrito a propósito para introducir ese versículo espurio! Básicamente, en todas las versiones modernas se ha omitido esa alteración patente.
Manuscritos de aún más antigüedad que aquellos a los que se había puesto la fecha del siglo cuarto se hallarían después. En Egipto se descubrieron copias de la Biblia escritas en papiro, ¡algunas hasta envueltas alrededor de momias! Estas copias fueron restauradas con sumo cuidado, y databan del tercer siglo E.C. ¡Un pequeño fragmento del libro de Juan se remontaba hasta 125 E.C.! ¿Qué se descubrió al comparar estos hallazgos con los manuscritos del siglo cuarto, y, por lo tanto, con nuestras Biblias de hoy? No hay exactitud de letra por letra, pero el mensaje es el mismo. Cualquier alteración se descubre fácilmente. El mensaje resuena con claridad.
Puesto que hay más de 5.000 manuscritos griegos, esto suministra amplia oportunidad para virtualmente reconstruir el texto original. Frederic Kenyon, que ha pasado casi la vida entera estudiando estos antiguos manuscritos, llegó a esta conclusión:
“Ciertamente es una prueba impresionante de la solidez esencial de la tradición de que en el caso de todos estos miles de copias, que han tenido su origen en tantos diferentes lugares de la Tierra y en medio de condiciones de tanta diversidad, las variaciones del texto sean tan enteramente cuestiones de detalles, no de sustancia esencial.
“Y es tranquilizador descubrir al fin que el resultado general de todos estos hallazgos y de todo este estudio ha sido el de fortalecer la prueba de la autenticidad de las Escrituras, y nuestra convicción de que tenemos en las manos, en integridad sustancial, la verdadera Palabra de Dios.”—The Story of the Bible, págs. 136, 144.
¡La Biblia triunfa en dos sentidos! Sobrevive como libro y con un texto puro. No obstante, ¿parece razonable que su supervivencia con un texto refinado haya acontecido simplemente por accidente? ¿Acaso se debe a mera casualidad el que un libro cuya escritura se completó hace casi dos milenios, y que sufrió intensos asaltos, todavía exista junto con miles de copias antiguas, algunas de las cuales posiblemente se remonten hasta dentro de 25 años de los originales? ¿No es esto evidencia abundante del poder que tiene Aquel de quien se dice: “La palabra de nuestro Dios permanece por siempre”?—Isa. 40:8, Nueva Biblia Española.
Se contaban cuidadosamente las letras de cada nuevo manuscrito, y el número de éstas tenía que ser idéntico al número del original. ¡Qué cuidado! Considere el afán implicado en contar cada letra. Se informa que contaban 815.140 letras hebreas en las Escrituras. Se tomaba toda precaución para evitar la corrupción del texto.
Sin embargo, el que no ocurriera error alguno en la tarea de copiar hubiese requerido que Dios ejecutara un milagro cada vez que un escriba procediera a copiar. Eso simplemente no ocurrió. Se cometieron errores. ¿Fueron éstos de suficiente gravedad como para arruinar el significado de la Biblia? ¿O hay evidencia que muestre que, a pesar de miles de años de copiar y volver a copiar, el texto hebreo permanece casi igual? Por muchos años esas preguntas quedaron sin contestarse, porque los manuscritos hebreos de mayor antigüedad solo databan de alrededor de 900 E.C.
Aproximadamente a principios de 1947, en una cueva pequeña que da al mar Muerto en Palestina, un muchacho de 15 años de edad se halló de pie en la semioscuridad de aquel lugar observando perplejo un montón de cuero envuelto en tela de lino.
Sin embargo, este muchacho tenía en las manos lo que desde entonces se ha llamado “el mayor descubrimiento de manuscritos de tiempos modernos... ¡un hallazgo absolutamente increíble!” En los bultos había partes de la Biblia que se remontaban al segundo siglo a. de la E.C., una fecha 1.000 años anterior a la de las copias de mayor antigüedad disponibles hasta ese tiempo. ¿Qué revelaría una comparación con las copias más recientes? Millar Burrows, que trabajó por años con los rollos y analizó su contenido cuidadosamente, declaró lo siguiente:
“Muchas de las diferencias entre el rollo de Isaías de San Marcos y el texto masorético [los manuscritos de la Biblia del siglo noveno] pueden explicarse como errores cometidos al copiar. Aparte de éstos, el acuerdo con el texto que se halla en los manuscritos medievales es, en general, extraordinario. El que exista tal acuerdo en un manuscrito de tanta más antigüedad da testimonio tranquilizador en cuanto a la exactitud general del texto tradicional.
“Da motivo para maravillarse el hecho de que a través de unos mil años el texto haya sufrido tan poca alteración.”—The Dead Sea Scrolls [Los rollos del mar Muerto], págs. 109, 303, 304.
Un rollo contenía casi todo el libro de Isaías. De los 1.292 versículos de Isaías de la Biblia en inglés, los traductores de la Revised Standard Version solo ajustaron 13 debido al texto de este rollo. Esto no quiso decir que no había más variaciones, sino que la gran mayoría de las demás variaciones solo fueron cambios en deletreo y gramática. Recuerde que transcurrieron 1.000 años entre la escritura de estos rollos hebreos.
¿Qué hay de las Escrituras Griegas Cristianas?
La exactitud de la transmisión relacionada con las Escrituras Griegas Cristianas es especialmente una cuestión candente. Pues, como se mencionó en lo antedicho, hubo esfuerzos por alterarlas. Por muchos siglos las dudas en cuanto a la pureza del texto pendían sobre éste como una nube oscura, porque hasta el mismo siglo 17 las copias autoritativas más antiguas del “Nuevo Testamento” en su idioma original, el griego, solo se remontaban al siglo 10... más de 900 años después de haberse escrito los originales. Nadie podía probar que las alteraciones o la pluma de escribas descuidados no hubiera destruido el mensaje cristiano.
En 1844 Konstantin von Tischendorf entró en la biblioteca de un monasterio al pie del monte Sinaí, en Palestina meridional, en busca de copias antiguas de la Biblia. Un cesto lleno de folios atrajo su vista. ¡Una mirada más de cerca lo dejó pasmado!
Eran páginas de una copia de la Biblia en griego, de mucha más antigüedad que cualquiera que él hubiera visto hasta entonces. Apenas pudiendo contenerse, preguntó acerca de las páginas. Se quedó pasmado de asombro. ¡Se usaban para prender fuegos! ¡Ya se habían quemado dos montones de ellas! Los monjes le dieron 43 páginas, pero rehusaron toda otra cooperación.
Von Tischendorf hizo un segundo viaje al monasterio... no logró nada. Un tercer viaje... de nuevo todo pareció en vano. Hizo arreglos para partir, considerando que su búsqueda había sido inútil. Tres días antes de su partida, estaba hablando con el mayordomo, o celador, del monasterio, quien lo invitó a su pequeña habitación. El mayordomo mencionó que había leído una copia vieja de la Biblia, y abruptamente bajó de donde lo guardaba un montón de hojas sueltas envueltas en un paño rojo.
Se puso a abrir el bulto y, ¡ah! saltó a la vista la “perla” que Tischendorf había estado buscando por 15 años. Aquel manuscrito de la Biblia, al que ahora se llama Códice Sinaítico, contenía todo el “Nuevo Testamento.” Se cree que este manuscrito se escribió alrededor de 350 E.C., lo cual lo hacía más de seis siglos más antiguo que los manuscritos de reconocida autoridad de entonces. ¿Reveló este manuscrito que el texto se hubiera alterado de algún modo?
Alteraciones descubiertas y corregidas
Desde el principio se hizo patente que el texto del hallazgo de Tischendorf era básicamente idéntico al que fue fundamento para las Biblias de hoy día. No obstante, reveló evidencia de que había habido alteraciones.
Un ejemplo de esto es el familiar relato de Juan 8:1-11 (Versión Valera) acerca de una mujer adúltera a quien sus acusadores estaban a punto de apedrear, y que informa que Jesús dijo: ‘El que esté sin pecado arroje la primera piedra.’ Ese relato no estaba en aquel manuscrito antiguo. Por eso, en muchas ediciones posteriores de la Biblia se ha eliminado ese relato o se ha puesto en corchetes con una nota al pie de la página en un esfuerzo por refinar el texto bíblico. También se descubrieron y suprimieron otras añadiduras.—Mat. 17:21; 18:11; Hech. 8:37.
Hubo unos casos más serios en los que se había alterado el texto para apoyar alguna enseñanza falsa, como, por ejemplo, 1 Timoteo 3:16. La Versión Valera declara: “Dios ha sido manifestado en carne,” en contraste con: “Aquel que fué manifestado en la carne.” (Versión Moderna) ¡Qué diferencia! ¿Cuál de estas dos lecturas es la correcta? Si la primera lo es, parecería que Jesús es Dios, contrario a los pasajes que dicen que es el Hijo de Dios.—Mar. 13:32.
En los manuscritos de más antigüedad las palabras para “Dios” y “aquel” se parecían (—aquel) (—Dios). Por lo general, los manuscritos de fecha reciente tenían o su equivalente. Pero en el manuscrito que Tischendorf halló dice , o “aquel,” refiriéndose a Jesús, no a Dios. Un escriba había cambiado el vocablo para que leyera “Dios.” El manuscrito alejandrino del siglo quinto hace que nos preguntemos si habrá sido un error inocente. A primera vista parecía que decía , pero cuando se hizo un examen con un microscopio se descubrió que originalmente decía , y que ‘una mano de tiempo muy posterior’ agregó las líneas para alterarlo. Versiones de fecha más reciente han refinado el texto para que diga correctamente: “Aquel que [o: el cual] fue manifestado en la carne.”
También se halló un ejemplo manifiesto de alteración en 1 Juan 5:7, versículo al cual se agregó la frase: “en el cielo, el Padre, el Verbo, y el Espíritu Santo: y estos tres son uno.” (Versión Valera) Esas palabras no solo no aparecían en el Sinaítico, sino que tampoco podían hallarse en ningún manuscrito griego de origen anterior al siglo 16. ¡La evidencia indica que para 1520 un manuscrito, que actualmente está en el Colegio de la Trinidad, Dublín, fue escrito a propósito para introducir ese versículo espurio! Básicamente, en todas las versiones modernas se ha omitido esa alteración patente.
Manuscritos de aún más antigüedad que aquellos a los que se había puesto la fecha del siglo cuarto se hallarían después. En Egipto se descubrieron copias de la Biblia escritas en papiro, ¡algunas hasta envueltas alrededor de momias! Estas copias fueron restauradas con sumo cuidado, y databan del tercer siglo E.C. ¡Un pequeño fragmento del libro de Juan se remontaba hasta 125 E.C.! ¿Qué se descubrió al comparar estos hallazgos con los manuscritos del siglo cuarto, y, por lo tanto, con nuestras Biblias de hoy? No hay exactitud de letra por letra, pero el mensaje es el mismo. Cualquier alteración se descubre fácilmente. El mensaje resuena con claridad.
Puesto que hay más de 5.000 manuscritos griegos, esto suministra amplia oportunidad para virtualmente reconstruir el texto original. Frederic Kenyon, que ha pasado casi la vida entera estudiando estos antiguos manuscritos, llegó a esta conclusión:
“Ciertamente es una prueba impresionante de la solidez esencial de la tradición de que en el caso de todos estos miles de copias, que han tenido su origen en tantos diferentes lugares de la Tierra y en medio de condiciones de tanta diversidad, las variaciones del texto sean tan enteramente cuestiones de detalles, no de sustancia esencial.
“Y es tranquilizador descubrir al fin que el resultado general de todos estos hallazgos y de todo este estudio ha sido el de fortalecer la prueba de la autenticidad de las Escrituras, y nuestra convicción de que tenemos en las manos, en integridad sustancial, la verdadera Palabra de Dios.”—The Story of the Bible, págs. 136, 144.
¡La Biblia triunfa en dos sentidos! Sobrevive como libro y con un texto puro. No obstante, ¿parece razonable que su supervivencia con un texto refinado haya acontecido simplemente por accidente? ¿Acaso se debe a mera casualidad el que un libro cuya escritura se completó hace casi dos milenios, y que sufrió intensos asaltos, todavía exista junto con miles de copias antiguas, algunas de las cuales posiblemente se remonten hasta dentro de 25 años de los originales? ¿No es esto evidencia abundante del poder que tiene Aquel de quien se dice: “La palabra de nuestro Dios permanece por siempre”?—Isa. 40:8, Nueva Biblia Española.